"Hoy acabo de recibir esta notificación del BPS”, le dice a Domingo y muestra su celular. Es una carta en la que se lee que entró a su primer trabajo el 8 de diciembre de 1958. “Fue en el London París. Era muy jovencito, tenía 15 años y trabajaba de cadete”, cuenta Heber Vera (81 años).
Recuerda que el primer día, luego de que lo revisó el médico, lo recibió el dueño de la tienda y le preguntó si estudiaba. Le respondió que había dejado el liceo en segundo año porque como había repetido no quería estudiar más, pero que pensaba retomar. “¡Pero no tiene necesidad! Acá yo entré limpiando y mire a dónde llegué”, fue la reacción de su jefe.
“Era una época en que en las clases medias bajas los padres no proyectaban tu futuro. En las clases altas sí, lo tenían más claro, sus hijos tenían que ser profesionales, estancieros o industriales. Pero en mi caso, si no querías estudiar más tu padre te mandaba a trabajar sin drama ninguno. Y yo trabajé toda mi vida”, destaca con orgullo.
Cuando ya tuvo edad de manejar se convirtió en taxista y gracias a eso se cruzó con la mujer que le hizo conocer su verdadera pasión.
“Era peluquera, me quedé a dormir en su peluquería y a la mañana, cuando nos levantamos, empezó a llegar gente. Vi cortar el pelo, me gustó y decidí aprender”, recuerda quien entonces tenía 19 años.
Comenzó su formación en la academia Kismet y la continuó fuera del país. Eso gracias a que sacó un segundo lugar en un concurso de la Unión de Peinadores del Uruguay (UPU) y el premio era un viaje a Europa.
“En realidad te daban el pasaje a pagar en 10 meses y te regalaban 100 dólares. Lo acepté, me fui y trabajé por el mundo de peluquero”, relata.
Estuvo un año en Europa, en Montreal otro año y luego cinco en Nueva York.
“Después me volví, me enamoré, me casé y toda la historieta”, señala sobre una familia actualmente conformada por tres hijos —dos varones y una mujer— y cuatro nietos, todos varones. Su esposa falleció.
“Mi señora era hija de judíos lituanos”, apunta al rememorar los años en que vivió en el conocido como “el barrio de los judíos”. “Soy habitante de la primera generación de judíos que venían escapados de la guerra, por eso tengo tantos amigos judíos”, apunta.
Al Prado se mudó cuando su esposa estaba embarazada de siete meses. Se instalaron en la pieza del fondo de su actual peluquería y allí vivieron durante cuatro años. Con el tiempo pudo comprar el local y lo fue transformando de a poco.
Un día apareció por allí un periodista de El Diario de la Noche porque Heber había ganado el campeonato nacional de UPU. Le hizo una nota y la tituló: “El Prado tiene un nuevo campeón”, jugando con la idea de los animales campeones de la Expo Prado.
“Yo creo que a partir de ahí se me llenó la peluquería”, indica y aclara que eso no hizo que dejara de perfeccionarse y hacer cursos.
Ser cada vez más conocido llevó a que un día, por los años 70, estuviera peinando en Canal 12 y se topara con la actriz Isabel Legarra, que estaba allí rodando un unitario. Charla va, charla viene, lo terminó invitando a peinar en el Teatro Circular.
Fue su puerta de entrada al mundo del teatro y hoy puede decir con orgullo que hace 40 años es peinador de la Comedia Nacional y que sus pelucas se han lucido en la ópera.
Por estos días está muy entusiasmado porque en setiembre vuelve ¿Quién le teme a Italia Fausta? (Teatro Solís), la legendaria comedia que se transformó en un clásico de la escena uruguaya permaneciendo 25 años en cartel en el Teatro Alianza.
“Yo soy fundador. Hablo en primera persona porque soy el único que queda ya que éramos tres. También estaban Julio Pierrotti y Omar Varela, que fue el de la idea y el director de la obra”, señala sobre el trío que se hizo responsable del vestuario, el maquillaje y la peluquería de la puesta.
“Me acuerdo que yo me encargué de comprar el vestuario a unas mujeres que vendían ropa antigua en la calle Miguelete y nos costó 67 pesos. El estreno fue el 6 de febrero de 1988, el día del cumpleaños de mi madre. Fue un éxito total”, rememora.
El regreso será con Petru Valenski, Fito Galli y Virginia Méndez, a los que se suma como productor Pablo Atkinson (responsable de Humorísimas). “Es todo muy divertido y emotivo”, acota Heber.
En televisión fue muchos años colaborador de la revista matutina Buen día, Uruguay, en Canal 4. “Estuve hasta que se fueron Leonardo Lorenzo, Sara Perrone y Adriana Da Silva, con los que somos amigos hasta hoy”, dice. Actualmente tiene participación en Desayunos informales, en Canal 12, aunque decidieron interrumpir el espacio por unos meses para retornar totalmente renovados. “Están buscando un formato un poco más novedoso para no caer en un señor grande diciendo siempre las mismas cosas”, explica con humor.
Y no le falta el cine, donde además de peinar para varias películas se animó a actuar. Lo hizo en Las toninas van al Este (2016), película protagonizada por Verónica Perrotta.
“Había un personaje que tenía que fumar y otro que era gordo. Yo no iba a fumar porque tengo cuatro bypass desde los 64 años, entonces a ese personaje lo hizo Jorge Denevi, que es un actor de verdad, no como yo que soy un figuretti. Entonces hice un papel secundario”, cuenta y le viene a la mente que ya había hecho una obra en teatro breve que se llamaba Corte y brushing.
De sus trabajos en cine recuerda especialmente la película Whisky porque se rodó en el barrio de su niñez. “Me movió mucho mi infancia. La forma cómo se vive transpira y genera un aroma. Fue una época muy linda, muy removedora”, comparte.
Solidario
Heber entró al mundo de las pelucas de una manera muy particular. “La primera mujer que atendí por ese tema fue la doctora Aguirre Zabala, que tenía cáncer y vino con una peluca sintética. Un día me dijo: ‘Hoy es el día que me tienen que sacar el pelo’. ‘¿Cómo sacar el pelo?’, le pregunté. En esa época les daban bomba de cobalto, entonces le lavé la cabeza y quedó pelada. Ahí cosimos su peluca y empecé a interiorizarme en todo ese mundo”, evoca.
Hizo cursos en Viena, en Nueva York, en España. El fallecido actor y director Antonio “Taco” Larreta le dio muchas opciones para ir a los sets donde se usaban las pelucas y saber cómo se manejaban.
“Me fui relacionando con una parte muy linda de la profesión, muy humana. Acá las mujeres vienen desesperadas porque ya no van a tener su cédula de identidad, que es su pelo. Entonces lo primero que hago es desmitificar la palabra ‘cáncer’. He tenido grandes satisfacciones, voy por la calle y me dicen: ‘Usted ha sido muy importante en mi vida’”, comenta.
A propuesta de un representante de la ONU, cuya esposa iba la peluquería que tuvo en Pocitos y que debió cerrar porque no daban los números, hizo el video Ellas, el cáncer y el peluquero, que lo pasaron durante todo un mes en las estaciones de metro de Madrid. Eso desembocó en que fuera convocado para ir a Haití en misión humanitaria con el periodista Álvaro Carballo para enseñar a los lugareños a peinar el pelo lacio para que así pudieran ampliar su clientela. “Fue una experiencia muy conmovedora”, expresa.
También se siente muy reconfortado por los talleres que durante seis años dictó en la cárcel Santiago Vázquez y el Instituto Nacional de Rehabilitación. Llegó con la idea de comprar el pelo de los reclusos y terminó formando presos. “Fue una de las experiencias más enriquecedoras que tuve en el mundo porque entendés al ser humano, a ese que le decís ‘delincuente’. Te diría que lo empezás a respetar desde otro ángulo. Comprendés que el ser humano tiene un cúmulo de chips y a veces se le dispara el equivocado, y es responsabilidad de otros tratar de recuperarlo”, sostiene convencido.
Comparte la idea de que el peluquero es una especie de psicólogo, pero no tanto como antes porque hoy la mujer está más liberada y tiene otros canales de expresión.
Peinó a muchas famosas (Graciela Borges, Susana Giménez, Regina Duarte), pero tampoco se olvida de que una vez le quemó el pelo a la dueña de Paycueros.
“Igual te puedo decir que en todos mis años de carrera jamás tuve una diferencia con ninguna de las mujeres que pasó por mis manos. He sabido escuchar, he sabido tolerar, he sabido aconsejar y he sabido aprender”, asegura quien cada vez va menos a su peluquería —hoy a cargo de su hija Eloísa—, pero que no se piensa jubilar por más notificaciones que le lleguen del BPS. “Amo lo que hago”, subraya.