Cuatro laberintos para perderse en Argentina

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Laberinto 1

TURISMO

El Hoyo, Montecarlo, San Rafael y Los Cocos son pueblos que sorprenden al viajero con sus pasajes vegetales

El Hoyo, Montecarlo, Los Cocos y San Rafael son destinos que esconden los laberintos más lindos de Argentina. Adentrarse por sus pasadizos es un desafío, pero también un juego que apela a la imaginación de grandes y chicos.

La idea del laberinto es casi tan vieja como el hombre y adquirió diferentes significados a través del tiempo. Fue un símbolo mágico, un amuleto, un juego romántico y un reto intelectual. Para algunos es un sendero para meditar, para otros un camino de superación.

Muchos apuntan al recorrido. “Quien solo busca la salida no entiende el laberinto, y aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido”, asegura el escritor español José Bergamín. Quizá esta sea una premisa para tener en mente antes de lanzarse al camino.

Un poco de historia

“No es preciso erigir un laberinto cuando el universo ya lo es”, sostiene Jorge Luis Borges en El Aleph. Borges concebía al cosmos como un laberinto infinito y plasmó esta idea en muchos de sus cuentos.

Al parecer el laberinto más antiguo fue egipcio, Hawara, un complejo funerario de casi 4.000 mil años, con pirámide, patios abiertos, cámaras, capillas y criptas ocultas, un monumento que describió en detalle el historiador Heródoto.

Sin embargo, el modelo más famoso es el cretense, auspiciado por la leyenda del Minotauro y la historia de amor de Teseo y Ariadna. Este laberinto -siempre según el mito- fue diseñado por el inventor Dédalo para esconder al toro del cual se había enamorado Pasifae, la esposa del rey Minos, pero esa es otra historia.

Los laberintos se clasifican en dos grupos, el clásico o univiario que se recorre desde el inicio hasta el centro, ida y vuelta, por el mismo sendero. No hay caminos alternativos, ni bifurcaciones: uno entra y sale por el mismo sitio.

Por otro lado, están los formatos multiviarios que proponen varios caminos, en cada encrucijada el paseante debe elegir uno, que lo conducirá o no a la salida. Esta variante comenzó a usarse en la Inglaterra del siglo XVII en el diseño de los jardines y se armaba con arbustos y árboles. La idea era propiciar la cita amorosa. Luego, se adoptaron en toda Europa, principalmente en Italia y Francia.

El laberinto llegó hasta nuestros días. En Argentina hay cuatro laberintos que vale la pena conocer, sólo habrá que lanzarse a la aventura. Entonces, más de uno recordará a Alicia perdida en el laberinto de la reina de Corazones o a Harry Potter atravesando la última prueba del concurso de los Tres Magos en un laberinto lleno de objetos mágicos.

1. Laberinto Patagonia, El Hoyo

Claudio Levi y Doris Romera ya soñaban con este laberinto, cuando compraron una franja de tierra de cinco hectáreas en el valle de Río Epuyen, Chubut.

En 1996 iniciaron la titánica tarea de plantar los 2.100 Cupressus Macrocarpa -también conocido como ciprés de Monterrey- siguiendo el recorrido que previamente habían imaginado. La plantación les llevó 25 días de trabajo.

El sitio ubicado a 15 kilómetros de El Bolsón y a solo 4 kilómetros del pequeño pueblo de El Hoyo, se inauguró en 2015, cuando los árboles ya contaban con un crecimiento interesante.

Claudio fue el encargado del diseño, un proyecto que se alimentó con conocimientos de la kabbalah, historia, geometría sagrada, mitología, filosofía y magia.

Enmarcado por la presencia de la cordillera andina, Patagonia cuenta con nueve entradas, nueve salidas y varias encrucijadas. Es el más grande de Sudamérica con 8.000 metros cuadrados y 2.200 metros de senderos para recorrer.

2. Laberinto de Borges, San Rafael

Ubicado en la finca Los Álamos, en el sur mendocino, este proyecto se concibió como un homenaje a Jorge Luis Borges, amigo y confidente de Susana Bombal, propietaria de estas tierras.

La amistad entre Bombal y Borges fue entrañable. En la década de 1940, Susana, una mujer muy vinculada al ámbito de las artes y la literatura, convirtió el casco de su estancia en un sitio de encuentro de personalidades destacadas. Luego de la muerte del escritor, un amigo de ambos, Randoll Coate, decidió diseñar un laberinto para recordarlo. Al parecer tuvo un sueño revelador y como Susana aparecía en él, le mencionó la idea en una carta. Ambos se empeñaron en esta empresa, pero ella murió sin poder concretarla.

Años más tarde, Camilo Aldao y sus hijos, herederos de Los Álamos, retomaron la misión y decidieron armar el laberinto ahí mismo. María Kodama donó el diseño de Coate y Carlos Thays (h) fue convocado para ejecutar el proyecto. El diseño se materializó a partir del cultivo de decenas de Buxus que se terminaron de plantar en 2003. Alrededor, una geografía de montañas, viñedos y álamos oficia de marco para este recorrido de ensueño.

El laberinto tiene escondidos innumerables simbolismos: el nombre de Borges, las iniciales de María Kodama, el símbolo del infinito, un signo de interrogación, el reloj de arena y el bastón, en tanto que el perímetro dibuja los contornos de un libro abierto. Todas estas formas se aprecian desde lo alto de una torre de hierro de 18 metros, construida a un lado. El recorrido lleva un poco más de media hora.

Laberinto 2
Los laberintos apelan a la imaginación de grandes y chicos

3. El Descanso, Los Cocos

Es el primer laberinto argentino diseñado con arte topiario tradicional. Sus orígenes se remontan a la década de 1940 cuando el italiano Juan Barbero compró unas tierras en el valle cordobés de Punilla y, además de construir un hotel, se le ocurrió sumarle un parque recreativo con laberinto incluido. El proyecto se desarrolló en Los Cocos, a 12 kilómetros de La Cumbre, bajo la dirección de los ingenieros agrónomos Raúl Neira y Martín Ezcurra, quienes imaginaron un recorrido surcado de ligustros y cipreses.

La antesala del recorrido está surcada por fuentes y estatuas de mármol, réplicas del arte romano y griego que Barbero hizo traer de su Italia natal. El trayecto interno presenta varios miradores que proponen un alto para observar desde otra perspectiva el diseño vegetal.

4. Laberinto vegetal, Montecarlo

A 180 kilómetros de Posadas, en la ruta que lleva a las Cataratas del Iguazú, se encuentra este singular laberinto. Ubicado en los alrededores de Montecarlo, un pueblo fundado por inmigrantes alemanes, el sitio invita a un alto.

Fue diseñado por Guillermo Baden, un productor de orquídeas local, en un sector del parque Juan Vortisch. El trazado se desarrolla en una superficie de 3.100 metros cuadrados con caminos de tierra colorada, dos entradas y una única salida. El mayor desafío consiste en superar las 510 esquinas ciegas, que confunden y obligan al caminante a volver sobre sus pasos.

El sitio elegido es reducto de selva misionera, donde se intenta proteger la naturaleza local pero también se cultivan varias especies exóticas. Allí mismo se encuentra un increíble orquidiario que es el orgullo del pueblo.

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