VIAJES
El centro histórico de la capital de Ecuador es uno de los mejores conservados de América Latina. Un mercado con tradición, iglesias una más linda que otra y una gastronomía que busca destacarse.
Al menos una vez por año hay que hacerlo, pero yo recomiendo una vez por semana. Es muy bueno para todo tipo de dolencias, pero especialmente cuando nos coge el mal aire". Doña Rosa Lagla sabe de lo que habla. Es la cuarta generación de su familia que hace "limpias" en un puesto repleto de hierbas en el mercado de San Francisco, en el casco histórico de Quito, una tradición que se pasa de padres a hijos en Ecuador.
Mientras explica los beneficios de someterse al ritual ancestral, me pasa un puñado de hortiga por el cuerpo que pica bastante, pero saca malestares, corta el estrés y ayuda con la circulación de la sangre. Y luego una mezcla de 12 hierbas con colonia y aguardiente, contra las malas energías y la envidia.
A pesar del fresco habitual de las mañanas de Quito, estoy en ropa interior, en el fondo de su local, atrás de una cortina, muy a gusto. Y tuve que esperar turno, porque Rosa es una de las más buscadas de este mercado tradicional de la ciudad, donde a unos pasos de su pequeño consultorio cuelgan los cortes de carne de todo tipo y gran variedad de frutas y verduras. Ella es pionera, hace 40 años que atiende en el mercado, incluso en su antigua ubicación, cuando antes estaba en la plaza frente a la iglesia de San Francisco.
Luego me pasa pétalos de rosa para el florecimiento de las nuevas energías y por último hierbas dulces.
Ahora la curación es con diferentes hierbas, pero antes el que curaba era un cuy, esos animalitos parecidos a un ratón. "Ellos absorben todos los males, es como que hacen una radiografía de los problemas de cada uno, pero ya son pocos los que los usan".
Tuve suerte de los nuevos tiempos con conciencia ecológica, porque el cuy se muere con el procedimiento. De todas maneras sigue siendo uno de los platos tradicionales de la cocina andina. De una manera u otra no zafan de su destino trágico.
La sesión cuesta 10 dólares y el diagnóstico final es que tengo las defensas bajas y estoy un poco afectada por los 3000 metros de altura de la capital ecuatoriana, pero pronto voy a empezar a sentir cambios favorables.
Con perfume a manzanilla y cedrón en el cuerpo y las energías renovadas comienzo un intenso recorrido por la ciudad, ese gran valle alargado, rodeado por 10 volcanes, la mitad activos, la otra dormidos, en el medio de los Andes.
El casco histórico de Quito, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es uno de los mejores conservados y más grandes de América. Calles angostas hechas con piedra volcánica y casas originales que no superan los dos pisos con techos de teja, que tienen más de 400 años. Los indígenas, como se autodenominan los representantes de pueblos originarios de la zona, todavía mantienen su vestimenta tradicional.
En el casco histórico hay 54 iglesias, una más linda que la otra. No son construcciones decorativas. Ecuador es uno de los países más católicos del mundo, con 95 % de población practicante que va a misa casi a diario. Incluso los indígenas practican el catolicismo.
Cuando hace tres años el papa Francisco visitó Ecuador, la convocatoria a sus misas fue multitudinaria. En el Parque Bicentenario, donde funcionaba el antiguo aeropuerto de Quito, ahora un gran espacio verde para esparcimiento, convocó a más de un millón de personas, casi un tercio de la población de la ciudad.
El circuito religioso-turístico incluye a la Iglesia de la Compañía de Jesús, del siglo XVII, bañada en ocho toneladas de panes de oro y con estilo mudéjar. La catedral, frente a la Plaza Grande y a un costado del Palacio de Gobierno, fue la primera iglesia de Quito. Se puede subir a la cúpula para tener una buena vista aérea del centro histórico.
Manos en la Ronda.
Una de las calles más antiguas de la capital ecuatoriana es la pequeña La Ronda, que tuvo su gran momento de gloria en el siglo XIX, cuando era el sitio elegido por bohemios, artistas, poetas, músicos. Después de muchos tiempo en el olvido, la recuperaron tal como en la época colonial e invitaron a reconocidos artesanos y creativos para que se instalen en sus antiguas casonas.
Ahora, entre restaurantes y bares, se destacan los artistas de la escuela Quiteña, que se especializan en trabajos y oficios del barroco colonial. Una escuela tan antigua como la ciudad, que comenzó en 1534, casi con la fundación de Quito.
En el primer piso de una antigua construcción, José Luis Jiménez se destaca por hacer bargueños, una especie de alhajero grande de madera, pero con numerosos cajoncitos y compartimentos secretos, que funcionan como cajas de seguridad.
Estos bargueños, de trabajo casi microscópico, con incrustaciones de huesos y diferentes maderas, puede llegar hasta 40 días de trabajo. Los más grandes cuestan hasta 500 dólares, pero Jiménez lo hace más por gusto que por dinero.
Solamente tres artesanos en Quito continúan con esta tradición. Actualmente tiene alumnos a los que les trasmite el oficio y trabaja en restauración de patrimonio del centro histórico.
Germán Campos Alarcón se especializa en repujado y cincelado. Tiene su taller de orfebrería, donde trabaja piezas en oro, bronce y especialmente platería religiosa estilo barroco. En su taller, sobre su tablero de brea se lo puede ver trabajando cuidadosamente sus láminas y también disfrutar de una pequeña exposición de joyería.
Sobre La Ronda, además hay un negocio dedicado a crear trompos de madera de mil variedades, otro que vende jabones y cremas hechas con miel y una heladería de helados de paila, otra tradición de la ciudad. La paila es una especie de cacerola de bronce, que se coloca sobre hielo y sal en granos. Adentro se pone el jugo de frutas y los secretos del maestro heladero para lograr sabores refrescantes y muy curiosos. En Dulce Placer, la heladería emblema de La Ronda se consigue sabor caca de perro, pokemon, orito y rosa, entre muchos otros.
También, infaltable, hay un taller de sombreros a cargo de Luis López, tercera generación en el rubro. Entre otros modelos hace los clásicos de paja toquilla, esos sombreros tejidos a mano desde hace 500 años en Ecuador, pero que todo el mundo conoce como sombrero Panamá.
La confusión viene porque en la época de la construcción del Canal de Panamá, hace más de 100 años, los obreros los usaban para no asarse bajo el sol. El presidente de Estados Unidos Thedore Roosevelt fue a conocer las obras, le regalaron uno, lo llevó de vuelta a su país y lo incorporó a su vestuario. Cuando le preguntaban de dónde era, decía de Panamá... y de ahí el error que le robó el nombre a un sombrero ciento por ciento ecuatoriano.
Ahora son difíciles de conseguir por el gran trabajo que dan, aunque se venden copias made in Colombia por pocos dólares. Para reconocerlos, los auténticos, en el parte superior comienzan en un pequeño círculo que se va ampliando.
Después de un recorrido intenso por el casco histórico de Quito, un buen plan es acercarse hasta el parque La Floresta, hacia el Norte de la ciudad para saborear la auténtica comida ecuatoriana. Todos los días, a partir de las 17.30 y hasta las 23 se ofrecen en puestos al paso, con medidas sanitarias hipercontroladas, gran variedad de platos, muchos guisos calóricos exquisitos. Todos los platos cuestan tres dólares y son abundantes. "Con la altura se necesitan más calorías, porque el cuerpo trabaja más, aquí en Ecuador casi no hay vegetarianos y pocos restaurantes especializados", explica David Cadena, el guía. Así que a comer sin culpa: menudos (intestinos) con morcilla dulce y papas; empanadas con morocho (bebida de maíz con leche); caldo de 31 (con 31 tipos diferentes de cortes de carne); yahuarlocro (especie de sopa a base de papas y achuras de cordero) y tripas al grill, entre muchas otras delicias.
Y después sí, un buen café ecuatoriano, que desde hace unos años busca destacarse en un país con un buen suelo cafetero, pero todavía con poca tradición.