“Los uruguayos deberían estar enamorados de su mar. Yo lo estoy”, recomienda y confiesa al mismo tiempo Hernán Pérez Orsi. Hay que darle crédito a sus palabras porque, primero, no es uruguayo, sino argentino; segundo, es activista de Greenpeace y ha navegado por el mundo y, tercero, se lo dijo a Domingo desde una embarcación cercana a las islas Galápagos. Por eso no dudó en decir que sí cuando le preguntaron si podía poner a disposición el velero Witness para una prueba inédita: la primera inmersión de un dron sumergible, también llamado ROV, adquirido por Pedeciba Geociencias para tener ojos en los fondos marinos de la plataforma continental uruguaya.
Gracias a un convenio facilitado por la ONG Mar Azul Uruguayo entre Greenpeace y la Universidad de la República (Udelar) y con el aval de Países Bajos -estado de bandera del Witness- y de Uruguay, varios estudiantes y científicos realizaron varias inmersiones del ROV y obtuvieron material inédito de un mundo que permanece oculto debajo de todo ese limo y arcilla que arrastra el Río de la Plata. “Nunca habíamos podido documentar su riqueza. Ahora todo el mundo puede ver que a 30 millas de la costa (unos 60 kilómetros) ya tenemos corales alucinantes”, relata Andrés Milessi, coordinador de Mar Azul Uruguayo.
Pero el desconocido mar uruguayo, que ahora empieza a desvelar algún secretito, tiene mucho para mostrar.
Jardín de corales.
El ROV es un equipo de tamaño medio (30 x 35 x 50 centímetros y 16 kilos) que cuenta con una cámara de 1.080p, optimizada para el entorno submarino, cuatro luces de 1.500 lúmenes; ocho propulsores y tiene la capacidad de alcanzar profundidades de hasta 300 metros. Su velocidad máxima es de tres nudos (5,6 kilómetros por hora).
Las cuatro hélices de la parte superior permiten el movimiento vertical; mientras que los cuatro motores de la parte inferior permiten el movimiento horizontal y el giro. Gracias a un software, la cámara envía una señal a través del cable a una unidad en la superficie y permite ver en tiempo real la filmación.
Este ROV permitió filmar por primera vez lo que sucede debajo de la Restinga del Pez Limón, unos fondos rocosos ubicados a unos 30 metros de profundidad a la salida del Río de la Plata, y del Banco San Jorge, un afloramiento rocoso a 26 metros de profundidad que no se conocía hasta que el petrolero que le dio nombre encalló ahí en 1997. Estos son dos sitios de interés propuestos para convertirse en áreas marinas protegidas. Subraye este dato sobre su relevancia antes de conocer los otros: la Restinga del Pez Limón, hoy a 40 millas de la orilla, fue una paleocosta.
¿Qué escondían? “Hay todo un jardín de corales”, resume Pablo Muniz, responsable del departamento de Oceanografía y Ecología Marina del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias e investigador de Pedeciba Geociencias. ¿A que no se imaginaba que nuestro paisaje submarino podía sorprenderlo con estas estructuras tridimensionales repletas de color y vida?
Otro dato para pasarle el marcador fluo: Uruguay cuenta con corales adaptados a aguas frías y profundas que habían sido descubiertos en 2010 para algunos puntos del talud marino (a 100 millas de la costa; aproximadamente unos 185 kilómetros). En ese entonces se encontraron a profundidades que van desde los 167 metros a los 326 metros con una media de altura para los montículos de 35 metros (el más grande era de 67 metros).
Pero en la Restinga del Pez Limón, donde no se habían reportado, hay tantos que forman “un tapete”. La principal función de los corales -en este caso, blandos, porque no forman un esqueleto de carbonato de calcio- es ser “ingenieros ecosistémicos”: permiten que convivan otras especies. Y si esto sucede -los más grandes se comen a los chicos- se entiende que es una zona rica en productividad.
Una de esas especies es justamente la del pez limón -entre amarillo y grisáceo- del que ahora se tienen imágenes y se puede cuantificar su densidad. Pero también el sargo, que ha demostrado ser sumamente abundante en la zona, o los turquitos, los papamoscas, los torpedos y los meros -el que roba cámara en una de las fotografías de la página 3- pero también crustáceos, moluscos, anémonas y estrellas de mar.
La información inédita mantiene entretenido a Rodrigo Gurdek, máster en Geociencias e integrante de la cátedra de Oceanografía en la Facultad de Ciencias, quien ahora está procesando los datos para estimar las distintas poblaciones y analizar cómo se conectan unas con las otras, no solo en el lugar sino con todo el mar uruguayo. “Si están conectadas -sus larvas se desplazan por las corrientes-, al conservarlas podemos conservar la diversidad de todo el mar uruguayo”, apunta.
Aunque se grabaron pocos minutos en la zona de la Restinga del Pez Limón y del Bajo San Jorge por la expedición a bordo del SY Witness de Greenpeace, estos sirven como “confirmación” de su riqueza natural, al tiempo que son “hábitats vulnerables” que deben ser protegidos. Así lo apunta Alvar Carranza, docente e investigador del Departamento Ecología y Gestión Ambiental del CURE Maldonado: “Necesitamos continuar explorando y estudiando estos ecosistemas submarinos para promover su conservación”. Gurdek no oculta su ambición: “Quiero saber dónde están todos los corales del fondo uruguayo”.
Relieve sorpresivo.
¿Y qué tanto se sorprendería si se entera que el fondo marino uruguayo también tiene cañones? Hasta el momento se conocen siete en la Zona Económica Exclusiva (ZEE): de sur a norte, sus nombres son Río de la Plata, Montevideo, Piriápolis, Jose Ignacio, La Paloma, Cabo Polonio y Punta del Diablo. Estos alcanzan anchos de hasta seis kilómetros y profundidades de hasta 800 metros. El ROV que se tiene disponible no puede cubrir esas distancias pero se buscará acceder a otros más potentes para ir a desvelar sus secretos. “No sé cuánto puede faltar para que Uruguay pueda hacerlo pero estamos encaminados”, promete Muniz.
Los cañones submarinos son conductos erosivos que transportan sedimentos desde la plataforma continental hacia el océano profundo. En otras palabras, son valles que pudieron haberse formado por la acción de un río actual o antiguo en el continente cercano; es decir, una prolongación de ese río precursor. Pero, hasta donde se sabe, en los cañones submarinos uruguayos no existe ningún canal que haya estado conectado con el continente. “Lo único conectado es lo que se conoce como Pozo de Fango”, otro de los sitios de interés -ubicado frente a la costa de Rocha y con hasta 60 metros de profundidad- para convertirse en área marina protegida, apunta Leticia Burone, oceanógrafa del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias e integrante del grupo Ciencia y Tecnología Marina (Cincytema).
La hipótesis es que se generaron en el propio talud. Algunos tienen su inicio en el quiebre de la plataforma, lo que es más fácil de entender, pero otros no. ¿Habrá sido por deslizamiento de sedimentos, por actividad sísmica, por las corrientes del fondo...? Burone dice que encontrar la respuesta le provoca “ansiedad” (de la buena). Otro hecho intrigante es que hay morfologías en el fondo marino que se vinculan con otras sobre el margen argentino pero cambian más cerca del brasilero. Algunos tienen sedimentos más gruesos, otros más finos, lo que impacta en la fauna. “Somos un laboratorio in situ”, dice a Domingo.
Así como todavía los cañones submarinos son un misterio, también lo son los pockmarks o cráteres. Sobre el talud uruguayo se identificaron 41: hasta 40 metros de profundidad y de 400 metros de diámetro. Es probable que existan muchos más. Y aun no se sabe cómo se formaron o cuáles son sus implicancias ecológicas.
Yamandú Marín, oceanógrafo e integrante de Cincytema, ahora va a tirar un balde de agua fría del fondo marino. Los datos recogidos por la expedición del buque español “Miguel Oliver”, por la que se descubrieron los corales y los cañones en 2010, han brindado información a rolete hasta ahora, pero hay un tema que nunca consiguió financiamiento: las muestras de macrofauna. A pesar de su nombre, cubre a animales bastante pequeños que viven en el fondo del mar. “Ese material está en el depósito del Museo Nacional de Historia Nacional. Hay que revisar. De repente hay especies nuevas. Ese material vale oro”, afirma.
Este mes, el ROV cambió las aguas frías del Océano Atlántico por unas mucho más heladas. Pablo Muniz, responsable del departamento de Oceanografía y Ecología Marina del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias e investigador de Pedeciba Geociencias, lo está usando ahora mismo en la Antártida, en particular, frente al glaciar Collins, cercano a la Base Científica Artigas, en la isla Rey Jorge (la que tiene una extensión de más de 1.100 kilómetros cuadrados).
El glaciar en cuestión es uno de los lugares que ha despertado el interés científico internacional debido a su evidente retroceso en los últimos 50 años. En este tiempo ha perdido entre 20 y 30 metros. La razón ya la puede suponer: es una consecuencia del cambio climático.
“Es un glaciar relativamente viejo, poco estudiado, pero es de los más grandes de la isla Rey Jorge y de las islas Shetland del Sur”, anota.
Esto se debe al freshening o desalinización, un fenómeno que se produce debido al ingreso de agua dulce a los océanos, producto del derretimiento de las masas de hielo.
“Intentamos conocer este fenómeno a través de 50 indicadores diferentes. El ROV es una nueva herramienta para responder las preguntas”, dice a Domingo desde un laboratorio de la Base Artigas.
Gracias a esta tecnología, el equipo de Muniz filmó dos horas en un punto nunca antes visto. Si bien todavía no se ha procesado todo el contenido, el investigador adelantó que ahora se tiene registro, por ejemplo, de la difusión del material (nutrientes, sedimentos y materia orgánica) que proviene de la tierra a través del agua dulce, el que aumenta la turbidez de las aguas marinas costeras de la Antártida al desprenderse con el derretimiento del hielo, al tiempo que causan cambios en la salinidad y temperatura.
La filmación contribuye a caracterizar la cantidad y composición. “La materia orgánica (que proviene de la tierra) es de menor calidad (más baja en proteínas, lípidos y carbohidratos) que la producida en el mar; estudiamos el efecto que tiene para los organismos del ecosistema”, explica.
Y añade: “Esos 20 o 30 metros en los que se ha achicado el glaciar son millones de metros cúbicos de agua. Solo cuando estás cerca y ves la inmensidad de esa masa de hielo y la turbidez provocada por todo el material es que lográs entender que el aumento de materia orgánica es colosal”.
Uno de los problemas que conlleva un escenario de continuo derretimiento glaciar es una disminución en la calidad del alimento disponible para los consumidores marinos en las aguas costeras antárticas. Algunos organismos pueden aprovechar mejor esa gran cantidad de partículas en suspensión para alimentarse por lo que pueden desplazar a otros y terminar proliferando en una determinada región, provocando un desequilibrio en todo el ecosistesma. En la Bahía Collins habitan ballenas jorobadas, elefantes y lobos marinos. Y pingüinos antárticos como el Adelaida, Papua y el Barbijo. También se pueden observar grandes aves pelágicas como albatros y petreles; además de otras especies.
Más por descubrir.
En la producción de esta nota varias veces se dijo la frase de que Uruguay vive de espaldas al mar y lo hace aunque tiene más territorio marítimo que terrestre. Los científicos creen que el uso del ROV -que también operó en Isla de Lobos e Isla Gorriti- puede cambiar la perspectiva. Ya hay planes para futuras inmersiones con aparatos más sofisticados y a mayor profundidad -el que se tiene ahora tiene un cable de solo 150 metros y, solo para comparar, hay datos recogidos a 4.000 metros por otros métodos-. De hecho, la Armada Nacional adquirió uno de estos equipos y, según Carranza, “existen oportunidades de concretar la visita de un barco oceanográfico con un ROV de última generación para 2025”.
Gurdek espera que también ayude a cambiar la perspectiva del gobierno (este y de los siguientes) para que se establezcan áreas marinas protegidas. El Ministerio de Ambiente tiene bajo estudio ocho sitios de interés: el Banco Inglés, la isla e islotes de Lobos, la Restinga del Pez Limón, el Pozo de Fango, fondos con concentración de moluscos, zona de concentración de juveniles y de cría permanente de merluza, margen y talud continental y sistemas de cañones submarinos. “Los recursos marinos son recursos como son las vacas”, recuerda. Eso sí, deben ser tratados sustentablemente para que no desaparezcan con la sobreexplotación.
Para Burone existe la necesidad de estudiar los "ecosistemas marinos vulnerables" del margen continental y regiones más profundas que incluyen los corales de aguas profundas, los montes submarinos, las fuentes hidrotermales y los cañones submarinos.
Carranza agrega: “El conocimiento que tenemos sobre el fondo marino uruguayo es limitado pero no nulo. Hemos recopilado más de 4.000 registros puntuales de organismos desde la histórica Expedición Challenger (entre diciembre de 1872 y mayo de 1876) hasta la Expedición SY Witness. Cada uno de estos registros representa un importante avance hacia la comprensión de la biodiversidad marina en nuestra región. A medida que continuamos investigando y recopilando datos, esperamos ampliar aún más nuestro entendimiento de este ecosistema vital y contribuir al desarrollo de estrategias efectivas de conservación y gestión sostenible de nuestros recursos marinos”. Y Burone concluye con una máxima de la ciencia: “Imaginate el potencial de lo que no conocemos”.
En los tiempos de estudiante de Yamandú Marín existía la Licenciatura en Oceanografía Biológica en la Universidad de la República. Esta ya había desaparecido cuando Leticia Burone ingresó a la Facultad de Ciencias con el sueño de dedicarse al estudio de los ecosistemas marinos. Ella hizo lo que hicieron los otros investigadores consultados en esta nota: se especializaron en Oceanografía mediante materias optativas y posgrados y maestrías que la mayoría de sus colegas completa enel exterior. No obstante, todos consideran que urge que se implemente de nuevo una licenciatura específica. La propuesta ya está bajo consideración del Consejo Directivo Central de la Universidad de la República y se espera que se haga realidad el año que viene. Pablo Muniz, además, reclama más institucionalidad para el área, dado que los profesionales se desempeñan en diferentes centros de investigación y dependencias gubernamentales y cree que es necesario que todos trabajen con objetivos comunes. Esto apunta Muniz: “Por suerte muchos están trabajando en Uruguay pero hay alguna gente formada que está sin trabajo. Tenemos el potencial humano para investigar más, pero necesitamos más recursos”.