El desafío de vivir con complejos a cuestas

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Salud

Un manojo de sentimientos y pensamientos que pueden condicionarnos y afectar la calidad de vida. Cómo lidiar e intentar superar uno de los más recurrentes problemas psicológicos.

De los complejos dependen el bienestar o el malestar de la vida personal; son los lares y los penates (en la mitología romana dioses del hogar) que nos esperan en el hogar familiar, de cuya paz tan peligroso es jactarse demasiado; son el gentle folk (traducción: gente noble) que turba nuestras noches". De esa forma definía el fundador de la escuela de psicología analítica —Carl Gustav Jung— a esos sentimientos en el libro Los complejos y el inconsciente, publicado en 1944.

Jung, en el mismo libro, describía la sensación de percibir a nuestros complejos más como nuestros dueños que un manojo de sensaciones que acarreamos a nuestro pesar: "Todos sabemos hoy que tenemos complejos. Pero el que los complejos puedan tenernos es una noción que no por estar menos difundida tiene menos importancia teórica. De hecho, un complejo activo nos sume durante un tiempo en un estado de no libertad, de pensamientos obsesivos y de acciones forzadas".

Carl Gustav Jung

Carl Gustav Jung
"De los complejos dependen el bienestar o malestar de la vida personal"Del libro "Los complejos y el inconsciente", 1944

Hay complejos para todos los disgustos: de Edipo, de inferioridad, de Napoleón, de Electra, de Adonis y muchos más, cada uno de ellos con sus particularidades y riesgos. "En nuestra disciplina, le llamamos complejos al conjunto de características, pensamientos inconscientes, emociones y maneras de ver el mundo. Lo usamos más frecuentemente cuando nos referimos a una persona que no se siente cómoda con respecto a algo de su personalidad o su físico", dice la psicóloga positiva Mariana Álvez.

A veces, los complejos se arrastran toda la vida. Otras, son superados y abandonados. "Llegó un momento en el cual dejé de preocuparme tanto por mi panza, que me había quedado flácida luego de dar a luz a mi hija", cuenta María (no es su nombre real), una mujer de 40 años que tuvo a su única hija a los 22 años. Momentos como las vacaciones en la playa, o las relaciones sexuales eran —al mismo tiempo— los más esperados y los más temidos por María, que empezaba a preocuparse por su abdomen semanas o días antes de sus primeras excursiones a la playa, o ante el primer encuentro íntimo con una pareja.

El cuerpo es una fuente casi inagotable de motivos para acomplejarse. La nariz. El pelo. El cutis. Los senos. El pene. Las manos. Todo eso, y más, pueden ser un disparador para un complejo. "Las obsesiones con respecto al cuerpo suelen derivar en varios trastornos alimenticios", añade Álvez y menciona otra característica física que suele acomplejar a muchos: la estatura.

DEBUT

Federico (49 años, tampoco su nombre real) recuerda que sus padres por razones profesionales tuvieron que emigrar a Estados Unidos, al estado de Mi-nnesota. Entre tantos descendientes de escandinavos que le parecían vikingos gigantes, él —con sus 1.70 de escasa altura— se sentía literalmente inferior. Para peor, llegó a ese país y a ese lugar siendo adolescente, edad en la cual los complejos parecen, como esos rubios gringos descendientes de suecos y noruegos, agigantarse. "Me parecía que todas las minas del liceo al que empecé a ir eran más altas que yo, y que nunca iba a poder debutar —tenía 13 años cuando llegué, y mis padres iban a estar por lo menos cinco años ahí— porque ¿qué mina iba a estar de novio con alguien a quien le sacaba diez centímetros de ventaja en altura?".

Le costó dos años superar el complejo: "A los 15 ¡finalmente! tuve mi primera relación sexual, con alguien de mi misma edad, y de mi misma altura. Luego me di cuenta que obviamente no todas eran tan altas. Pero mi complejo de petiso me hacía verlas a todas como en el afiche ese famoso de la película con Daryl Hannah, que tiene a una mujer que mide 50 pies", comenta hoy en alusión a la película El ataque de la mujer de 50 pies de 1993 (que en sí es una remake de una película homónima de 1958).

Ya no le preocupa tanto medir 1.70. "Cada cual carga con sus problemas. Para mí fue la altura, pero allá hice amigos que eran mucho más altos que yo y aún así se sentían insuficientes en otros aspectos". Sin embargo, el ansiado debut sexual de Federico lo llevó a otros complejos: "Tenía la idea de que como para ellas era latino, tenía que ser un superamante, con un miembro de enorme tamaño, energía inagotable, capaz de suministrarle a mi pareja una serie interminable de orgasmos. Y como eso no ocurría, empecé a acomplejarme por pensar que no era bueno en la cama. Eso fue más difícil de superar que el complejo de petiso".

El sexólogo Santiago Cedrés comenta al respecto de los complejos sexuales de Federico que él ha visto muchos casos de varones que sufren por esos "mandatos de género". Esos mandatos, afirma Cedrés, "pautan lo que está bien y lo que está mal, lo esperado y lo que no debe pasar, los tamaños y hasta formas de sentir. Indican cómo ser mujer y cómo ser varón. Si no se cumple con los moldes propuestos, se puede llegar a producir desde insatisfacción, ansiedad y preocupación hasta un deterioro en la autoestima. Vivir acomplejado es el fin del encuentro placentero", sentencia.

En el caso de los varones, agrega, la "preocupación principal" es la erección a la hora de la verdad. "El miedo a fallar, a perder la erección en medio del encuentro sexual, sostenido por el mandato que dice que un hombre debe responder siempre, es el principal responsable de ese temor. Otros complejos frecuentes en los hombres tienen que ver con el tamaño del pene, el control de la eyaculación, no saber sobre sexualidad, no tener buen desempeño sexual y que su pareja lo comente entre sus amistades".

Para ellas, en tanto, "lo que más complica e interrumpe el vínculo es el tamaño de las mamas". Cedrés ha detectado en sus consultas y estudios que a veces existe entres las mujeres una "excesiva focalización en sus cuerpos", y que muchas mujeres "se acomplejan por el abdomen, las caderas, las piernas, la cola, las estrías". En ese tipo de problemática femenina, los medios de comunicación y ahora también las redes sociales, pueden tener una influencia dañina. El año pasado, la Asociación Real de Salud Pública de Inglaterra publicó un estudio llevado a cabo entre 1.500 personas entre 14 y 27 años que llegó a la conclusión de que varias redes sociales pueden tener un impacto negativo en la salud mental de esa población. Entre otros efectos negativos, está la autopercepción del cuerpo.

Para desprenderse de esas cargas, dicen los expertos, hay que reconocerlas como tales y como parte de la personalidad de uno. Álvez explica que un complejo se reconoce cuando uno "rechaza con vehemencia una parte física o emocional de sí mismo. Si tenés un complejo, te sentís triste, incómodo, con mucha inseguridad y constantemente te vas a comparar con los demás".

Estos sentimientos de insuficiencia y casi nula valoración tienen su origen en la infancia. De ahí sea tan importante estar al tanto, como padres, de las cosas que se dicen en el ámbito familiar. La figura materna o paterna puede, a veces sin darse cuenta, marcar supuestas o imaginadas fallas y defectos en sus hijos y si eso se hace frecuentemente, pueden dar lugar a complejos que después afectarán la calidad de vida del hijo o hija.

Pero también pueden tener "algún trauma que se pudo haber iniciado a partir de una situación de acoso escolar", dice Álvez. Tal como lo percibía Federico, los complejos "toman mucha fuerza en la adolescencia" y una vez que se instalan, puede ser muy complicado extirparlos de la psiquis. "Estos complejos se convierten en pensamientos irracionales, persistentes y dolorosos que pueden minar la autoestima de quienes lo padecen y afectar enormemente su calidad de vida", remata la psicóloga, quien recomienda acudir a terapia principalmente para aquellos casos en los cuales el o los complejos acompañan a quien los padecen durante años. De otra forma, se puede hacer demasiado difícil salirse del estancamiento y poder ver más allá de esos sentimientos que pueden llegar a condicionarnos.

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