"Vi esta publicidad en Facebook de una academia de ballroom, ¿vamos a probar?” Agustina González (27 años) miró a su madre, dudó un poco y, al final, aceptó la invitación. “Terminamos yendo, pero yo me enganché mucho más que ella”, cuenta a Domingo sobre el curso de baile de salón para principiantes que realizó en el verano 2019 y la introdujo a un mundo que la fascinó.
Como hija de dos bailarines de ballet del Sodre —Alejandro González (61) y Patricia Martínez (62)—, Agustina siempre estuvo rodeada de danza. “Yo era muy chica, pero tengo recuerdos de ver los ensayos, copiar, aprender las coreografías, bailar…”, recuerda quien estudió teatro, expresión corporal y hasta salió en carnaval bailando candombe en las Llamadas.
Pero debieron pasar años para que diera con una disciplina que no solo le ha dado premios y reconocimientos, sino que actualmente la tiene dictando clases en Argentina donde reside desde hace un par de años por su historia de amor (ver recuadro).
“Aunque estoy en La Plata, siempre que puedo vuelvo, voy a las clases y sigo compitiendo por Dance Sport Center (DSC), la escuela en la que me formé y que está muy consolidada”, comenta y menciona especialmente a Analía Chiffone y Pablo Delgado, sus docentes y referentes en Uruguay.
“Sin ellos yo no estaría haciendo esto y no hubiera descubierto esta pasión enorme”, destaca.
Disciplina que nunca se termina de aprender
“En el ballroom hay dos ritmos: estándar y latino. En la escuela Dance Sport Center hacemos el latino”, explica Agustina.
Dentro de este hay cinco estilos de danza: samba, cha cha chá, rumba, paso doble y jive. En todos ellos se compite por categorías: pareja, dúo sincronizado (dos personas del mismo sexo bailando una al lado de la otra), solista y grupo.
Este fin de semana —17 y 18 de agosto— se está disputando el South American Open Championship en el Hotel Sheraton de Buenos Aires (la competencia más grande del continente) y en octubre se celebrará el Campeonato Nacional de Uruguay. “Es nacional, pero se invita a gente del exterior, entonces vienen bailarines de Brasil, de Argentina, de Ecuador”, informa Agustina.
La también profesora destaca que “el ballroom es una disciplina que no tiene techo. En Europa siempre están buscándole la vuelta a los pasos y van modificándolos para que se puedan ejecutar de mejor manera. Entonces uno tiene que ir adaptándose, nunca terminás de aprender”.
Agrega que si bien lo mejor es arrancar desde chico —como en todo— se puede bailar a cualquier edad. “Si querés competir hay categorías para gente grande. La categoría adulto va más o menos hasta los 35 años. Si querés aspirar a un nivel profesional obviamente tenés que ser joven”, detalla.
Comenta además que participar de competencias tiene su costo en dinero y menciona el caso de los trajes. “Ahora los mandamos a hacer a una modista de Buenos Aires que te los entrega completos. En años anteriores los terminábamos nosotros. Para el Sudamericano 2023 estuve un mes pegando piedra por piedra en tres vestidos. Es un trabajo de hormiga, pero que vale 100% la pena”, dice convencida.
Por estas horas, Agustina participa del South American Open, el sudamericano de ballroom que se celebra este fin de semana en Buenos Aires y en el que ella compite en la categoría solista por primera vez. En 2023 salió campeona en dúo sincronizado, pero como este año su compañera en la categoría —Melanie Figueroa— participa en pareja, decidieron no presentarse.
Tampoco puede participar en las otras categorías en que lo hacen Las Latinas —nombre del grupo de DSC— porque estando en la vecina orilla no puede ensayar. La única categoría que se lo permite es el dúo sincronizado porque no entra en contacto nunca con su compañera, por lo cual cada una puede practicar la coreografía en un país distinto.
“El ballroom es una disciplina que representa al Uruguay, generalmente traemos premios de todo tipo. Me enorgullece formar parte de Las Latinas, llegamos a estar en Got Talent (Canal 10) en 2020”, destaca al tiempo que dice que se invierte mucho tiempo, ganas y dinero en las competencias. “Es costoso porque los trajes son caros y viajar es caro, y en Uruguay no tenemos a nadie que nos ayude. Lo que se hace es vender rifas o ñoquis una vez por mes”, señala en su esfuerzo —y el de muchos— por hacer más visible esta disciplina.
Le gustaría mucho poder dedicarse completamente al ballroom y ser profesional, pero reconoce que en Uruguay a lo máximo que se puede aspirar es a ser semiprofesional, sin poder vivir de esto como sí ocurre en Europa. “A menos que hagas tres millones de malabares y trabajes en 800 lados, como les pasa a la mayoría de los docentes que dan clases de baile o a mis compañeros”, se lamenta.
Reconoce que estar en pareja con un futbolista no facilita las cosas por el tipo de vida que lleva un profesional de este deporte. Por eso no descuida su otra pasión: es Licenciada en Comunicación de la Udelar y como tal trabajó en los diarios El Observador y La República y en la desaparecida Agencia Regional de Noticias.
“Ahora estoy estudiando porque entrar a trabajar en Argentina no es tan fácil, entonces quiero ampliar mi currículum en comunicación y que no sea tan específico en periodismo. Estoy haciendo un curso de Social Media Manager por Zoom en la Universidad de la Empresa, para ampliar el abanico y poder trabajar en Uruguay desde acá”, comenta quien ya se desempeña como community manager de una empresa uruguaya.
Cuenta con orgullo que sus padres están fascinados con su presente en el ballroom, una disciplina que es todo lo contrario al ballet, pero que ella los obliga a practicar cada vez que van a La Plata. “Terminan muertos”, acota.
Agustina sabe que la vida que eligió la ha llevado a renunciar a un montón de cosas y a estar lejos de sus afectos. “Pero dentro de todo me sigo formando y me sigo moviendo porque considero que son cosas mías, que nadie me va a sacar indistintamente del lugar en el que esté. Mi danza y mi profesión me los llevo conmigo a donde vaya”, remata.
Se mudó a La Plata siguiendo a su pareja
Hace nueve años que Agustina está en pareja con el futbolista Mauro Méndez (25), que en 2022 pasó de Montevideo Wanderers a Estudiantes de La Plata.
“Vino de Salto a las inferiores de Defensor Sporting y se quedaba en la casita de los juveniles. Nosotros nos conocimos en el Liceo N° 15 y yo no tenía ni idea de que jugaba al fútbol porque en mi casa nadie era futbolero”, cuenta.
Luego empezó a acompañarlo a los partidos, pero sin imaginar que podría terminar viviendo en el exterior con él. “Es más, cuando él se vino a la Argentina estábamos separados, pero cada vez que iba a Uruguay me iba a buscar a mi casa, me tocaba la puerta o me llamaba”, recuerda.
Un año después de que él se fuera a La Plata, se mudó Agustina. “Acá he conocido gente maravillosa, tanto dentro del ambiente del fútbol como por fuera. Obviamente la mayoría de la gente con la que me relaciono es del fútbol, como las parejas de los compañeros de Mauro”, señala y agrega que durante la Copa América, que Estudiantes dio libre al plantel, se fueron de viaje a Curazao con dos compañeros de Mauro y sus respectivas familias.
“Son como mi segunda familia”, apunta en un momento clave porque su pareja sufrió rotura de ligamentos a principios de este mes, lo operaron el 9 de agosto y tiene entre 6 y 8 meses de rehabilitación. “Por suerte tiene todo un equipo de profesionales detrás que se está encargando de dejarlo al cien por ciento. Dentro de lo que es la lesión, no le podría haber pasado en un mejor lugar porque está cubierto por todos lados”, destaca.
Afortunadamente Agustina encontró dónde dar clases de ballroom en La Plata y, cuando puede, sigue estudiando en Capital “con dos profes que son unas bestias”, apunta. Igual aclara que no ha encontrado clases como las de sus profesores en Montevideo.
“Me costó mucho dejar Uruguay, mi familia, mis amigos, el trabajo, el ballroom... eran cosas que me hacían muy feliz. No es fácil irse”, expresa.