DOMINGO
Sin hora de salida ni tiempo de llegada, quienes navegan como hobby disfrutan el ritmo lento del río y buscan derribar el mito de que tener barco es sinónimo de lujo.
Atardece en el Santa Lucía y el sol se refleja en el espejo de agua, inundándolo todo de luz dorada. Se empiezan a ver las primeras estrellas y, salvo por el ruido de los pájaros, que anuncian que llega la noche, no se escucha nada más que el motor del yate que va surcando el río. La postal parece de película, pero quienes navegan buscan repetirla una y otra vez. En verano, en Semana de Turismo o un domingo de invierno. Siempre que tienen la oportunidad, regresan al río.
No se trata de una navegación competitiva o deportiva, sino de un pasatiempo. Como quien tiene una moto para salir a recorrer las diferentes rutas. Pueden ser embarcaciones a vela o a motor, más grandes o más pequeñas, pero lo que tienen en común es que el único propósito es el disfrute.
Equilibrio
Egry Ginella se define como nauta y, para ella, “vivir es navegar”. “Se trata de aprender a acomodar el cuerpo. Tenés días de sol, tenés días de lluvia, como pasa con los estados de ánimo. Navegar es un placer muchas veces, y otras veces no. Tenés que estar dispuesto a mojarte, a que haya viento, a que tengas que andar cambiando velas, algunos se pueden marear. Pero tenés que seguir adelante porque el barco tiene que llegar a puerto. Se trata de sobreponerse, de compartir, de ayudarse y armar un equipo para llegar al destino al que te proponés”, explica.
Su vínculo con el agua empezó desde chica: sus padres tenían barco y constantemente organizaban escapadas familiares a diferentes parajes del Santa Lucía: Delta del Tigre, El Arriero, Parador Tajes, Canal del Medio, isla de Agronomía, La Lista y Aguas Corrientes.
“El río es muy tranquilo, es una navegación muy placentera. Siempre estábamos rodeados de amigos de mis padres, de amigos de la infancia. La embarcación tenía cuatro cuchetas, un bañito, un lugar para cocinar y una cubierta muy amplia. Además de una linda escalera para entrar al agua para tomar baños de río, que en aquella época no estaban contaminados”, recuerda a Revista Domingo.
Esas expediciones se trataban tanto de explorar como de compartir con amigos. Y es que para Egry Ginella la camaradería es una de los aspectos de la navegación. Por eso, en su juventud se unió al Yacht Club Uruguayo, donde formó un grupo de amigos nautas en la década de los ochenta, a los que otro miembro apodó “Juventud divino tesoro”. “Ahí había otra cantidad de jóvenes con ganas de conocer otros puertos, de aprender a navegar a vela. Vas integrándote, vas compartiendo vida y pasión por la náutica. El intercambio es fabuloso. En esas experiencias conocimos lugares maravillosos, los dejábamos como estaban pero nos llevábamos un buen momento. Sacábamos fotos y compartíamos esos destinos con otros navegantes. En el medio se van haciendo asados, corderos, se toman varias damajuanas de vino y se arman guitarreadas. Se da una confraternidad. ”, recuerda.
Entonces, apenas pudo, se compró su primera embarcación. Era pequeña, de 24 pies (7.3 metros), pero le permitía armar su propia tripulación y salir río arriba.
Luego se graduó a uno de 40 pies (12.1 metros), lo que le permitió incursionar en las aguas del Río de la Plata y el océano Atlántico para llegar a destinos como Buenos Aires, La Paloma y Angra dos Reis, una municipalidad de Río de Janeiro compuesta por 365 islas. Allí navegó al amanecer y a la atardecer rodeada de delfines. “No todo el mundo tiene ese privilegio”, reflexiona.
Conciliar la pasión por el mar con los estudios primero y luego con el trabajo, no fue tarea sencilla, pero para Ginella siempre fue una prioridad. De profesión contadora, actualmente tiene dos barcos, uno en Montevideo -en sociedad con dos amigos- y uno en Miami, hacia donde viaja unas tres o cuatro veces al año. El octubre pasado navegó desde Florida hasta a Isla Mujeres, en México, pasando por Key West y Cuba.
“Siempre fue una constante en mi vida la navegación. El equilibrio, para mí, es el movimiento del mar”.
Conectar con el río
Si para Egry Ginella lo mejor de navegar es la camaradería que se da con el resto de las embarcaciones, paraMartín Fablet es lo opuesto. De hecho, sus lugares favoritos son los menos concurridos y es reticente a compartirlos, aunque recomienda la playa que se genera frente a Isla del Tigre, en el Santa Lucía, cuando hay bajante. “La arena es blanca y las puestas de sol parecen del Caribe”.
Su padre “navegaba de verdad”, como dice él, a vela. Pero el conductor de radio y televisión prefiere las embarcaciones a motor. “Los chantas navegan en río, en agua dulce”, dice entre risas y, en un tono más serio agrega: “descubrí que me parecía mucho más divertida la navegación a motor, no en la costa, sino dentro del Río Santa Lucía. Es interminable el río, espectacular, pero necesitás una embarcación pequeña, de poco calado”.
Tuvo yates de diferentes tamaños, aunque su favorito es el actual, una embarcación de poco calado (40 centímetros) que le permite salir por el Santa Lucía, donde las aguas no son profundas. No cuenta con grandes lujos -técnicamente es para dos personas, supo subir alguna más- pero es perfecto para lo que le gusta a Fablet, salir con algún amigo o con sus hijas, aunque a veces les cuesta convencerlas. “A mí me parece flor de plan familiar, pero no siempre resulta, pero yo me quedé enganchado. Me gustaría que haya más gente que navegue, sobre todo de forma deportiva. Es un deporte divino, que a los chicos los aleja de la noche porque tienen que navegar el sábado”, dice.
Y esto no solo le sucede a Fablet, sino que es algo común. A pesar de que la cuenca hidrográfica del Uruguay cuenta con varios ríos navegables, en el país no hay una fuerte cultura náutica. El vínculo con el río es desde lejos, como cuando se mira el agua desde la Rambla o se pesca desde un puente.
“Vos salís de Olivos (Buenos Aires) y podés caminar dos kilómetros para adentro y es un barrial, pero navega todo el mundo. Vas a todos los yacht clubs de la costa y está lleno de barcos, en las islitas está lleno de restaurantes. Acá no hay nada, en el Santa Lucía o en el Río Negro. Es muy raro que este país, con la costa que tiene, no tenga un mayor vínculo con el agua. Creo que es porque es caro: los clubes, los mecánicos, los repuestos. Los barcos son de dos alegrías: cuando los comprás y cuando los vendés, pero te deja algo de nostalgia y después volvés a caer”, explica Fablet.
Herencia familiar
Elbio Dutour siempre estuvo conectado con el Río Uruguay. Cuando era chico nadaba en el Club de Remeros de Paysandú, luego pasó a practicar remo, al igual que su padre. Cuando de adolescente se fue a Montevideo a estudiar Medicina, ese vínculo quedó en pausa, pero latente. A su regreso se compró un bote chico, para pescar, que años después cambió por una lancha de 6 metros de eslora para poder pasear con su familia y, así, pasar la tradición a la nueva generación. Tres de sus hijos, incluso, tienen brevet, la “licencia de conducir” de los barcos.
Según sea verano u otoño, la rutina varía. “La navegación acá en el Río Uruguay es muy linda porque va cambiando el paisaje, el entorno, eso es lo que más me gusta. Es muy relajante. Vamos a unos 15 kilómetros del sur de Paysandú, que hay una zona muy linda, Casablanca que está la isla Almería. En media estación salimos temprano, hacemos un asadito en la isla, hacemos playa y de tardecita nos volvemos. A mí me gusta mucho la pesca, pero en Paysandú está muy venida a menos, es un problema generalizado. En la desembocadura del Río Queguay se solía pescar mucho y ahora hay muy poca cosa, es alarmante”, cuenta.
Paysandú es uno de los departamentos con más cultura náutica, algo que según Dutour se pronunció en los últimos ocho años. “Hubo una explosión de lanchas. Las playas estaban contaminadas y habían prohibido los baños en Paysandú y la gente empezó a cruzar en frente, al lado argentino, a Isla Caridad. Tanto es así que los clubes de la costa, que tienen guardería, están saturados, no saben dónde poner las lanchas. A partir de ese momento quedó la costumbre de navegar por el río”, dice.
El privilegio de navegar
En el imaginario colectivo, el tener un yate es sinónimo de riqueza. Probablemente, lo primero que se le venga a la cabeza es una embarcación gigante, con varios pisos e interiores de lujo. Y, si bien los hay de estos, lo cierto es que también existen embarcaciones más modestas que, según la Ginella -que además de ser navegante integra la comisión directiva del Yacht Club Uruguayo- no son más caras de comprar, ni de mantener, que una casa en un balneario.
“Depende del barco que quieras tener”, aclara y agrega: “Si navegás por placer, teniendo los mínimos requerimientos de seguridad y una vela que empuje no necesitás mucho más. Seguramente vas a poder encontrar un barco así por mucho menos de lo que podés comprar una casa, hay para todos los bolsillos. Y podés llevarlo a donde quieras”.
Pero, de todas formas, no es necesario comprar un barco para navegar. “Esta Comisión Directiva, que trabaja de forma honoraria para el Yacht Club Uruguayo, se ha puesto como meta que la gente se acerque más al agua y estamos tratando de facilitar que se integre la gente a la náutica. Entonces, hoy por hoy tenemos varios grupos de whatsapp. Hay uno que se llama “cruceristas”, de personas que, como a mí, les gusta navegar de forma no deportiva. Allí hay propietarios de barcos y gente que no tiene barcos, que recién se está arrimando (al club). Hacemos algunas comidas para ir integrándonos, conociéndonos y armando tripulaciones. Por ejemplo, el año pasado armamos una expedición a Isla de Flores y fueron 28 embarcaciones, algunos veleros y otros cruceros. Se movieron cerca de 140 personas y la mayoría de ellas navegaba por primera vez a esa isla”, cuenta. El club, además, tiene a disposición algunas embarcaciones que presta a sus socios.
Y para los que sí quieren ser dueños de un barco está la posibilidad de comprar en sociedad con un grupo de amigos o familiares que permitan diluir los gastos. Sobre todo si el objetivo no es navegar todos los fines de semana. “Cambió mucho la filosofía de cómo tener un barco. Antes, era un barco-un propietario. Hoy son tres o cinco que compran un velero para correr o crucerear.”, explica Ginella.