Con la cocinera Leticia Cicero: "La gente no sabe qué pasa en lo que come"

Compartir esta noticia
Leticia Cicero. Foto: Leonardo Mainé

EL PERSONAJE

Es química, pero dejó un trabajo seguro por la cocina. Fue finalista en el primer Masterchef y hoy tiene un espacio en la televisión y la radio y recibió un premio por su primer libro.

"¿Y qué hacés de tu vida?”. Lucía Soria tomó un vasito diminuto con una crema color caramelo dentro y se dirigió a la mujer de sonrisa amplia, lentes negros, vestido floreado y delantal celeste con unos bordes dorados que tenía delante. “Soy ingeniera química y ama de casa, actualmente; tengo tres pequeños”, dijo la mujer hasta entonces desconocida. Era verano, el sol rebotaba fuerte en una Plaza Independencia vallada y rodeada de curiosos que observaban con atención a los que, como la mujer, esperaban detrás de una mesa negra a que tres jueces decidieran cuál sería su destino por las próximas semanas o tal vez meses. O tal vez años. O la vida.

La muchacha desconocida recibió una cuchara de madera importante, levantó los brazos y corrió feliz hacia una de las vallas, abrazó a una mujer y un hombre que, luego sabremos, eran su mejor amiga y su esposo. Leticia Cicero ya era una de los 50 seleccionados para competir en la primera edición de Masterchef Uruguay. Entonces vino el delantal blanco con el logo rojo y tuvo que picar cebolla para demostrar que tenía el pulso de un chef. Los trozos fueron impecablemente fileteados a pesar de las manos temblorosas.

Lo que la pantalla y un reality de cocina puede hacer en la vida de las personas no es ninguna sorpresa para los que vivimos en el siglo XXI. En un país pequeño, donde el “todos se conocen” termina por ser bastante real, exponerse ante una audiencia de miles, competir ante ellos, genera cierta incertidumbre. Miedo.

Tres años y un tanto después, en una primavera más fresca y lenta de lo que se suele esperar, la sonrisa de esa mujer ya es más que familiar para muchos uruguayos. Su nombre no es desconocido. Por lo menos para aquellos que se prendieron con fanatismo y expectativa al programa. O para los que tienen por costumbre encender la televisión todas las mañanas. O para los que escuchan radio durante la semana. O para los que recorren la sección gastronómica de las librerías.

Tomar decisiones

Lo que nadie podía imaginar era que aquella mujer pequeña a la que le temblaban las piernas ante las cámaras hacía poco tiempo había tomado una de las decisiones más importantes de su vida. Una que torció el camino de la adolescente que pensaba que la ingeniería química era para siempre. Sin esperar un trampolín como aquel reality ni su destreza para convertirse en una de las finalistas —fue la última contrincante de Nilson—, Leticia dejó un trabajo público estable para estudiar cocina.

Había estudiado un año de pastelería en Instituto Gato Dumas y estaba proponiendo talleres de cocina para niños cuando su mejor amiga le habló de Masterchef. “A veces me digo que no puedo pensar tanto las cosas, porque no me sale tirarme al agua de ojos cerrados, hago un análisis de la situación pero, entonces, cuando doy el paso me siento segura. Masterchef me daba mucho miedo porque no sabíamos a lo que nos enfrentábamos, por la exposición, porque lo que consumíamos del programa desde otros países no era muy amable. Para mí fue salir del cascarón”.

La química, cree, es algo que trae en la sangre. Su madre y ella fueron compañeras de generación en la facultad y su abuelo, al que conoció por cuentos, era “el —pone énfasis— químico farmacéutico del pueblo”. Pero la cocina, ese mundo de aromas y sabores interminable, también tenía una razón de ser en ella o al menos fue parte fundamental de su historia de vida, y puede ser igual de importante en sus hijos. Quiere lograrlo.

Leticia emana ese algo que frente a frente se siente, para su interlocutor, como reconfortante y que en palabras puede traducirse como calidez o ternura. Quizá por eso no se hace tan difícil imaginarla 30 años antes, niña, parada sobre una banqueta para alcanzar la mesa de madera grande que coronaba la cocina de su infancia. Con sus manos pequeñas mezclaba harina, chocolate, azúcar, huevos, manteca para la receta de torta que había aprendido.

Por aquel entonces y hasta hoy en día su madre, Estela, es la referencia que tiene en la vida. Su padre murió cuando Leticia estaba en la panza y Estela, de entonces 22 años, tuvo que lidiar con su duelo mientras se hacía cargo de la bebé por nacer más dos hijos chicos, el trabajo y las deudas. Leticia la describe como una “guerrera”. A ella también le debe el entender a la cocina como una herramienta, como independencia. “No conocí a mi padre ni tampoco viví la pérdida porque no había nacido. Pero sí tengo recuerdos de lo luchadora que era mi madre y nos demostró que si querés hacer algo en la vida, lo tenés que hacer por tus propios medios. Ella, con todo ese panorama, con nosotros de 5, 7 y 8 años, trabajando, terminó el liceo”.

Entonces piensa un poco más y reafirma que tuvo una infancia feliz, que su madre nunca le transmitió angustia, que en Libertad podía deambular por la ciudad con sus primos, era libre, que en su casa casi nunca había aceitunas, pero nunca faltaba ni la fruta ni las verduras. “Mi casa siempre olía a casero”, dice, y desde entonces es feliz en su hogar y su ciudad, y de grande, de madre, de mujer, trata de mantenerlo como eje. En una entrevista con Leticia Cicero es imposible escaparle a la palabra “hogar”.

—¿Tratás que con tus hijos sea similar a lo que fue con vos en tu infancia?

—El hogar es un tesoro. A partir de ahí estás dando algo muy valioso a tus hijos. También sé que soy una afortunada de poder dedicarles tiempo por una decisión que tomé pero porque pude tomarla, como cuando dejé el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Ahora a veces no tengo tiempo para jugar entre todos mis trabajos vinculados a lo que elegí, pero trato de que al menos cocinemos juntos.

Entrar a Masterchef fue un cambio. Las cámaras, las opiniones ajenas, la evaluación constante del jurado, los desafíos culinarios a los que no se había enfrentado nunca, las horas afuera de casa, la incertidumbre de lo que pasaría si al otro día ya no hubiese más programa. ¿De qué trabajaría? ¿Podría mantener intacto el ímpetu con el que dejó un empleo seguro para perseguir un sueño? Sus tres hijos mirándola, atentos, por televisión, viéndola jugar un juego que, para ellos, la madre tenía que ganar.

Hoy Teo, fan de la sopa y el más chiquito, ya ni recuerdos tiene de la final porque entonces solo tenía 1 año y medio. Pero las grandes, Clara, de 8 —la que salta cuando hay paella— y Paz, de casi 7 —la atenta a todos los 29 porque ama los ñoquis— todavía tienen algún recuerdo. Además cocinan solos, saben prender el horno, lavar la loza y tienen un banquito para llegar a lo que no alcanzan.

“El tema de la frustración de ellos me preocupaba, más por ellos que por mí. Para ellos era ‘mamá está en un juego, compitiendo, tiene que ganar’, y mi salida podía ser en cualquier momento. Entonces siempre los cuidé mucho de eso, que si me iba no importaba porque yo era feliz. Y también me pareció bueno para que entendieran que uno no se tiene por qué quedar con lo que no le gusta. Sabían que no me gustaba mi trabajo anterior, que quería hacer otra cosa”.

Y Leticia no solo llegó a la final, sino que poco después empezó su espacio en La receta de Leticia en Canal 10, la química volvió al ruedo en una columna para el programa No toquen nada y de esa mezcla también salió su libro De la química a la cocina que hace pocos días recibió el reconocimiento internacional Gurmand World Cookbook Awards. Estudió redes sociales, hizo más cursos de cocina.

A Leticia todavía le tiembla el pulso, pero ya no tambalean sus piernas frente a las cámaras y logró una pantalla propia en su Instagram. Y, desde todos esos espacios, se convirtió en una defensora de lo que siempre amó: la comida casera.

“Mezclar la química y la cocina es explicar de forma terrenal las cosas; me parece fundamental. La gente no sabe lo que pasa en lo que come, y el libro, como la columna, me sirvió para eso, pero además fue como un cierre y un comienzo para todo eso que pasó y que está pasando en mi vida”, relata.

A la cocina y la química las buscó, a la comunicación, sin querer, la conquistó.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

A puro baile en el casamiento de Maru Martínez
0 seconds of 19 secondsVolume 90%
Press shift question mark to access a list of keyboard shortcuts
Next Up
Encontraron una botella con un mensaje en una playa de Australia
00:55
00:00
00:18
00:19