En la historia de Capilla de Farruco hay un hecho que se roba el protagonismo: fue aquí donde José Gervasio Artigas habría iniciado su carrera como blandengue. Algunas investigaciones lo colocan en esta sede del Cuerpo de Veteranos de Blandengues de la Frontera el 10 de marzo de 1797. Este regimiento había sido creado unos meses antes por el gobernador de Montevideo, Antonio Olaguer y Feliú, por decreto del virrey del Río de la Plata, don Pedro Melo de Portugal y Villena.
“Presumiblemente por la amistad que había entre Olaguer y Feliú y el padre de Artigas, Martín Artigas, es que llega José Gervasio a incorporarse a este regimiento en Capilla de Farruco. Hay mucha documentación en la que él informa sobre los resultados de sus expediciones encomendadas para la persecución del delito, de manera que situamos acá, nada más y nada menos, que a nuestro héroe nacional”, cuenta Cristian Pintos, director de Museos de la Intendencia de Durazno.
Repasemos algunos datos históricos: para la formación del cuerpo de Blandengues, Olaguer y Feliú publicó un indulto a favor de “los contrabandistas, desertores y demás malhechores que andaban vagantes huyendo de la justicia por sus delitos”. En palabras de Pintos: “Aquellos que eran considerados vagos o desertores”.
A este indulto se acogió el joven Artigas, quien andaba en malos pasos: era contrabandista de cueros y mandaba una banda de “hombres sueltos”. Su padre, un vecino respetable de Montevideo y quien se había desempeñado como regidor del cabildo de la ciudad, hizo valer su influencia para facilitar la incorporación de su hijo al nuevo cuerpo. Todo blandengue debía aportar al menos seis caballos y prestar ocho años de servicio.
¿Y por qué los blandengues se asentaron en la estancia que era propiedad de Francisco Rodríguez, más conocido como Farruco? No solo porque su dueño era capitán de milicias, sino para garantizar la seguridad de quienes se ampararon a este indulto. Era un lugar apartado de las autoridades que podían perseguirlos. Un lugar que sigue tan apartado como antes -el viaje desde Montevideo puede llevar cuatro horas por el estado actual de las rutas y caminos vecinales y, para que se tenga en cuenta, está a 120 kilómetros de la ciudad de Durazno- pero que merece la pena. No siempre se puede poner un pie en uno de los monumentos históricos más antiguos del país. O incluso dejarse invadir por una completa sensación de soledad.
El gallego Rodríguez había construido el casco de su estancia como un fortín. Según el relato de Pintos, este estaba defendido con una serie de pequeños cañones dispuestos en la azotea. La razón era entendible: hasta allí llegaba “el mundo conocido”.
Farruco levantó las primeras construcciones en 1782 en sus tierras ubicadas en camino San José de Las Cañas, entre los arroyos Las Cañas y Cordobés. La capilla es posterior y se cree que fue inaugurada en 1797. Diversos documentos señalan que la erigió por sentir la responsabilidad de brindarle refugio espiritual a una población en aumento. Primero tuvo la advocación de Nuestra Señora del Rosario; hasta que 1836, ya fallecido Farruco, el vicario apostólico Dámaso Antonio Larrañaga la denominó San Martín de Tours. La capilla siguió prestando servicios religiosos hasta 1879.
En esa época, y por unas cuantas décadas más, se consideraba que el territorio al norte del río Negro era “agreste, hostil y peligroso”.
La frase de Pintos podría ser el eslogan de una película de acción bélica. Él dice: “(Farruco) era la frontera con el peligro”. La arquitecta Cecilia Fajián no se queda atrás y lanza otro comentario del mismo tenor: “Era la frontera con la barbarie”.
Aquí mismo Farruco marcó la línea. Era una ubicación estratégica en pleno cruce de caminos con una gran visibilidad para detectar incursiones de contrabandistas, indios y portugueses.
No hace mucho tiempo que los alrededores de Capilla de Farruco vivieron tiempos de fiesta. A lo largo de la década del 2000 y en los primeros años de la siguiente, el edificio que es Monumento Histórico Nacional fue el centro de reuniones para la colectividad gallega-uruguaya, dado que originalmente esas tierras pertenecieron a un gallego: Francisco Alonso Rodríguez, nacido en la parroquia de Santa Mónica de Paraños, del obispado de Tuy, donde vivió hasta su arribo a la Banda Oriental en 1764 como un soldado de los ejércitos del Rey y donde se ganó el apodo de Farruco. Afincado en campos fértiles, entre los ríos Yí y Negro, en el actual departamento de Durazno, se hizo hacendado enfrentando a contrabandistas y traficantes de cueros entre el norte y sur del actual territorio uruguayo. Le fueron otorgadas por las autoridades de Buenos Aires 16 “suertes de estancia” o unas 70.000 cuadras. “Hizo lo que se llamaba una denuncia de tierras, lo que nos da la pauta de que las tierras no eran de nadie; es la comprobación de que ese territorio era hostil, solitario y lejano”, enseñó Cristian Pintos, director de Museos de la Intendencia de Durazno. Allí construyó un fortín, una pulpería, una azotea y una capilla.
Las mencionadas romerías movilizaban a miles de miembros de distintas instituciones gallegas del país que mezclaban su danza, música y gastronomía con lo más tradicional de la identidad oriental.
Valor patrimonial.
La combinación de construcciones de carácter civil, militar y religioso hacen única a Capilla de Farruco. Si bien no es el edificio colonial más antiguo en pie en el interior del país -más viejo es el Fortín de San Miguel, de 1734; la Calera de las Huérfanas, de 1741; o la Fortaleza de Santa Teresa, de 1762-, no está tan alejado en el tiempo y, además, es el único que cumplió todas aquellas funciones y otras en un mismo lugar. También fue una pulpería que se convirtió en el gran almacén de la zona, además de centro de esparcimiento. Su valor patrimonial fue reconocido en 1989 cuando se la declaró Monumento Histórico Nacional.
No obstante, Capilla de Farruco no tuvo la misma suerte que los otros patrimonios mencionados. Los rancheríos que se levantaron en sus alrededores dieron paso a un pueblo que consiguió, por ejemplo, un boticario y más tarde un médico, una escuela -enfrente- y una comisaría -al lado-. Basta con ver la cantidad de bautismos y casamientos en los registros parroquiales para tener una idea de su importancia a mediados del siglo XIX. Pero, una vez que se fundó Sarandí del Yí (1875), muchas familias decidieron mudarse. Hoy el paraje se presenta casi tan desolado como el que vio Rodríguez aunque, afortunadamente, sin los mismos peligros. Pintos cree que la población actual no llega a las 100 personas.
Al mismo tiempo que el pueblo se vaciaba, Capilla de Farruco fue cayendo presa del olvido. Y así llegó al 2023, al borde del derrumbe.
A no más de 300 metros de Capilla de Farruco, cruzando el camino de tierra -que la Intendencia de Durazno promete asfaltar en el corto plazo- se llega a la puerta del pequeño cementerio de la localidad. Allí no hay ningún guardia. Solo una cuerda prohíbe, temporalmente, el paso.
Quizás fue el clima lluvioso y frío del día que lo visitó Domingo pero en su interior el escenario parecía el de un cementerio de esos abandonados que aparecen en las películas.
“Tiene sus características históricas propias, principalmente, por su antigüedad y por el panteón familiar con esculturas de Juan Azzarini”, describió Cristian Pintos, director de Museos de la Intendencia de Durazno, en diálogo con Domingo.
Este está ubicado a la derecha de la entrada y se destaca por su tamaño. Azzarini es conocido por ser el creador del monumento a Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América de la Plaza de la Independencia en la ciudad de Durazno (1892) y el busto de José Gervasio Artigas en la meseta en Paysandú (1899); además, es el escultor con mayor cantidad de obras en el Cementerio Central de Montevideo reconocibles por sus alegorías paganas y religiosas. En el panteón de Farruco se alza un ángel y un busto femenino y otro masculino.
Con excepción de un bloque de nichos modernos que se ubica a su lado, las tumbas se reparten en el terreno, señaladas con cruces de hierro -algunas muy decoradas con flores y corazones-, cuyo óxido casi no deja leer las inscripciones.
Sobre el único camino interno del cementerio -tiene forma rectangular-, hay dos hileras de panteones de piedra y de material, la mayoría en muy mal estado (algunos tienen la abertura rota y se pueden ver los ataúdes). Algunas lápidas pueden leerse y están fechadas entre 1800 y 1880.
El próximo “milagro”.
Cecilia Fajián está al frente de la recuperación de Capilla de Farruco. Ya hizo un milagro con el Molino de los Ingleses de su pueblo natal, San Jorge, y ahora quiere repetir la misión: devolver a la vida un pedazo de historia de su departamento. Comparando las dos obras, dice que la del molino, levantado en 1880, era casi imposible. Y esto, a pesar del estado ruinoso de varios de los espacios que persisten en los viejos campos del gallego, está cerca de abrir al público.
La primera fase del proyecto -para la que la Intendencia de Durazno destinó $ 17 millones- cubre la restauración de la capilla, sacristía y salas anexas, así como acondicionamiento de áreas verdes y servicios higiénicos. Para más adelante quedarán las celdas, las caballerizas y el patio central. Algunos espacios tienen hoy la entrada prohibida por riesgo de colapso. “Queremos recuperar la esencia de la construcción colonial. Esa esencia se ha perdido”, dice a Domingo.
El primer paso fue la demolición de elementos en mal estado. Entre estos, el techo de la capilla presentaba la peor cara, víctima de la humedad. Se desmontó por completo al igual que el cielorraso y ahora se está colocando uno nuevo a la porteña como era el original. También se retiraron los revoques exteriores, lo que dejó al descubierto un insospechado color rosado para la capilla; también se retiró el piso de hormigón que ocultaba el original construido en ladrillo y piedra.
“Al sacar los revoques exteriores pudimos encontrar la historicidad del edificio. Podemos ver, por ejemplo, todas las intervenciones que ha tenido desde su fundación”, cuenta la arquitecta, quien asegura que ha pasado por varias vidas.
El frontón y la espadaña -estructura para colocar la campana- han sobrevivido bastante bien, aunque en una reparación de la década de 1960 se les retiraron algunos elementos decorativos. En ese entonces también se eliminó una especie de altillo que no era original de la época de Farruco.
No se conserva nada del mobiliario original, por lo que el interior de la capilla recibirá algunos muebles de época para “simular el ambiente”. Sí se conservan uno de los cañones y los libros de registro en el museo de la Parroquia de Sarandí del Yí. La idea de Fajián es que pueda celebrarse misa en el futuro.
Cada intervención tiene que estar pensada al milímetro. Y cada material debe cumplir un requisito: ser igual o lo más parecido al original. Obviamente no es una tarea fácil cuando se habla de ladrillos, maderas y herrajes que existían hace 241 años. Rody Raimúndez, director de la empresa encargada de la restauración, relata la siguiente anécdota: para encontrar la madera necesaria para reconstruir la puerta principal de la capilla se examinaron más de 100 puertas antiguas.
“Tenemos un depósito con cuatro o cinco contenedores con aberturas; sacamos casi todas puertas durante varios días hasta que encontramos el mismo tipo de madera con la misma veta que la original”, cuenta. La puerta es de cedro.
En otras partes se colocaron tablones de curupay que, según apunta, “llegaron flotando desde Paraguay hace 200 años”, y lapacho antiguo. También lanza esta realidad: “A veces es difícil conseguir las mismas maderas porque hay muchas que ya están extinguidas”. Eso sucede con la pinotea; se puede conseguir madera de árboles alimentados para ser talados en 20 años pero el resultado es muy diferente.
Por otra parte, casi todo el trabajo de los obreros es manual. Salvo alguna herramienta moderna, las técnicas de carpintería, herrería, albañilería y otras se realizan “de la misma forma en que se hacían hace 200 años o más”, apunta Raimúndez. Y agrega: “Tenemos pasión por la reconstrucción patrimonial. Y para hacerla hay que tener paciencia y bastante sabiduría”.
La restauración de la Capilla Farruco es parte de un programa más amplio de la Intendencia de Durazno para proteger su patrimonio y revitalizar el turismo. En este sentido, ya se ha recuperado la casa de Fructuoso Rivera, construida en 1834. Allí fue donde asumió su segunda presidencia, siendo sede del gobierno durante el periodo de 1839-1842. La Intendencia de Durazno también ha revalorizado el Molino de los Ingleses de la localidad de San Jorge -obra que también tuvo a su cargo la arquitecta Cecilia Fajián-, el parque alrededor de la Gruta de La Llorona y tiene previsto comenzar los trabajos en el antiguo pabellón del Hospital de Durazno donde hoy funciona la Casa del Adulto Mayor. “Hemos destinado un monto muy importante de las inversiones. Solo en Capilla de Farruco es un monto de $ 17,5 millones y se decidió ampliar la licitación para recuperar el resto del espacios y consolidar algunas ruinas”, comenta Matías Cabrera, director general del Departamento de Obras. Una vez culminada la restauración -la primera fase está prevista para fines de noviembre- se procederá a coordinar la gestión del lugar para que sea visitado por duraznenses y foráneos. Para eso también se prevé asfaltar el camino vecinal.
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