Julio Ikazuriaga se acuerda muy bien cuándo fue que inauguró su primera pista de Scalextric. “Estaba viviendo en España, sin trabajo y se me ocurrió esto. La abrí el 9 de mayo de 1991, al día siguiente de mi cumpleaños número 30, en Islas Canarias”, señala a Domingo sobre el juego de carreras de autos a escala que le cambió la vida. Hoy hace 15 años que está al frente de Tuerkitas en Punta del Este (Gorlero entre 27 y 28), una pista abierta todo el año que se transformó en un gran atractivo familiar con clientes de todas las edades que siempre vuelven.
¿Pero cómo comenzó esta historia? Julio cuenta que se crió en Punta del Este. Fue a la escuela N° 5 del balneario y luego al liceo N° 2, siendo uno de los 70 adolescentes fundadores de la institución. Su madre era profesora de matemáticas, mientras que su padre tenía un salón de maquinitas (así se solía llamar por aquel entonces a los juegos electrónicos).
“Un año incorporó una pista de autitos chiquita y luego la subalquiló a una juguetería que estaba en la punta de Punta del Este y que ya no existe más. De niño me quedé con esa idea y nunca más la vi”, relata sobre lo que considera fue el origen de su amor por los pequeños autos de carrera.
Antes de terminar el liceo, consiguió una beca para finalizar sus estudios en los Estados Unidos. Llegó a cursar cinco semestres en la Universidad de Maryland, pero no pudo continuar porque no tenía visa de estudiante y además su padre no pudo seguir pagando por problemas económicos. De todas formas, con el tiempo, llegó a matricularse en bioquímica, aunque nunca ejerció la profesión.

Decidió volver a Uruguay, donde le resultó imposible conseguir trabajo. “Fue entonces que un vecino mío de Punta del Este, que era de Tenerife, me habló maravillas de ese lugar. Y la verdad que tenía razón porque es una zona de turismo casi todo el año, clima maravilloso. Me fui para ahí y como hablaba perfecto inglés, enseguida conseguí trabajo en una empresa americana de tiempo compartido”, recuerda quien se convirtió en jefe de recepción.
Allí se enamoró de una chica, se casaron y decidieron mudarse al norte de España, donde se le complicó para encontrar trabajo. Fue así que viendo la popularidad que tenían en la madre patria las pistas de Scalextric, se le ocurrió montar una, pero con la particularidad de que era itinerante.
“No lo había hecho nadie y me consta. Como todos los pueblos y ciudades de España tienen una o dos veces al año una feria para conmemorar su día o el santo del lugar, una especie de parque de atracciones, armé una caseta desmontable, como un salón, con una pista de autitos adentro. Fue un éxito inmediato y nunca más lo dejé”, relata sobre el comienzo de todo.
Había fijado su lugar de residencia en una isla, entre Gran Canaria y Tenerife, pero se pasaba yendo de pueblo en pueblo con la pista. Eso le costó su matrimonio, porque cuando su esposa salía de madrugada a trabajar como profesora, él estaba llegando de una feria; no se veían nunca. “Estuve ocho años haciendo eso hasta que me cansé”, apunta.
Volvió a Uruguay, no le vio futuro a la cosa y partió a Missouri con un amigo estadounidense, con la idea de replicar el negocio. Allá empezó a trabajar en shoppings. Primero en uno de Saint Louis, en el que permaneció ocho años. Vendió esa pista y se mudó a Atlanta, donde en el centro comercial Discover Mills construyó la pista más grande del mundo de Scalextric.
“Era monstruosa, cuatro veces el tamaño de la que tenemos ahora en Punta del Este. Tenía 139 metros de recorrido, la de acá tiene 40 metros. También tenía seis carriles, pero el tamaño era impresionante. La vendí llave en mano, funcionando”, dice.
La última pista que instaló en Estados Unidos fue la de Baltimore, el lugar donde había estudiado siendo joven.
“Arrancó bastante bien, pero vino la crisis inmobiliaria de 2008 y de un año para el otro empezó a bajar todo. Terminé el alquiler, metí todo en un contenedor y me lo traje para acá. La pista actual de Punta del Este es la que tenía en Baltimore. La abrí en 2009 y, ahora sí, no pienso irme más”, asegura.

Familiar
“Tuerkitas tiene un alto nivel de popularidad. En 15 años se ha afianzado, nos hemos hecho de una clientela muy fiel que juega y vuelve”, cuenta orgulloso Julio y destaca: “Es una atracción familiar: juegan niños, abuelos… la familia entera. Hemos visto a niños crecer. La experiencia de la risa entre familia es insustituible”.
Comenta que los niños empiezan a ir desde los 3 años. “Tenemos banquitos para que se suban y les ajustamos la potencia del auto individualmente para que puedan ir siempre a fondo. Es curioso porque los más chicos no conocen el concepto de Scalextric como sí pasa en España. Es un hobby cien por ciento europeo; no es americano ni japonés”, explica.
Hay clientes que llegan con sus propios autos, que pueden ser incluso más rápidos que los que ofrece Tuerkitas, que se maneja con un límite de velocidad por razones operativas.
“A la gente le encantan los automóviles y esto te permite manejar desde un Aston Martin hasta un Volkswagen. Tenemos como 300 autos distintos para elegir, réplicas a escala de autos reales. La escala es 1/32, es decir que son 32 veces más chicos que un auto real”, detalla.
En Tuerkitas, Julio comanda un aceitado equipo de tres personas que también es una especie de familia. En la caja está su socia Olga Bayarres, quien en algún momento fue su segunda esposa (se divorciaron), y cuenta además con dos jóvenes empleados.
Uno es Franco Oliva (trabaja solo en temporada), que empezó siendo cliente de la pista cuando era niño. “Venía desde Montevideo todos los veranos a jugar y se hizo muy apegado. Entonces, cuando cumplió 18, hace dos años, empezó a trabajar con nosotros. Es fantástico lo que hace, aprendió a arreglar todo mejor que yo. Él lleva el taller donde reparamos los autitos, incluso tiene una impresora 3D en la que es capaz de replicar un chasis si se quiebra”, señala y apunta que los repuestos los importa de los Estados Unidos.
El otro empleado es Ignacio Figueiredo, que se ocupa de atender al público y relevar a Julio en esa tarea.
“Este es un trabajo que requiere un alto nivel de atención, no solo de la gente sino de lo que está ocurriendo en la pista”, acota.
Si bien algunos creen que el Scalextric es una cuestión de azar, en realidad requiere de mucha habilidad y técnica.
“Es una de las cosas que la gente se da cuenta al jugar y por eso se engancha. La técnica consiste en aprovechar las rectas y acelerar, pero en las curvas hay que bajar la velocidad y eso lleva práctica porque sino el auto se despista. Si eso pasa, ahí estamos nosotros para ponerlos de nuevo. No podemos perder la paciencia jamás y no lo hacemos, por eso conformamos un buen equipo”, destaca orgulloso.
¿Tienen tiempo para probarse como corredores? Julio confiesa que lo hacen cuando están por cerrar con un grupito especial de autitos que preparan especialmente, colocándoles motores más veloces. “Los usamos solo nosotros y corremos para batir nuestros propios récords”, dice al tiempo que informa que la pista posee sus récords históricos (ver recuadro).
Para Julio, el secreto de la pasión que despierta este juego está en dos cosas: “La gente es adicta a la velocidad y hay una relación de apego de la sociedad con los autos. Yo he hecho esto en tres continentes y no ha cambiado nunca”, sentencia.

Categorías, autitos de colección y varios récords
Hace 15 años que Tuerkitas, la pista de autitos Scalextric, funciona en Punta del Este. Abre sus puertas todo el año: en temporada alta y las vacaciones que hay en el año, todos los días (de 14 a 22 horas); en temporada baja, sábados y domingos, aunque están considerando empezar a abrir los viernes.
Se puede competir en tres categorías diferentes: autos estándar ($ 140), autos rápidos ($ 150) y autos súper rápidos ($ 160). Los estándar tienen el motorcito que viene de fábrica, mientras que los otros dos tipos de autos lo tienen modificado para alcanzar mayor velocidad.
Dentro de sus clientes, Tuerkitas registra el récord de la persona que ha hecho la vuelta más rápida del local, que es un chileno. Este último también tiene, junto a un argentino que vive en Punta del Este, el récord de más vueltas en los 5 minutos que dura el juego (30 vueltas).
Además de los cerca de 300 autitos que hay para elegir para correr, Julio Ikazuriaga tiene en el local una vitrina con unos 200 modelos que forman parte de su colección personal y están allí solo para ser admirados. “Son modelos difíciles de conseguir”, señala.
Además, en otra vitrina hay un grupo de autitos especiales, de gran velocidad. que preparan los integrantes de Tuerkitas para uso exclusivo del personal. “Con ellos corremos para batir nuestros propios récords”, cuenta Julio.
