Eso de que la edad es un número y que está en el alma o que nunca es tarde para emprender nuevos proyectos no son frases hechas para Ana Barrios, de 87 años. Esta señora del barrio Casavalle se enteró de que existía un programa de un año en el Liceo Jubilar (ver recuadro) dirigido a personas adultas que quisieran terminar el Ciclo Básico y decidió inscribirse. La impulsaron sus ganas de cumplir con una vieja asignatura pendiente y el deseo de salir de su casa y estar en contacto con jóvenes que le dieran ánimo para mitigar el dolor inexplicable que produce la pérdida de un hijo.
En pocas palabras: Ana quiso terminar el Ciclo Básico a los 87 años para volver a abrazar la vida. “La muerte de mi único hijo Andrés me motivó a querer terminar el Ciclo Básico, antes nunca había pensado en hacerlo. Falleció hace cinco años y yo sigo llorando por él, entonces dije ‘no me voy a quedar en mi casa’. Vi el aviso de que daban clases a adultos mayores en el Jubilar y dije ‘voy al liceo, voy a terminar el Ciclo Básico’, que era algo que me había quedado pendiente”, cuenta Ana a Domingo, minutos antes de entrar a la clase de informática, donde pensó que iba a “patinar” y ya es ducha en la materia.
La primera vez que Ana se comunicó con el Jubilar lo hizo por teléfono. “Nos costó entender (quizás asumir) que su año de nacimiento era 1936, pero fue una gran alegría recibirla y acompañarla en este proceso”, confiesa a Domingo Belky Jeres, subdirectora académica del liceo para adultos.
Y da fe que llega siempre puntual, a las 18:30, y es de las últimas en irse del aula, pasadas las 22:00. La lleva y la trae del liceo un vecino que trabaja de Uber y, según Ana, no le cobra caro.
Ana, que nació el Día de los Enamorados, tiene embelesado a todo el centro de estudios. Desparrama dulzura, sonrisas y contagia buena energía en el liceo. “Acá soy lo feliz que no soy en mi casa por lo que me pasó. Disfruto de las clases, de los profesores, de mis compañeros, de la gente de administración, del sereno, del portero, disfruto de todo el mundo porque son divinos conmigo”, asegura.
Abuelita
Es un poco reservada y no le contó a nadie que se había anotado en el liceo, hasta que empezó a asistir, y ahí lo compartió con sus amigas del coro al que concurre desde hace años: “Todas me felicitan y me dan para adelante”, cuenta con alegría.
Sus compañeros, que tienen entre 21 y 60 años, la recibieron de brazos abiertos. “El primer día les dije ‘para todos soy la abuela Ana’. Eso de señora y usted no va conmigo. Siempre pensé que el tuteo no es una falta de respeto, es un acercamiento entre las personas. Cuando alguien no me gusta lo trato de usted para mantenerlo lejos”, expresa la entrañable Ana. Y cada vez que un compañero le dice ‘abuelita’, ella le regala un tierno ‘te amo’.
Hace poco le comentó a la supervisora que no quería ser “un lastre” para sus compañeros y ella le contestó: ‘¿Qué vas a hacer un lastre? Los profesores dicen que sos muy inteligente, que siempre estás interviniendo en las clases y nos dimos cuenta de que ayudás a los muchachos aconsejándoles que no dejen de estudiar’.
Pasado
Ana había hecho hasta sexto año de escuela. Sucedió que al terminar, la maestra llamó a su mamá y le advirtió: “Anita está preparada para ir al liceo pero no la quiero insertar porque aún es muy niña”. Y le sugirió que la anotara en la escuela Estados Unidos donde se dictaba un curso que era una extensión de la enseñanza Primaria. Luego hizo Comercio en la UTU y le faltó dar un examen de matemática: “No me gustaba, no me veía en una oficina”, dice.
Quería ser enfermera y movió contactos para que la admitieran en la Cruz Roja con apenas 16 años: “Mi tía, que era nurse, habló con los médicos, que me encontraron muy madura y aceptaron. Así que fui la primera en hacer el curso siendo menor de edad”, cuenta. Trabajó 35 años como enfermera -inauguró Impasa, donde estuvo 25 años, y pasó otra década en la Mutualista Israelita del Uruguay (Midu)- hasta que se jubiló en 1991.
Revivir
Ana tiene una nieta de 33 años y un par de varones mellizos de 19 que viven en Menorca, España. “Son los tres hijos de mi hijo. Me dejó su semilla, pobre mi hijo. La hija es preciosa y los varones, uno es la cara de él, y el otro es bastante parecido”, relata emocionada. Y agradece que exista la tecnología para poder comunicarse seguido con ellos.
La vida de Ana se le dio vuelta cuando enterró a su hijo Andrés: “Nunca pensé que iba a tener que ver morir a mi hijo, creo que ninguna madre lo piensa, es espantoso. Saqué fuerzas porque siempre fui muy luchadora”, expresa. El liceo ha sido su salvavidas y una nueva oportunidad para volver a sonreír. Es que sus días es en Jubilar son pura alegría: “Acá no pienso en nada, estoy contenta, son todos divinos. Amo estar rodeada de jóvenes y adolescentes. Me ha servido mucho para sobrellevar lo de mi hijo”, remarca.
¿Qué sigue después del Ciclo Básico? “Nada. Espero llegar, porque mi cabeza está muy bien, lo que no están tan bien son mis piernas. No sé si me gustaría seguir. Los médicos siempre me decían en Impasa 'qué lástima que no seguiste medicina porque hubieras sido muy buena médica'”, concluye Ana.
El liceo Jubilar Juan Pablo II es un centro educativo gratuito de gestión privada, ubicado en el barrio Casavalle, que desde el año 2011 implementa una propuesta para adultos, con el Plan 2009 en Modalidad B, que consiste en la acreditación del Ciclo Básico mediante un curso presencial de un año.
El plan cuenta con cupos para 120 estudiantes, distribuidos en cuatro grupos y está pensado para personas de 21 años en adelante. Este año las edades van desde 21 a 87 años, siendo Ana Barrios la alumna más grande. Así lo detalla Belky Jeres, subdirectora académica del liceo Jubilar para adultos.
El programa, explica Jeres, consta de dos semestres con seis asignaturas cada uno y un proyecto transdisciplinar a partir de la mitad del semestre para realizar en el espacio de tutorías. Los grupos son en espejo. En este primer semestre Ana tiene informática, inglés, biología, educación visual y plástica, historia e idioma español. En el próximo semestre tendrá: física, música, matemática, literatura, geografía y química.
La subdirectora define a Ana como una alumna “muy responsable con la tarea” y es de las más participativas en el aula. Su compromiso es total: “Hasta ahora faltó a una sola clase porque estaba enferma”, concluye Jeres.