Bastan 20 minutos para dejar al organismo en buenas condiciones y así seguir con la jornada. Según estudios, ayuda a la memoria, protege al corazón y reduce el estrés.
Que gente brillante en la historia como Albert Einstein, Leonardo da Vinci, Winston Churchill o John F. Kennedy, la tuvieran incorporada en sus rutinas, habla bien de la siesta. Una costumbre que, aunque sigue siendo mirado con prejuicio por algunos, es un hábito que forma parte de numerosos estudios científicos que avalan los beneficios de dormir un rato durante el día.
Pero para dominar el arte de la siesta y sacarle el máximo provecho, hay una serie de reglas que conviene seguir, advierten los especialistas. "Una siesta breve, de no más de 20 o 30 minutos, puede aumentar el estado de alerta, la concentración y la atención por hasta cuatro horas; además, aumenta en 10% la capacidad de aprendizaje", comenta Matthew Walker, psicólogo e investigador de la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos), quien ha realizado varios trabajos en torno al tema.
Según ha investigado, las siestas son necesarias para evitar que se sature el almacenamiento de información en la memoria a corto plazo. "Son favorables para dar espacio a nueva información y poder asimilarla de mejor manera", explica.
La Agencia Espacial Norteamericana (NASA), en un estudio realizado en 2011, determinó que el tiempo adecuado para una siesta es de 26 minutos. Dos años más tarde, la Escuela de Medicina de Harvard y la Clínica Mayo corroboraron en investigaciones paralelas que la siesta debe durar entre 20 y 30 minutos, porque de lo contrario puede causar somnolencia.
De hecho, la Fundación Nacional del Sueño de Estados Unidos recomienda dormir ese lapso en el día, "para mejorar el estado de alerta y el rendimiento sin quedar aturdido o que interfiera con el sueño nocturno".
Precisamente, la idea es no llegar a la fase de sueño profundo, lo que provoca que al despertar la persona sufra dolor de cabeza o la sensación de "cuerpo cortado", explica el doctor Patricio Peirano, coordinador del Centro del Sueño de Clínica Indisa y jefe del Laboratorio del Sueño del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile.
Una siesta corta también protege al corazón. Así lo plantea un estudio publicado en la revista Archives of Internal Medicine, en el cual observaron que dormir 30 minutos en la tarde, por lo menos tres veces a la semana, reduce 37% el riesgo de muerte por una enfermedad cardiovascular. "La siesta produce el mismo efecto que una aspirina o el ejercicio, pues da una sensación de tranquilidad y reduce la presión arterial", afirma el doctor Dimitrios Trichopoulos, de la Escuela de Salud Pública de Harvard y autor del trabajo.
También se ha visto que reduce el estrés, ya que durante ese breve lapso de sueño se libera la hormona de crecimiento que, entre otras funciones, inhibe los efectos del cortisol, hormona responsable del estrés y de la debilidad del sistema inmunológico.
Cuestión de hormonas.
Que el sueño baje justo después de almuerzo no tiene nada que ver con lo que se ha comido. La siesta responde a un fenómeno fisiológico, explica el neurofisiólogo Jorge Lasso. "Tenemos un ritmo biológico que nos mantiene despiertos o dormidos a lo largo del día. En eso influyen algunas hormonas, como los corticoides, que tienden a aumentar en las mañanas y sufren una caída entre las doce y las cuatro de la tarde. Eso es lo que produce la sensación de somnolencia", precisa.
Eso explica, por ejemplo, que los accidentes sean más frecuentes en ese horario, al igual que en la madrugada (entre las cuatro y las ocho de la mañana).
El gran problema en la actualidad es que la dinámica de las sociedades modernas no da espacio a la siesta. En países como Japón o Estados Unidos hay empresas que han establecido normas al respecto, y con buenos resultados en cuanto a productividad. Y en ciudades como Buenos Aires y Santiago, ha crecido la popularidad de los "siestarios", en los que se paga por una pequeña habitación para dormir una breve siesta. *El Mercurio/GDA
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