MARÍA INÉS LORENZO
Pasaron 50 años de su muerte, pero su impoluta trayectoria sigue tan vigente como esa casa que él mismo diseñó, lo vio crecer e impulsó a enseñar. Filósofo, psicólogo, crítico de arte y abogado, Carlos Vaz Ferreira (1872-1958) fue y sigue siendo una de las figuras más influyentes de la cultura nacional. Tal es así, que el 4 y 5 de octubre se celebrará el Día del Patrimonio en conmemoración a él, bajo la consigna "Uruguay, país de pensamiento".
De ahí que su majestuosa quinta de 630 metros cuadrados construida en 1918 esté ahora en pleno proceso de restauración. La Comisión de Patrimonio Cultural destinó un millón de pesos para que la casa luzca tal como en aquella época, y se pueda apreciar el acervo histórico y artístico que encierran sus paredes.
Las obras edilicias están bajo la ejecución del Ministerio de Transporte y Obras Públicas. "Se reconstruirán las ventanas de madera que dan a la calle y el cerco de seguridad que la circunda, pero no cambiará la fisonomía de la quinta, su decoración ni la disposición de los muebles", señala uno de sus ocho nietos, Cristina Echevarría.
A su vez, el taller de la Comisión se está encargando de devolverle los dibujos indígenas que Pedro Figari trazó en los empapelados y pinturas del techo de la sala que hace las veces de escritorio.
Si bien Cristina Echevarría era pequeña cuando su abuelo falleció, lo recuerda hoy con profunda admiración y respeto. Igual que Graciela, otra de sus nietas. "Todo en casa era orden y trabajo", añora en el libro El prado y antiguas costas del Miguelete, de los autores Caubarrère- Monzón.
Es que más que una nueva filosofía, Vaz Ferreira introdujo en su familia y en toda la enseñanza pública del país una postura independiente, abierta, comprensiva, criticista y especulativa. Publicó más de 19 libros, luchó treinta años para que se pudiera construir la Facultad de Humanidades y Ciencias, y fue un fervoroso defensor del saber y el estudio desinteresado. Según el prestigioso filósofo español Miguel De Unamuno (1864-1936), sus libros se distinguen porque "parecen hablados más que escritos y a través de ellos, se oye la voz del profesor".
HISTORIA. La casa de Vaz Ferreira se ubica en el barrio Atahualpa (Prado) en medio de un jardín de aspecto selvático de 3.969 metros cuadrados. Fue construida en 1918 por el Arq. Alberto Reboratti siguiendo las expresas instrucciones del ilustre profesor, y diseñada en su interior por el pintor Milo Beretta, cuenta la nieta de Vaz, Cristina.
Las cortinas, alfombras y los muebles están inspirados en corrientes pos-impresionistas traídas por Beretta de París. Y los dibujos de pájaros que rodean la puerta de hierro de entrada, los herrajes y lámparas de escritorio los trazó Pedro Figari.
Nueve dormitorios, tres baños y una azotea con mirador coronan la planta alta, y en la planta baja se sitúa el escritorio, el comedor, dos baños más, y la sala personal de la esposa de Vaz Ferreira, Elvira Raimondi.
La casa fue ampliada por única vez en 1928. "Alberto Reboratti se había asociado con Bello, su antiguo amigo electricista, y juntos construyeron la sala de música. Carlos Vaz Ferreira era un melómano con predilección por Schubert, Wagner, Brahms, Bach y tenía muchos equipos de música, fonógrafos, dos pianos, un armonio y discos que se relacionaban con los instrumentos por colores. Más de veinte personas llegaban a escuchar música, entraban y se iban en perfecto silencio. Si alguien hablaba, mi padre lo hacía callar inmediatamente, y si hablaba mucho era capaz de echarlo, era un silencio sepulcral (…)", recuerda Raúl, uno de los ocho hijos del filósofo en el libro El Prado y antiguas costas del Miguelete, cuyo capítulo sobre la casa de Vaz Ferreira fue escrito por Elisa Roubaud.
En la memoria de la familia, la música fue la gran pasión artística de Vaz Ferreira. Eran asiduos concurrentes a la sala Juan Zorrilla de San Martín, Domingo Arena, Emilio Oribe y Esther de Cáceres, entre otros.
"Él enseñaba a concentrar la atención: a escuchar reverentemente (…), a elegir, valorar, a sentir. Y todo esto sin discursos, sin indicaciones, dejando que el arte operase nuestra entrada en sus secretos, sus sortilegios. Vaz Ferreira nos hacía mejor, más dignos, más felices", recuerda Cáceres.
PATRIMONIO. Hacer de la quinta un destino cultural fue decisión de los hijos de Vaz Ferreira, quienes quisieron mantenerla privilegiando lo afectivo y lo histórico, no la ganancia que se generaría con su venta, cuenta Cristina Echevarría.
Ellos siempre soñaron con la transformación de la casa en museo y movieron poco más que cielo y tierra para conseguirlo. En 1975, fue declarada Monumento Histórico Nacional, y a partir de 1997 dejó de ser un hogar familiar.
Desde entonces permaneció abierta durante años, limitada a personas, grupos o instituciones que quisieran conocerla, y luego de 2004, se comenzaron a abrir sus puertas a todo el público en las jornadas de Patrimonio. Hasta el momento, han visitado la quinta más de 8.500 personas. Seguramente serán más.
Hoy, se está elaborando un proyecto para crear un Museo de Sitio y un Archivo que permita rescatar materiales inéditos de Vaz Ferreira. La idea es que la casa funcione como un centro de actividades culturales y académicas, señala su nieta Cristina.
Las instalaciones de la casa del filósofo así como su jardín son concebidos como un Museo de Sitio porque constituyen un testimonio único del siglo XX en Uruguay.
Como lo estableció el arquitecto Gabriel Peluffo Linari, "el valor patrimonial natural de la vivienda, desde el momento en que el diseño del equipamiento es realizado por el pintor Milo Beretta, ha mantenido hasta el día de hoy y sin alteraciones, su carácter integral de acuerdo a las pautas impartidas en la Escuela de Artes y Oficios por Pedro Figari; un hecho hasta el momento desconocido para la comunidad montevideana y de honda significación para la historia del arte y el diseño nacional".
VERDE NATURAL. El jardín de la quinta, agreste y silvestre, fue creado por Carlos Vaz Ferreira y su esposa para estar en paz y armonía con la naturaleza. El filósofo siempre respetó la ubicación de los árboles y las plantas que existían cuando compró el predio y fue incorporando especies exóticas y nativas. Con el tiempo se produjo un ambiente excelente para la reproducción de los vegetales y el jardín constituyó un verdadero laboratorio natural para la familia.
Vaz Ferreira era un buen conocedor de insectos y le gustaban las gallinas. Criaba en jaulas diseñadas por él mismo gallos ingleses sobre los cuales hacía estudios de genética. Incluso, instaló un estanque de peces. Estas inquietudes las compartió siempre con sus hijos, y dos de ellos, Alberto y Raúl, resultaron luego reconocidos investigadores.
Otra de las peculiaridades del filósofo era su afición por los pájaros. "La casa tocaba el cielo con un mirador donde anidaban los pájaros, rodeados de casillas hechas por Carlos Vaz Ferreira para proteger a las golondrinas de la persecución de los gorriones, colocando una baldosa adelante que les impedía entrar y que quién sabe por qué extraño mecanismo permitía que las golondrinas mantuvieran sus nidos. Austera y moderna, funcional y hecha a la medida de la vida familiar, la casa de la quinta de Vaz Ferreira responde a las inquietudes de las vanguardias que buscaban la armonía de las artes plásticas en la geometría y la precisión matemática (…)", se describe en la publicación de Denise Caubarrère, El Prado y antiguas costas del Miguelete.
Hoy, el jardín extraña las jaulas de gallinas y pájaros que se destruyeron con los años. Sólo queda incólume el aroma de las flores, las plantas y los árboles, que también, y como Vaz Ferreira siempre lo anheló, permanecen librados a su evolución natural.