EL PERSONAJE
Aunque nunca se lo planteó, hoy divide su tiempo entre el periodismo y el trabajo como coordinadora de Nada crece a la sombra, un programa que se involucra con las cárceles.
Denisse Legrand tiene 32 años, el pelo negro y violeta, 32.700 seguidores en Twitter, cinco gatos, un título universitario, algunos posgrados, varias ideas que defiende y discute y una casa que heredó de su abuela paterna. La casa —de dos plantas, con una pared de ladrillos en el living, un marco de cuadro vacío en el que cuelga una guirnalda de diez luces blancas, un sillón rojo de tres cuerpos y otro negro de uno, un baúl marrón antiguo, una mesa de luz con una lámpara que da una luz amarilla y caliente, una cocina de azulejos negros en el mismo ambiente y un calefactor a leña— está frente a un edificio en el que alguna vez funcionó una cárcel.
Cuando era una niña Denisse pasaba los días visitando a su abuela en esa casa desde la que se escuchaban voces, ruidos, gritos, niños y llantos que venían de la vereda de enfrente. Nunca se preguntó por esas historias: quiénes eran, de dónde venían, a dónde pertenecían, por qué vivían en el encierro. Tampoco se lo explicaron.
Es el último martes de junio y afuera el frío congela los huesos. Adentro, sentada en esa misma casa, mientras acomoda unos troncos delicados adentro del calefactor, Denisse dice que no imaginó que iba a trabajar en cárceles y a dar clases en el mismo lugar desde el que escuchaba un sonido particular y nunca se preguntó qué era. Hoy lo sabe: así suena una cárcel.
La primera vez que entró a una Denisse tenía 24 años, militaba por la campaña del No a la baja, que se oponía a bajar la edad de imputabilidad, y, junto a un grupo de compañeros militantes y amigos, decidieron que no podían decir que las cárceles no eran la manera de frenar el problema de la inseguridad sin tener conocimiento real del territorio. Se reunieron y pensaron qué podían aportar ellos en una cárcel y decidieron hacer talleres para brindar herramientas socioeducativas.
Un día de 2014 quisieron ir al Comcar. Golpearon una puerta. Entraron. Eran ocho. Tenían entre 20 y 35 años. Cuando se dieron cuenta estaban solos en el medio de un patio con un grupo de 130 personas a su alrededor esperando para escuchar qué era lo que ellos tenían para proponerles. Y lo que tenían era un taller de rap: aprender a hacer rimas con un ritmo para poder expresar todo lo tuviesen adentro y así, de algún modo, poder canalizar la violencia con la que convivían todos los días.
Lo mismo hicieron en la cárcel de Punta de Rieles y en la de mujeres. De pronto iban a las cárceles todos los días, tenían más de cinco talleres de distintas disciplinas, proyectos y una convicción que decía que tenían que hacer algo desde adentro y que aunque no iban a cambiar el mundo, sí podían cambiarle la vida a una persona y de la misma manera a otra y a otra y a otra hasta que quizás, algún día, algo de un sistema que carga con fallas históricas, pudiese mejorar.
Así surgió Nada crece a la sombra, un programa socioeducativo y de salud para el sistema carcelario. Hoy Denisse es la coordinadora del proyecto. Y, dice, todavía tienen mucho por hacer.
Aún se acuerda de lo que sintió esa primera vez en la cárcel. Se acuerda del olor, de la sensación de miedo, de la inmensidad, de la violencia, de la posibilidad de la muerte. “Cuando uno entra por primera vez a una cárcel todo te desborda”, dice. Después el cuerpo se acostumbra: “Yo me acuerdo de la primera vez que respiré gas pimienta en la cárcel pero no me acuerdo de las siguientes, me acuerdo de la primera vez que escuché un tiro, pero después vos la transitas y no te pasa nada, escuchás los tiros y seguís”. Lo mismo le pasó con la primera persona del grupo con el que habían trabajado que murió asesinado adentro de la cárcel, Kevin, y lo mismo con las personas que, después de trabajar con ellos, volvieron a reincidir en el delito.
El cuerpo se acostumbra a vivir con la violencia y con la posibilidad de la muerte, pero trabajando en cárceles, el cuerpo también se acostumbra a soportar la frustración.
—¿Cómo se lidia con la frustración de querer cambiar un sistema tan pesado?
—Nosotros hace tres gobiernos que estamos en la cárcel. Ya conocimos tres formas de gestión diferentes (...) La frustración se maneja como se puede. Porque en estos entornos es mucha y es permanente. Es evidente que hay determinados sistemas que están mal y que hay que cambiarlos, pero cuando esa evidencia es una cuestión que se transforma en un litigio político partidario entre unos y otros, desconociendo la sapienza de unos y de otros, es difícil. Nadie puede negar que las cárceles son una deuda histórica de todos los gobiernos, sin embargo, todos los gobiernos hacen lo mismo, y todos reaccionan de la misma forma cuando se los cuestiona. Así como una aprende a manejar la violencia, aprende a manejar la frustración.
Dice que muchas veces ha querido cerrar la cortina y dedicarse a otra cosa. Que se han dicho más de una vez, bueno, ya está, nos vamos. Dice que entonces se preguntan quién gana si ellos se van, si abandonan el trabajo en las cárceles. Dice que se quedan. Que lo hacen, también, por eso: “Para no sostener la frustración de decir bueno, ganó el sistema, ganaron los malos, ganó la idea de que esto efectivamente no se iba a poder cambiar”.
El deber ser
Cuando era niña Denisse —vivía con su madre y su padre en una casa en Rivera y Luis Alberto de Herrera, en Montevideo— quería ser abogada penalista y actriz. Después quiso ser médica y hacer cine. Así que cuando terminó el liceo se inscribió en la Facultad de Medicina. Cursó algunos años y abandonó. Estudió cine en la Escuela de Cine del Uruguay y después se fue a Buenos Aires para especializarse en producción y asistencia de dirección. Volvió. Trabajó en audiovisual y se empezó a dedicar a la producción musical.
Hizo la carrera de Gestión Cultural —“Porque a los hegemónicos privilegiados nos obligan, de alguna manera, a hacer una carrera académica”— y, en paralelo, un poco por la necesidad de tener un empleo formal y por la precarización laboral del rubro audiovisual, empezó a trabajar en el departamento de comunicación del Instituto Nacional de Mujeres, del Ministerio de Desarrollo Social.
Estuvo allí por cuatro años—“No era un cargo político, era un cargo técnico”— y renunció. Además, ha hecho posgrados vinculados a violencia, seguridad, penalidad y democracia.
En el medio, se empezó a vincular con grupos del movimiento social y a militar y trabajar en diferentes causas: primero en la anulación de la Ley de Caducidad, después en la legalización del aborto, en la campaña por el matrimonio igualitario, en la de regularización del mercado de la marihuana y en la de No a la baja. En el medio, empezó el trabajo en las cárceles.
En 2017 la contrataron para una tarea de producción de dos meses en la diaria y después le propusieron ser la editora de la sección Feminismos y de Justicia de ese medio. No sabía cómo hacerlo pero aprendió. En 2020 la llamaron para conducir La letra chica, el periodístico de TV Ciudad y dijo que sí. No sabía cómo hacerlo pero aprendió.
Una hora y 20 minutos después de haber empezado la entrevista, tras haber hablado sobre las redes y sobre la violencia — “En Twitter hay una exacerbación de la violencia que no es tal en la vida real”— tras hablar sobre periodismo — “Creo que vamos aprendiendo y creciendo como generación”— Denisse hace una pausa, pone un tronco en el calefactor y dice que en todas partes (en el periodismo y en la política) hay personas intentando hacer las cosas de forma distinta. Que no importa si no piensan igual, que lo que importa es sumarse, hacer: construir algo mejor.
En la casa de Denisse el fuego hace un ruido rojo. Afuera el frío es salvaje.
Sus cosas
LAS REDES. Denisse ha sido cuestionada y atacada reiteradas veces en Twitter. Cuando el ataque es sobre su profesión o sobre sus ideas, ella responde. “Para mí es un acto pedagógico, la política es pedagogía, es mostrarle al otro cuál es el planteo que tenés respecto a las cosas que pasan la vida”. Últimamente, dice, los ataques son personales y ahí decide no responder.
LAS CÁRCELES. En los ocho años de Nada crece a la sombra han hecho distintos proyectos: “Creamos un área de salud, pudimos diagnosticar la situación de todas las mujeres privadas de libertad, tenemos el plan de Salud sexual y reproductivo, que brinda atención ginecológica, un plan de urbanización en el que inauguramos una plaza en el Comcar” y más.
LOS MEDIOS. Además del trabajo en la diaria, Denisse forma parte del equipo de Justicia infinita, en Urbana FM y conduce La letra chica, de TV Ciudad. “Ahí tuve que empezar a construir esto que tiene que ver con estar en la cotidianidad en televisión. En los otros trabajos vos no estás tan expuesta pero en la televisión diaria la exposición es cotidiana”.