La presentación de un libro sobre Casapueblo y el creador de esta escultura habitable, gigante y blanca, una de las postales más reconocibles del Uruguay, siempre es motivo de celebración. Sobre todo cuando lleva la firma de alguien que conoció muy bien este icono de Punta Ballena y a su progenitor, con quien mantuvo una amistad de medio siglo.
Carlos Páez Vilaró: Casapueblo y yo, 50 años de amistad es el nombre del libro escrito por Ramón de Isequilla Real de Azúa, publicado por Ediciones de la Plaza, que fue presentado en la Feria Internacional del Libro que culmina hoy en la Intendencia de Montevideo.
Siendo Ramón de Isequilla un jovencito, conoció al pintor de los soles más famosos de pura casualidad. En el primer día de enero de 1968, cuando se encontraba haciendo dedo rumbo a Solana del Mar (luego bautizado Solanas, con “s” al final, por los turistas argentinos), se detuvo un destartalado Land Rover que consumía casi tanto aceite como nafta, conducido por su propietario, Carlos Páez Vilaró.
Durante el viaje y ante el ofrecimiento del pintor, decidió que en lugar de ir a Solana, prefería conocer Casapueblo. “Minutos después, al atravesar el portón azul, ocurría una circunstancia que cambiaría el rumbo de mi vida para siempre: las entrañas de Casapueblo me devorarían y nunca más me soltarían”, comenta Ramón.
Ese día comenzó medio siglo de una amistad indestructible, que Páez Vilaró supo rescatar cuando factores externos la pusieron en peligro. “Haciendo algo muy sencillo y al mismo tiempo muy profundo, me llamó por teléfono y me dijo: ‘Ramoncito, nos estamos volviendo viejos, olvidemos nuestras diferencias y volvamos, como antes, a disfrutar de nuestra amistad’, paso fundamental que yo nunca me hubiera animado a dar y que nos permitió los 10 fructíferos últimos años de una relación inolvidable, que se resume en el último párrafo de su carta de despedida, unos días antes de su partida”, señala.
En Carlos Páez Vilaró: Casapueblo y yo, 50 años de amistad, Ramón relata en forma desordenada y espontánea sus recuerdos de medio siglo de camaradería con uno de los artistas uruguayos más universales, que tienen como escenario Punta Ballena, Buenos Aires, Montevideo, San Pablo, Indaiatuba (Brasil) y Nueva York. El libro tiene 192 páginas y varias fotografías que acompañan el relato.
Blanco y peñarolense
Carlos Páez Vilaró siempre fue reservado en cuanto a sus preferencias políticas o futbolísticas. Pero en la intimidad de un viaje en auto a Buenos Aires, le confesó a Ramón de Isequilla que era blanco y simpatizante de Peñarol, “pese a que el Partido Nacional no fue muy generoso con él, al contrario”. Dice su amigo y escritor: “Tabaré Vázquez y José Mujica no le escatimaron homenajes y reconocimientos en vida, de los que estaba enormemente agradecido”.
El pintor tenía la manía de ponerle nombre a todo lo que se le cruzaba en su camino: objetos, lugares, animales y personas, para las cuales ideaba graciosos apodos, de los que no siempre se enteraban sus destinatarios. “Su objetivo era identificar con un toque de gracia determinadas características, sin estar en su ánimo ofender a nadie.
Nos viene a la memoria la perra Chita, la lechuza Matilde, la pantera Penélope, el arará Carlos y el pingüino Magallanes, entre sus animales compañeros de la vida”, enumera Ramón de Isequilla.
El escritor evoca también en su libro la tragedia de los Andes, que lo encontró junto al padre de uno de los jóvenes que sobrevivió a la montaña. “En octubre de 1972, Carlos recién volvía a Casapueblo desde Tahití, yo estaba estudiando en Buenos Aires, esperando ansiosamente la llegada del verano, cuando el viernes 13 a la noche me llama Eliane Althaller, que también vivía en ese momento en Buenos Aires, y me dice: ‘¡Escuchá Carve! (AM montevideana que llegaba a la vecina orilla) ¡Se cayó Carlitos Miguel en un avión en los Andes!’”
Más de 70 días después, será el pintor quien leerá la lista de sobrevivientes por la radio, en la que se encontraba su hijo.