NOMBRES
Pese a no poder revalidar en este siglo su estatus de gran estrella, la actriz de Ghost asegura haber dejado atrás años de autodestrucción.
No debería extrañar, siendo natural de la localidad de Roswell (Nuevo México, EE. UU.), con más de 70 años de obsesión por los avistamientos de ovnis, que su trayectoria vital y profesional tenga más de fenómeno paranormal que de sueño americano o cualquier otro cliché recurrente aplicado a las estrellas de cine. Porque cuando Demetria Gene Guynes, más conocida por el nombre artístico de Demi Moore, celebró su 60º cumpleaños este 11 de noviembre lo hizo habiendo protagonizado uno de los caminos más agridulces de cuantos se han concebido en las colinas de Los Ángeles.
Antes de convertirse en la actriz más popular del mundo y en la mejor pagada de la historia en los 90, Moore tuvo que lidiar con un núcleo familiar desestructurado, con los repetidos intentos de suicidio de su madre, con una violación cuando tenía 15 años y con una adicción temprana al alcohol y las drogas. Después de ganarse un lugar en el Olimpo del séptimo arte llegaría el escrutinio exagerado a su físico y salario, dos de los divorcios más comentados del Hollywood reciente (con Bruce Willis, en el año 2000, y Ashton Kutcher, en 2013), la defenestración profesional y una “espiral autodestructiva” que acabaría llevándola al hospital y provocando su ingreso en un centro de desintoxicación. Ella misma confesó en su desgarrador libro de memorias, Inside Out “que no hay dinero, éxito o fama que pueda llenar la vergüenza y los traumas no resueltos en ti”.
Lo más marciano en su caso es que no solo ha logrado sobreponerse a todos estos episodios, sino que dice celebrar sus seis décadas de vida en un óptimo momento vital. Cosas de extraterrestres.
“Me siento más viva y presente que nunca”, ha confesado Moore en una reciente entrevista con la revista People. Además de por lo significativo de su aniversario, la intérprete ha vuelto al foco mediático con motivo de su nueva colección de biquinis y bañadores, diseñados por ella misma para la firma Andie Swim. Presumiendo de una figura escultural ante sus más de tres millones de seguidores en Instagram, apuesta por modelar ella misma varios de los looks, compartir su rutina de ejercicios y ganarse los piropos de colegas como Michelle Pfeiffer, Helena Christensen y Lily Collins.
Lejos quedan las críticas desaforadas que trataron de avergonzar y reducir una estrella a carne de meme cuando en enero del año pasado desfiló en París para Fendi y su rostro -con pómulos marcados y labios hinchados- mostraba un aspecto distinto al habitual. La protagonista de Una proposición indecente apuesta por erigirse en ejemplo de una sensualidad imperecedera: “Quiero cambiar la idea de que las mujeres somos menos deseables conforme nos vamos haciendo mayores. No queremos dejar de sentirnos sexis”, corrobora.
Nuevo amor
Demi Moore celebró su cumpleaños junto a su más reciente ilusión sentimental: el chef suizo Daniel Humm, con el que comparte su vida desde el pasado año y que dirige el prestigioso restaurante Eleven Madison Park, galardonado con tres estrellas Michelin, en la Gran Manzana. También con las tres hijas fruto de su matrimonio con Bruce Willis, Rumer, Scout y Tallulah, la más pequeña de la familia y con quien estuvo tres años sin hablarse por la recaída en las adicciones que experimentó la actriz tras su separación de Kutcher. Un distanciamiento que se ha transformado ahora en una unión férrea como manifiesta en sus redes, fortalecida más si cabe tras la noticia de que Willis dejaba el cine tras serle diagnosticado un trastorno del lenguaje conocido como afasia. Pese a que el protagonista de Duro de Matar volvió a casarse en 2009 con la modelo británica Emma Heming, ha mantenido una amistad envidiable con su célebre expareja y la actriz forma parte del núcleo más cercano del actor en estos complicados momentos.
En el ámbito profesional, quedan muy lejos ya los días en los que Demi Moore rompía récords y se convertía en la primera actriz de la historia en firmar un cheque de US$ 12 millones por una película, la controvertida Striptease. Su lucha por la igualdad salarial generó un efecto dominó que acabó beneficiando a cada una de sus coetáneas en Hollywood (de Sharon Stone a Meg Ryan y Julia Roberts), pero el precio a pagar por su reivindicación acabó siendo demasiado alto en una industria de profundo calado sexista, antes y aún hoy. “¿Por qué pagarle 12 millones para que se quite la ropa si lo hace gratis en las revistas?”, la ridiculizaba un ejecutivo allá por 1995.
El escarnio fue tal que, pese a ser por aquel entonces la actriz más taquillera del mundo por películas como Ghost, los discretos datos recaudatorios de Striptease y La teniente O’Neal fueron utilizados como prueba irrefutable de la codicia y sobrevaloración argumentada por los escépticos. “En lugar de ser celebrado, mi salario por Striptease acabó convirtiéndose en un elemento para ser castigada”, reveló en Variety Moore, que ha logrado amasar una fortuna estimada en US$ 200 millones.
Retiro voluntario
Tras los sinsabores de finales de la década de los 90, la de Nuevo México decidió retirarse de manera temporal de la meca del cine hasta bien entrado el nuevo siglo. Un intervalo en el que siguió copando titulares, pero centrados exclusivamente en su divorcio de Willis y en unos supuestos retoques estéticos -desmentidos de manera errática por ella misma- por valor de US$ 250.000. Su carrera jamás volvería a saborear las mieles del éxito y sus últimas dos décadas transcurren entre personajes episódicos en series de televisión, papeles protagonistas en películas de bajo presupuesto y aspiración de sobremesa y algún cameo en comedias que pretenden sorprender al espectador con su icónica presencia.
La respuesta más frecuente de los estudios es que “no sabían qué hacer con ella”. Moore ya advertía, con solo 44 años y al igual que tantas otras de sus compañeras, que el edadismo que asola la industria del cine amenazaba con tener este efecto en su trayectoria: “Han sido unos años de desafío continuo por mi edad. Hasta el punto de sentir que no sabían qué hacer conmigo. No hay muchos papeles buenos para las mujeres de más de 40. Muchos de ellos no tienen más sustancia que ser la madre o la esposa de alguien”.
Quizá su suerte profesional esté a punto de cambiar, ya que hace apenas un par de semanas se anunciaba su incorporación a uno de los proyectos más esperados de la televisión reciente. Moore dará vida a Ann Woodward, mito de la alta sociedad del Manhattan de los años 50, asesina confesa y cisne de Truman Capote en la segunda temporada de Feud. La serie antológica narrará en su nueva tanda de capítulos las afinidades y desventuras del autor de A sangre fría, interpretado por el actor Tom Hollander, con las socialités de la época.
Teniendo en cuenta que la ficción televisiva ha recuperado en los últimos años a un buen puñado de leyendas que parecían amortizadas -como Jean Smart (Hacks), Catherine O’Hara (Schitt’s Creek), Jane Fonda (Grace and Frankie) o Jessica Lange (American Horror Story)-, quién sabe si el renacimiento artístico de Demi Moore está a solo unos meses de distancia.
Con Striptease tocó techo y fondo a la vez
Existe la creencia generalizada de que Demi Moore recibió US$ 12,5 millones por desnudarse (durante apenas minuto y medio, por cierto). Pero fue por algo más trivial, como explicó en sus memorias Inside Out. “Ya me había comprometido para hacer La teniente O’Neil, así que los productores de Striptease tuvieron que ofrecer más dinero para poder rodar antes. Así que lo hicieron. Y de repente, me convertí en la actriz mejor pagada de Hollywood”.
A buena parte del público le resultó difícil abstraerse de aquello: la fama de Moore, añadida a su sueldo astronómico, fue uno de los factores que mataron Striptease antes de que naciera. Una mujer desesperada y sin dinero no baila así ni tiene esa anatomía fruto de horas de gimnasio y costosas intervenciones estéticas. La crítica de The New York Times, Janet Maslin, lo explicó mejor: “Estas escenas no sugieren una sexualidad desenfrenada, sino un trabajo duro y agotador: esfuerzos prodigiosos de vestuario, coreografía, maquillaje, entrenamiento y hasta del Cuerpo de Ingenieros del Ejército”. Todas las críticas de medios influyentes -la de Los Angeles Times, la de Chicago Sun Times o la de Chicago Tribune- estaban de acuerdo en lo mismo: era Demi Moore, su interpretación y su cuerpo los que afectaban la película. Una sentencia de muerte, pues precisamente Moore y su cuerpo desnudo eran -desde el póster de la película, censurado en algunos países- el mayor reclamo, de hecho el único.
Durante una charla con Variety el pasado año, Moore dijo: “Una de mis decisiones más arriesgadas fue hacer Striptease. Siento como si con ella hubiese traicionado a las mujeres y así me lo hicieron saber”.
Striptease fue un fracaso en Estados Unidos: recaudó US$ 32 millones frente a un presupuesto de US$ 40 millones y a US$ 24 millones invertidos solo en promoción, según contabilizó Los Angeles Times); la película se salvó gracias a la recaudación en otros mercados. Al final, la película recaudó en el mundo unos US$ 113 millones.