DE PORTADA
Historias de gente que vive mayoritariamente sola, y cómo aprendieron a llevarse bien consigo mismo.
Venimos al mundo solos (a no ser que se trate de más de un bebé), y solos nos vamos de él. Entre un hito y el otro, la mayoría de las veces queremos estar con alguien. Tal vez no lo deseamos ardientemente, pero a menudo seguimos los dictámenes tácitos y arraigados de nuestra comunidad.
La soledad casi siempre tuvo mala fama, pero en los tiempos actuales vivir sin otra compañía que uno mismo, aún teniendo un vínculo amoroso (o vínculos familiares) parecería cada vez más aceptado y, también, disfrutado.
Sin embargo, estar mayoritariamente solo es diferente en distintas edades, dice el psicólogo gestáltico Álvaro Alcuri. La edad es una variable importante en cuanto a no tener otra compañía que la voz interior y, por ahí, una mascota. “Una cosa es un veterano que vive solo y otra una veterana con gatos. Son distintos tipos de soledad”.
Los proyectos de vida, los planes o los deseos tienen perspectivas diferentes según los años transcurridos, es el resumen de Alcuri, donde influyen factores como la fuerza física, la salud, la experiencia y la situación económica.
Gerardo
Con cerca de 50 años y profesional universitario, Gerardo hace algo más de una década que vive solo, aun cuando ha tenido varias relaciones de pareja. La convivencia la probó hace ya muchos años, y no ha vuelto a abrir la puerta a esa experiencia.
No fue algo planificado, dice. Se fue dando. De chico, se imaginaba que algún día se casaría o se juntaría con alguien, pero eso no se concretó. “De niño creía que iba a tener una pareja, aunque nunca sentí el llamado de la paternidad. De hecho, me aterró siempre ser responsable de vínculo filial, que es para toda la vida. Ahora, con el tiempo, pienso que sin proponérmelo soy una respuesta a una familia disfuncional y violenta. Indagando un poco, me doy cuenta que los trastornos familiares trascienden varias generaciones. Los problemas que mis abuelos le generaron a mi padre, mi padre nos los transmitió a nosotros y ahora mi hermana a sus hijos“, cuenta.
Pero claro, no la pasa del todo mal estando completamente solo (no tiene ni mascota). Hace lo que quiere. “Toda decisión es inconsulta. El capricho es la norma”.
¿Qué siente respecto de enamorarse y, en una de esas, empezar a vivir con alguien? “Lo vivo con un poco de temor, aunque siempre me miento que voy a madurar y ser un tipo normal”.
—Vivís solo y no tenés en este momento una pareja estable. ¿Cómo te sentís respecto de la sexualidad? ¿Sentís que vivir solo impacta de alguna forma?
—Impacta, claramente. Carezco de ese amor cómplice, refugio de los que tienen las parejas. Lo compensa largamente las posibilidades de variar el menú, y la disposición antojadiza de horarios y días.
—Luego de vivir aproximadamente una década por tu cuenta, ¿cómo imaginás que será tu día a día en unos años? ¿Te ves viviendo con alguien o preferirías seguir solo?
—Oscilo entre el vicio y la virtud. A veces fantaseo con vivir con alguien, porque conozco las mieles del amor, y es lo mejor. Otras veces me regodeo en el placer egoísta de la soledad, que tiene una doble virtud: nadie me molesta, ni sufro la culpa de molestar a alguien.
La situación de Gerardo sería una anomalía hace aproximadamente medio siglo, cuando él nació. Pero hoy hay gente sola por todos lados, gente que le rehúye a la convivencia por diferentes razones, y que no es tan condenada socialmente como antes.
La pandemia, claro, hizo lo suyo para contribuir a que estemos un poco más solos que antes. Para Alcuri, esa es una batalla que hay que dar. No se puede hacer todo por Zoom u otras herramientas de comunicación. “Soy gestáltico, y nosotros siempre estamos hablando de la importancia del encuentro, de compartir, de relacionarnos. No hay yo sin tú. Si no me relaciono, no vivo, no sueño, nada. Alienados de los otros, uno puede hasta perder su identidad”, dice tajante. Pero, ¿qué hay de la libertad, de la autonomía? Todo bien con esas cosas, afirma Alcuri, pero también hay mucho “canto de sirena tecnológico” en esa exaltación de la libertad, el individualismo y el ser feliz solo, sin la cercanía del otro.
Alcuri menciona que la soledad es un problema sobre el cual él viene hablando desde hace años, y señala el fenómeno japonés hikikomori. “Desde hace al menos dos décadas que en ese país se estudia esto, y van identificando personas que se encierran en sus casas y no salen más, y no ven a nadie. Por distintas razones, hay un montón de gente que queda al margen y que elige no insertarse en la sociedad. No es lo mismo que uno de nuestros estereotipos, la señora que, jubilada, vive sola y se queja de que nadie la va a visitar. Antonio Gasalla hacía un personaje así”.
Eugenia
Con 37 años, vive sola desde hace más o menos una década, como Gerardo. “Siempre quise tener mi espacio, pero no siempre me planteé vivir sola. Me quería independizar, ya sea de mis padres, de vivir con amigas o lo que fuera. Viví en pareja unos años. Pero cuando cumplí 28, sentí el impulso de vivir sola. Ahí sí me lo propuse”.
Para ella, vivir sola ha sido un proceso. “Hace más o menos 10 años que vivo sola, y ha sido una adaptación. Especialmente como mujer es interesante, y siempre se lo recomiendo a mis amigas. Realmente aprendés muchas cosas de vos misma viviendo sola y forzándote a lidiar con tus cosas. Al principio, fue mucho de enfrentar mis propios demonios, porque tenés mucho tiempo para vos. Estás solo, con tus pensamientos. Y es una adaptación, como decía. Aceptar el silencio, por ejemplo. Tomar todas las decisiones importantes sola. Aprender a pedir ayuda cuando no podés con algo”.
Tras esos años de adaptación y aprendizaje, Eugenia dice que ahora sí disfruta mucho de la soledad. “Un sábado de mañana me despierto por mi cuenta, sin despertador, me hago un café como yo quiero, me preparo un desayuno rico, no tengo apuro y disfruto de la mañana, con todo el fin de semana por delante, con todas las posibilidades que tiene eso, con cosas que tengo ganas de hacer… Esos son los momentos que más disfruto de vivir sola, sin esa dinámica que se da cuando convivís”.
Eugenia no tiene pareja estable actualmente, y si bien no se cierra a una posible convivencia en el futuro, sospecha que va a ser difícil. “Luego de vivir tanto tiempo sola, y disfrutar de esa soledad como lo hago actualmente, la convivencia pasa a ser otro proceso de adaptación. No me cierro a encontrar una pareja, pero no creo que tengamos que convivir. Lo podría hacer, pero también podría no hacerlo. De nuevo: no me parece bien cerrarse a algo previamente, pero cada pareja puede encontrar su forma específica de llevar adelante la relación”.
Ella piensa que vivir sola la ha hecho más independiente, y en cuanto a una posible pareja estable y duradera no siente que eso sea una necesidad. Más bien se lo plantea como un vínculo en el cual ambos tiran para el mismo lado, y el hecho de haber atravesado una década en solitario le da otra confianza si una relación de amor se terminase.
La terapeuta y sexóloga Vivián Dufau dice que la convivencia se ha convertido en una opción más, no el destino natural de una relación de amor. Porque, como también explica, aquellas parejas que no conviven tienen mayor probabilidad de durar más.
Pero para aquellos que están solos por elección o porque no han logrado encontrar con quién convivir, la vivencia de la sexualidad cobra otro cariz, más desafiante y, a veces, volátil. “Siempre apostamos, como profesionales de la salud, al autoerotismo. Solo, acompañado, si convive o no, tiene que poder ejercerla de manera sana. Muchas veces, lo que ocurre cuando uno está solo, soltero, esa masturbación viene asociada al consumo de pornografía, que a la larga nos complica porque es un estímulo muy eficaz, explícito y muy directo. Es como apretar un botón y obtener la respuesta deseada. A la larga, eso puede generar una compulsión. Siempre hay que trabajar la imaginación y la fantasía”.
Elegir la soledad, agrega, no tiene necesariamente que ser visto como algo patológico. Se puede estar conviviendo y aún así sentirse solo. Tal como Alcuri, Dufau enfatiza la importancia de la edad para encarar una vida mayoritariamente solitaria. Un adolescente no vive su soledad o aislamiento de la misma manera que un cincuentón que se divorcia y se va del hogar en el cual estaba construyendo un proyecto de vida en comunión.
Valeria
A sus 39 años, ha vivido sola los últimos 11 años. Tiene un trabajo que le exige estar muchas horas fuera de su casa, y hace ya un par de años que no tiene una pareja estable. Las tuvo, pero nunca llegó a convivir. Es bastante independiente y valora su autonomía y poder decidir qué hacer y qué no en su hogar, que comparte con muchas plantas y una mascota.
“Siempre quise ser independiente y tener mi espacio, en parte porque cuando era chica nunca lo tuve. Me fui de casa a los 26 y poco tiempo después conseguí un lugar para mí. Lo mejor de vivir sola es no tener que amoldarte a nada, no depender de nadie”.
Aún valorando esa libertad, no ve imposible convivir con alguien si se enamora. Si esa persona resulta lo que ella desea y aprecia, agarrará sus petates y se mudará con él. Pero también dice que cuanto más tiempo pase viviendo sola, más complejo será luego compartir el día a día con otra persona. “Si compartimos un plan de vida, no tendré problemas”.
Está cómoda, en otras palabras. “En cuanto a los vínculos sexuales, no me impacta tanto porque como vivo sola tengo mi lugar, mi espacio. No es como cuando era más joven que tenía que andar buscando un lugar”.
Aunque ya dijo que no se cerraría a convivir con una pareja, Valeria disfruta de su soledad. Le gusta poder arreglar su hogar como le parece, salir cuando quiera o tenga que hacerlo por trabajo y estar mucho tiempo en la calle, fuera de la comodidad y seguridad hogareña. Es más, dice que “ojalá” siga viviendo sola un buen tiempo más. “Sí, me gusta vivir así y tener mis cosas y disponer de mis tiempos”.
Cuando se imagina a sí misma en el futuro, lo hace viviendo como ahora, sin otra compañía que su mascota y sus macetas.
Dardo
Con 51 años y un divorcio encima, este hombre que trabaja en el sector cultural ya se acostumbró a vivir solo. No fue algo que eligió. Se le impuso cuando su esposa, al enterarse de sus infidelidades, le dijo que se separarían y que ella se quedaría en la casa que habían compartido, con el hijo de ambos.
Al principio, cuenta, fue bastante duro. No sabía para dónde agarrar, qué hacer en ese apartamento con pocos muebles y muchos silencios.
Tuvo que aprender a cocinar todos los días (“Antes, hacía solo asado una vez por mes o cada tanto. O compraba comida hecha”) y a hacer todas las tareas del hogar que antes hacía su esposa o que compartían dividiéndose las actividades. “A mí no me gustaba doblar la ropa, y a ella no le gustaba lavar los platos o pasar la aspiradora”, cuenta.
Para él, la soledad no es algo demasiado gratificante. Sus amigos están casi todos casados o en pareja, lo cual es un obstáculo para verlos tan seguido como él quisiera. Ellos tienen vidas y responsabilidades en familia, mientras que él no. Además, le ha costado establecer un nuevo vínculo amoroso que sea duradero y estable. Por lo general, se conecta sexualmente con mujeres por un corto tiempo, y a través de redes sociales como Instagram. “No tengo Tinder, me da un poco de vergüenza, pero tal vez me abra uno. Me lo han dicho mil veces”.
De todas formas, se las ha ingeniado para hacer de los días en solitario algo un poco más entretenido.
“Luego de aprender a cocinar lo básico, seguí leyendo y viendo videos para aprender más y ahora me resulta relajante y casi terapéutico ponerme a cocinar. Agarro todos los ingredientes, los pongo delante de mí y empiezo. Hago un desastre en la cocina, ensucio todo, pero casi siempre me sale algo bastante sabroso, y me entretuve durante un par de horas o más”.
También se le dio por leer libros de autoayuda y psicología. “No me conocía mucho a mí mismo. Iba por la vida sin tener demasiada noción de nada. Iba a trabajar, cobraba, me compraba algo para mí o para mi esposa y poco más. No pensaba demasiado en el futuro, no tenía planes ni proyectos. Pero al estar solo, me encontré con la posibilidad de mirarme, y empezar a conocerme. Fui a terapia también, pero tuve que dejar porque era muy caro. Me hubiese gustado seguir, pero ya está. Leyendo se llega bastante lejos”.
—¿Cómo te imaginás dentro de unos años? ¿Viviendo solo o en pareja?
—Creo que viviendo solo. No sé si pasaría de nuevo por todo el aprendizaje de conocer a otra persona para convivir con ella. No es que no crea que no vuelva a enamorarme, pero si eso ocurre me parece que sería mejor para los dos que cada uno tuviera su casa y nos viéramos cuando podamos y querramos. Yo ya armé una pequeña vida para mí, y me costó bastante laburo. Y, en cierta manera, sentís cierto orgullo de vos mismo cuando lográs hacerlo solo, sin la ayuda de alguien.
Para Dardo, la soledad fue un golpe importante y en algún momento, cuenta ahora, anduvo cerca de la zona de riesgo en cuanto al consumo de alcohol. “Tomaba para dormir. Pero luego empecé a tomar de día. Y un poquito más cada vez. Paré a tiempo, pero me di cuenta que estuve en camino hacia un consumo elevado de alcohol”.
Ahora sostiene que haber estado solo le hizo aprender muchas cosas, y también conocerse a sí mismo mejor, comprender mejor sus capacidades y virtudes, y sus límites y defectos. “Creo que lo más importante que me enseñó la soledad es a llevarme bien conmigo mismo, entretenerme solo, sin tener que molestar a nadie o depender de alguien. Me encanta tener amigos y me encantaría no haber hecho lo que hice y seguir casado. Pero estar solo también tiene su jeito, hay otra actitud, más descontracturada y juguetona”.
Nunca se lo hubiese imaginado cuando tenía algo más de 20 años y se puso en pareja para casarse seis años después. Para él, la soledad no era algo que estuviera en sus planes ni algo que hubiese elegido. Pero ahora que hace casi 20 años que vive solo, la soledad le ha dado más confianza. Además, dice sentirse menos presionado que cuando vivía en pareja.
La soledad sigue, para muchos, cargando con ese estigma de ser algo no elegido, algo impuesto por ciertas condiciones vitales como un divorcio o un abandono. Pero hay también quienes hallan solaz en los momentos en solitario. Para otros, en tanto, vivir mayoritariamente solos es la solución que han hallado para no negociar, sentirse sin ataduras y disfrutar de un mañana en silencio y un paseo improvisado, sin planificación.