El timbre interrumpe la entrevista. “Debe ser alguien para que lo salude. Ya vuelvo”, dice Adrián Nario. Acomoda la pantalla para que se vea la puerta. Del otro lado espera un chico, integrante de una comunidad con 3,4 millones de seguidores en YouTube, casi 3 millones en Instagram y 1 millón en TikTok. Le pide una foto, le da un abrazo y se va feliz. Ha conocido a su ídolo, El Bananero.
Es algo de rutina para este humorista y exmúsico de Once Tiros, quien ha tenido sesiones de meet & greet con hasta 600 personas y celebra 20 años en YouTube, exactamente los mismos que tiene la plataforma. “Debo ser el youtuber e influencer más viejo que hay”, dice, aludiendo a su trayectoria en cualquier idioma, pero sobre todo en contenido en español. “Como no hay nadie que diga a qué edad hay que dejar, yo me lo voy a tomar como los de AC/DC, que tienen 70 años y siguen tocando”, ríe.
El creador de contenido uruguayo-estadounidense —nació en New Jersey, su famila volvió a Uruguay durante su infancia y retornó a EE.UU. por la crisis del 2002—, ahora radicado en Miami, abre la puerta siempre que percibe buena onda, pero no cuando le caen de pesado o intentan meterse en su casa, algo que ya le ha ocurrido. Ahora les pide a sus seguidores que no le dejen más cerveza ni comida chatarra en la entrada, porque, asegura, los años pasan y se notan para alguien que hizo del descontrol su bandera. A sus 48 años reconoce que necesita llevar una vida más saludable.
— Ya tomo alguna pastillita para el colesterol. Si antes tomaba ácido, ahora tomo algo con aceite de ballena.
—¿No será Omega-3?
—Sí, una cosa de esas… (responde entre risas). Yo trato de mantener el espíritu de cuando tenía 20, una época que me encantó vivir, pero uno va madurando y aprendiendo lecciones. No quiero cometer los mismos errores. Eso sí, me veo menos presentable que cuando tenía 20, pero me encanta el look.
Para Nario, conocido en toda América Latina por sus videos, canciones y parodias de humor negro, satírico, escatológico y absurdo, podemos reírnos de todo siempre que haya “una chispa” que transforme incluso el dolor en humor. “Cuando te reís de vos mismo, es un poder que te hace súper fuerte. Es una alquimia”, confiesa.
Bajo ese look y jerga irreverentes, El Bananero se muestra vulnerable en varias ocasiones a lo largo de la charla, al recordar anécdotas que ejemplifican su filosofía del humor. Una infancia bastante solitaria en Nueva Jersey —sus padres eran propietarios de una pizzería en la que trabajaban todo el día y HBO era su principal entretenimiento—, los primeros años en Uruguay, cuando sentía que no era ni de aquí ni de allá, el empezar a ser tachado de “raro”, los primeros excesos con el alcohol en la adolescencia, el posterior consumo de drogas. Sobre esto, reflexiona que aprendió a reconocer los efectos negativos para no volver a caer en un ciclo de excesos y depresión. “Si me empieza a picar la nariz, paro, como algo y ya está”, dice. Su visión es clara: “Cualquier cosa que te haga sentir bien en el corto plazo, a la larga te jode. Es automático”.
También se emociona al hablar sobre el impacto que ha tenido su padre, quien falleció de cáncer hace 10 años: “Mi viejo era excelente contando chistes. Era el alma de la fiesta. Si él se reía, todos se reían. Era mi ídolo. Jodía mucho sobre temas sensibles cuando estaba muy enfermo, porque cuando te toca a vos, no te podés poner loquita, te lo tenés que bancar. Me enseñó eso. Siempre digo que nunca lo voy a superar contando chistes, pero trato de mantener su chispa. Yo quiero hacer lo que hacía él”.
—Llegó a ver la primera mitad de tu carrera como El Bananero. ¿Qué te decía?
—Lo último que vio fue cuando me presenté en el Club Media Fest —un festival internacional de youtubers— ante 15.000 personas. Él estaba en el hospital. Yo tenía puesta una camiseta con su cara y me saqué una foto con la gente de fondo. Se la mostré. Me dijo que estaba orgulloso y que yo también tenía que estarlo. Que tenía que sentirme muy feliz. Fue lo último que me dijo. Murió cuatro días después.
Jugar con los límites.
El Bananero es considerado un pionero en YouTube en español. Antes de llegar a la plataforma, ya creaba, editaba y subía videos a su propia página web. “Sentí que estaba tres o cuatro años adelantado. Veía gente que hacía contenido en inglés más producido. Como que tenía las cartas vistas. Y empecé a hacerlo para Latinoamérica”, cuenta sobre sus comienzos.
Para celebrar sus 20 años en la plataforma, prepara una película que, como casi todo su contenido, desarrolla casi en solitario. “Escribo yo, edito yo… por eso digo que El Bananero soy io”, bromea con acento neutro. Lo único que adelanta es que será un proyecto “bien casero y caótico”, de más de una hora de duración, en el que mezclará personajes y parodias icónicas con material inédito. Ya filmó un corto de terror en Uruguay y comenzó a grabar una parte “tirando a telenovela”, con la ayuda de amigos cercanos para las actuaciones. “La hago como una muestra de reconocimiento y amor por mis fans que me han bancado todos estos años y que no han permitido que el personaje sucumba. Yo no puedo creer que sobreviví a la época de la cancelación”, dice a Domingo.
Para quienes conocen el contenido de El Bananero —ya sea porque forman parte de la “comunidad bananera” o porque lo consideran de mal gusto— esto puede sorprender: hay videos que prefirió guardar porque cree que podrían haberse malinterpretado o resultado ofensivos para el público general. “Para difundirlos, tenía que aguar mucho el contenido y perdía su esencia”, explica. Ahora promete que la película tendrá mucho “humor agrio y fuerte”. Su novia, confiesa, actúa como “curadora”: “Confío en su criterio cuando me dice ‘sí, eso está bravo’”.
—Las normas de las redes sociales se han puesto más duras en los últimos años. ¿Cómo has convivido con eso?
— Lo fui aprendiendo por las malas. Me han bajado videos porque se podían interpretar como discriminación. Por ejemplo, uno sobre Maluma en el que dije que era un “trolazo”, pero no por su orientación sexual, sino porque para mí es un vendido, hace música para el que ponga más moneda. Te bajan el video, te meten un strike (al tercero, te cierran el canal) y puedo perder el canal. La verdad, me cuesta. A veces siento que me domaron, que me pusieron un bozal. Estoy tratando de ser lo más inteligente posible. Morderme la lengua. No puedo perder mi plataforma.
Al final del día, luego de saludar fanáticos, de grabar videos, de hacer streaming, de hacer chistes que pueden o no agradar y que, si es el último caso, no le importa en lo más mínimo, de estar atento a las ventas de Japi, su cerveza artesanal —que vendió 10 mil latas en Uruguay en enero—, siente que cumplió su sueño de “ser rockero”, porque ser youtuber es lo más parecido. “El amor de la gente es una inyección de dopamina. Que alguien te reconozca y te diga que te quiere te cambia el día. Si a la gente le gusta lo que hago, si lo hago reír y se olvida de lo que no quiere recordar, entonces creo que hago una buena acción. Si es así, tengo muy buen karma. Y siento que no estoy decepcionando a mi padre”, concluye.