Zipaquirá, una pequeña ciudad al noreste de Bogotá, tiene dos prodigios para ostentarle al mundo. La primera es que se dice que, sin Zipaquirá, Gabriel García Márquez no hubiera sido lo que fue; la segunda es ser el hogar de la llamada “primera maravilla de Colombia”. Nadie se equivoca.
La historia de la Catedral de Sal de Zipaquirá comienza en 1930, cuando los mineros construyeron una pequeña capilla en uno de los túneles para poder orar. “Lo único que tenían para estar seguros aquí abajo era su virgen”, relata la guía al iniciar el recorrido que dura unos 90 minutos. La primera imagen de Nuestra Señora del Rosario de Guasá (no WhatsApp, bromea) la hizo un joven minero en arcilla. Por dos décadas, la capilla recibió únicamente a los trabajadores y a sus familiares para la misa de los domingos, hasta que se decidió ampliar la iglesia para albergar a 8.000 fieles.
Pero poco a poco la iglesia comenzó a suponer un peligro por las filtraciones (“recuerden que el principal enemigo de la sal es el agua”, repite la guía durante el recorrido), por lo que en 1992 se abrió un concurso público para construir una más profunda —a 60 metros más abajo que la anterior— y más espectacular, que es la que hoy conocemos y que es un proyecto del arquitecto colombiano Roswell Garabito Pearl. Es increíble por muchas razones y una de ellas es que todo lo monumental fue hecho por solo 127 mineros y todo, todo, todo fue esculpido, tallado y pulido en sal.
“Cuando quieran, la pueden probar. Cortesía de la casa”, invita la guía. Todo el mundo humedece el índice, toca la pared y se lo lleva a la boca. Lo dijo y es verdad: todo es de sal. Cuanto más cerca de la superficie, es “sal vigua”, sin procesar pero de color blanco pues está en contacto con el agua. A medida que se descienden los 180 metros por los senderos de la Catedral de Sal se vuelve oscura tal como los ambientes.
Lo que hoy se considera que es el segundo templo religioso subterráneo más grande del mundo —el más grande es el templo de Damanhur, situado al norte de Italia— abarca una superficie de 10 hectáreas y está dividido en tres secciones principales: un túnel que lleva por el vía crucis, una cúpula de 11 metros de alto y ocho de diámetro y la catedral propiamente dicha.
La primera parte del recorrido son las 14 estaciones del vía crucis. Cada estación está esculpida en un socavón que más adelante se podrá ver cómo está unido al resto. Jesús está representado únicamente como una cruz de sal que estará cada vez más enterrada en señal de su sufrimiento. No hay ningún rostro o ninguna otra imagen. Solo será usted parado ante una cruz y un espacio vacío que solo se hará cada vez más imponente.
No obstante, no todas las estaciones son iguales. La cuarta, cuando Jesús se encuentra con su madre, es la única que fue excavada de forma cilíndrica para reflejar el abrazo de la Virgen María a su hijo. La última estación está en la parte más alta del socavón. De ahí hay una caída de 18 metros. Aquí no hay cruz puesto que Jesús ya murió; su forma está excavada en la roca. Aquí todo es sal y simbología. La hicieron cinco mineros con cincel y martillo y agua dulce para pulir durante 12 días.
Si todo lo anterior no le estremeció en ningún momento espere a ingresar al espacio de la cúpula. “Toda catedral debe tener una cúpula”, apunta la guía. Y la de esta catedral es una tallada y pulida a mano que simboliza la unión entre la Tierra y el cielo. Y si esto no funciona espere a ver de cerca la mayor cruz tallada bajo tierra del mundo de 16 metros de altura y el altar mayor. El templo principal tiene tres naves: la nave del Nacimiento donde se encuentra el bautisterio simbolizado por una cascada de sal cristalina; la nave de la Vida donde se ubica el altar mayor, esa cruz imponente y la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Guasá; y la nave de la Muerte y la Resurrección.
Para salir del punto más subterráneo de la catedral hacia la superficie hay dos maneras. La más cómoda es tomarse un bus que parte cada 30 minutos. La otra es emprender la caminata a través de las escaleras del penitente: 42 escalones a 45 grados de inclinación. Suena fácil pero las piernas jugarán una mala pasada. “Se dice que las personas que la suben y llegan muy cansadas es porque cargan con muchos pecados”, alerta la guía. Si es religioso, hay oportunidades de sobra para expiarlos antes de la salida.
Bodas, tiendas y museos
La Catedral de Sal de Zipaquirá está a 40 kilómetros de Bogotá. Lo más rápido y práctico para llegar es en un tour que deja en la puerta del Parque de Sal (y hasta puede complementarse con una visita a la Laguna de Guatavita).
También se puede llegar por tren, específicamente, en una antigua locomotora a vapor, pero esta solo funciona los fines de semana.
La entrada a la Catedral de Sal no es el paseo más barato que se puede hacer en Bogotá y alrededores, pero vale la pena. Por ejemplo, la excursión combinada organizada por Civitatis para Zipaquirá y Laguna de Guatavita cuesta US$ 100 e incluye la entrada a ambos lugares. El ticket de ingreso al Parque de Sal para extranjeros supera los $ 1.000 (hay descuentos para los niños).
Al final del recorrido religioso se pueden visitar algunos museos, por ejemplo, el Museo Arqueológico, Museo de Tutankamón o el Museo de la Esmeralda, el que tiene una réplica de una mina de esta piedra preciosa típicamente colombiana. Se puede llevar a casa. Por otra parte, durante el recorrido hay algunos espectáculos de mapping y un cortometraje 3D.