Uruguay tiene una larga tradición de jugadores de frontón-paleta, producto de ser un país forjado en gran medida por la corriente migratoria española. La pelota vasca fue traída por los migrantes en la segunda mitad del siglo XIX y tuvo su primera cancha verdaderamente importante en Capurro. Allí funcionó también una de las más famosas plazas de toros de Montevideo y tuvo su quinta Manuel Oribe. El fundador del Partido Nacional y segundo presidente constitucional del Uruguay murió en ese sitio en 1857.
A partir de 1886, la Sociedad Protectora de la Emigración Vascongada Laurak Bat, fundada en Montevideo en 1876 con el fin de proteger a los inmigrantes vascos, comenzó a realizar sus multitudinarias Fiestas Euskaras en Villa Colón, a orillas del Miguelete. Era el principal curso de agua de Montevideo, tanto por la extensión de su cuenca hidrográfica como por su relación con importantes áreas urbanizadas. Y el cuidado del mismo distaba mucho de su situación actual. Para la organización de estas romerías, que en el transcurso de tres jornadas convocaban a 10.000 participantes, requerían un esfuerzo económico y logístico que llegó a superar las posibilidades de la institución, lo que motivó la adquisición de un predio propio para destinarlo a sede social y deportiva.
Según explicó a Domingo el escritor Alberto Irigoyen, quien ha realizado varias investigaciones sobre la comunidad vasca en Uruguay, el amplio terreno había sido parte de la Quinta de Oribe y le fue comprado a Francisco Piria. Eran cinco manzanas con frente a Uruguayana, hoy delimitadas por la intersección de la mencionada avenida con República Francesa y Coronel Labandera, con fondo sobre Juan M. Gutiérrez.
Quiso la casualidad que durante la Guerra Grande la quinta del fundador del Partido Nacional fuera conocida como “Cantón Oribe Erri” por ser el campamento del batallón Voluntarios de Oribe. El mismo estaba al mando del coronel Ramón de Artagaveytia (padre de uno de los tres uruguayos que se ahogó en el Titanic), quien sirvió en filas del Gobierno del Cerrito.
“Adjudicada la obra al constructor vasco Francisco Aranguren, en septiembre de 1886 comienza la construcción de una cancha de pelota en Capurro, un muro perimetral y una reja de acceso. La cancha, que fue la más grande de Uruguay, tuvo una extensión de 125 metros de largo, siendo sus paredes de 12 metros de altura. Los palcos albergaron a 2.000 personas”, dice el escritor.
Allí se midieron varios cracks de la época, como los que posan galantemente en la fotografía de 1889 que acompaña esta nota. En ella se ve a jugadores de cesta punta, un deporte de origen vasco que todavía tiene muchos adeptos y al que se juega con una cesta en la mano para atrapar la bola, en lugar de una “pala” o paleta. El nombre proviene del euskera zesta-punta (‘punta de cesta’), aunque también se lo conoce como jai alai (“fiesta alegre” en la misma lengua).
En el centro de aquel enorme predio, sin dudas un complejo para el disfrute de todos, se construyó una plaza para bailes tradicionales de 25 metros de diámetro. Y en uno de los lados un gran lago para regatas de 220 metros por ocho metros de ancho.
Un cronista de la época, sorprendido por la magnitud de los muros de aquel frontón para el juego de pelota, manifestó: “A juzgar por el espesor de sus sólidas paredes, las mezclas empleadas, y la perfección y esmero puesto en el trabajo, nuestra principal obra del Campo Euskaro desafiará las iras del tiempo hasta el juicio final”. La predicción bíblica solo logró cumplirse a medias, porque aunque el Campo Euskaro ya no existe, basta hacer una vista aérea sobre las mencionadas calles para distinguir las casas que aún hoy se recuestan sobre la pared izquierda de la cancha.
Víctima de la crisis
Comenta Irigoyen que el faraónico proyecto tuvo su talón de Aquiles en la deuda hipotecaria que la sociedad (para entonces rebautizada en Sociedad Euskara luego de admitir como socios a los vascos naturales de Francia) no logró honrar, arrastrada por la crisis económica. Las actas de Asamblea son elocuente testimonio del dolor de los socios al enfrentarse a una situación que los avasalló al extremo que lo único que pudieron hacer fue intentar “salvar en el naufragio común de los males del país, cuando menos el buen nombre de nuestra raza y el de la Sociedad”.
“Ante la imposibilidad de afrontar los compromisos contraídos, el Campo Euskaro es liquidado en subasta pública el 31 de julio de 1896 a las tres y media de la tarde, en el lugar de su ubicación”, dice el escritor.
El anuncio de aquel penoso remate para la colectividad daba cuenta de las características del bien, que constaba de “edificios, arboledas y demás mejoras que contiene, compuesto el terreno de 36.400 metros cuadrados”. Vicente Torres, el rematador, bajó el martillo el día y a la hora señalada por la suma de $ 8.300 a la mejor oferta, que correspondió a José A. Lapido.
“No obstante, a pesar de haber cambiado de dueño, el Campo Euskaro conservó su nombre durante años y fue sede de incontables actividades”, asegura Irigoyen. Y agrega: “Allí funcionó una plaza de toros, se llevaron a cabo las romerías de la colectividad española y también se realizó la primera Exposición Rural. Es de imaginar los sentimientos que podía tener durante la muestra ganadera Domingo Ordoñana, fundador y secretario perpetuo de la Asociación Rural del Uruguay y antiguo directivo de la sociedad vasca que había construido tan maravillosa obra”.
Centro Vascongado
Irigoyen comenta que una historia similar vivieron los miembros del Centro Vascongado de Montevideo, fundado en 1883 por un grupo de vascos liderados por el doctor Pedro Hormaeche y su tío, el prestigioso botánico y director del Museo de Historia Natural, José Arechavaleta. Construida su sede social sobre la calle Paysandú (hoy Círculo de Armas), cuenta con una magnífica cancha de pelota que fue famosa a fines del siglo XIX. Su reglamento del frontón era tan detallado que en su artículo 55 establecía que: “Estos partidos si son a mano limpia, se jugarán a 40 tantos y a 60 si son a guante, pala o cesta”.
Agobiados por la crisis tampoco fueron capaces de saldar la deuda contraída con la empresa británica The Agency Company of Uruguay Limited, por lo que se dispuso su liquidación en dos remates realizados en mayo 1894. En los documentos de la liquidación, hay una minuciosa descripción de los pintorescos bienes que ese día cambiaron de mano: “Tres pares de alpargatas, siete boinas coloradas, ocho fajas, 15 guantes, dos cestas, cinco palas, 67 pelotas, 23 pelotas sin concluir, un lote de badanas y útiles para hacer pelotas, cuatro mesas de billar”.
El actual Euskal Erría
“Pasaron más de 15 años para que los inmigrantes vascos, traumatizados con la desaparición del Campo Euskaro y el Centro Vascongado, tuvieran ánimo para fundar una nueva institución”, dice el escritor Alberto Irigoyen. Esta fue el Centro Euskaro Español, abierto en 1911 para los vascos “españoles”, que durante muchos años tuvieron su sede en la calle Larrañaga. Al año siguiente y en rechazo a la discriminación cometida contra los vascos “franceses”, se fundó la Sociedad Euskal Erria, abierta entonces a los nativos de ambos lados del Pirineo y hoy a todos sus descendientes, cuya histórica sede está ubicada en la calle San José 1168, a la vuelta del diario El País. Allí existe un magnífico trinquete, famoso ya a fines del siglo XIX por ser la “Cancha de Basilio”, en referencia al pelotari Basilio Harretche que fuera su propietario.