FACUNDO PONCE DE LEÓN
CONTEXTOS
Solemos olvidar que antes la vida se entendía de una manera radicalmente distinta a como lo hacemos hoy. Hasta el siglo XVI aproximadamente, nacer era entrar en una historia que ya determinaba nuestra existencia, hijo de zapatero, zapatero; hijo de campesino, campesino; hombre de la realeza, vida noble. En el pasaje que va de la Edad Media a la Edad Moderna, con el Renacimiento como puente, comienza a crecer el comercio y nacen las ciudades como las conocemos actualmente. Allí surge una nueva manera de entender la existencia humana, se le llamó burguesía y la clave era que no pertenecían a ninguna de las categorías anteriores: no eran ni nobles, ni campesinos, ni aristócratas ni clérigos: eran algo nuevo y marcaron la historia para siempre.
Los análisis que tiempo después hizo Marx (que era un burgués) y el concepto sociológico de "clase" generaron una desconfianza con todo lo que encerraba la burguesía que nos hace olvidar la marca espiritual que introdujo en el mundo. Antes que concepto económico para definir a empresarios o a dueños de medios de producción, o a comerciantes rapaces, la esencia del burgués es que tiene la capacidad de transformar el mundo. El lema de los burgueses en sus inicios era justamente ese: "no heredamos el mundo, lo construimos".
Sigue entre nosotros presente la idea de que uno debe cimentar su vida tratando siempre de superar lo que nos viene legado. Creemos que es mucho más valiosa la historia de alguien que empezó siendo portero y terminó de gerente general, que la del hijo que hereda el puesto directivo del padre. La muestra clásica de este ideal burgués es "M`hijo el dotor" de Florencio Sánchez y la prueba de su actualidad la encontramos hace dos domingos en este suplemento, cuando Oscar Magurno contaba que llegó a lo alto de la "Asociación Española" por propio mérito y desde abajo.
Todos los adolescentes y jóvenes que tienen la dicha de vivir con condiciones mínimas se preguntan qué tienen que hacer para ser alguien y esa es la pregunta cardinal de los burgueses. Es más, el joven que es abogado como el padre, no lo es por tradición sino por decisión personal de seguir ese camino. Una vez más, la idea es que la vida no viene dada sino que cada uno debe escribir su guión.
La pregunta que surge es cuán válida sigue siendo esta estrategia burguesa que nos acompaña desde hace cinco siglos. Hay un elemento que ya no corre más y es la idea de construir sin importar lo heredado. Eso, que tanto valió en su momento y a lo que le debemos los avances de la ciencia y la tecnología, no puede seguir valiendo en un mundo con problemas medioambientales acuciantes. Nosotros no podemos despreocuparnos del mundo que recibimos ni del que entregaremos, debemos ubicarnos entre los dos y resolver el dilema como ninguna otra generación en la historia.
Una segunda idea que habría que poner en duda de nuestra matriz burguesa es la importancia de la soledad. En sus orígenes, el burgués se sentía orgulloso de estar solo, es decir, de no pertenecer a ningún estamento social. Hasta hoy escuchamos cotidianamente al que dice con orgullo: "a mí nadie me regaló nada". Es curioso que esta frase sea algo para vanagloriarse cuando en realidad nadie llega a ningún lugar sin ayuda, sin manos que se estiran para empujarnos a dar un paso.
La idea de que uno debe resolver quién es sin ayuda y tratando de no ser panadero como los padres, puede volverse contraproducente. Cuando los burgueses decían que todo estaba por hacerse y no había que mirar para atrás, estaban convencidos de que esa idea era liberadora, que eso era la libertad. Hoy, esa misma idea, puede ser asfixiante y nos pone ante la paranoia de buscar un destino distinto cuando quizás lo tenemos enfrente de nuestros ojos.