DE PORTADA
Los vinilos siguen creciendo en ventas, y atrás de ellos los discos compactos también empiezan a asomar. ¿Por qué volvieron a ser una opción válida para escuchar música?
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Que los discos de vinilo volvieron a ser un soporte para la música relevante no es precisamente una novedad. Desde hace unos años, dejó de ser exótico tener un tocadiscos y, cerca, una colección —grande o chica— de vinilos. De forma bastante inverosímil —el disco de vinilo es incómodo y también una experiencia sonora llena de imperfecciones; a veces suena a “fritura”, como dice uno de los consultados en esta nota—, los discos no solo se instalaron como una opción comercial válida, sino que ahora es cada vez más exitosa.
El año pasado, las ventas de música en discos de vinilo superaron en Estados Unidos los US$ 1.000 millones. ¿La última vez que eso pasó? 1986. Ese año salieron discos como Graceland (Paul Simon), So (Peter Gabriel), Llegando los monos (Sumo), 7 y 3 (Jaime Roos) y Montevideo agoniza (Los Traidores).
El año pasado, también, fue el decimosexto consecutivo en el cual crecieron las ventas de discos de vinilo en ese país, lo cual habla de algo más que una moda pasajera. Más allá de que puede haber cierta cholulez o pose cuando uno comenta en una reunión “yo solo escucho discos de vinilo”, lo cierto es que escuchar música en un disco (sea vinilo o compacto) dejó de ser una novelería.
Y tras la locomotora del vinilo viene el disco compacto, que también está resucitando. Actualmente, algunos coleccionistas pueden llegar a pagar un par de miles de pesos por un CD en buenas condiciones de, por ejemplo, un artista uruguayo.
El boom es tal que la otrora gigantesca cadena de disquerías Tower Records que en 2006 cerró su último local (curiosamente, el mismo año en el cual empezó a registrarse que los vinilos habían empezado a vender cantidades atendibles) volvió al negocio. Solo que esta vez lo hizo únicamente en la web. No más locales enormes llenos de discos, como cuando estaba en su apogeo.
Tener una presencia online es sine qua non en estos días y seguirá siendo así al menos por un tiempo. Pero una disquería virtual es como un contrasentido, ¿no? En estos días en los que está tan de moda la palabra “experiencia”, no poder revolver entre discos es como cuando ibas al videoclub y no revolvías entre las cajas de películas: solo aquellos que tenían demasiado claras sus preferencias lo hacían. El resto de los mortales podía pasar entre minutos y (cuando no los echaban) horas fijándose qué llevar para ver.
Tan importante parece ser el acto de recorrer los estantes con discos que una disquería en Estados Unidos hizo un canal de YouTube para ello. Invitan a músicos más o menos famosos que recorren las góndolas, eligen algo que ponen en una bolsa y luego son entrevistados para que hablen de los discos que eligieron y por qué. Así, en la disquería Amoeba desfila gente como Haim, Ice Cube, Duff McKagan (Guns N’ Roses) y muchos más, que agarran discos (vinilos o compactos) y luego hablan sobre ellos. Más o menos como cuando existían disquerías atendidas por sus propios dueños y como tan bien está retratado en el libro (primero) y en la pantalla (después) Alta fidelidad (novela del escritor británico Nick Hornby, llevada al cine y después al streaming como serie, con una protagonista femenina, encarnada por Zoë Kravitz).
Ricardo Klein: “El mercado necesita ‘nuevos’ atractivos”
El uruguayo Ricardo Klein es profesor en el Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universitat de València, especialista en sociología de la cultura, y desde España mandó algunos audios para esta nota. Según él, una de las posibles explicaciones para la vuelta del vinilo es que el mercado de la música “necesita generar nuevos atractivos, y lo curioso de este caso es que recurrió a un objeto que había sido dejado de lado y que ahora viene ‘revisionado’. Si bien por un lado es el mismo objeto, el hecho de que el regreso se produzca en esta época, hace que no sea ‘tan igual’”, comenta sobre el hecho de que no es lo mismo un formato propio de su época que uno recontextualizado para uso en otra era. Además, también menciona el carácter de “objeto” que tiene el disco, tal como lo tiene, por ejemplo, el libro. Así como puede que en muchas casas haya libros que no se leen asiduamente (una biblioteca es un símbolo, además de un espacio para libros), también hay discos que satisfacen las necesidades simbólicas de algunas clases sociales, ya sea por status o porque esas personas están vinculadas a profesiones culturales y creativas.
El objeto tangible
Ahí puede haber una de varias razones para el regreso de los discos: al existir como objeto que puede pasarse de unas manos a otras, hay una razón para socializar. Tratá de pasarle físicamente un archivo .wav o mp3 a una amiga y vas a ver.
Su tangibilidad también contiene otra de las razones por el comeback de vinilos y compactos. Los objetos, y más si son como estos en los que además de música hay diseño gráfico, siempre atraen a un tipo de personas: coleccionistas.
Adrián Curbelo es fanático de los Beatles, una adoración que comenzó cuando él estaba por entrar en la adolescencia: “A mis 11 o 12 años llegó a mis manos un cassette que se llamaba The Beatles - 20 Éxitos de Oro. Cuando puse play en un doble cassettero tuve la experiencia musical más importante de mi vida. Fue tal el impacto que tuve cuando escuché aquellas canciones, que sabía que me había conseguido otros amigos, que cantaban en inglés y habían nacido en Liverpool”.
Pero cuando él empezó a coleccionar discos y otros objetos vinculados a los Beatles, los vinilos habían empezado a desaparecer. “En aquella época, a finales de los 80, el vinilo y el cassette estaban siendo desplazados por la aparición del disco compacto. Tuve un poco de suerte: nadie sabía que 30 años después habría un resurgimiento del vinilo. Entonces, era muy fácil ver en las ferias a mucha gente vendiendo los discos muy baratos, como queriendo sacárselos de encima. Empecé de esa manera, gente conocida que se estaba deshaciendo de los vinilos separaba los discos de los Beatles para mí, mis padres (que estaban encantados por mi fanatismo reciente) y mi hermano me compraban los vinilos en las ferias y en mis cumpleaños y en las fiestas siempre me regalaban discos compactos de los Beatles... Entonces, de a poco, me fui haciendo la colección en los dos formatos”.
Más allá del acto de coleccionar, un disco también da una sensación de propiedad. El rapero y actor Ice Cube, en una de las entrevistas del ciclo de Amoeba, dice que le compró un vinilo de Erykah Badu a su esposa: “A ella le encanta Badu, y se compró este mismo disco en iTunes. Un día, fue a la computadora a escucharlo y no estaba. Por eso, gracias a Dios, al vinilo uno lo compra y es dueño de la música. Lo digital es una realidad falsa”.
Discjockey en línea
Ramón Rosas es disjockey desde hace décadas y tiene una página de Facebook llamada “Vinilos En Línea” con más de 900 personas que la integran, en la que quienes forman parte del grupo intercambian discos. Con 57 años, hace décadas que está vinculado a la música y los discos. Él recuerda que en Uruguay llegó a haber fábricas de vinilos, y que se hacían discos de buena calidad. “Primero fue una moda, pero en cuanto esa moda empezó, muchos se dieron cuenta de las virtudes del formato”, cuenta. Y agrega que cuando hace eventos lleva un montón de vinilos y que muchas veces el público antes de ponerse a bailar, puede pasar un buen tiempo fijándose en los discos que lleva, como si él fuera una disquería.
Desde Chile, el empresario discográfico uruguayo Alfonso Carbone menciona el coleccionismo como un elemento que explica el retorno del vinilo (“Los buenos DJs nunca dejaron de usarlo y los melómanos y coleccionistas, ídem”), pero también ahonda en otros factores. Por un lado, los artistas han empujado a las compañías a tener en cuenta los discos y eso se vincula con la calidad del sonido en sí. “Este resurgir viene de la mano del descubrimiento del formato y sus virtudes por parte de nuevas generaciones de artistas que, al bajar las ventas en general, empezaron a presionar para tener sus obras en vinilo más allá de la baja de ventas. Porque podían hacer arreglos originales, buscar sonidos especiales, lograr una obra que mostrara el sonido que tal o cual banda, o solista, quiere mostrar. Porque resulta que en Spotify y sus hermanos todo suena igual. Comprimido y los detalles perdidos”.
“¿Pero cómo, Muro? ¿Hace un rato no pusiste sobre la ‘experiencia sonora llena de imperfecciones’?”. Sí, pero una cosa es comparar el sonido de un disco de vinilo con un archivo digital que, como dice Carbone, por lo general, está comprimido. Y otra, muy distinta, es compararlo con un disco compacto. Adrián Curbelo: “No hay que olvidar que los vinilos fueron masivamente desplazados por los CD's por algo. Recuerdo muy bien cuando apareció el CD: era una locura aquella fidelidad y nitidez en el sonido. Todos estábamos asombrados, maravillados por esa calidad sonora, no había que estar esperando que terminara un lado para darlo vuelta, no se escuchaba sonido a fritura, no había que estar con el corazón en la boca por miedo de que los surcos no estuvieran lo suficientemente sanos como para hacer saltar la púa del tocadiscos”.
Pero no todo es calidad de sonido. Como el mismo Curbelo dice, un disco de vinilo es una experiencia que abarca más que la escucha: “Hoy escucho algún vinilo muy esporádicamente, cuando me viene algún ataque de nostalgia. Lo que rescato de este formato es todo aquello que lo acompaña más allá del sonido: el packaging con su carátula y librillo mucho más grandes con respecto al CD, el colocar el disco en la bandeja, apoyar la púa y verlo girar cuasi hipnóticamente. Insisto, comparado con el CD, rescato del vinilo todo lo que lo acompaña más allá del sonido... menos el sonido”.
El CD y la pandemia
Para Alfonso Carbone, empresario de la música radicado en Chile, el fenómeno que le llama la atención es la vuelta del disco compacto, algo que él atribuye a varios factores. En primer lugar, la calidad del sonido. En comparación con lo que se escucha en Internet (llámese iTunes o Spotify) viene digitalmente comprimido, para ahorrar espacio en los servidores de almacenamiento y facilitar su streaming en la web. Por el otro, también atribuye el resurgir del CD (por ahora, nada en comparación con el vinilo), con la pandemia: “Contribuyó a que mucha gente desempolvara sus CDs y se diera cuenta de lo que tenían. Ocupan menos espacio que los vinilos, puede contener más música y duran casi eternamente”.
Carbone dice algo similar respecto de la experiencia y agrega algo que también Curbelo menciona: la moda. Querer estar a la moda viene con un precio (Curbelo se pregunta cómo “tanta gente se está inclinando a este formato. Me hace suponer que, por su precio elevado —alcanza con ir a una disquería y verificar, entre US$ 40 y US$ 50 un disco de vinilo nuevo—, sea un tema de estatus”).
Y esa moda ha conquistado a gente mucho más joven que aquella que todavía recuerda cómo era ir a una disquería. “Hay una generación nueva que lo descubrió como tal, que tiene poder adquisitivo y que es muy grande. Ya sabemos cómo son las modas pero hay algo que es la calidad que van descubriendo más allá de la moda, que hace que sigan comprándolos. Además, está el retorno de los viejos melómanos que pueden renovar sus viejos discos, que encuentran versiones mejoradas y muchas joyas que se perdieron en su momento que hoy vuelven a estar disponibles”.
Así las cosas, ¿el vinilo (probablemente junto al compacto) va a volver a ser dominante, como lo era hasta la llegada primero del disco compacto y luego de los archivos digitales? En Estados Unidos hace 16 años que se venden más discos en comparación con el año anterior, lo que habla de una demanda que, al menos en apariencia, parecería albergar de manera fundamentada la esperanza de que vuelva a ser común ver a la gente cargando bolsas con discos por la calle.
Quién sabe. Pero habrá que sortear más de un obstáculo. Carbone señala algo que ya está ocurriendo y que puede frenar el boom de los vinilos: “La pandemia y ahora la guerra en Ucrania empezaron a complicar el transporte. A eso se le suma la falta de materia prima, que empieza a escasear. Nuestro ejemplo, que básicamente es el de todos salvo aquellas compañías que fabrican 500.000 copias de un solo disco (el último de Adele, por ejemplo) es que pasamos de dos a seis meses en recibir los discos. Y eso es general. Puede demorar cuatro, pero ni la aparición de nuevas fábricas alcanza el nivel de la demanda”.
Con todo, el retorno del vinilo es algo que no parecería descabellado calificar como “milagroso”: un soporte que fue inventado en 1948 (tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial) se ha vuelto, de nuevo, viable social y económicamente en la era de Internet y los teléfonos inteligentes. La nostalgia (propia o prestada) ha demostrado ser un motor importante para el resurgimiento del disco, pero como se ha visto, es apenas uno de los factores que explican su renacer.
Tal vez, cuando los mogules de la electrónica terminen de convencerse de las chances de hacer negocios con los discos y compren fábricas para hacerlos en masa volvamos a tener disquerías atendidas por sus propios dueños, como en Alta fidelidad.