Aunque una ruptura siempre causa dolor, existen algunas claves para que se dé en buenos términos y no signifique un fracaso.
Cuando Antonia y Julio decidieron separarse, el divorcio era la excepción. Tampoco era lo esperable que mantuvieran su amistad por tantos años. No solo continuaron siendo un soporte inquebrantable el uno para el otro, sino que cuando los tiempos se volvieron difíciles y Julio se enfermó, Antonia volvió a vivir con él para ayudarlo.
Quizás hace 30 o 40 años, que una pareja se divorciara era algo atípico y hasta controversial. Actualmente los divorcios son moneda corriente y entre la década del 80 y mediados del 2000 aumentaron considerablemente en Uruguay —llegó a haber 14.300 en 2004—. Si bien, según datos del Anuario Estadístico del INE (Instituto Nacional de Estadística), entre 2013 y 2015 disminuyeron (de 4.355 a 3.725), esto se debe a que también los uruguayos tienden a optar por el matrimonio cada vez menos.
Ya habló Bauman en su libro Amor Líquido a comienzos de siglo XXI sobre "la fragilidad de los vínculos humanos", su consecuente inseguridad y el conflicto entre "el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos". Para la psicóloga y escritora Fanny Berger, "los divorcios siguen la lógica de la posmodernidad": los vínculos son cada vez más descartables y la idealización de la pareja lleva a que, cuando las expectativas no se cumplen, se abandone al otro rápidamente. Las relaciones tienden a ser cada vez más efímeras porque la tolerancia a la frustración es cada vez más baja: queremos todo ya y sin tener que "pasar trabajo".
Por su parte, el psicólogo Álvaro Alcuri considera que "el avance en la libertad de las personas" es también una de las causas para el mayor número de divorcios: se sienten más libres con respecto a la pareja, al elegir con quién estar, para terminar una relación o cambiarla por otra.
En este esquema, el divorcio no tiene por qué ser una situación negativa. Aunque siempre existe una instancia de sufrimiento por la ruptura de un vínculo, puede ser un proceso saludable, de aprendizaje y hasta positivo.
Antes.
Marcela y Andrés fueron pareja por más de 15 años. "Estuvimos un par de años de novios y después nos casamos", cuenta Marcela. Si bien siempre mantuvieron un vínculo muy independiente, cuando empezaron a buscar tener un hijo, "la relación se hizo bastante cuesta arriba, se puso muy difícil". Aunque intentaron sacar adelante la situación, justo cuando Marcela quedó embarazada y su hija Florencia llegó a sus vidas, las prioridades de cada uno cambiaron. Es que, como dice Marcela, las personas cambian y las expectativas también. "Y nosotros cambiamos, empezamos a elegir cosas distintas: cuando nació Florencia a mí me gustaba quedarme en casa, hacer una vida más familiar y él seguía prefiriendo una vida más social, salir, y esas cosas. Por ahí se fue desgastando", resume. Según ella, el amor cambió pero no se fue.
Para la psicóloga Berger, "divorciarse en buenos términos no es no sufrir o no tener dolor. Es, en realidad, entender cuál es la responsabilidad de cada uno en el proceso que llevó a la ruptura". En su libro Padres e hijos ante el divorcio, la especialista asegura que "el dolor, en estos casos, es inevitable. Sin embargo, se puede llegar a evitar el sufrimiento a mediano plazo si los adultos involucrados no siguen enojados con sus ex parejas".
En este sentido, la psicóloga sostiene que en general, las parejas proyectan la culpa o la responsabilidad de la ruptura en la otra persona y entonces "la rabia aumenta". Es lógico que haya enojo, pero hay que "saberlo gerenciar": la pareja es de a dos, nunca la culpa es de uno solo. De esta forma, Berger considera que un divorcio saludable es "entender con conciencia, aceptación y sin juzgar la responsabilidad que tiene cada uno para terminar en una ruptura y, por supuesto, tenerlo en cuenta para otra relación".
Para que un divorcio sea saludable se tiene que dar una instancia donde "se pueda comunicar al otro libremente lo que se siente, con la mayor delicadeza posible, donde exista respeto por el proceso del otro y se puedan conversar con calma temas complejos", afirma la psicóloga Mariana Álvez. Incluso, cree que muchas veces una terapia de pareja puede "ser el espacio apropiado para transitar hacia una separación más sana y menos dolorosa"; a veces, como dice la psicóloga, las personas no saben cómo plantear la situación sin discutir "o se ven estancadas para tomar una decisión".
Cuando Marcela y Andrés decidieron separarse, Florencia tenía 4 años. "Se fue dando todo muy natural con ella. No fue que nos sentamos los dos a hablarle, pero sí, por ejemplo, un día fuimos los tres a ver un apartamento en el que iba a vivir Andrés, ella lo vio y le dijimos que su padre iba a vivir ahí". En este caso, como Andrés por su trabajo no estaba mucho en su casa, no fue una situación tan extraña para Florencia el verlo poco.
El divorcio no siempre tiene que ser un evento traumático para los niños. Como dice Berger, lo que puede resultar así para los hijos son las actitudes de los adultos. "Todo depende de cómo resuelvan la situación. Los niños tienen que estar aislados de los conflictos de los adultos". De esta forma, la psicóloga afirma que lo mejor es sentarse y hablarles con sinceridad y dejarles claro, especialmente cuando tienen menos de siete años, que la separación no fue su culpa y que los van a seguir queriendo como siempre.
Durante.
Fue una relación atípica desde el comienzo. Personalidades muy independientes y autónomas. Vivían en ciudades diferentes, y más allá del amor, e incluso una vez casados, ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar de lado todo lo demás. "Nos habíamos casado, pero seguíamos siendo novios. Nos mandábamos cartas muy románticas dos veces al día", cuenta Carolina (47). Para verse, tenían que viajar, y todos los días, a la misma hora, ella se sentaba al lado del teléfono de doña María, una vecina, a esperar su llamada. "Yo tenía un trabajo que amaba y no iba a dejarlo".
"Y así como fue la relación, se fue disuadiendo", explica Carolina. Ernesto (68) dejó de viajar a verla, las cartas y las llamadas eran cada vez menos, entonces un día ella decidió visitarlo: "Había una muchacha que trabajaba con él y no necesité que me dijeran nada para darme cuenta. Tampoco pregunté, simplemente volví a casa, lloré lo que tenía que llorar y seguí". Para ese entonces tenían a Renata con 1 año y medio; en ella y en su trabajo Carolina encontró lo necesario para salir adelante.
El divorcio no sucedió sino un par de años después. Ya separados, Ernesto viajaba para los cumpleaños de Renata, pero entre él y Carolina las cosas ya habían quedado claras y cada uno tenía su vida. "Más que como un paso importante, lo tomé como un trámite", recuerda. Fue al juzgado, averiguó todo lo que necesitaba, y se divorció por sola voluntad de la mujer. "No tenía interés ni en pensión ni en pelear por visitas y esas cosas. Solo necesitaba concluir una etapa". Así fue.
El desgaste de la pareja, la falta de comunicación, agresividad, peleas y críticas constantes, la ausencia o disminución de relaciones sexuales, la infidelidad, la falta de atención y tiempo tanto a la pareja como a los hijos, los celos. Estas son solo algunas de las causas que la psicóloga Álvez nombra para el divorcio. Pero ante estas situaciones, ¿cómo lograr que el divorcio se dé en buenos términos? Para la especialista, "muchas veces no saben cómo plantearlo sin discutir o se ven estancados para tomar una decisión".
En estos casos la terapia de pareja puede resultar el espacio apropiado para lograr una separación menos dolorosa. Eso fue lo que hicieron Marcela y Andrés, tras 15 años de relación. Pero al final, como explica ella, a los 20 no es lo mismo que a los 35 y en el camino fueron eligiendo cosas distintas: "Creo que las personas vamos cambiando mucho las prioridades, las perspectivas y los sueños".
Por otra parte, "cuando uno de los padres o ambos comienzan a pensar a separarse y a sentir que no pueden vivir juntos, son momentos difíciles para la pareja", dice Berger en su libro. En este sentido, además de lo emocional, empiezan a surgir cuestiones prácticas que deberán preverse, tan cotidianas como la economía doméstica, la rutina de los hijos y las tareas del hogar. En un buen vínculo el ideal sería, según el psicólogo Alcuri, "ser socios", es decir, más allá de la amistad que pueda haber o no, ser un respaldo ante las situaciones adversas que puedan surgirles a cada uno.
Cuando hay hijos de por medio, escribe Berger, las principales preocupaciones que surgen en un proceso de divorcio giran en torno a ellos: "El tiempo con los niños, el dinero, el fraccionamiento de la vida en familia, la nueva casa".
Después.
Hoy Renata tiene 24 años. Era tan chica cuando pasó todo que vivir con padres separados se fue dando como algo completamente normal. Lo único que siempre le quedó grabado fue que su madre no le permitía a nadie de su entorno hablarle mal de su padre. Cuando tenía siete años decidió que quería visitarlo en las vacaciones, y así lo hizo cada verano y cada invierno hasta que se fue a estudiar a Montevideo. Cuando cumplió los 15 bailó el vals con los dos en su fiesta y juntos sus padres ahorraron para regalarle la primera guitarra.
"Cuando hay hijos, necesariamente el vínculo tendrá que continuar y aquí es importante que se considere el espacio con cada uno de los padres", entiende Álvez, para quien el respeto, la cordialidad y el no convertir a los hijos en rehenes es lo que se necesita para que la nueva etapa funcione.
Con el bienestar de Florencia siempre presente, Marcela y Andrés acordaron un régimen de visitas "de lo más común". Fin de semana por medio para cada uno y el miércoles es el día de dormir en lo del padre. "Cuando tenemos que cambiar, cambiamos. Es medio repartido. Entre semana él la lleva a la escuela y todo".
Después de la separación cada uno rehizo su vida amorosa, y aunque puede ser difícil, encontraron el equilibrio para que los momentos de su hija continúen siendo especiales. Comparten los cumpleaños las tres familias juntas, la de Andrés, Marcela y Juan Pablo (su actual pareja) y tratan de que sea lo más armonioso posible. "A veces Juan se pone un poco celoso, pero siempre trato de que sea lo mejor entre los tres. Él la quiere como a una hija, pero a ella le dejo siempre claro que su papá es Andrés".
Hoy, que llevan cinco años separados y tres divorciados, Marcela sigue queriendo a Andrés, pero "desde otro lugar": "Tenemos una buena relación, yo lo quiero, me preocupan sus angustias, sus problemas, pero sé que no volvería con él, cada uno hizo su vida". Una vida que, claro, está unida por Florencia.
El tiempo y entender que un divorcio no es un fracaso son las claves. Así como aprender a perdonar los propios errores y los del otro. Aunque el divorcio puede herir el orgullo, Álvez entiende que hay que tener muy en claro que si una relación se terminó, quedarse esclavizado a un vínculo que hace daño a la larga es peor que seguir viviendo en "ese status quo seguro y reconfortante".
La psicóloga aclara, en este sentido, que "el tiempo de recuperación varía de persona a persona, llegando a durar años en algunos casos". Hay que tener en cuenta que los tropiezos son parte del proceso: "Vamos a estar bien algunos días, luego sentir que el mundo se derrumba, para luego volver a tener el dominio. Hasta que llegue el día donde la aceptación y el cierre sean por completo".
Los hijos y posibles reacciones.
"El mejor escenario es una separación en buenos términos donde la pareja termina, pero no termina la relación, una relación que está fundada en los hijos y su bienestar", en la que los adultos ceden territorio y llegan a determinados acuerdos con respecto a los niños, considera el psicólogo Álvaro Alcuri. Con respecto a esto, lo que no debe pasar es, claro, la situación contraria: cuando los hijos quedan en el medio de los problemas y son "usados" por los padres como cómplices de cada uno.
De esta forma, cuando hay niños es necesario saber manejar la situación para causarles el menor dolor posible. "Cuando tienen menos de siete años, se les tiene que dejar claro que no fue culpa de ellos", dice la psicóloga Fanny Berger. Cuando los hijos son más grandes, especialmente en la adolescencia, tienden a juzgar a sus padres y sus decisiones. "En ese caso, hay que ponerlos en una postura de hijos y los padres les tienen que transmitir seguridad", agrega.
Martin y Paltrow, un ejemplo a seguir.
Tras 12 años de relación, en marzo de 2014 Gwyneth Paltrow y Chris Martin decidieron divorciarse. "Con nuestros corazones llenos de tristeza hemos decidido separarnos. Nos hemos esforzado mucho durante más de un año para ver qué era posible hacer entre nosotros, y hemos llegado a la conclusión de que debemos estar separados", dijeron en su momento. Al contrario de lo que suele verse en Hollywood, actualmente siguen teniendo una excelente relación, especialmente por sus dos hijos. Paltrow dijo: "Chris y yo hemos contribuido algo positivo a la cultura del divorcio".
Cinco preguntas para hacerse antes de tomar la decisión.
¿Quedó claro lo que molesta de la relación? Hay investigaciones que indican que las personas escuchan solo entre 30% y 35 % de lo que se les dice. Hay que asegurarse un espacio para poder hablar de todo honestamente.
¿Se sigue sintiendo amor por el otro? "Hay muchas razones por las que la gente decide que ya no puede seguir casada, pero las emociones no tienen un interruptor de encendido/apagado", dice la especialista Wendy Paris.
¿Se estaría mejor sin la pareja? Hay que poner en la balanza si la relación brinda más de lo que se pierde. Es necesario considerar aspectos positivos y negativos de la pareja, señala un artículo de The New York Times.
¿Cómo manejar el divorcio para minimizar el dolor de los hijos? Fanny Berger opina que lo mejor es dejar a los niños aislados y separados de los problemas de los padres y aclararles que su vínculo seguirá igual.
¿Está listo para solucionar los detalles de los que se hacía cargo su pareja? Siempre hay que tener en cuenta que un divorcio conlleva tener que empezar a resolver de a uno muchas cuestiones diarias que se resolvían de a dos.
MENOS DIVORCIOS.
Lo que dicen los números.
El divorcio no ha sido entendido ni concebido igual a lo largo de los años. Como explica el psicólogo y profesor titular de Psicología Social en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, Juan Fernández Romar, "hasta los años 60, el divorcio solía ser visto como una falla personal de uno o ambos integrantes de la pareja y se lo solía entender en términos psicopatológicos; generalmente con argumentos asociados a la salud mental".
Actualmente, el divorcio se ha naturalizado en virtud de su frecuencia "y se lo suele entender como una etapa posible dentro del ciclo de vida familiar. No obstante, la ilusión del amor romántico duradero y del matrimonio eterno sigue existiendo y mueve a la gente a intentarlo", sostiene el experto. De esta forma, según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística), en Uruguay los divorcios se incrementaron de 4.297 en 1980, a 14.300 en 2004.
Fernández Romar sostiene que "hay factores sociales muy evidentes que han intervenido en el aumento del número de divorcios: el aumento de la longevidad; una mayor independencia económica de las mujeres; mayor autonomía personal acordada en la pareja y una pérdida de valor y legitimidad de la institución matrimonial".
Sin embargo, en los últimos años, las cifras han cambiado: el número de divorcios empezó a disminuir a causa de que los matrimonios son cada vez menos frecuentes.
DE PORTADAROSALÍA SOUZA - SOLEDAD GAGO