Historias

Dejó cuatro trabajos como contadora a los 35 años para viajar, cantó a la gorra y hoy vive de la música

Mari Correa había iniciado un búsqueda personal y espiritual tras la muerte de su madre, y una travesía por América Latina terminó por cambiar su vida: descubrió su vocación y se enamoró en el camino.

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Mariana Correa cambió la contabilidad por el arte a los 35 años.
Mariana Correa cambió la contabilidad por el arte a los 35 años.
Foto: Francisco Flores

Nunca es tarde para arriesgarlo todo e ir detrás de una corazonada. Mariana Correa es testigo de eso. Esta contadora perdió a su mamá con 25 años (falleció de ELA en 2011) y desde entonces inició una búsqueda personal y espiritual que la condujo a estudiar teatro, viajar en solitario y conectar con causas sociales en el afán de dar sentido a su vida.

A fines de 2019, un amigo argentino la invitó a irse a México sin pasaje de vuelta y optó por dejar sus cuatro empleos y poner todos sus ahorros al servicio de una travesía que cambiaría su vida por completo, aunque en ese momento no lo supiera. Se encontró aprendiendo a tocar la guitarra en una paradisíaca playa caribeña para matar el ocio en pandemia, trabajando en una huerta sin saber distinguir una hoja de otra, armando un show para mostrar Uruguay a los extranjeros -el que presentará en la Sala Camacuá el 21 de octubre (ver recuadro)-, cantando a la gorra y eligiendo la música como medio de vida para siempre.

Estaba agotada de tanto trabajar -daba clases en el bachillerato tecnológico Ánima, asesoraba a la ONG Ceprodih, trabajaba con las cooperativas sociales de El Abrojo y tenía clientes particulares- así que el mensaje de su amigo le cayó del cielo: “Estaba tan cansada que la invitación fue la pieza que faltaba para decir ‘sí, ahora quiero disfrutar a pleno’”, confiesa a Domingo Mari Correa.

Era el momento justo para irse -tenía 35 años, estaba soltera y sin planes de ser mamá-, aunque su familia la ataba a Uruguay: “Con la falta de mi mamá, mi papá y mi hermana me querían cerca”, apunta.

Una frase de Drew Houston aceleró su decisión. Decía esto: El ser humano vive alrededor de 30.000 días. Cuando tenía 24 años me di cuenta de que ya tenía recorridos 9.000 días. En esta carrera no existen las prácticas o botones de reinicio. El mayor riesgo no es el de fallar, sino el de quedarse en la comodidad de lo conocido. Cada día estamos escribiendo nuevas páginas de nuestro libro de vida. Yo quería que mi historia fuera una aventura y eso ha marcado toda la diferencia.

“Esas tres últimas frases me cautivaron de manera tal que automáticamente di clic y compré el pasaje”, revela sobre ese texto premonitorio que leyó en un blog. Y fue precisamente un sabor a travesía el que la invadió ese 22 de febrero de 2020 durante el vuelo hacia la tierra de los mariachis. Apenas pisó el avión sintió que algo la abrazaba. “No era miedo, era una incertidumbre con gusto: algo adentro mío sabía que estaba en una aventura”, expresa. Poco después descubrió en una sesión de numerología que era su linaje femenino el que la protegía.

Show inspirador

Mari canta, relata y actúa en el show Viento con melodías del sur: un viaje con cuentos y música. Su esposo Ric Gómez, que además vivió en Uruguay durante todo 2015, la acompaña con segundas voces y el cajón peruano. Se presentan el sábado 21 de octubre a las 21:00 en la sala Camacuá. Las entradas están a la venta en Redtickets.

Usa, por ejemplo, El tiempo está después, de Fernando Cabrera, para introducir al público en la Ciudad Vieja, y Mandolín, de Gustavo Pena, para relatar cómo se conocieron sus padres a través de un paseo por la ciudad de Castillos. “Conecto historias con canciones y la gente me mira con ojos de niños porque los adultos no están acostumbrados a que les cuentes un cuento”, asegura.

Salir a cantar a la gorra con lo que implica -“es imponerte en un bar y tocar”, dice-, armar su proyecto musical y elegir dedicarse al arte, la hicieron vibrar tan alto que hoy siente que emana luz. Mari quiere que este espectáculo sirva para inspirar a otras mujeres a perseguir sus sueños sin importar la edad: “Yo tenía 35 años cuando me fui y el día que conocí a Ric sentía un amor inmenso hacia mí”, asegura quien luego de la muerte de su madre atravesó una profunda depresión, pasó por infinitos psicólogos y cambió muchas veces de trabajo hasta dar con uno de perfil social que le otorgó sentido a su vida. “Yo me decía contadora social y ahora me digo contadora de historias”, se autodefine.

Vida nueva

Mari Correa cantó a la gorra por bares y calles de distintas ciudades mexicanas.
Mari Correa cantó a la gorra por bares y calles de distintas ciudades mexicanas.

Su ilusión era vibrar la energía de los pueblos originarios: cada vez que oía hablar sobre la masacre del Salsipuedes lloraba y quería volver a Uruguay por tierra para conocer el legado de los Aztecas y Mayas.

El proyecto inicial era hacer un voluntariado (trabajar a cambio de alojamiento y comida) en una posada ubicada entre Puerto Morelos y Playa del Carmen, para luego solventar el viaje vendiendo comida en la playa con su amigo. Pero al décimo día de estar ahí, el plan de pasear se truncó: se decretó la emergencia sanitaria por covid-19, varias familias argentinas se acercaron en motorhome para atrincherarse en esa playa en medio de la nada, y Mari decidió afincarse allí.

Ella, que había aprendido guitarra en un taller del liceo y había dejado de cantar por un problema en las cuerdas vocales, fue hasta el pueblo más cercano y se compró una viola para pasar el rato, ya que no sabía cuándo iba a poder seguir el viaje. Empezó a practicar con canciones de Laura Canoura, Ana Prada y Fernando Cabrera. A base de tutoriales le agarró la mano: “Me animé y la voz se fue curando”, dice.

Su amigo pegó la vuelta en mayo, y la venta de comida en la playa como alternativa para sobrevivir se canceló. En agosto se mudó a Bacalar, al sur del Caribe, para hacer otro voluntariado: esta vez trabajó en la huerta de una casa a cambio de una carpa en el jardín. Mari no sabía distinguir una planta de otra pero se la rebuscó, aprendió y hasta cortó el pasto con machetes.

En ese ínterin, empezó a frecuentar El Galpón, un espacio con un escenario donde se hacían fiestas clandestinas y en el que ella soñaba con cantar. Conectó con el deseo de dedicarse de lleno a su proyecto artístico, pero el trabajo en la tierra no le daba tiempo, así que se mudó a un parque sindical frente a una laguna donde podía acampar y en ese mano a mano con la naturaleza empezó a cranear un espectáculo para lucirse en el festival al que fue invitada en El Galpón.

“Como había tantos argentinos y mexicanos y nadie de Uruguay dije ‘voy a hacer un show que cuente cosas de Uruguay’. Elegí las mismas canciones que salía a tocar a la gorra y fui escribiendo frente a la laguna todas las mañanas: las miré con otros ojos y empecé a identificar qué me permitían contar”, dice. Hilvanó canciones con relatos personales, la historia de Uruguay y así creó Viento con melodías del sur (ver recuadro).

Giros

Mari Correa y su esposo Ric Gómez cantando y tocando la guitarra a la gorra.
Mari Correa y su esposo Ric Gómez cantando y tocando la guitarra a la gorra.

En México también conoció el amor y fue tan inesperado como descubrir su vocación en una playa. Coincidió con Ric Gómez el 19 de junio de 2021 en un bar de la ciudad de San Cristóbal. Mari había agendado su show y Mica, una amiga en común, hizo de cupido y llevó a Ric hasta el sitio. “Fue amor a primera vista, como un torbellino”, confiesa Ric Gómez a Domingo. Mari, en cambio, no puede decir lo mismo, porque estaba tan enfrascada en su show que recién pudo verlo cuando bajó del escenario.

Él le contó que había compuesto un candombe y la cautivó. Después de chatear un mes, la invitó a ir a su casa en Ciudad de México para que se presentara en un festival. Era apenas una excusa para conocerse mejor. A los dos días de estar juntos conectaron de manera tan profunda que él le propuso matrimonio en un ómnibus. Ella al principio no estaba muy afín, pero fue fácil convencerla: le sugirió una boda chamánica y Mari se tiró de cabeza. Luego sumaron dos casamientos más: uno oficial en México y otro en Uruguay.

Enamorarse no estaba en los planes de Mari y aunque no esquivó la flecha de Cupido, tampoco alteró su proyecto inicial: “Cuando decidimos casarnos le advertí ‘por estar en una relación no voy a dejar atrás una decisión tan enorme como es viajar’. Con la pandemia había estado quieta mucho tiempo, quería seguir conociendo y lo pude hacer”, cuenta. Tardaron un año en convivir: “En junio de 2022 me dijo ‘dejo mi trabajo y viajamos juntos’. Ahí empezamos a ensayar mucho, salíamos a tocar a la gorra y a hacer el show juntos”, relata Mari.

En octubre de 2022 volaron a Uruguay con el objetivo de que Ric conociera a la familia de Mari, pasaran las fiestas e hicieran temporada. “En enero amanecimos en Punta del Este, hicimos muchos shows y, cuando vino marzo, dejamos ir el avión. Teníamos los pasajes comprados pero una amiga me hizo cabeza (‘es divino lo que hacés y está bueno sacarle jugo en Uruguay’, me dijo) y nos quedamos. No sabía que el show iba a gustar en Uruguay, porque era contarles algo que conocen, me parecía que en México lo interesante era lo nuevo. Pero he descubierto que no es lo que cuento sino cómo lo cuento lo que emociona”, reflexiona Mari.

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