Conocer a Petrona Viera a través de su obra: un recorrido para "El hacer insondable"

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Las curadoras María Eugenia Grau y Verónica Panella frente al cuadro Composición de Petrona Viera, en exposición El Hacer insondable. Foto: Leonardo Mainé

ARTES VISUALES

Las curadoras María Eugenia Grau y Verónica Panella nos guían por la exposición del MNAV para derribar las etiquetas y conocer a Petrona Viera a través de sus creaciones.

"El artista no debe limitar, encerrar la satisfacción de ver en un círculo pequeño. Apenas levante los párpados, sus ojos han de tener un objetivo, estar despiertos, terriblemente despiertos, amargamente despiertos, si es necesario. Ante los ojos del que tiene capacidad de crear, todo ha de quedar desnudo; o vestido, según su ilusión”. Esas palabras son de Petrona Viera y fueron escritas para Clara Sobremonte, que las publicó en páginas de la revista Atlántida, ilustraciones argentinas de setiembre de 1940. El relato escrito sobre Petrona Viera casi no existe. Más allá del cuaderno donde pegaba los recortes de prensa que la mencionaban no llevó un diario, o al menos no uno que llegara a estos tiempos. No hay cartas que adornen su vida. Pero de Petrona hay sí —y mucha— una narrativa pictórica que la acompañó toda su vida y que hoy reconstruyen las curadoras María Eugenia Grau y Verónica Panella enEl hacer insondable, exposición en el Museo Nacional de Artes Visuales. “Vos de Petrona tenés una silueta mediada por lo que dice la crítica, por lo que dicen los demás, y pocas certezas documentales, hablando estrictamente de escritos. Pero sus obras son referencia documental a la que tenés que interrogar de otra manera y te da otras respuestas”, explica Panella.

Mucho más que pintar niños

Para entender a los niños que retrataba, Petrona contó a la revista Atlántida que iba a recreos y aprendía a jugar. “En los juegos iniciales todo parece muy sereno, armónico. El tratamiento de sombra y luz en relación a la pincelada y colores caracterizan este planismo de Petrona. También aparecen jóvenes y niños en climas confesionales. Más adelante, retoma a los niños con otra mirada y madurez en las xilografías. Aparece otros juegos y otro entorno más agreste y los niños están inmersos en el paisaje”, detalla María Eugenia Grau.

En su entrevista de 1940 Clara Sobremonte escribe: “El color, para ella que no oye ni habla —Petrona quedó sorda a causa de una enfermedad que padeció a los dos años—, trae un múltiple mensaje: le canta, le sugiere, le da movimiento a todas sus impresiones. No exageramos si decimos que también le ha dado la posesión de un mundo y la dicha de poder disfrutarlo”. Y como el arte fue su propio relato, esta nota invita a recorrer la vida de Petrona a través de lo que cuenta su obra bajo el guion propuesto por las curadoras de El hacer insondable.

Obra "Recreo" en la exposición Petrona, El hacer insondable. Foto: Leonardo Mainé
Obra "Recreo" en la exposición Petrona, El hacer insondable. Foto: Leonardo Mainé

Los retratos y los vínculos

Al comienzo de la muestra, después de dos óleos sobre cartón que hizo en sus estudios con Vicente Puig, hay una serie de ocho retratos, distinta al resto de su obra por el pastel y su efecto difuminado, evanescente que carga de un aire misterioso a los personajes de su vida doméstica. Los modelos —jóvenes, niños, niñas— no son otros que algunos de los diez hermanos de la artista. Los retratos no están fechados (igual a buena parte de sus cuadros), pero por la juventud de los Viera no pasan de la década del 20. Por ese entonces su padre, Feliciano Viera, era presidente de Uruguay, la familia entera residía y crecía en la casa quinta de 8 de Octubre y todos incursionaban en alguna rama del arte.

Recorrer la exposición monográfica de Petrona es viajar a través de un espiral que, de acuerdo a sus curadoras, muestra crecimiento y cambio, a la vez que un eje firme. “La particularidad de la obra de Petrona es que una vez que comienza un tema no lo abandona aunque sus etapas técnicas vayan cambiando”, dice Grau.

Retrato de Luisa Viera, hermana de Petrona. Foto: Leonardo Mainé
Retrato de Luisa Viera, hermana de Petrona. Foto: Leonardo Mainé

En ese bucle están los retratos, esos en pastel y los posteriores a 1922 que emergen del taller de Guillermo Laborde, su maestro por 20 años. Está el planismo, los colores fuertes, las formas austeras, la geometría detrás de su hermano Venancio, las sombras atrevidas en violetas o verdes del retrato de su hermana Matilde. Está el autorretrato con sus ojos delineados en un negro que connota la estética de la época así como el corte a lo garzón, la boca roja y pequeña, los pómulos marcados. “Y Petrona quería mostrarse como artista”, explica Grau mientras señala la paleta pintada que ocupa casi un cuarto del encuadre.

En sus vínculos retratados están Luis Pombo y su hermana “Lucha” Luisa Viera. Al primero lo conoció a través de Laborde y fue quizá el único crítico que analizó realmente la obra de Petrona, alejándose de los comentarios y sugerencias paternalistas. Lucha fue esa hermana que acompañó a Petrona en todo su recorrido. Como la definió Clara: “La que mejor se pliega a sus gustos y quizá la que mejor la comprende, Luisa, le sirve de Lazarillo amable en sus giras de estudio”.

Naturaleza viva y muerta

A las 5 de la tarde todas las señoritas Viera debían estar en el salón para tomar el té con la madre. Petrona no. Cuando el padre murió y por cuestiones económicas se mudaron de la quinta a una casa más modesta de la misma avenida, Petrona montó su atelier en el piso superior de la casa y tenía autorización de su madre para permanecer mientras el sol estuviese en alto. Bajo la rigurosa ley materna de María del Carmen Garino, Petrona tenía ciertas libertades.

A esa libertad remiten los desnudos que pintó entre el 30 y el 40. Bellos, femeninos, con rodetes o cabelleras sueltas, en una paleta bastante suave, pero con pinceladas que dotaban los cuerpos de un peso importante. Dice Panella: “Estos desnudos (que volvemos a ver en xilografías) tienen la condición de ser un documento histórico importante. Por un lado porque no es una temática demasiado frecuente en el arte uruguayo y en ese período particular. Pero además porque una mujer en un ambiente extremadamente restrictivo tenía el permiso de recibir modelos que se desnudaban para ser un objeto pictórico. Y el valor plástico nos habla de una Petrona que siempre investiga”.

Autorretrato de Petrona Viera
Autorretrato de Petrona Viera

Entre las licencias de Petrona estaba la posibilidad de tomarse un tranvía con Lucha, cargando juntas caballete y lienzos hasta Malvín, Punta Gorda, Atlántida o el Este. También iban a una entonces agreste Costa Azul, donde un hermano tenía casa. De esos viajes nacen los paisajes y otra bocanada de aire fresco para la vida de Petrona. “Se encuentra entre mis predilecciones estéticas todo aquello que muestre a la naturaleza en rebeldía, como ser la lluvia, el viento, la niebla. Cuando esto veo, no puedo resistir a la tentación de salir a pintar, ya sea a las playas, a los jardines, a los bosques”, confesó a Atlántida. La pincelada audaz refleja esa rebeldía del entorno.

La exposición que se necesitaba

En su época, Petrona Viera aparecía en páginas de arte, pero, dicen las curadoras Grau y Panella, las críticas —salvo las de Luis Pombo— eran duras y estaban acompañadas de consejos paternalistas. Un ejemplo del tratamiento a su obra es el del cuadro de gran formato que abre la exposición. En 1927 Petrona presentó Retratos en el jardín en el Salón de Otoño del Círculo de Bellas Artes. Como la crítica consideró que en la obra no había retratos, sugirió el cambio de nombre a Composición -las protagonistas eran sus hermanas-. Por un rato, Petrona obtuvo un primer premio muy cuestionado que pasó a ser compartido. La artista decidió devolverlo y nunca más obtuvo otro reconocimiento a su altura. La exposición, así como su mayor presencia en los últimos años del MNAV es, para las curadoras, una reivindicación necesaria con la artista.

Si bien el paisaje cobra protagonismo en esa serie, ya estaba presente en los jardines de una “naturaleza disciplinada” —como la llama Grau— que enmarcan a los niños jugando en Recreo y otras obras del estilo, o a sus hermanas en Composición (ver recuadro). Y aparecen, también, con la figura humana inmersa, en las xilografías de la época de Guillermo Rodríguez, artista al que recurre luego de la muerte de Laborde.

Hacia el final de su vida y de la muestra predomina la naturaleza muerta. Unos años antes de su muerte en 1960 Petrona enferma y sus salidas se restringen, pero el encierro no corta su tenacidad y recurre a lo que hay en casa. Las curadoras eligieron las frutas porque en la intensidad de la paleta se refleja ese “hacer insondable”, ese ímpetu por seguir pensando el color, la pincelada, el encuadre. La fruta, dice Panella, es un “elemento dramático de una Petrona que deja la vida en pintar.”

Una vida dedicada a su obra

Petrona Viera (1895 - 1960) fue la primera hija de Feliciano Viera y María del Carmen Garino. En su primera infancia padeció una enfermedad -se cree que meningitis- que la dejó sorda, dificultando su comunicación. Asimismo, desde temprana edad demostró su talento para el arte y su familia nunca lo frenó. Fue alumna de Vicente Puig, Guillermo Laborde y Guillermo Rodríguez. Participó de exposiciones colectivas en Uruguay y el exterior y se convirtió en la primera artista mujer profesional. El MNAV tiene más de 1000 obras suyas en el acervo.

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