Por Mariel Varela
Alejandro Rowinsky tiene una historia de perseverancia con final feliz. Estuvo al borde de tirar la toalla en reiteradas ocasiones, pero al final siempre ganó la vocación y el deseo terco de pegarla con la música. El tesón dio frutos. Emigró a Estados Unidos 25 años atrás y pasó de trabajar 12 horas diarias en un taxi a ser contratado como guitarrista para un show enDisneyen 2016. Desde entonces, su vida dio un vuelco inesperado y logró vivir del arte.
Podría decirse que Alejandro Rowinsky es un trotamundos forzado. Nació en Montevideo 50 años atrás y cuando tenía 4 años su familia emigró a Venezuela por cuestiones políticas. Allí permanecieron durante casi una década, hasta que en 1985 retornó la democracia al Uruguay y pegaron la vuelta. Más adelante, Alejandro también vivió en Argentina junto a sus padres y en Brasil, hasta que en 1999 se mudó a Estados Unidos motivado por cumplir el sueño de dedicarse a la música y no se fue más.
Estando en la tierra del Tío Sam participó en un sinfín de audiciones -por muchas pasó sin pena ni gloria- mientras se ganaba la vida como taxista y barista -trabajó “tres largos años” en restaurantes: fue de lavaplatos a bartender-. Mechaba esos empleos necesarios para pagar las cuentas con castings para ser extra en películas, toques con diversas bandas y la filmación de algún comercial.
Un día de 2016 su esposa -que también es su manager- se cruzó con un anuncio donde pedían guitarrista para un espectáculo de Disney y mandó unos videos de Alejandro sin que él supiera. Lo llamaron para audicionar, la prueba resultó un éxito y al día siguiente lo contrataron como músico del show La Princesa Elena de Avalor en el Magic Kingdom. Y se dio el lujo de participar del primer dibujito de una princesa latina que hizo la compañía de entretenimientos más importante del mundo.
“Tengo que tener cuidado cuando hablo de esto porque me emociono tanto que me pongo a llorar. Fue un sueño, como estar en otra dimensión”, resume Alejandro, en diálogo con Domingo desde Estados Unidos.
Esa mágica experiencia duró siete meses y desde entonces todo ha sido mejor en su vida. Haber pertenecido a Disney es sinónimo de estatus: “Te ven con otros ojos porque saben que es difícil entrar. A partir de ahí empecé a mandar material a festivales y me aceptaban. Me ha ido bárbaro pero todo empieza ahí”, asegura.
Su esposa, que siempre está al alpiste, volvió a darle en la tecla un año atrás. Vio que necesitaban cantante para interpretar la canción El Niño Yuntero, de Víctor Jara y Miguel Hernández, envío nuevos videos de Alejandro, y el director de cine Liujiyi Zuo lo contactó directamente para que lo acompañara con su guitarra y voz en la película El Silencio. Días atrás, el filme participó del Festival de Cine Visions du Réel, en Suiza.
Largo camino
El gusto por la música está presente en Alejandro desde la infancia. Guarda recuerdos súper nítidos de escuchar vinilos de Los Beatles, José Luis Perales y Los Olimareños. Sin embargo, a los 16 años le picó otro bichito que nada tenía que ver con el arte. Quiso ser marino mercante motivado por su mejor amigo que estaba en la Armada, su pasión por la aventura y el gusto por recorrer el mundo, así que se presentó al examen para entrar al Liceo Naval y lo pasó. “Ese año mi familia se había ido a vivir a Argentina, entonces me quedé completamente solo en Uruguay. Vivía ahí como interno y cuando salía me quedaba en la casa de unos amigos”, relata.
Cruzó el charco para visitar a su familia en vacaciones de julio y después de ver un documental de John Lennon con su padre la idea de continuar en la marina desapareció. ‘Quiero seguir este camino, quiero tocar la guitarra y explorar este mundo’, pensó. Terminó el año, salvó todas las materias y se mudó a Argentina con sus padres. Al llegar, desempolvó una guitarra que su padre había comprado hacía años y nunca nadie había sacado del estuche y empezó a vincularse con el instrumento. Tomó un par de clases, aprendió unos acordes para chapucear con amigos y al volver a Uruguay, un año después, armó una banda con sus compañeros del liceo Zorrilla.
Mientras tomaba clases con Amilcar Rodríguez Inda (fue profesor de Eduardo Mateo) asistió a un concierto en el Solís del brasileño Egberto Gismonti que le voló la cabeza: “Salí transformado y dije ‘esto es lo que voy a hacer pase lo que pase’”, revela.
A los 21 años, y mientras trabajaba en Informes 20, conoció a la profesora de guitarra Matilde Sena y ella lo alentó a formarse con Abel Carlevaro. “El tipo es un genio de la técnica pero cuando me dijo lo que cobraba la clase (US$ 100) le dije ‘es lo que gano en un mes, es imposible para mí pagarlo’”, cuenta. Y aún se lamenta.
Siguió como autodidacta hasta que llegó a Miami, se cruzó con el violero cubano Rey Guerra y en cinco encuentros le marcó sus errores y le regaló unos pases mágicos. Y cambió el rumbo de su carrera a los 32: “Fue como empezar de nuevo”, resume.
"No me propuse ser actor"
Descubrió que tenía pasta para actuar a los 49 años. Entró a Facebook, se anotó para un casting que decía ‘actor que no habla’ pensando que buscaban el clásico rol de extra y al llegar al primer ensayo de la obra Native Gardens se encontró con un mundo absolutamente desconocido. “Nunca me propuse ser actor, lo mío siempre fue la música, pero la vida me ha ido llevando”, dice. Al terminar la primera función con la compañía Teatro Creede, en Colorado, lo sorprendieron el director y un par de colegas felicitándolo. “Descubrí que tenía un don para la actuación, era algo que no esperaba ni había buscado”, asegura.
Los sueños se cumplen
En Estados Unidos descubrió el universo del taxi y fue santo remedio para poder saciar su sed artística. Trabajaba muy duro en temporada alta -hacía 70 horas semanales durante siete meses- y se tomaba otros cinco meses para despuntar el vicio con la guitarra, dando clases a principiantes o tocando en distintas bandas. “El taxi me permitía pagar las cuentas y darme esos lujos pero me sacaba siete meses donde no podía ni tocar la guitarra”, cuenta.
La oportunidad de Disney llegó en el momento justo. Había aparecido Uber y la competencia estaba liquidando a los taxistas. ‘¿Ahora qué hago? ¿Qué invento?’, pensaba Alejandro, nervioso ante la posibilidad de quedarse sin empleo. “En ese ínterin a mi esposa se le ocurrió mandar esos videos míos a Disney. Cuando recuerdo digo ‘cómo pasó’. Parece que fue ayer que estaba en una cabina 70 horas toda la semana. Hubo dos temporadas que terminé en el hospital porque no podía caminar”, confiesa.
Hay un antes y un después de Disney en la carrera de Alejandro. “Solo que te elijan para ir a mostrar lo que hacés en una compañía como esa es una lotería”, afirma. Cuando su esposa le avisó que tenía que ir a Orlando para probarse en Disney no sintió miedo. “Yo estaba re confiado y tranquilo hasta que me dijeron ‘sos el próximo’ y me vino como un ataque de pánico que duró cinco minutos, hasta que salió el que estaba adelante mío y ya cuando abrí la puerta sentí como que algo mágico entraba conmigo, no exagero, sentí algo bellísimo. Y está entre las mejores cosas que me pasaron en la vida”, concluye.
Pasaron siete años y aún no consigue caer: necesita pellizcarse para asegurarse que no está adentro de un sueño. “No es una carrera común la mía. Tener contactos o ser egresado de una universidad siempre ayuda, yo vengo de un taxi, de ganarme la vida como uno más y no esperaba que la vida fuera tan grata conmigo. Hace siete años que solo me dedico a esto y es un sueño”, cierra.
Alejandro tenía tres toques agendados en distintas ciudades y estaba por estrenar una obra de teatro cuando la pandemia azotó. Todo se canceló y se le vino el mundo abajo, hasta que su esposa recibió un mail del Resort The Venetian, en Las Vegas, donde en 2017 Alejandro había audicionado sin suerte. Para su asombro, en el mensaje le consultaban si aún le interesaba trabajar con ellos. “Contrataron varios músicos afortunados en una época donde no había absolutamente nada y uno de esos fui yo”, cuenta. Y añade: “Mi filosofía en cada audición es tocar como si fuera el último toque de mi vida y me ha ido bastante bien”. Alejandro tiene también una larga trayectoria como extra: el filme más importante en el que participó fue Los ojos de Tammy Faye, que en 2022 le valió el Oscar como Mejor Actriz a Jessica Chastain.