Cauteruccio: la profesión que no pudo ser, el negocio con Eguren y el material inédito que guarda de Sudáfrica

Quiso ser biólogo y descubrió su vocación gracias al azar. Tuvo distintos emprendimientos (incluso en pandemia), es jurado de Fuego Sagrado y hace 20 años cocina para la selección.

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Aldo Cauteruccio, el chef de la selección uruguaya desde hace casi 20 años.
Aldo Cauteruccio, el chef de la selección uruguaya desde hace casi 20 años.
Foto: Leonardo Maine.

Aldo Cauteruccio (46) se trepaba a un banquito para poder llegar a la mesada y meter mano en las recetas que su papá preparaba para agasajar a su multitudinaria barra de amigos (más de 30) en su casa del barrio Reducto, donde nació y vivió hasta la mayoría de edad. El chef de la selección uruguaya mamó gastronomía en esos instantes felices, aunque descubrió el oficio por azar. Abrió un local de comidas a los 16 años junto a su hermana mayor y terminó tomando la sartén por el mango (literalmente) un día que la cocinera se enfermó. La señora nunca volvió, él se hizo cargo y ese fue el impulso inicial para entrar a codearse con su vocación.

Ese negocio no prosperó pero marcó a fuego su camino, al igual que tres años más tarde lo hizo una cena con un amigo. “Nos juntamos, hice la cena (me salió muy fácil y rápido, y me daba felicidad ver a la gente disfrutar de la comida) y mi amigo me dijo, ‘te tenés que dedicar esto’ y ahí me di cuenta de que tenía una virtud, que me salía bien y me gustaba hacerlo”, cuenta Aldo Cauteruccio a Domingo. Enseguida se anotó en la UTU a estudiar gastronomía y no paró más.

Primero se metió en la hotelería, hasta que en 2004 llegó la oportunidad de la selección gracias a la recomendación de Carlitos, un amigo y colega, y terminó velando por la dieta de sus ídolos y cocinándoles.

“Era compañero mío del hotel, lo sentábamos para que nos contara anécdotas y yo siempre decía: ‘qué buen laburo tiene este flaco’, porque viajaba, cocinaba, estaba con ídolos. Al poco tiempo dejó, me recomendó a mí y sigo hasta hoy. Nunca imaginé que me podía pasar”, asegura este chef que de niño quiso ser biólogo y que nunca se queda de brazos cruzados.

“He emprendido siempre. Nunca me quedé solo con el trabajo de AUF, siempre hice otras cosas”, dice. Tuvo desde un restaurante con el exfutbolista y actual entrenador Sebastián Eguren, hasta un negocio al aire libre junto a su esposa en plena pandemia. Lo montaron para salir de su casa, y vendían de todo: insumos para jardín, hidromasajes, fogones y parrillas. Los dos últimos están en Fuego Sagrado, el reality de La Tele del que es jurado.

Le sorprendió que le propusieran sumarse a ese staff y lo deslumbró el show: “Era algo muy grande, televisión de verdad: 120 personas atrás de cámara, una producción tremenda con maquilladores, vestuaristas, peluquería”, enumera. Y confiesa: “Al principio me dio mucho nervio, pero después me sentí cómodo porque conocí a la gente, me empecé a divertir, me liberé y ahí me olvidé de la cámara”.

Flashes y reliquias

Esto de ganarse un lugar en los medios, ser famoso y abrazar el cariño del público fue absolutamente involuntario y se lo debe a la hazaña celeste en la Copa del Mundo 2010. “La exposición se fue dando sin querer, porque Sudáfrica fue una cosa maravillosa y creo que le pasó a todos los que estábamos ahí: no sabíamos que acá la gente nos conocía a todos, nos dimos cuenta cuando llegamos, que salías a la calle y la gente te saludaba”, repasa.

Todo comenzó sin que se diera cuenta y en un abrir y cerrar de ojos era famoso. “Saqué la cabeza del ómnibus cuando veníamos en esa caravana que se hizo por la rambla y la gente me empezó a saludar, y cuando vi que dicen mi nombre no entendía por qué lo sabían. Se había vivido algo único, habías estado ahí y la gente te abrazaba. Era todo cariño”, rememora sobre esa bienvenida a la selección que sacó un cuarto puesto en un mundial después de 40 años.

De la noche a la mañana la popularidad lo invadió en lo cotidiano, y la persona que lo atendía en el supermercado todos los días le pidió una foto. “Lo disfruté y lo disfruto mucho. También eso te abre puertas y es interesante. Empezaron las publicidades y los proyectos en televisión. Primero fue Picala en Canal 4y después hice cosas para Vera”, dice.

Sudáfrica fue hace 13 años pero a nivel tecnológico es como hablar de otra era. Por ese entonces, Facebook llevaba la delantera, Twitter era incipiente -“el único que tenía una cuenta era Diego Forlán y para nosotros era raro”, cuenta- y el celular no sacaba fotos con la resolución que lo hace hoy.

“Ahora es todo con celular pero yo me compré una cámara de fotos para llevar al viaje y ahí documenté absolutamente todo lo que pasó: tengo grabados todos los festejos, todos los vestuarios, todas las salidas, todos los ómnibus. Los momentos que nadie podía registrar, yo lo registraba, entonces tengo lo que nadie tiene”, asegura. Tiene esas miles de fotos y horas de video respaldadas en varios sitios por temor a perderlas.

-¿Alguna vez pensaste en hacer algo con ese material inédito?
-No, lo grabé para mí y para los que estuvimos ahí. Hay imágenes que Forlán usó para el documental DF10, pero no considero que sea mi material porque no soy yo el que salgo, es el material que generé para ellos porque era el único que en ese momento lo podía hacer y tenía la confianza suficiente como para guardarlo sin develarlo. Nunca se me ocurrió hacer nada, salvo que me lo propongan ellos. Prácticamente no salgo, entonces los que están son dueños de esas imágenes.

Manija

Hay aromas que lo remontan a su infancia y los tiene impregnados: el olor a los infaltables asados del domingo, a los alfajores de maicena que hacía su madre y a las torta fritas de su abuela. “Puedo sentir el olor al Mercado Agrícola, que no es el de ahora, y al mate de mi viejo”, evoca sobre esos paseos de sábado.

De niño miraba Jacques Cousteau cada mediodía mientras soñaba con ser biólogo. No pudo ser: “Empecé de chico a cocinar, me puse a trabajar y se me fue la emoción del biólogo pero siempre lo tuve pendiente”, dice. Por eso cada vez que planifica un viaje elige un destino donde se pueda bucear. “Me meto donde sea, no me da miedo nada. Me encanta”, asegura.

Durante varios veranos ayudó a su padre a hacer tornillos y tuercas en la tornería de la familia; a los 16 abrió un local de comidas con su hermana, y alternaba el liceo con el negocio. No recuerda por qué eligieron el rubro pero sí que fue a pura “manija”.

“El local era de un conocido de mi padre y dijo: ‘qué bueno que lo podamos hacer en familia’. En principio estaban mis hermanos y mis padres pero se fue cayendo gente y quedamos mi hermana y yo”, cuenta quien se metió en la cocina para tapar un agujero, chapuceó gracias a las instrucciones de sus padres, y no se fue más. El comercio duró dos años: su hermana estaba embarazada y no dio abasto, y no soportaron la presión de llevar un negocio adelante sin tener idea.

En 1999 abrió una agencia de viajes con un grupo de amigos: eran jóvenes, trabajaban en turismo estudiantil, se dieron manija y se lanzaron por la cuenta. “Nos fue bien, después cada uno siguió su camino pero fue una etapa muy divertida”, describe.

Décadas después, abrió un restaurante con Eguren. “Se dio un verano en la playa hablando del tema, nos dimos manija y pusimos La Cuadra. En la inauguración estaba toda la selección y tocó No Te Va Gustar, nos dimos lujos que eran una locura”, cuenta. Lo disfrutaron mientras les dio la energía y lo vendieron cuando nació Agustín, su primogénito, porque ir a trabajar sin dormir ya no era negocio.

La pandemia descolocó a Aldo Cauteruccio. El 21 de marzo de 2020 nació su segundo hijo, se mudó, la AUF lo mandó al seguro, y esa misma semana le tocó cerrar su empresa de bienestar corporativo porque las soluciones que brindaban no rendían en la versión teletrabajo. “Tuvimos que desarmar el negocio y nunca más volvió”, revela. Y agrega: “Pasamos por tres cosas duras en la misma semana pero acá estamos, salimos adelante”.

Agradecer

Eguren no es el único futbolista amigo del chef. Tiene muy buena relación con Vicente Sánchez, Sebastián Abreu y toda la generación de Sudáfrica 2010. “Hay gente con la que no hablo tan seguido pero me reencuentro y es como si no hubiera pasado el tiempo. Vivimos mucha cosas, compartimos días y días concentrados, hay mucha afinidad”, dice.

Reconoce que apenas llegó a la AUF los futbolistas eran los ídolos que veía en la tele; hoy conoce a los cracks desde niños y verlos triunfar lo enorgullece. Confiesa que el trato en la interna no es como si fueran rockstars: “En cualquier parte del mundo son mega estrellas, se les tiran arriba, pero para los que estamos ahí son gente a la que invitás a un asado o conocés a la familia. Es más humano de lo que parece”.

Trata de no perder la capacidad de asombro y agradece el rol que ocupa hace 19 años porque no sabe si de otra forma hubiera tenido la chance de ir a un Mundialo de ver a Uruguay jugar en el exterior. Y cierra: “Encima entrar a la cancha y festejar después con el que hizo el gol”.

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