Por Analía Filosi
Años 80. Eran en su mayoría veinteañeros, varios con militancia política en plena dictadura. Vivían de la artesanía y vendían en la calle en épocas en las que ser artesano era sinónimo de ‘hippies sucios’ o ‘hippies de pelo largo’… No las tenían todas consigo y aún así lograron juntarse, tener casa propia y crear un sistema de autogestión a los que muchos le decretaron la muerte más de una vez. Como quien no quiere la cosa, ya pasaron 40 años de aquel 11 de febrero de 1983 en el que nació la Asociación de Artesanos del Uruguay (AUDA) y su Mercado de los Artesanos.
Génesis
“Bueno muchachos, nosotros hasta acá llegamos”. Era el último día de una feria artesanal en el Subte Municipal y eso fue lo que les dijo Olga Artagaveytia al conjunto de artesanos que participaron de la muestra y que estaban allí gracias a un grupo de mujeres lideradas por la fundadora de Manos del Uruguay.
“Esas mujeres no eran artesanas, pero tenían una gran sensibilidad y preocupación por el arte”, recuerda Luis Alberto Gutiérrez, uno de aquellos artesanos.
Fueron ellas que, aprovechando que la presidencia del Consejo Mundial de Artes y Oficios (WCC, Unesco) recaía en Uruguay, promovieron que se realizara el primer censo en territorio sobre la realidad de la artesanía uruguaya.
“Fue muy completo y se hizo un libro gordo con un anexo en el que hablaban artesanos o plásticos referentes de aquella época dando su perspectiva”, apunta Gutiérrez en diálogo con Revista Domingo.
El broche de oro fue la exposición del Subte, para la que se convocó a muchos de esos artesanos que hasta el momento andaban desperdigados por la ciudad, presentándose en ferias como la Feria del Libro y el Grabado de Nancy Bacelo (hoy Ideas+), Villa Biarritz, Tristán Narvaja o ferias del interior del país.
No era fácil, en tiempos de dictadura cualquier intento de reunión estaba mal visto. “Nos corrían de la calle”, dice Pedro García, otro miembro fundador de AUDA, y agrega que varios de sus compañeros fueron presos o torturados por el régimen de facto.
García recuerda incluso la mañana en que recibieron una llamada diciendo que habían puesto una bomba en el local de Plaza Cagancha y que los iban a “matar a todos”. No pasó nada, pero el susto estuvo.
Antes del Subte había habido algunos intentos para organizarse, como la feria en la carpa de Tres Cruces armada por Graciela Usera y “El Negro” Garategui; pero fueron las noches de encuentro y asambleas en el Subte Municipal las que terminaron por convencerlos de que debían permanecer juntos y hacer más.
Claro, ya no estaba el paraguas de la Unesco y no estaban Olga y sus compañeras. Al menos lograron que les dieran un local en la calle Reconquista, frente a AEBU, en el que podían reunirse unas 40 o 50 personas para definir el futuro.
“¿Por qué no nos juntamos y hacemos una feria bajo techo?”, se escuchó como propuesta. Fue ahí que apareció el caserón de Plaza Cagancha. En la planta baja funcionaba un club del colorado Enrique Tarigo, en plena campaña para las elecciones internas de noviembre de 1982, así que dejaron que en la planta alta se instalaran los artesanos.
Acondicionar ese espacio fue toda una odisea porque el lugar estaba en las peores condiciones. Había que darle una muy buena lavada general y prepararlo para las ventas, para lo cual contaron con unos cajones de frutas y verduras que les prestó Olga Artagaveytia de su estancia de San José. De ahí el nombre Mercado de los Artesanos para ese primer intento de feria propia.
La idea en principio era abrir del 15 de diciembre al 6 de enero aprovechando las fiestas de fin de año. Cuando llegó el Día de Reyes les estaba yendo tan bien que alguien se animó a decir “¿y si seguimos?”.
Ya por ese entonces se estaba gestando también la idea de crear una asociación sin fines de lucro que nucleara a todos los artesanos. Se fueron armando los reglamentos internos y sus estatutos.
Manuel Surribas, quien fuera su primer presidente, recuerda en el documental 30 años hechos a mano y corazón -realizado cuando cumplieron tres décadas- que cuando tuvieron que pasar la lista de autoridades a Jefatura de Policía se encontraron con el inconveniente de que había muchos que estaban proscriptos. Cuando Surribas preguntó quiénes eran, lo “gracioso” fue la respuesta: “usted es uno”.
Entre idas y venidas, finalmente el 11 de febrero de 1983 quedaba fundada AUDA. Si bien la idea siempre fue que adquiriera carácter nacional y por más que se hicieron gestiones en distintos departamentos del país para que eso ocurriera, nunca se logró y quedó circunscripta a Montevideo. Igual, en el correr de los años han participado muchos artesanos del Interior.
Danza de locales
El local de Plaza Cagancha era de la familia Piqué, estancieros agropecuarios de Tacuarembó que tenían todas sus propiedades embargadas.
“Eran de las carteras incobrables del Banco República entonces, como no se podía alquilar, se hizo una manganeta y nos los dieron en comodato”, recuerda Gutiérrez.
Para pagar ese “alquiler” precisaban contar con una libreta de cheques. Allí los astros volvieron a alinearse y apareció la suegra de un artesano que los ayudó sin conocerlos. Como propietaria de un quiosco disponía de una chequera, entonces firmó cheques en diferido para pagar el alquiler hasta que AUDA quedó formalmente constituida y se hizo cargo.
Pero el remate de la propiedad era inevitable y cuando llegó el día trataron de impedirlo de todas las formas posibles. Cuentan que un abogado les pidió 50 mil dólares “para encajonar la carpeta”. Por supuesto que no accedieron; tampoco tenían ese dinero.
La casa fue finalmente adquirida por Arocena, dueño del Cine Plaza, con el objetivo de instalar allí microcines. Mientras eso no se concretaba, hicieron con él un acuerdo de palabra por el cual les permitía que el Mercado de los Artesanos siguiera funcionando en la planta baja para impedir que los intrusos que se habían apoderado de la parte superior lo invadieran todo.
De todas formas no se quedaron quietos y aprovecharon una muy buena relación con la entonces Intendencia de Mariano Arana para empezar a buscar un local secundario. También se reunieron con los ministros de Educación y Cultura, de Industria y de Turismo de la época.
Fue así que apareció el Mercado de la Abundancia, en San José y Yaguarón, donde durante muchos años funcionó un comedor del Instituto Nacional de Alimentación (INDA). Fue otro local que debieron remodelar completamente ya que era un sótano que se encontraba en un estado deplorable. Invirtieron US$ 190 mil y lo sacaron adelante, debiendo convivir con el mercado de tipo tradicional que funcionaba en la planta de arriba.
Para su inauguración cortaron la calle y actuó la Orquesta Sinfónica Municipal. Llegaron incluso a tener un teatro que funcionó alrededor de 8 años.
Muchos pensaron que esa pasaría a ser la casa definitiva del Mercado de los Artesanos, por eso barajaron la posibilidad de comprarla. Finalmente no ocurrió.
¿Y qué pasó con Plaza Cagancha? El surgimiento de Montevideo Shopping hizo que el Centro se vaciara de potenciales clientes, mientras que el auge de los videoclubes empezó a jugarle en contra a los cines. Todo eso llevó a Arocena a abandonar su idea de los microcines y los artesanos volvieron a tener la oportunidad de adquirir la casona, para lo cual solicitaron un préstamo.
Ya en ese momento el lugar estaba teniendo varios problemas. “Se llovía, había que poner nylon sobre los stands, el piso se hundía”, señalan. Se imponía una gran reforma y decidieron afrontarla. Mientras la hacían montaron una carpa en la plaza que llamaron Abierto por Reformas.
El remozado local abrió sus puertas el 9 de diciembre de 2002 y es el que se conoce hasta nuestros días, orgullo de sus propietarios que ya terminaron de pagar el préstamo solicitado.
A Plaza Cagancha se le suma actualmente el local que tienen en Ciudad Vieja (Pérez Castellanos y Piedras). Este último no fue el único que montaron en ese barrio de Montevideo, en 1984 habían abierto el Mercado del Jauja, en la Peatonal Sarandí.
El Jauja se creó para darle cabida a todos esos artesanos que no tenían lugar en Plaza Cagancha. Fue otro local que hubo que refaccionar de cero, pero no funcionó comercialmente y cerró en 2003.
A sugerencia de la Intendencia de Montevideo también crearon el Espacio Barradas, un lugar para exposiciones, galerías y eventos en la Peatonal Pérez Castellanos a cargo de artesanos que implementaron otra forma de gestión, por medio del pago de una cuota fija. Funcionó muy poco tiempo.
En el local de Plaza Cagancha hay actualmente unos 280 artesanos, mientras que en Ciudad Vieja son 60 (algunos están en ambos lugares).
Destacada oferta cultural
En los primeros años del local de Plaza Cagancha, el segundo piso albergó una grilla de espectáculos que daba envidia, armada por Eliana Sanjurjo y Janet.
En diciembre de 1982 actuaron las murgas Reina de la Teja y Diablos Verdes, el dúo Larbanois & Carrero, y Leo Masliah, entre muchos otros. También se proyectaron películas de Cinemateca, hubo danza a cargo de integrantes del Sodre y exposiciones.
Los propios artesanos en ocasiones especiales se disfrazaban para convocar a la gente a entrar al local de Plaza Cagancha y les iba muy bien con esa idea.
Eran todas actividades que convocaban mucho público; hoy muchos de ellos se siguen sorprendiendo al recordarlo.
El presente
Los artesanos de AUDA han superado crisis como la de 2002, la invasión de objetos chinos y hasta una pandemia (ver recuadro). Hoy el “enemigo”, según lo define el socio fundador Álvaro Orquera, son “los cambios en los hábitos de consumo”.
“Antes nadie tenía auto, ni celular, ni heladera con freezer. Hubo un cambio en la forma en que gastás el dinero que ganás y me parece que en eso la artesanía quedó un poco relegada, aunque no es un fenómeno solo del Uruguay”, sostiene.
Ellos no se desaniman y siguen adelante aunque todavía no han definido cómo piensan festejar estos 40 años de vida. Por el momento lo están encarando como un año de festejo dándole mucho uso a sus redes sociales para contar sus historias a la gente.
“Desde el punto de vista colectivo, el Mercado está entre las cosas más importantes en las que pude haber participado. Estuvo bueno que haya quedado algo no con la intención de trascender, sino porque hay gente que siguió con esto y lo va a poder continuar”, afirma Gutiérrez sintetizando un sentimiento que comparten todos sus compañeros, esos que hoy ya tienen más de 60 y el pelo no tan largo.
Fueron caso de estudio por su forma de autogestión
“Nos han venido a estudiar hasta del Mercado Común Europeo por ser una asociación inédita en el mundo”, contaban varios artesanos en el documental 30 años hechos a mano y corazón de 2013.
AUDA funciona con un sistema de autogestión. Todos trabajan en forma honoraria y es solidario en la medida de que el que vende más, aporta más y favorece al que en ese momento no está vendiendo tanto y que en un futuro lo devolverá cuando esté mejor posicionado.
Están organizados en unas doce comisiones que responden a la Comisión Directiva y Fiscal y que se eligen por voto secreto. Todo lo resuelven por Plenario y se acata lo que vota la mayoría.
“Los debates que se han dado eran dignos de escuchar, tenían una argumentación de madre mía. El que no pensaba como tú, argumentaba de la misma manera, con gran seriedad y respeto”, destaca Alicia Larrosa, socia fundadora, sobre muchas de esas reuniones. A lo que su colega Álvaro Orquera agrega, “en los plenarios nos queríamos matar, pero después nos íbamos conversando porque éramos amigos. A veces solucionábamos los conflictos jugando al fútbol: nos matábamos a patadas, nos bañábamos y salíamos riendo”.
De las comisiones, remarcan especialmente la de Salud, creada por Daniel Mazal, un artesano que se volvió médico, y la doctora Julia Galcerano. Lograron desde atender a los artesanos y darles cobertura de salud, hasta crear una policlínica que funcionó incluso para la gente del barrio (se cerró en pandemia, pero la idea es que vuelva).
En sus inicios, para ingresar al Mercado bastaba con definirse como artesano; hoy deben pasar por un proceso de admisión que incluye una prueba de taller para comprobar que hacen todo desde cero. Los llamados se realizan conforme se van liberando lugares en los locales, mientras tanto ingresan a AUDA (se puede ser socio y no comercializar).
En cuanto a la atención al cliente, tienen un método de turnos rotativos. Les llegaron a sugerir contar con vendedores profesionales y hasta con un gerente general, pero no les pareció que fuera efectivo.
Otras de las cosas que hacen es dictar talleres de oficios en la planta alta (solo hay uno externo de Danzas Circulares), con cuotas muy accesibles y becas. “La idea del artesano que se guarda sus secretos nunca existió, siempre tuvimos la necesidad de enseñar, de compartir piques”, comenta Pedro García. Es por eso que también han llevado su arte a otros barrios organizando encuentros.
La pandemia los dejó sin clientes, pero tuvo su lado positivo
"En pandemia mucha gente dejó de trabajar, buscó otra cosa o se fue del Mercado por edad. Hubo compañeros que incluso se suicidaron”. Así recuerdan varios integrantes de AUDA lo ocurrido con la llegada del covid-19 al Uruguay.
Álvaro Orquera cuenta que cuando se decretó la emergencia sanitaria, en marzo de 2020, estaba en el local de Ciudad Vieja y no había nadie. Caminó hasta el local de Plaza Cagancha por un 18 de Julio desierto. “La gente había entrado en pánico. Entonces nos reunimos, la Comisión Coordinadora, y decidimos cerrar”, dice sobre una resolución que se extendió por más de un año. Volvieron a abrir en mayo de 2021.
“Durante el tiempo de cierre utilizamos los fondos para hacer canastas alimenticias porque hubo gente que se quedó sin nada”, agrega sobre la realidad de un sector que no solo depende de las ventas, sino que la mayoría de estas las concreta entre los turistas, esos que no pudieron llegar por el cierre de fronteras.
De todas formas coinciden en que la pandemia también tuvo su lado positivo. Por ejemplo, utilizaron el tiempo de cierre para arreglar el salón de abajo que estaba muy venido a menos. “Fue un trabajo colectivo, vinimos a trabajar todos con el mismo espíritu que cuando empezamos y hacer todo nosotros: limpiar, cambiar las lamparitas. Fue todo voluntario y cuando abrimos fue como una nueva fundación”, señala Orquera, quien opina que el modelo “vengo, atiendo y me voy” está en crisis y habría que cambiarlo y no tercerizar tanto las tareas.
En ese proceso volvieron a convocar a Mario Sánchez, un socio fundador que en sus inicios hizo de tesorero y que, como tal, tiene varias anécdotas. Recuerda, por ejemplo, que al principio recibían muchos dólares falsos de extranjeros que se hacían los vivos. La solución era dárselos a quienes viajaban a Perú, donde era fácil colocarlos o deshacerse de ellos.