Palermo vive un gran momento entre su valioso legado cultural, el vibrante presente y la superación de problemáticas sociales, mientras se prepara para ser capital italiana de la cultura 2018.
Diversas ciudades del Norte de Italia, con la bella Florencia a la cabeza, deslumbraron al mundo entero al engendrar el Renacimiento en el siglo XV. Sin embargo, actualmente, un resurgir menos trascendental pero más inesperado revoluciona otra parte de la geografía italiana. Su epicentro es Palermo, poderosa ciudad en la era medieval que cayó en la decadencia tras la unificación de Italia, carcomida por la marginación del Estado y la mafia.
La capital de Sicilia, mil veces conquistada y mil veces renacida, vuelve a brillar con luz propia gracias a la riqueza de su legado cultural y al vivaz ajetreo de calles y mercados. En 2018, será capital italiana de la cultura y también sede de Manifesta, la exhibición bienal de arte contemporáneo más importante de Europa.
Cosa Nostra.
Lejos quedan los traumáticos años noventa, cuando la guerra entre clanes de la mafia, y entre ellos y el Estado, convirtió Palermo en una especie de zona de guerra. Por la profusión de coches bomba y tiroteos, los diarios de la época la comparaban con Beirut, recién salida de la guerra civil. Ahora, los grandes capos de la temible Cosa Nostra se hallan entre rejas, y el nivel de seguridad del centro de Palermo es equiparable a la de cualquier otra gran ciudad europea.
Sin embargo, ello no significa que la mafia haya desaparecido por completo. Continúa presente, pero ya no es la dueña de la ciudad. "Nunca llegaremos a extirpar la mafia. Sus relaciones con los políticos son fuertes, y mientras en los barrios populares falte trabajo, habrá jóvenes que se alistarán", lamenta Giovanni, profesor de historia en un colegio secundario.
Las cicatrices de los noventa aún son visibles en la trama urbana de Palermo. De todos modos, la transformación de la urbe, fruto también de una activa política de promoción de su ayuntamiento, ha hecho aflorar un impresionante legado cultural que permanecía oculto bajo una capa de silencio y miedo. En los últimos 25 años, más de 60% de sus edificios históricos han sido restaurados, atrayendo cada vez más turistas y generando un círculo virtuoso de inversiones e iniciativas ciudadanas. Sin duda, su aporte más original al patrimonio cultural de la Humanidad, reconocida ya por la Unesco, es el llamado estilo árabo-normando, una fusión única de la arquitectura medieval islámica, normanda y bizantina que apareció en el siglo XII, poco después de la conquista normanda de la isla, hasta entonces bajo la égida musulmana.
Una decena de edificios forman parte de esta corriente artística, entre los que destacan la monumental catedral de Monreale, situada a las afueras de la ciudad, la austera iglesia de San Giovanni degli eremiti, con sus características cúpulas rojas, o la catedral de Palermo, cuya espectacular fachada incluye diseños geométricos islámicos, arcos góticos y un tripórtico renacentista.
No obstante, quizás su más preciada joya sea la capilla Palatina, dentro del Palacio Real, también edificado durante el reinado normando. La pequeña iglesia está tan ricamente decorada con una mezcla de mosaicos bizantinos, motivos latinos y techo de madera de estilo mocárabe que al entrar en la sala los visitantes quedan varios minutos hipnotizados.
En una era donde la tesis del "choque de civilizaciones" goza de popularidad, el período árabonormando es celebrado como ejemplo del enriquecimiento producto del intercambio entre culturas diversas.
Multicultural.
Puente entre África y Europa, la Sicilia de hoy también es multicultural tras la llegada a sus costas de miles de migrantes. Aunque la mayoría continúa su ruta hacia el continente, otros se quedan, dando nuevos colores a la isla. Sin embargo, esto provoca recelos en amplias capas de la sociedad, bombardeadas a diario por los medios con el mensaje de que Italia se encuentra "bajo asedio". "19 millones para la acogida. ¿Y en los italianos quién piensa?", reza la pancarta que sostienen unas pocas decenas de jóvenes, armados con banderas italianas en la plaza del teatro Massimo. Frente a ellos, una contramanifestación progresista algo más numerosa.
Además del legado árabonormando, buena parte del patrimonio histórico de Palermo se concentra en sus incontables iglesias. En el mapa que regalan en los hoteles, se cuentan más de 30. En número, nada que envidiar a la mismísima Roma. Quizás la más interesante sea la Chiesa de Giesú, notable ejemplo del estilo barroco. Y es que Sicilia ha sido tradicionalmente conocida por su profunda religiosidad. Y de hecho, al caminar por las callejuelas de los barrios populares no es extraño divisar imágenes de vírgenes o santos, y posters anunciando las actividades de la última Semana Santa.
Ahora bien, incluso el domingo, sus iglesias ofrecen una imagen parecida a la del resto de Europa: los presentes, la mayoría ancianas, apenas llenan la mitad del aforo. ¿La secularización ha llegado también aquí? Que algo se mueve en la conservadora Sicilia lo demuestra el hecho de que el presidente de la región autónoma sea abiertamente homosexual, algo impensable no hace tantos años. "Es cierto que hay un cambio de mentalidad, pero se ha producido sobre todo en las ciudades. En los pueblos, la Iglesia continúa siendo muy influyente", matiza Katia, una consultora de cabellera y ojos melifluos.
Gracias a la conversión en peatonal de la comercial via Maqueda y de la via Vittorio Emmanuele, el centro de Palermo invita a un agradable paseo, matizado con alguna parada para degustar el reputado café italiano, la granita siciliana —una especie de granizado de limón— o un cremoso helado. En su camino, el visitante se cruzará con la catedral árabonormanda, la monumental Porta Nuova, o I Quattro Canti, una elegante plaza octogonal con cuatro fachadas —cada una dedicada a una estación del año— decoradas con fuentes y estatuas clásicas que datan de principios del siglo XVII. A los cinéfilos, les gustará posar para una fotografía frente las escaleras del teatro Massimo, donde se grabaron varias escenas de El Padrino III.
Días de verano.
En verano, el bullicio de turistas, artistas callejeros y festivales al aire libre dominan el centro de la ciudad. En la plaza frente a la sede del Ayuntamiento se yergue la majestuosa Fontana Pretoria, realizada a mediados del siglo XVI en Florencia para decorar un jardín privado, y trasladada pieza a pieza con sus 48 estatuas a Palermo unas décadas después. Recientemente, fue el escenario de un lujoso desfile de moda de la firma Dolce & Gabbana, al que asistieron estrellas como George Clooney, Madonna o Robert De Niro. Y es que, definitivamente, la capital de Sicilia se ha convertido en la última ciudad de moda en Europa.
"Palermo es maravillosa, nos ha sorprendido. No tiene nada que ver con el estereotipo de los medios de comunicación en Italia, que sólo muestran sus guetos. Es acogedora y moderna", explica Piera, una maestra que forma parte de un grupo de turistas de Milán. Todos se confiesan seducidos por la isla, hasta hace poco conocida internacionalmente por sus vínculos con la mafia. No en vano, a un par de horas de Palermo se encuentra Corleone, pueblo ancestral de Don Vito, el mítico personaje del film El Padrino.
Más allá de los confines de su remozado centro histórico, Palermo todavía conserva una cara menos amable, de fachadas desconchadas y calles sucias. Pobreza y marginación, la misma que ha empujado a millones de sus hijos e hijas desde finales del siglo XIX a emigrar hacia las Américas, al Norte de Italia o de Europa. Pocas son las familias sicilianas que no tienen algunos de sus miembros distribuidos por medio mundo. "Hay poco trabajo para los jóvenes, y los salarios son muy bajos. El que gana 1000 euros es afortunado. Pero con eso aquí ya no se puede vivir. Palermo se ha vuelto cara", se queja Enzo, el joven recepcionista de un hotel, que sueña con irse a trabajar a Alemania.
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