INFORME
Nació en Japón en la década del 70 y se expandió rápido por el mundo. Se define como 'juego de disfraz', es cada vez más profesional, y demanda mucho tiempo y dinero. Aquí los detalles de esta movida.
![Fundadores del Fan Club Star Wars Uruguay](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/23/632d24e933c14.jpeg)
Convive entre trajes desde que tiene uso de razón. Diego Tapié (38) robó un buzo de lana marrón del armario de su madre con tres años, lo recortó sin que ella supiera y lo convirtió en una capa. Así fabricó su primer cosplay, cuando ni miras de que este término surgido en Japón en la década del 70 y que puede traducirse como ‘juego de disfraz’, llegara a Uruguay. Pasó su infancia rodeado de retazos de tela, hilos y tijeras creando atuendos (el Zorro, Batman, Sub-Zero y más) en soledad. “Era un incomprendido. Jugaba solo porque mis compañeros no entendían. Trataba de disfrazarlos pero no le ponían la misma voluntad que yo”, asegura a Revista Domingo quien hizo del dibujo y el comic su profesión.
La historia se revirtió 20 años atrás para Diego y otros fanáticos de la cultura pop, el comic y el animé, que encontraron en el primer Montevideo Comics la chance de meterse en el universo friki, frecuentarse, y divertirse luciendo trajes de esos personajes y superhéroes que idolatraban.
Eso de crear desde cero un vestuario, accesorios y armaduras de forma artesanal (confeccionado por uno mismo o mandado a hacer por modistas), maquillarse e interpretar el rol tiene nombre: se llama cosplay, es cada vez más profesional y no para de conquistar terreno en Uruguay y el mundo.
Sin ir más lejos, el grupo de Facebook Cosplay Uruguay supera los 5.000 seguidores, aunque de ese total, según Diego, son 500 los más activos, que no faltan a un evento, participan de todos los concursos cosplay y se movilizan de un lado al otro.
Esta movida se vio favorecida, en parte, cuando a partir de 2015 se empezaron a contratar cosplayers para diversas avant-premières. Otro gran impulso sucedió a raíz de la proliferación de los eventos frikis y su expansión hacia el interior del país.
![Nicolás Celayes en modo Arthas, uno de sus cosplays preferidos. Foto: Jason Donadini](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/23/632d26565c86d.jpeg)
El pasado 10 de setiembre tuvo lugar la primera edición de Maldonado Comics y superó las expectativas de los organizadores: convocó más de 600 personas y no descartan repetir la actividad más adelante, según confirmaron a Domingo.
Este fin de semana se está desarrollando la Friki Fest en el Parque Tecnológico del LATU, y el 15 y 16 de octubre se celebrará la segunda edición del Animé y Comics en Salto.
El cosplayer espera ansioso este tipo de instancias para poder lucir ese atuendo que preparó con tanto esmero y cariño, y desplegar su show en la pasarela durante el concurso -cuyos primeros premios suelen ser unos $ 5.000-, pero ante todo, disfrutar de estar en la piel de ese personaje por unas horas.
Isabella Tapié, hija de Diego, tiene 10 años y se fanatizó con Raven tras devorarse toda la temporada de Los jóvenes titanes, entonces su papá decidió crearle ese cosplay. “Me gusta actuar. Tengo dos libros de hechizos, uno me lo hizo mami y otro papi. Me gusta participar de los concursos porque participo a veces con papi, y podés ganarte algo, o tal vez no ganás pero te divertiste”, apunta quien tiene clarísima la esencia del cosplay.
Las cosas por su nombre
![Carolina Trifoni en la piel de Sarah Kerrigan, un trabajo que le llevó seis meses. Foto: Jason Donadini.](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/22/632d1e3488519.jpeg)
“De chicos todos jugamos a ser un personaje o alguien que no somos. El cosplay se despierta cuando uno quiere profesionalizarlo”, explica Nicolás Celayes, cosplayer desde hace 14 años, casi la mitad de su vida. Significa que quienes lo practican se lo toman en serio. Invierten importantes sumas de dinero y dedican tiempo a indagar el personaje en cuestión: pueden pasar semanas, meses o incluso un año para confeccionar una indumentaria que los convenza, y no son fáciles de conformar.
“Lo último que uno va haciendo es con lo que te sentís más orgulloso”, según Diego, que a los cinco trajes “usables” que atesora en su casa, suma una colección de cascos expuestos sobre un armario.
Nicolás, por ejemplo, tardó un año en dar vida al último Spiderman de Avengers, y por eso lo ostenta orgulloso siempre que surge un evento. “Fue a prueba y error. Lo hice dos veces para que quedara bien. Primero lo hice de goma eva y lo pinté con pintura automotriz para darle el brillo metálico pero quedó sumamente incómodo, así que decidí hacer una mezcla con telas y goma eva y ahí quedó como tenía que ser, y cómodo”, describe. Y revela que desembolsó $ 8.000 en este traje ($ 4.000 por cada intento).
Carolina Trifoni (30), cosplayer hace 14 años y pareja de Nicolás, no se queda atrás: dedicó seis meses a dar vida a Sarah Kerrigan, alienígena del videojuego StarCraft. Unicamente la peluca -hecha de red, cordón, tiras de goma eva, cinta pato y pinturas- le implicó un mes de trabajo y calcula que fueron unas 300 horas.
El proceso creativo es largo: cranean el diseño, buscan telas, reciclan materiales, hacen pruebas, fabrican pelucas, accesorios, armaduras. Y están atentos a cada mínimo detalle porque les obsesiona que luzca lo más similar y creíble al personaje que pretenden homenajear.
Por eso, hablar de disfraz es mala palabra para un cosplayer. Es menospreciar un trabajo integral: vestuario, maquillaje e interpretación. “Es empaparse del personaje, de su historia, conocer sus orígenes, quién es, cómo habla, actuar física y verbalmente como él, decir frases, imitar voces”, define y enumera Diego.
Guillermo Dos Santos, que dio sus primeros pasos en el cosplay comprando ropa y modificándola para que se viera lo más parecida posible a los personajes, resalta el nivel de detalle de estos trajes artesanales: “Los disfraces son descartables a veces, te los ponés y después los tirás, los nuestros son como obras de arte”, asegura.
Reliquias
![Guillermo Dos Santos a caballo con su tan preciado Dovahkiin.](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/22/632d1edc7eeec.jpeg)
La casa de un cosplayer es un depósito de telas, goma eva, cartones, materiales de todo tipo y color; hay armaduras, herramientas, máquinas de coser, y los propios vestuarios, que ocupan un espacio importante. Nicolás y Carolina tienen una habitación exclusiva para el cosplay. Ella lleva más de 60 trajes hechos y él unos 100 a lo largo de 14 años. No todos han sobrevivido al paso del tiempo, el trajín y el desgaste. Algunos los han reciclado para crear nuevos diseños, y otros los han vendido luego de “emprolijarlos”.
“A veces los compra gente que está en el cosplay y busca el mismo personaje, y también me han contactado del teatro”, cuenta Carolina, a quien le llegaron a pagar $ 1.200 por un atuendo.
Guillermo, por ejemplo, ubicó a su tan preciado Dovahkiin, del juego Skyrim, en un maniquí en medio de su cuarto. La exhibición de ese atuendo no es casual: lo hizo de cero con sus manos -incluye casco, armadura y un hacha enorme- en dos meses para poder llevarlo a una final latinoamericana en Argentina a fines de 2019 y obtuvo el primer puesto. Hoy dice que fueron los $ 6.000 mejor invertidos.
“Esos dos meses no dormí por hacer ese traje porque quería llegar con algo que fuera increíble. Los fines de semana le dedicaba siete horas”, relata Guillermo con entusiasmo. Le ha sacado jugo: lo lleva a todas las competencias habidas y por haber, a cumpleaños infantiles y hasta le hizo una sesión de fotos a caballo.
Es que cunado se percató de que tenía entre manos un cosplay nórdico quiso redoblar el tributo al juego que tantas alegrías le había regalado. “En el juego de Skyrim también hay caballos y dije, ‘wow, necesito andar a caballo con este traje”, cuenta. Puso manos a la obra, y de casualidad, se cruzó con Marina, una cosplayer que cría equinos. Le contó su idea y ella le prestó uno de carrera. Guillermo jamás se había subido a un caballo, pero lo domó rápido y fue lo mejor que vivió en toda su década como cosplayer. “Estaba en la pradera, andando al palo, con toda la adrenalina del mundo, el viento pegándome en la cara con un cosplay hecho por mí. Lo sentía como estar en un capítulo de Game of Thrones”, resume.
![Saray Gómez](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/22/632d1f724d263.jpeg)
Saray Gómez vive el cosplay como un escape y asegura que le ha servido para forjar su personalidad. Esta colombiana de 26 años era súper introvertida y desde que se mudó a Uruguay, en 2015, encontró en este universo un aliado para vencer la timidez y hacer amigos. “He ido a lugares públicos con el cosplay porque entro en personaje y me abro”, cuenta a Domingo. Ideó y creó con sus manos el traje de Kaisa (de La liga de las leyendas), con el muñeco incluido, para un concurso internacional, donde no tuvo suerte. Sin embargo, el pasado 10 de setiembre lo lució en la pasarela del primer Maldonado Comics y salió primera entre 27 cosplayers. Se llevó aplausos, elogios y $ 5.000, de los cuales $ 2.000 los guardará para posibles emergencias en el hogar y el resto lo invertirá en materiales para nuevos proyectos. “Me siento orgullosa y feliz de haber ganado en Uruguay, ya que valoraron el esfuerzo que puse en cada pieza”, dice Saray. Según Nicolás Celayes, uno de los tres jurados del certamen, el grado de complejidad del cosplay de Kaisa permitió que Saray se quedara con el primer puesto.
Artesanos y premiados
![Diego Tapié como Big Boss, del videojuego Metal Gear.](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/23/632d2193178c7.jpeg)
Shinrei Date (nombre artístico) tiene 37 años, vive en Colonia y en 2011 incursionó en el mundo del cosplay decidida a despuntar el vicio de actuar. Las clases de teatro no la motivaban porque le asignaban roles, y ella quería interpretar al personaje que se le antojara.
Al principio se mandaba a hacer los trajes con una modista de su ciudad, pero era una señora mayor y no quería presionarla con tanto trabajo, así que se anotó a un taller de corte y confección en la Escuela del Hogar. Entre esas clases y los piques que le daba su modista le tomó el gustito, agarró práctica, y pasó de confeccionar solo para ella a tomarlo como un ingreso extra.
Ejerció como cosmaker (modista especializada en cosplay) de 2014 a 2020. En pandemia se vio forzada a abandonar porque escaseaban los materiales textiles y a Colonia no llegaban insumos. “No planeo volver porque ahora hay muchos cosmakers y me siento tranquila de que hay gente a la que acudir”, dice.
De yapa, da un consejo: nunca olviden llevar un kit con hilo, aguja, pegamento y materiales extra por si surge un imprevisto y deben reparar el traje en el momento.
El cálculo que realiza un cosmaker para cotizar la mano de obra es este: el precio de los materiales multiplicado por dos. Mandar a hacer un atuendo simple no baja de $ 3.000. Lo máximo que Shinrei Date cobró por un traje fueron $ 7.000: era una armadura y le demandó un año de trabajo.
Los números hablan: entre cosplayers es muy valorado tener habilidades manuales para confeccionar los vestuarios ya que implica un buen ahorro de dinero.
![Shinrei Date como el samurai Masamune Date. Foto: Martín Barnengo.](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/23/632d26bdc0aa7.jpeg)
Mientras el talento de Nicolás se concentra en las armaduras, Carolina se da maña para todo. Lo trae en los genes: su madre es modista de alta costura y su padre carpintero. “Me confecciono los trajes de cero a cien. Tengo una máquina de coser en casa y me pude comprar una máquina de bordar gracias a un premio en un certamen (ganó US$ 1.000 en el Cosplay Eiyuu Internacional) donde representé a Uruguay en Paraguay”, indica.
Esa vez concursó con la reina Yharna, del videojuego Bloodborne, un cosplay con variedad de telas, bordados, puntillas y llenito de detalles que le salió $ 8.000, y le regaló muchas satisfacciones: la llevó a ser finalista de la Yamato Cosplay Cup en Brasil, y ganadora del primer lugar en el concurso Animate en Argentina.
Carolina no fue la única en trascender fronteras con su hobby artístico. Diego salió primero en la Comic Con Argentina con el con el traje de Wolverineen X-Men: días del futuro pasado. Y con ese mismo atuendo compitió online contra los mejores cosplayers del mundo en la Ultimate Cosplay Championship de EE.UU. llevándose uno de los 30 premios que había.
“Me mandaron por correo trofeo, medalla y productos. En el exterior hay premios de miles de dólares, y eso incentiva muchísimo”, asegura Diego.
El costado más solidario: Fan Club Star Wars Uruguay
Marcia Alba y Alejandro Silva son pareja hace 22 años y un lustro atrás fundaron el Fan Club Star Wars Uruguay con el afán de unir sus dos amores: la saga de George Lucas y la solidaridad. El grupo se convirtió en un sostén para sus 1.900 miembros. “Repetimos que somos comunidad”, dicen al unísono. Y cuentan que Alejandro se queda hasta la madrugada conversando con personas que están solas. El cosplay es para esta pareja y su hijo Tiago una manera de “sacarnos el gusto poniéndonos los trajes porque en casa vivimos Star Wars desde que nos levantamos”, apunta Alba. Han llegado a invertir $ 6.000 en atuendos que mandan a confeccionar y tienen dos homologados en EE.UU. (hechos bajo los parámetros de Lucas Films). En estos cinco años fundaron la biblioteca y videoteca del Club Barrio Artigas e hicieron campañas benéficas para colaborar con distintas instituciones. Llevan sus cosplays a diversas actividades que realizan en la Pérez Scremini y la escuela especial N°197 para niños sordos. “Viene un papá y te dice ‘gracias porque esa hora que estás acá mi hijo no se acuerda de que está enfermo’ y eso es impagable”, resume Alejandro.
Trascender
![Isabella Tapié, de diez años, encarnando a Raven. Foto: Johana Gerfau.](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2022/09/23/632d2244730a7.jpeg)
Si bien los eventos son el principal punto de encuentro para esta subcultura, también inventan otras instancias donde poder lucir esos trajes que crean con tanto esmero: organizan sesiones fotográficas, reuniones temáticas y graban videos para compartir en redes.
También han ido de visita al hospital Pereira Rossell con el fin de llevar a los pacientes internados un entretenimiento visual que los distraiga. Y el plan es repetir.
Todos coinciden en que este hobby está cada vez más aceptado y naturalizado. Perciben mayor apertura y dicen que ya no los miran como bichos raros.
“Antes, de repente tenías que ir en el ómnibus con determinada parte del traje visible y te miraban raro, de costado o te decían algo; ahora ya no se escucha y las miradas cambiaron, ya no son de prejuicio, sino de curiosidad o de asombro, ‘mirá eso’. Se nota que cada vez hay más fans”, describe Carolina.
Nicolás opina que si bien al principio parecía algo extraño, con el paso del tiempo se amalgamó bien a la cultura uruguaya: “Del Carnaval al cosplay no hay mucha diferencia, antigüedad por decirlo así. En países como Estados Unidos o Japón es algo normal, y acá en Uruguay pasó a serlo también”.
Vergüenza y timidez no figuran en el diccionario de Guillermo y su grupo de amigos cosplayers.
“Con los muchachos tenemos una tradición: después de cada evento vamos a comer a algún lado todos de cosplay. Vos mirás la fila de un restaurante y estamos un grupo de ocho con cosplays distintos, accesorios, pelucas, maquillaje, vestuario. Es muy divertido. La gente nos pide fotos, se ríen, y nosotros estamos para eso: le pedís una foto al cosplayer y es la gloria”, comenta Guillermo entre risas.
Diego, en tanto, quiere que la pasión por el cosplay no decaiga ni muera nunca. Él aporta su granito de arena compartiendo este hobby con sus hijas (Isabella y Olivia, de tres años) cual legado.
“Hay que transmitirlo porque una de las cosas que estamos viendo es que hay pocos niños cosplayers, somos muchos adultos, así que hay que contagiar y reenganchar a las nuevas generaciones. Estaría bueno traer sangre nueva”, cierra.