La idea que más se repite es que para progresar en los deportes que los apasionan lo mejor es irse al exterior. Es lo que eligieron como profesión por lo que el sacrificio de dejar atrás familia, amigos y costumbres bien vale la pena. ¿La contracara? Extrañan estar con sus afectos, comer un asado a la parrilla, que la gente hable su mismo idioma o ir a la cancha a ver al equipo de sus amores. Cuatro deportistas uruguayos —tres que han ganado el premio Charrúa del Círculo de Periodistas Deportivos del Uruguay— cuentan cómo es vivir a muchas millas de casa, algo que también le ocurrió a una italiana que llegó a Uruguay, destacó en esgrima y también es dueña de un Charrúa.
Todo por los caballos
Marcelo Chirico (32) empezó a montar cuando tenía 8 años. “No tenía ninguna pretensión de practicar equitación, mucho menos de competir y menos aún de transformarlo en mi profesión”, cuenta a Domingo.
Decidió aprender porque, siendo oriundo de Rivera, sus amigos solían invitarlo al campo y él era el único que no sabía andar a caballo.
Quien hoy es su cuñado fue el que lo llevó a aprender ante la resistencia inicial de su padre. Poco a poco su profesor lo fue haciendo saltar, luego de unos meses sus padres le regalaron un caballo para su cumpleaños y a los pocos días Marcelo ganó su primer concurso.
A los 14 años ya sabía que era esto a lo que se quería dedicar. “Tenía claro que debía mudarme a otro lugar para poder progresar, aprender con un profesor con más experiencia y transformar este hobby en una profesión”, señala sobre una decisión muy pensada, pero que considera que se dio de manera natural y con el respaldo absoluto de su familia.
Es así que ya lleva 15 años fuera del país. Se fue en 2009, con apenas 17 años. Primero estuvo siete años en Brasil (cinco en Porto Alegre y dos en San Pablo), luego tres años en Bélgica —aunque no seguidos porque volvió a Brasil un tiempo—, cinco en España y desde hace dos meses está instalado en Holanda.
“Holanda, junto con Bélgica, son los principales centros para los deportes ecuestres, al menos para la disciplina de salto. Eso es tanto por la calidad de los concursos internacionales, como por la cría de caballos y su cantidad y calidad, como por todo lo que mueve el negocio, la venta de caballos. Así que me vine a Holanda por tiempo indefinido y cabe la posibilidad de que termine quedándome”, comenta.
Marcelo reside actualmente en Sevenum, a unos 15 minutos de la frontera con Alemania y a unos 20 de la frontera con Bélgica. Allí está con su novia española, que también practica el deporte pero como un hobby, así que lo ayuda en el cuidado de los caballos, una actividad que exige estar muchas horas pendientes de los animales.
“La verdad que yo tengo bastante facilidad de adaptación”, dice. Como vive en una zona donde hay mucha gente que se dedica a la equitación, le resulta muy fácil tener una vida social. Pero no siempre fue así, cuando estaba en la zona de Valonia, en Bélgica, no la pasó tan bien. “Yo estaba bastante lejos de la gente que se dedica al tema en una región donde los habitantes tienen una forma de ser bastante más cerrada y no hablan inglés tampoco”, recuerda quien siempre se manejó muy bien con este idioma porque lo aprendió de chico. También habla muy bien el portugués y un poco el italiano y el francés.
El lugar donde no tuvo ningún problema y se sintió casi como en Uruguay fue en España, especialmente en Madrid (también vivió en Barcelona). “La gente es muy parecida a la de Uruguay, no le veo muchas diferencias, sí muchas similitudes. Aparte el madrileño tiene una manera de ser bastante abierta, muchísimo más abierta que el resto de Europa. Hice unos cuantos amigos con los que mantengo contacto”, afirma.
Nunca fue de tomar mate así que fue una cosa menos para extrañar. Eso sí, cuando lo visitan sus padres no falta el frasco de dulce de leche en la valija. “Eso nunca falla”, apunta. También es muy futbolero, pero le juega en contra la diferencia horaria. “Los partidos son en la madrugada de Holanda, entonces se me complica ver a Peñarol o a la selección. Cuando vivía en Brasil no me los perdía”, recuerda.
“La verdad lo que más extraño es a mi familia y a mis amigos; es lo que realmente me gustaría tener cerca. Por eso cuando voy a Uruguay me gusta hacer cosas simples, como ir a cenar a donde iba hace 15 años en Rivera”, remarca quien intenta venir siempre a pasar las fiestas y la próxima vez espera que sea con su novia, quien aún no conoce Uruguay y le genera mucha curiosidad.
“Todos estos años fuera del país tienen sus cosas negativas, como no estar con la gente que uno quiere, pero pensando en la carrera y en lo que a uno le gusta y le apasiona, son más puntos positivos que negativos”, asegura este deportista que tuvo el orgullo de portar el pabellón nacional en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Singapur (2010), en los Juegos Panamericanos de Guadalajara (2011) y en los Juegos Odesur de Santiago (2014).
La merienda y el aire
Lousiane Gauthier (21 años) nunca imaginó que iba a terminar estudiando ingeniería en software en una universidad de Estados Unidos becada gracias al golf. Fue su coach en Uruguay, Álvaro Canessa, que la incitó a mandar cartas a la Florida Gulf Coast University; ella no se tenía fe. “Pensaba que no me iba a alcanzar el nivel, mientras que la gente me decía ‘no seas boba, obviamente que te da’”, cuenta a Domingo.
Incluso pensó ir a la segunda división del golf, pero por suerte se animó con la primera y terminó siendo la número uno del equipo.
Es que todo se le fue dando muy naturalmente, empezando por jugar al golf. “Un deporte que todos ven como de gente grande, aburrido, que lleva mucho tiempo… todas cosas malas”, apunta. ¿Cómo llegó ella entonces? De niña era súper activa, al punto que sus padres no sabían qué hacer con ella y la inscribían en cuanto deporte existía. “Hice hockey, handball, gimnasia artística, atletismo, natación…”, enumera.
A diez minutos de su casa en La Tahona, Canelones, había un club que tenía una escuelita de golf al que Lousiane iba fácilmente en bicicleta. Todos los domingos hacían una minicompetencia de putting (contar los golpes que se hacen cerca del hoyo) con refrescos y paquetes de papitas fritas como premio. “Yo me ganaba todo, te juro que creo que por eso era que seguía yendo”, acota a las risas.
Ese mismo golf hizo que destacara en Uruguay y que hoy esté terminando su segundo año de estudios universitarios en Florida. “Vivo en el campus universitario, en un apartamento que comparto con una alemana, una inglesa y una polaca. Dos están en mi equipo de golf y la otra hace tenis. Entre nosotras nos comunicamos en inglés, pero igual están aprendiendo mucho español, me están impresionando”, dice quien viajó sabiendo inglés porque fue al colegio bilingüe Stella Maris. “No era de las mejores en idioma, no te voy a mentir. Prefiero los números”, aclara.
Confiesa que casi no tuvo problemas para adaptarse a las personas porque, a través de un amigo de Uruguay, se contactó con una ecuatoriana que estaba estudiando en Florida y que justo era la que se ocupaba de las reuniones latinoamericanas de la universidad. Además, la puso en contacto con grupos de estadounidenses. “Me enseñó cómo funcionaba todo porque yo estaba un poco perdida”, señala y agrega que primero se relacionó con muchos polacos por su compañera de vivienda.
Los problemas de adaptación vinieron por el lado de los horarios y del aire acondicionado. Del primero lo que le costó fue acostumbrarse a cenar temprano. “No tienen merienda y en mi casa eso es algo que se respeta. Me gusta comer tostadas con manteca y azúcar, pero si lo hacía a la media hora ya me decían que tenía que cenar. En los viajes hemos llegado a cenar a las 5 o 5 y media de la tarde”, comenta.
En cuanto a las comidas, el primer año probó hacer el plan que le ofrecían en el comedor universitario, pero se aburrió. Así que para el segundo año siguió los consejos de una amiga peruana, se compró una freidora sin aceite y se animó a cocinar, cosa que nunca había hecho en su vida.
“Es muy fácil porque en el supermercado te venden la carne o el pollo ya cortado, lo ponés en la freidora, apretás el botón correspondiente y lo dejás haciendo; no tenés que chequear nada”, explica y añade que la comida chatarra queda para cuando sale a comer con amigos por los restaurancitos para estudiantes que hay en la zona.
¿Y el aire acondicionado? Lousiane no estaba acostumbrada a usarlo en Uruguay y se encontró que en Florida lo prenden muy fuerte, cosa de que si no se lleva un abrigo a la universidad lo pasa muy mal. “Me pasó un día en una clase de biología de dos horas. Me olvidé del buzo y cada 20 minutos tenía que salir afuera, donde hacía mucho calor, y tomarme un recreo de cinco minutos para poder volver a entrar. A los 20 minutos ya estaba congelada de vuelta”, cuenta.
Al terminar cada semestre, Lousiane viene de visita a Uruguay, donde la esperan sus padres, una hermana que hoy está embarazada y un hermano que también juega al golf a gran nivel como ella, que es la más chica. Le quedan dos años para recibirse y aún no tiene claro si se dedicará a la profesión o al golf porque quiere que sea una de las dos cosas al 100%. “Si llego al último año con el nivel de golf que me gustaría, elegiría el golf. Pero si eso no pasa, no, porque ya de por si es un deporte que como mujer no paga lo mismo y además lleva años llegar al tour principal”, apunta y vuelve sobre la idea de que le cuesta soñar muy alto. Pero si lo piensa un poco, enseguida se da cuenta de que la vida ya le demostró que “las cosas pasan”.
Escapar de la guerra
Toda la familia de Lucas Méndez (25 años) juega al voleibol, por lo que cuando a los 12 años resolvió que ese era el deporte que iba a practicar toda su vida, no llamó la atención. Claro está que en Uruguay la cosa es muy amateur, por lo que probó muchas veces ir a Argentina, donde el nivel es muy bueno, pero temas más vinculados a lo económico o al estudio no le permitían dar el salto. Fue así que decidió dedicarse a estudiar fisioterapia, su otra pasión.
En 2020, cuando estaba cursando el último año recibió el llamado de Defensores de Banfield, equipo que lo tenía en la mira desde un partido que había jugado contra ellos defendiendo al Club Nacional de Football (equipo con el que juega cuando está en Uruguay aunque se formó en Bohemios, donde estuvo hasta los 21 años). Terminó jugando dos temporadas en Argentina; gracias a un representante llegó a la liga portuguesa y luego a la israelí, de la que se tuvo que ir por los atentados del pasado octubre. Entonces retornó a Defensores de Banfield.
“Este es mi quinto año consecutivo jugando en el exterior, en setiembre vuelvo a Portugal”, señala a Domingo. Cuando estuvo la primera vez vivió en una isla del archipiélago de Azores con dos argentinos, a una cuadra tenía a un venezolano con su familia y a dos, un portorriqueño con la suya. En ese sentido estaba acompañado, el problema era cuando se tenía que relacionar con los lugareños.
“La cultura portuguesa se me hizo muy cerrada. Siempre se portaron de 10 conmigo y se los agradezco, pero es muy distinto a lo que se tiene normalmente con el latinoamericano. Yo intentaba hablar inglés, pero la gente no lo tenía muy adquirido, así que aproveché para aprender portugués”, recuerda.
Distinto fue el caso de Israel, donde la gente no solo se esforzaba por intentar hablar en su idioma, sino que también buscaban siempre integrarlo. “Todo el tiempo me estaban invitando a hacer cosas. Me acuerdo una vuelta que me había hecho milanesas con puré en mi casa y me dijeron ‘bueno, la próxima vez que hagas invitanos y comemos con vos’. La verdad que con los israelíes me llevé una sorpresa gigante, son súper agradables y hasta me invitaban a las celebraciones religiosas de la familia”, destaca.
En cuanto a la comida, en la isla portuguesa no tuvo mayores problemas porque había mucha especialidad marina y hasta llegó a hacer asados para los amigos. En Israel también se la rebuscó y fue incorporando sabores nuevos, como el hummus, los shawarma o las comidas picantes.
Lo que sí le costó en Israel fue la ida al supermercado porque todo está en hebreo. “Siempre andaba preguntando los precios o qué era lo que estaba comprando. Me pasó dos o tres veces de querer comprar shampoo y llevarme acondicionador porque el envase es igual”, comenta entre risas.
Lo que siempre lo acompañó a todos lados fue el mate. “Todos los días se arranca con un matecito”, dice y explica que lo ideal es llevarse de Uruguay unos cuatro o cinco kilos de yerba para abaratar costos porque encargarla por Internet, si bien no es complicado y es rápido, es caro. “No es como en Uruguay que te demora entre 15 y 30 días”, apunta.
Su peor momento lo vivió en Israel porque se encontraba allí el 7 de octubre de 2023. “Yo estaba tomando mate y veía la gente paseando al perro, los niños andando en bicicleta o jugando a la pelota, y de repente miré el celular y tenía 80 llamadas perdidas, 50 mensajes. Miraba para afuera y todo era normal, pero ya habían empezado los bombardeos. Fue muy chocante ver toda esa realidad normalizada y que de repente tengas que actuar a las apuradas porque se te viene el mundo encima”, rememora.
Por suerte encontró una empresa de Israel que estaba haciendo los últimos vuelos comerciales, pudo viajar a Madrid donde tenía un amigo y en dos días más consiguió pasajes para retornar al Uruguay. Acá lo esperaban su familia y su novia, que aún no viaja con él porque está a punto de recibirse de ingeniera en computación.
La idea de Lucas es jugar al voleibol hasta que el deporte lo retire —“estimo que hasta los 35-37 años”— y mientras tanto ir generando un ahorro para invertirlo en una vivienda en Uruguay y en un centro de rehabilitación para fisioterapia.
“Me gusta la vida en Uruguay. Me veo siendo un fisioterapeuta en el ámbito deportivo”, proyecta.
Falta el asado
A Guillermo Pujadas (27 años) siempre le gustó el fútbol. Jugó al baby fútbol en Unión Vecinal hasta que a los 12 años una fractura de fémur lo obligó a estar parado largo tiempo. “Me pusieron una chapa y nueve tornillos y me los sacaron recién al año y medio. A partir de ahí la recuperación fue corta, en un mes y medio estaba caminando con normalidad y pude volver a entrenar, pero cuando quise jugar me di cuenta de que el fútbol me había dejado a mí”, relata entre risas.
Pero siempre fue un amante de los deportes, así que cuando un amigo del liceo lo invitó a jugar rugby en Champagnat, no lo dudó. “La verdad que me encantó y no me fui más”, asegura.
Y no le fue nada mal. A los 15 años ya lo estaban llamando de los Teros para una preselección, comenzando una carrera con la celeste del rugby que abarcaría varios mundiales, incluido el más reciente de Francia 2023.
“El camino fue largo y duro, pero hermoso”, destaca.
Ya a partir de 2019 se le presentaron varias oportunidades para emigrar a clubes del extranjero, pero Guillermo prefirió quedarse un tiempo más en Montevideo y apostar al proyecto Peñarol, siendo parte de su plantel desde el 2020 al 2023 (fueron campeones los dos últimos años).
“Después del Mundial de Francia creí que había llegado el momento del pase al exterior”, señala. Su representante, Tomás Zabaleta, le acercó un montón de ofertas y se definió por los Chicago Hounds (Estados Unidos), entre otras cosas porque también estaba su amigo Ignacio Péculo.
“Me vine con Mary, mi novia. Yo llegué por el 26 de enero de este año y ella casi a fines de febrero. Ese primer mes vivía con Nacho y la convivencia fue espectacular. Cuando llegó Mary fue todo mucho más fácil y estuvimos conviviendo los tres durante unas tres semanas. Fue muy divertido”, asegura quien en su contrato tiene incluido casa y auto.
A lo que más miedo le tenía Guillermo era a su manejo del idioma inglés. “Si bien entendía prácticamente todo, al principio fue duro, sobre todo por la vergüenza de hablar, pero poco a poco me fui soltando y fui estableciendo lindas conexiones”, afirma.
Las cosas llamativas pasaron por otro lado, como que tanto él como Nacho cayeran a los entrenamientos con mate y termo en mano y sus compañeros los miraran extrañados. “Lo probaban y no les gustaba. Con el tiempo fueron entendiendo un poquito lo que es la esencia del mate y hoy por hoy hay muchos que piden. Está bueno porque entienden el mensaje que hay detrás, así que es una costumbre que por suerte pudimos mantener”, destaca.
La que le ha costado más conservar y extraña mucho son los asados. Le resulta muy difícil conseguir carne, pero ni bien lo logre ya le prometió a todo el equipo que prenderá la parrilla para mostrarles de qué se trata.
De Uruguay, más allá de las noticias de sus seres queridos, lo que más consume es información futbolera. “Soy muy hincha de Peñarol y no pierdo la oportunidad de ver los partidos”, señala quien dejó en stand by la carrera de Administración de Empresas porque no le daban los tiempos, pero no descarta retomarla en un futuro.
En los Chicago Hounds le exigen estar de enero a agosto, cuando se juega la temporada. Fuera de eso puede hacer con su vida lo que quiera y él aprovecha para entrenar con los Teros. Tiene contrato por dos años, más allá de eso no tiene definido qué hará.
“No descarto la opción de venir a otro equipo o emigrar a Europa, que es lo que todos los jugadores quieren. Por ahora mi cabeza está en terminar la temporada en Chicago, volver a Uruguay y cuando esté terminando el año tomar una decisión”, anuncia.
De su derrotero por el mundo vistiendo la camiseta de los Teros recuerda especialmente lo que le ocurrió en el Mundial de Japón de 2019. “Había dos hermanos amigos míos que se habían ido hacía unos cinco años, primero a Nueva Zelanda y luego a Australia. Después del partido con Australia fui a saludar a mi madre en un estadio para unas 70 mil personas y cuando estoy viendo en la tribuna a mi vieja, aparecen ellos dos. Exploté. Me habían caído de sorpresa, fue una locura. Me acuerdo de treparme a la reja y darles un abrazo. Fue muy emocionante”, cuenta Guillermo mostrando que si bien los uruguayos se siguen yendo, también se las siguen ingeniando para encontrarse y celebrar sus raíces.
La italiana que fue celeste en esgrima
La italiana Sofía Lombardi (33 años) estaba estudiando un doctorado en Chile (es Licenciada y Magíster en Filología Clásica y Doctora en Filosofía) y se enamoró de un compañero. Resultó ser un uruguayo que la trajo a pasar un tiempo a Montevideo, un año en el que ella, como esgrimista destacada que es, se inscribió en la Sala de Armas MCD para practicar.
Le propusieron competir y le fue muy bien: fue campeona nacional de espada por equipos y campeona federal, entre otros logros. Incluso le plantearon nacionalizarse para defender a Uruguay en forma individual, pero finalmente no se concretó.
Hoy vive en Santiago porque consiguió trabajo en la Universidad Católica de Chile y mantiene la relación a distancia con su novio uruguayo.
Está cuarta en el ranking chileno de esgrima.
Sofía cuenta que no le fue fácil adaptarse a Sudamérica. Como siempre vivió en ciudades pequeñas de Italia (la más grande fue Novara, con 100 mil habitantes), Santiago le costó mucho más que Montevideo, sobre todo en tema seguridad; le robaron a poco de llegar.
En Uruguay, vivió en Pocitos. “La comida es excepcional, la carne es increíble. Tienen río y eso cambia totalmente una ciudad”, destacó sobre nuestro país. Probó el mate, hizo muchos amigos y no descarta volver a competir por Uruguay. “Me gustó el ambiente, por ahora no puedo, pero sería lindo”, dijo.