"Basta, no quiero actuar más”, se dijo Nuria Fló (31 años). La pandemia venía de dejarla sin un segundo año de estudio de actuación en la Escuela Bartis, en Argentina. Tuvo que volver al Uruguay y, al poco tiempo, falleció su padre tras años de padecer Alzheimer. Y por si fuera poco, se había separado. “Me alejé de todo y estuve cuatro años casi sin hacer nada”, cuenta a Domingo sobre ese parate que le impuso a la actriz.
Fue una etapa para ella necesaria, pero nada fácil de atravesar sobre todo por la mirada de los otros, fundamentalmente de su familia. Nadie podía entender cómo después de tantos años dedicados a lo que siempre fue su pasión, ahora lo dejaba.
El tiempo hizo su trabajo y el regreso, si bien se dio en forma natural, fue ayudado por algo que Nuria tenía pendiente: había una película que terminar.
Una luz afuera, la historia de suspenso que la tiene como protagonista y actualmente de gira por el interior, se había empezado a filmar antes de la llegada del covid. El rodaje se completó ni bien se pudieron retomar los trabajos y el film finalmente se estrenó este año. “Eso me puso muy contenta porque la actuación volvió a mi vida”, destaca sonriente.
Pero veamos qué había pasado antes de la contundente decisión.
El peso de la sangre
Ser la nieta de los escritores Ida Vitale y Ángel Rama; la hija del filósofo Juan Fló, y estar rodeada de hermanos destacados en distintas disciplinas no le hizo muy fácil la vida a Nuria. “Nunca me presionaron en nada, siempre tuve mucha libertad”, reconoce. La presión, en realidad, se la generaba ella con la idea de que tenía que ser buena en algo. “Yo misma me lo inventé. Como soy la más chiquita de la familia, para mí eran todos referentes”, acota.
Ella era la niña que jugaba a ser Susana Giménez cuando sus padres organizaban cenas con amigos. “Todos se reían y yo decía: ‘¡Esto está buenísimo!’ Estoy jugando y puedo hacer de este juego mi profesión. ¡Genial!’”, cuenta de aquella época que cree que comenzó cuando tenía unos 8 años.
Y no se equivocó porque a los 17 años ya había filmado Rec, una serie que se vio por Canal 5 y TV Ciudad sobre un adolescente montevideano que filma todo lo que ocurre a su alrededor. “No había ni terminado el liceo y ya me habían elegido en un casting. Como que todo fluyó y se fue dando”, recuerda quien eligió formarse en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD).
Asegura que su carrera siempre fue buena, nunca le faltó trabajo. Entre ellos estuvo una película que la marcó especialmente, como fue Mr. Kaplan (2014). “Fue mi mejor proyecto, la película más linda en la que estuve”, asegura sobre la historia de un judío de 80 años que emprende la cacería de un alemán dueño de un restaurante convencido de que es un antiguo oficial nazi.
“En esa época, yo era muy rebelde y estaba trabajando profesionalmente en cine con actores increíbles”, señala sobre un elenco en el que estaban el chileno Héctor Noguera, Nidia Telles, Néstor Guzzini y Leonor Svarcas, entre otros. De esa experiencia se acuerda de una escena que le dejó una enseñanza muy fuerte. Ya era tarde, habían cenado y venían de filmar muchas tomas. Nidia Telles, a la que le gustaba mucho improvisar, dijo algo gracioso y Nuria comenzó a reír, a reír, a reír. “Me vino de pavota una risa que no podía controlar y no podíamos filmar. Entonces Nidia me sacó para afuera y me dijo: ‘Nuria, vos estás trabajando profesionalmente, esto no te puede pasar’”, rememora la actriz. Fue el rezongo que necesitaba.
Remarca también la presencia de Álvaro Brechner como un gran director de actores. “El primero que tuve que dije ‘este tipo sabe dirigir actores’, se necesitan más como él porque vos precisás una mirada de afuera, un ojo crítico que te genere confianza y te ayude a mejorar”, explica y no descarta que alguna vez pueda dedicarse a eso. “Me encantaría”, dice sobre un rol que le habría sido de gran ayuda en sus inicios, cuando consideraba que no era buena actriz y por eso le costaba invitar gente para que viera sus trabajos.
Con el tiempo llegarían Migas de pan, con rodaje en La Coruña y con Justina Bustos y Cecilia Roth como compañeras de reparto; el drama Severina, y la comedia Porno para principiantes, donde actuó junto a Martín Piroyansky y Nicolás Furtado, representando hasta ese momento su personaje más importante. El protagónico llegaría en Una luz afuera.
En el film de José Luis Elizalde, Nuria encarna a una joven en silla de ruedas que vive en el campo en una situación de semi secuestro por parte de su pareja. A la hora de comenzar a rodar se dio cuenta de que lo que había aprendido del uso de una silla de ruedas no le servía, porque la casa de San José en la que filmaban no estaba adaptada para esa situación. Eso la exigió mucho físicamente, sobre todo en una escena de mucha adrenalina en que debe recorrer unos 50 metros sobre pasto y tierra. “Tuvimos que hacer solo dos tomas porque tenía machucones y ya no podía más”, relata.
El impasse
Cuando Nuria resolvió apartarse de la actuación tuvo que decidir de qué iba a vivir. Entonces se inventó dos emprendimientos artesanales: mascotas personalizadas en miniatura hechas en porcelana fría (@_cuchipanda) y caravanas de diseño en arcilla polimérica (@_fractal). Con el primero le va muy bien y sigue vendiendo; con el segundo estuvo cuatro años en la feria Ideas+.
El antecedente que tenía en materia artesanal fue una etapa en la que se dedicó a hacer máscaras en cuero y papel maché que llegó incluso a elaborar para la EMAD, aunque en general las hacía para el disfrute propio.
Dice que aún si hubiera seguido actuando se tendría que haber buscado algo laboral extra porque no es de las que les gusta atarse a una estructura fija, tipo la Comedia Nacional. “Soy tan aventurera que no puedo, creo que está buena la exploración. Necesito estarme moviendo”, remarca.
Esa característica la condujo a su otra gran pasión: las motos. Surgió al venirse de Argentina por la pandemia. Su entonces pareja manejaba motos, así que ella decidió aprender y sacar la libreta. “Siempre me gustaron las motos, pero no sentía que pudiera manejarlas. Cuando yo era chica se veía como algo peligroso y no había tantas mujeres que lo hicieran”, explica. Pero como es rebelde se lanzó, obtuvo la libreta y se compró su primera moto. Poco a poco fue subiendo de cilindrada y se animó a hacer un primer viaje a El Bolsón junto con su pareja.
Dos años después hizo otro viaje, esta vez de tres meses y sola. Se fue hasta Ushuaia, cruzó varias veces a Chile; en total fueron casi 20.000 kilómetros. Se abrió un canal de YouTube y comenzó a mostrar sus recorridos y a monetizar la aventura. “La idea es generar una comunidad solidaria porque los motoqueros lo son”, acota quien hace dos años viene masticando la idea de recorrer toda Latinoamérica sobre ruedas. “Tengo que enfrentar muchos miedos, dejar mis cosas acá, armar un plan… pero las motos son una enfermedad de la que no puedo escapar”, confiesa.
Sus “cosas acá” son sus amigas y su familia. Actualmente Nuria vive con su madre en una casa grande. “Ella está feliz de que yo esté”, apunta en diálogo con Domingo.
Su agenda indica que debe grabar un corto, hacer algunas publicidades que tienen que ver con su vida motoquera, y acompañar el estreno de Una luz afuera, que por estos días está girando por el interior uruguayo.
Del teatro no la han convocado últimamente, pero si apareciera algo estaría dispuesta a tomarlo siempre y cuando no coincidiera con un viaje.
“Me gustaría componer un personaje que se alejara un poco más de mí. Porque si bien Agustina está en silla de ruedas, sigue siendo alguien más o menos de mi edad. Siempre quise hacer de hombre o de una vieja… algo que de verdad me implique una transformación visual; me parecería mucho más entretenido”, sueña.
Hoy se siente feliz porque logró conectar la actuación, las motos y sus emprendimientos artesanales. “Si lo hubiese planeado no me salía, se unió todo solito. La verdad que no me puedo quejar porque al final todo se dio como quería, que era vivir de lo que amo. Amo muchas cosas y todas he logrado hacerlas”, resume.