Cada día es una nueva vida para Charles Attonaty. Este francés de 30 años se despierta sin saber dónde dormirá, si encontrará una ducha para bañarse y un lugar para dormir; si podrá comer o beber. Es la vida que eligió hace tres años, a partir de un impulso irrefrenable de libertad: donó su empresa y sus bienes para dar la vuelta al mundo como mochilero, en modo austero, sin un peso en el bolsillo y apelando exclusivamente a la solidaridad de la gente. Lo hace bajo reglas estrictas que develaremos más adelante. Lo cierto es que no se arrepiente y volvería a elegir esta vida.
Camina de cinco a diez horas por día y hace dedo para moverse de un sitio al otro. No tiene prisa, decide sobre la marcha y se deja sorprender: “Andar sin plan es el único plan que tengo y pienso que es el mejor plan”, dice a Domingo quien en redes figura como @tourdumondesansargent.
Uruguay es el país número 26 que visita y el primer destino en América. Llegó el 13 de octubre en avión, gracias a que una familia oriunda de Islas Canarias le regaló un pasaje a Montevideo. Su principal motivación para volar hasta aquí era conocer al expresidente José Mujica y lo consiguió gracias al apoyo de la gente (ver recuadro). Mujica no fue el único primer mandatario al que conoció. El 29 de noviembre de 2022 se entrevistó con Guðni Th. Jóhannesson, presidente de Islandia, gracias a la gestión de una familia de ese país. Lo recibió en su residencia y le dijo: “Es la primera vez que oigo una historia como la tuya, sigue tus sueños”.
Pepe Mujica arrastró a Charles a Uruguay. No le interesaba conocerlo por temas políticos, sino por su filosofía de vida: “La gente en el mundo conoce a Uruguay por Mujica”, asegura. Y revela que llegar al expresidente fue simple: lo consiguió en tres semanas gracias a la gente de aquí. “Hubo diferentes personas que intentaron el contacto. Y Diego, un amigo que conocí el día que llegué, me avisó que me iba a recibir en la chacra”, relata. La cita fue el 30 de octubre y hablaron durante tres horas sobre la historia de la humanidad. “Me dijo que había cosas más maravillosas para ver en Uruguay que visitarlo a él y que mi historia es loca”, repasa entre risas. Y lo invitó con un trago. 'Eres francés, entonces no voy a darte un mate', le dijo y apareció con un vaso de whisky. “No bebo alcohol pero por la situación se lo acepté. Me dijo que la gente en Uruguay va a cuidarme y me deseó buen viaje”, indica. Antes de irse, quiso saber cuál era el secreto de la pareja para perdurar: “Pepe me dijo que el amor viene de las tripas y Lucía que el amor es una convivencia”.
Renacer
Charles considera el 27 de julio de 2020 su segunda fecha de nacimiento. Ese día, luego de que un plomero le reparara la cocina, tomó la decisión de dar la vuelta al mundo. Desconoce por qué hizo el clic en ese preciso instante, pero siente que algo tuvo que ver un viaje a Tailandia que se le cayó por la pandemia y lo frustró. “No fue un impulso de viajar sino de libertad”, reconoce.
Fijó reglas estrictas antes de emprender la aventura: no lleva dinero encima, no puede trabajar, ni pedir comida, bebida o alojamiento; tampoco tiene permitido usar su influencia para conseguir beneficios. “Prefiero que me ayuden sin saber mi historia, solo si me preguntan puedo explicar mi viaje, antes no”, comenta sobre esta situación límite a la que se expone cual si fuera un experimento social. Y explica: “Es buscar los extremos para reconocer mi equilibrio. Puedo agradecer más cuando no tengo nada de nada y mi confort es cero”.
Fue de menos a más en dificultad. En la primera etapa del viaje llegó hasta Turquía -pasó por Mónaco, Italia, Croacia, Hungría- e hizo todo el trayecto a dedo y caminando. Dejó su apartamento armado y mantuvo su empresa de comida a domicilio. En la segunda fase -anduvo por Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca y Luxemburgo -advirtió que estaba viviendo momentos maravillosos y decidió desterrar toda su vida.
“Dejé mi familia, mis amigos, mi apartamento, mi trabajo, le regalé la empresa a una mujer y la mitad de mis bienes a gente que lo necesitaba. Tengo casi nada en la casa de mis padres pero me siento más feliz ahora”, asegura quien suele dormir en su carpa o hamaca, pero también lo ha hecho en hoteles cuatro estrellas gracias a la solidaridad de desconocidos.
Se ha topado con gente que lo aloja en su casa sin conocerlo, le regala pasajes, lo invita a pasar Navidad, a comer, lo lleva a pasear en Ferrari. “Cuando necesito una cosa, la cosa viene a mí. Cuando empecé pensaba: tengo suerte, es un milagro, o casualidad; ahora le llamo sincronicidad”, define. Y añade: “Cuando estoy solo, sin programa y en movimiento esta energía sube y la puedo descubrir, porque cuando regreso a mi vida normal en Francia, desaparece”.
En este afán por potenciar la adversidad llegó a pasar dos semanas sin bañarse -“recuerdo un alemán que me dijo ‘ven a mi casa y date una ducha porque hueles fatal”, repasa-, dos días sin comer y un día y medio sin beber. Esa vez, en Andalucía cayó desmayado ante una pareja, producto de la deshidratación. El hombre le dio agua de una manguera, lo llevó a comer y cuando le explicó su viaje y sus reglas le dijo ‘entonces puedes morir por tus normas’. Charles, sin embargo, no siente temor y vive esta travesía como un aprendizaje.
“No tengo miedo, avanzo con la energía del corazón y la gente es increíble. Me siento vivo en situaciones límites. Puedo aprender física, emocional y espiritualmente”, declara.
El paisaje más bonito lo vio en Islandia. La peor experiencia la tuvo en Dinamarca y el mejor país, por la humanidad, dice que fue Turquía.
Aterrizó en Uruguay el 13 de octubre, caminó cinco horas, hizo dedo y un señor lo dejó en la plaza de Santa Rosa (Canelones). Mientras buscaba wifi se cruzó con Diego, un hombre que sin conocer su historia lo invitó a su casa. Allí hace base mientras pasea por Uruguay: ya visitó Montevideo, Florida y San Gregorio. “Siento buenas energías y es un país muy libre, comparado con los europeos”, elogia.
La aventura de Charles no tiene fecha de finalización: “No tengo límite”, asegura. Es probable que a fin de mes se mueva a Argentina porque la misma familia que le regaló el pasaje a Uruguay le ofreció un boleto de ómnibus para ir aCórdoba. “Tengo un máster en Recursos Humanos y pienso que al final de mi viaje tendré un máster en humanidad, porque no pido nada y recibo lo mejor de la naturaleza humana”, concluye.