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Delitos. Muchas de las situaciones denunciadas en redes constituyen un delito. Hay otras que no son tales pero que igual configuran una forma de violencia.
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En el Instagram Varones Carnaval hay más de 250 placas con testimonios de mujeres que denuncian públicamente haber sufrido acoso, abuso y otros tipos de violencia machista en el ambiente. Algunas tienen nombre y apellido del hombre, otras tienen solo las iniciales. Hay nombres que se repiten en cada placa, una y otra vez. Algunas de las causas denunciadas configuran delitos y otras no. Algunas estaban en la Justicia sin respuesta y otras nunca habían sido puestas en palabras.
A los pocos días surgieron otras cuentas: varones del rock, varones de la publicidad, varones municipales, varones de los medios, varones de ámbitos artísticos, varones de la política, varones del hip hop, varones municipales, varones electrónica, varones de la fotografía.
Antes habían sido los hashtag Me lo dijeron en la Fmed y Me lo dijeron en el liceo, para denunciar los abusos y acosos en la Facultad de Medicina y en el ámbito de Secundaria a través de Twitter.
En poco más de un mes las denuncias empezaron a explotar como si fuesen bombas que se quedaron sin tiempo, como si las mujeres fuésemos cuerpos tan llenos de injusticias y tan violentados que no nos quedó más remedio que buscar la manera de reventar para intentar sanar. En poco más de un mes una movida que surgió en redes sociales y que abarcó a casi todos los ámbitos de la vida cotidiana se instaló para poner, de una vez por todas, a la violencia de género en el centro del debate: los medios hablaron del tema, las autoridades de las instituciones tuvieron que opinar al respecto, el fiscal de Corte Jorge Díaz habilitó una línea telefónica específica para recibir las denuncias del Carnaval, Fiscalía empezó a estudiar alguna de las denuncias.

Por otro lado, hubo quienes cuestionaron la forma: el escrache. Y también los errores: haber empapelado la ciudad con la imagen de una persona que no tenía nada que ver con la denuncia en cuestión o haber publicado testimonios que no eran casos de violencia, que no tenían nada que ver con los otros. Todo eso pasó en poco más de un mes.
Fue un volcán que reventó y desparramó sus cenizas por todos lados.
Este texto nace por la necesidad de correr las cenizas para poder pensar, cuestionar y poner en perspectiva lo que está pasando. Esto, dicen algunas de las referentes feministas que más han trabajado y estudiado el tema de la violencia basada en género en Uruguay, es un punto de inflexión. Es el momento en el que las mujeres deciden, masiva y públicamente, no callarse más.
Es parte de un proceso que se viene realizando desde hace años y es parte de un contexto de ebullición de los feminismos. Es, también, la ruptura del silencio. Puede salir muy bien o puede salir muy mal, dicen.

¿QUÉ FALLA? El feminismo es un camino. Y las luchas feministas también. Para saber dónde estamos paradas ahora es necesario - indispensable- saber cómo fue la lucha de las que estuvieron antes.
“Yo creo que esta oleada de denuncias públicas es parte de un proceso de muchísimos años, en el cual primero se hizo un trabajo muy fuerte de poder empezar a hablar y desnaturalizar las situaciones de mayor riesgo en violencia hacia las mujeres”, dice Andrea Tuana, integrante de la Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual y directora de la ONG El Paso. “Después se empezó a hablar de las situaciones de violencia más evidentes o las que estaban más presentes en la vida de las mujeres, como la violencia en las relaciones de pareja. Y luego fue un proceso de empezar a ver aquellas violencias que no estaban tan visibles o que se callaban por diferentes razones. Creo que después de que se hace un gran avance donde se conceptualiza y se enmarca, donde se lo entiende como un grave problema de derechos humanos, se generan leyes y se tipifican delitos, recién ahí la sociedad empieza a ver que está ante un problema”.
Recién entonces se crearon servicios de atención y se intentó dotar a la Justicia para que abordara temas de género. Pero nunca fue suficiente. “El sistema judicial sigue siendo muy hostil para las mujeres, no responde a las necesidades de las mujeres, niños, niñas y adolescentes que sufren estas situaciones y hay muchos casos que quedan con unos niveles de impunidad enormes”, agrega Tuana.
Por su parte, Virginia Cáceres, integrante de la Red de Abogadas Feministas, cree que la cantidad de denuncias que se hicieron en las redes sociales merece una reflexión sobre, justamente, el funcionamiento de la Justicia respecto a estos temas. “En el ámbito judicial las víctimas de este tipo de delitos, sobre todo los que tienen que ver con abuso sexual, no han encontrado espacios demasiado amigables como para poder hacer las denuncias. Es moneda corriente cuando una habla con personas que han acudido a la Justicia a plantear estas situaciones que no haya muchas que hayan quedado conformes con la actuación judicial porque su caso fue tratado en tiempo y forma y con un castigo acorde al delito”.
Al respecto, Lilián Abracinskas, referente y activista feminista, sostiene: “En los procesamientos por violación la manera en que la Justicia tiene de operar pidiendo pruebas sobre actos que resultan en la intimidad de las personas, es absurdo. En definitiva se termina por optar a quién se le cree y hasta ahora se le ha creído a los hombres. Las mujeres que hemos pasado por situaciones de violencia, de alguna manera, lo que tenemos que demostrar es que nosotras somos inocentes de no haber provocado al otro; sin embargo, nunca se pone en cuestión por qué el otro se sentía habilitado para actuar así”.
A su vez, “ha habido un proceso en el cual las mujeres han empezado a ver que hay derechos reconocidos, han empezado a desnaturalizar situaciones pero cuando la respuesta institucional tiene que aparecer, no aparece”, sostiene Teresa Herrera, socióloga, parte de la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual y una de las mayores referentes feministas del Uruguay.
Herrera habla también de que hay una ley integral (la 19.580) que es una hoja de ruta para enfrentar la violencia de género que no es puesta en práctica, que no se cumple y para la que no hay presupuesto. La ley incluye, entre tantos otros puntos, temas de género en la currícula de todos los niveles de educación.
“Falta formación en el sistema judicial para abordar estos temas y creo que uno de los responsables es la universidad, que no asume estos temas. La principal causa de muerte violenta de las mujeres no se estudia en la universidad”.
La falta de formación con perspectiva de género del sistema judicial es clave para comprender lo que está pasando. Muchos de los casos denunciados judicialmente quedan impunes por no contar con pruebas. “Es difícil encontrarlas si nosotros nos paramos a visualizar las pruebas con una mirada de lo que es un procedimiento judicial común y corriente. Desde ese lugar claramente es muy difícil porque la mayoría de los casos de acoso o abuso se dan en un ámbito íntimo. Pero por eso es tan importante el rol de las fiscalías de género, porque allí hay una mirada diferente. En estos casos, las pruebas no son las tradicionales, pero no quiere decir que no las haya; hay pruebas por conexión, por reconstrucciones psicológicas. No hay elementos tangibles pero eso no quiere decir que no haya pruebas”, explica la abogada Virginia Cáceres.
Este contexto llevó a lo que Herrera denomina como una explosión social -la de las denuncias públicas- que marca un punto de inflexión.
“Esta ola de denuncias responde a varias cosas pero creo que responde a un estado del alma. También a procesos que arrancaron con el Me Too (ver recuadro) que vienen bajando por los distintos continentes y que han generado un efecto contagio en el buen sentido”, dice Ana Laura Pérez, periodista y feminista.
El contagio tiene que ver con romper un silencio que atravesó a muchas generaciones de mujeres. Y eso, para Abracinskas, es el primer paso. “Cuando vos lo podés verbalizar es porque, de alguna manera, podés procesarlo, podés hacerlo tangible. En la historia del feminismo esto es lo que hemos trabajado las mujeres en talleres de autoconciencia: darte cuenta de que no te pasó solo a vos y de que no sos culpable de nada. Romper el dique, romper el silencio y poder verbalizar públicamente lo que te acongoja es una consecuencia de lo que la cultura, el sistema y las instituciones aún no logran abordar como corresponde”.

Las redes o el escrache. ¿Por qué las denuncias se realizan en redes sociales? ¿Qué tienen las redes para configurar un espacio que permita el testimonio? “Creo que todo esto se da en las redes sociales porque todavía, si bien nos sentimos más cómodas que antes para hablar de estas cosas, no nos sentimos lo suficientemente cómodas para hablarlo en vivo o para poner la cara. Las redes tienen una cosa que a veces funciona de manera negativa y otras de manera positiva y es que juntan gente que piensa igual y siente lo mismo; entonces, de repente, a vos te cuesta hablar de esto con tus amigas porque ninguna de ellas vivió algo similar o no se animan a hablar y te hacen sentir diferente. Pero, de repente, lo contás en redes y aparecen algunas a las que sí les pasó y eso te hace sentir contenida y acompañada y entendida”, dice Ana Laura Pérez.
Las denuncias y los espacios en redes para realizarlas fueron concebidos, en su mayoría, por gente joven, por nuevas generaciones de mujeres que ante la acumulación de impunidad con que han sido históricamente tratadas y entendidas decidieron organizarse para poder hablar. “Tiene un efecto sanador el poder contarlo y el poder contribuir a hacer justicia en el sentido de que se vea lo que está oculto”, sostiene Tuana.
Es evidente también que las redes sociales constituyen un lenguaje común para las nuevas generaciones. “Y son las nuevas generaciones las que tienen un mayor grado de conciencia sobre estos temas”, agrega Herrera.
El hecho de poder relatar con libertad, sin ser juzgadas y de manera detallada una situación de abuso o acoso y de que en tan poco tiempo haya tantas denuncias, independientemente de los nombres que salieron a la luz (que en muchos casos, como en el carnaval o en el rock se repiten), deja al descubierto, considera Tuana, que el problema no es de unos pocos “degenerados”, sino que es algo estructural y hace que todo el ámbito se tenga que revisar: “Creo que contar las cosas sin dar nombres es muy efectivo porque lo que se denuncia es la práctica social que está instalada”.
Pero, ¿qué pasa cuando se cometen errores como el que ocurrió cuando se publicó la cara de Pablo Porciúncula, comunicador y sin vínculo alguno con las denuncias, en lugar de la imagen del Pablo Porciúncula al que realmente se quería mostrar? ¿Qué ocurre con el escrache? ¿Es válido? ¿Sirve para algo?
Las personas consultadas para esta nota coinciden en dos cosas. La primera tiene que ver con pueden entender el escrache por la necesidad implícita de hablar. La segunda es que no lo comparten.
El escrache con nombre y apellido de una persona, dice Tuana, es una medida muy poderosa que puede generar mucho daño. “Es una medida que, en caso de utilizarla para algunos casos específicos, tiene que estar muy bien pensada, tiene que tener todos los elementos puestos sobre la mesa como para poder decir ‘bueno, no hay forma de que esta persona pueda quedar impune’. Con esa acción lo que se hace es exponer o, al menos, llamar la atención de otras posibles víctimas y generar una sanción social. Para algunos casos el escrache puede ser una herramienta útil pero no puede ser una herramienta que utilicemos de forma generalizada”.
La abogada Virginia Cáceres explica, por su parte, que lo que termina por pasar en algunos casos de escrache es que el varón realiza una contradenuncia por difamación e injurias.
Desde la Red de Abogadas feministas, dice Cáceres, no se está de acuerdo con esta modalidad de denuncia. “Las situaciones como lo que ocurrió con Porciúncula deslegitiman la herramienta porque se le hace mal a una persona y el daño es muy grande. Yo entiendo que los ambientes de la Justicia no son amigables pero nosotros vivimos en una república donde hay un Estado de Derecho, un Poder Judicial y un lugar en donde se tienen que hacer las denuncias. Porque sino esto se transforma en una anarquía en la que cada una busca el mecanismo de denuncia que mejor le sirva. Obviamente no se puede cuestionar ni trasladar la culpa a la víctima que allí encontró la contención para hablar, pero hay que tener mucho cuidado porque, con el ánimo de generar un movimiento importante, estamos lesionando derechos de otras personas y ese tampoco es el espíritu de esto”.
Los errores, dice Ana Laura Pérez, “le hacen mucho daño a una causa muy justa. A veces por acelerar podemos dañar algo y obligarlo a retroceder. Hay que tener cuidado, porque en un proceso como este no da lo mismo que haya víctimas inocentes que queden por el camino. No da igual generar Pablos Porciúnculas por ahí (...) Creo que tenemos que reflexionar sobre que justicia es otra cosa. Hace años que decidimos como sociedad que justicia es otra cosa. La justicia es patriarcal porque está inserta en una sociedad patriarcal, en eso estamos de acuerdo, pero el camino para cambiarla no es hacer justicia por mano propia”.

Por otra parte, Abracinskas cree que lo que pasó con Pablo Porciúncula no es lo deseable, pero él no se “puede convertir en la víctima principal de todo lo que se está discutiendo”.
Más allá de este caso en particular, hay algunas denuncias realizadas en esas cuentas de Instagram y otras redes que no solo no configuran un delito, sino que tampoco constituyen una situación de violencia o que ni siquiera son relatadas por la víctima.
“La violencia basada en género es un fenómeno muy complejo. Y no alcanza con el activismo o la buena voluntad”, sostiene Herrera.
“Por algo nosotras insistimos tanto en que esto tiene que ser un tema de estudio, un tema para analizar y para pensar. Hay mucha gente que sabe sobre esto pero el problema es que no todo el mundo sabe cómo manejar estas situaciones, incluso hay especificidades dentro de las situaciones. Creo que hay muy buena intención pero mucha improvisación. De todas formas, si tengo que señalar responsabilidades en este estallido son las instituciones, las organizaciones, los partidos políticos, el Estado, el gobierno actual y los anteriores y todos los que no han dado las respuestas necesarias”.
Escrache sí, escrache no
Si bien algunas de las consultadas creen que el escrache es una herramienta válida, todas dicen que no lo comparten y que nunca puede ser una medida utilizada de forma general. Que, de usarse para una situación en particular, tiene que ser utilizada de manera pensada y deliberada para no cometer errores.
Redes de psicólogas feministas
Victoria Marichal es parte de la Red de Psicólogas Feministas del Uruguay que surgió en octubre de 2019 “con la intención de promover la psicología con perspectiva de género desde un marco ético y responsable del ejercicio de la profesión”. Actualmente, cuenta, está integrada por más de 40 psicólogas que se organizan en diferentes comisiones “generando contenido para redes sociales, formándonos internamente y también realizando instancias de formación externa en estas temáticas”.
Desde la red creen que para llevar una denuncia por acoso o abuso hay algunos elementos que se necesitan y el acompañamiento legal y psicológico es uno de ellos.
Ellas están disponibles a través de su página de Facebook, Red de Psicólogas Feministas UY para brindar asesoramiento a quienes lo necesiten. “En los casos de urgencia en los que no tenemos la estructura para sostener una asistencia inmediata se derivan a los centros correspondientes, como INMUJERES o a las comunas”, explica Marichal a El País. “Por otro lado, cuando las mujeres quieren empezar un proceso de psicoterapia, nos manejamos con un comité de recepción que realiza entrevistas iniciales preguntando los motivos de la consulta y presentando la estructura con la que trabaja la red y, a partir de ahí, se la deriva a la compañera que se considere más adecuada para cada caso en particular”.
Respecto a las denuncias realizadas en redes, sostiene que para “muchas es una liberación poder contarle a alguien por primera vez lo que vivieron, es una forma de obtener una sensación de justicia que es necesaria y que, la mayoría de las veces en estos casos, no puede obtenerse por otros medios. Además, se rompe con la soledad y la culpabilidad de la que muchas veces las mujeres somos víctimas al vivir una situación de violencia machista, porque permite visibilizar lo estructural de la situación”.
El Me Too como antecedente para romper el silencio
Ana Laura Pérez, periodista y feminista, cree que lo que está pasando en Uruguay tiene varias puntas. Y una de ellas es el antecedente del Me Too, que “viene bajando por los distintos continentes”, generando un efecto contagio. El Me Too refiere, específicamente, al movimiento que empezó en 2017 en Estados Unidos cuando el periódico The New York Times publicó una nota en donde se denunciaban los abusos sexuales cometidos durante décadas por el productor de cine Harvey Weinstein.
La expresión, sin embargo, había sido utilizado mucho antes. En 2006 fue la activista por los derechos humanos americana, Tarana Burke, la que lo usó por primera vez para crear conciencia sobre las mujeres que habían sido abusadas. “De lo que tenemos que hablar es de la mujer, el hombre, la persona trans, el niño y la persona discapacitada de todos los días. Todas las personas que no son ricas, blancas y famosas, que se enfrentan a la violencia sexual a diario (...) Necesitamos hablar sobre los sistemas que aún existen y que permiten que eso suceda”, dijo en una entrevista en el año 2019.
El caso Weinstein generó tal movimiento que a partir de ese momento muchas mujeres empezaron a denunciar situaciones similares en las redes sociales utilizando, justamente, el hashtag Me Too, que en español quiere decir “a mí también”.
“Creo que generó un contagio en el sentido de ir sacándose la venda, de irnos dando cuenta de muchas cosas que nos pasaron a todas y creímos que eran aceptables y ahora pensamos que no lo son”.
De a poco el Me Too empezó a dejar al descubierto a hombres (en general poderosos) de todo el mundo y de todos los ambientes.
Abogadas para asesorar
La Red de Abogadas Feministas de Uruguay surgió como tal hace seis meses, más o menos. Sin embargo, el grupo de profesionales que la integran venían trabajando en el tema desde hace más de un año. “Nosotras trabajamos de forma particular en el ámbito de la familia y, específicamente, en situaciones de violencia basada en género y sentimos la necesidad de crear un espacio que más allá de la atención a casos concretos tuviera una proyección más a futuro y poder generar espacios de intercambio”, dice Virginia Cáceres, representante de la red. “El rol del abogado o de la abogada es fundamental en los procesos de violencia basada en género. Por eso la red quiere instalar el tema desde el ejercicio mismo de la profesión”. Cuenta que, además, trabajan con otros colectivos para generar instancias de reflexión.