NOMBRES DE DOMINGO
A lo largo de cinco temporadas de la serie disponible en Netflix, este caballo con cuerpo humano —u hombre con cabeza de equino— se ha convertido en un antihéroe de culto.
Hace unos meses —octubre del año pasado—The New York Times publicó un artículo titulado Bojack fue creado para este momento. La autora de la nota, Amanda Hess, tenía razón en más de un sentido. Hess se refería a que la más reciente temporada de la serie, la quinta (acá, el trailer oficial de esa temporada), empezaba a lidiar con la irrupción, en el debate sociocultural internacional, del movimiento #MeToo.
Pero el personaje interpretado por Will Arnett (Arrested Development) también es actual por otras razones. Entre otras cosas, porque es la encarnación de una visión ácida y desencantada de lo que parece ser una de las máximas aspiraciones contemporáneas: ser reconocido por muchos. Cuantos más, mejor.
Luego de años de constantes revelaciones sobre los aspectos más sórdidos de las “celebridades”, cuando los videos íntimos de mediáticos se viralizan a la velocidad de un click, la serie da cuenta de una realidad que nos resulta familiar. A través de su personaje principal, la serie pone en cuestión el valor (o no) que tiene la fama. Y, también, de lo rápido que esa notoriedad puede cambiar de signo. De la adoración al meme que dice Stop making stupid people famous (o sea, “Dejen de hacer famosos a los estúpidos”) hay una distancia cada vez más corta.
A la deriva
Bojack, el protagonista, es la creación del guionista Raphael Bob-Waksberg y de la ilustradora Lisa Hanawalt, ambos de Palo Alto, California.
Si bien la primera temporada de la serie no fue un éxito indiscutible, tuvo suficiente repercusión como para que Netflix siguiera apostando al personaje, un actor que tuvo sus quince minutos de fama hace varios años pero que ya ha perdido su lugar de privilegio en el star-system de Hollywood.
Amargado y autodestructivo, Bojack deambula por una Los Ángeles ficticia aprovechando cada oportunidad para emborracharse, desparramar comentarios hirientes y comportarse de manera insensible. Pero también es capaz de auténtico arrepentimiento, de pedir perdón. En torno a él orbitan personajes secundarios que oscilan entre la candidez y el desencanto.
A partir de la segunda temporada, cuando los guionistas empezaron a tomarse más libertades y tener más confianza en las cualidades de los personajes, la serie empezó a ganar paulatinamente una audiencia que está lejos —en números— de otras animaciones para adultos como Los Simpson o South Park, pero que tiene un entusiasmo y una fidelidad que hicieron posibles nuevas desventuras del protagonista.
La crítica de televisión de la revista The New Yorker, Emily Nussbaum, definió de esta manera el atractivo de la serie y su personaje principal: “Me llevó demasiado tiempo llegar a darme cuenta lo que es una de las más sabias, emocionalmente ambiciosas y —esto no es una contradicción— bobaliconas series televisivas. Bojack Horseman es, como Los Simpson, una serie que crea mundos, y que fusiona crudeza y felicidad. Usa la animación para imaginar un universo rebosante y alternativo —en este caso, un lugar llamado ‘Hollywoo’— en donde conviven animales y seres humanos (...) Una vez tras otra, la serie golpea filosamente a la cultura moderna (...) Y por más eficaz que sea el personaje principal, este da vueltas en círculos. Después de todo, es un adicto. La repetición es el leit motiv de las sit-coms: es su poder, y su maldición”.
Pero Bojack también fue hecho para esta época porque encarna la sensación de desencanto que se ha extendido sobre muchos: tapados por un sinfín de tuits y videos de YouTube, enganchados a la pantalla del smartphone, desconectados de la interacción social e incapaces de imaginar un futuro menos sombrío por temor al ridículo y la exclusión, o a que se los tilde de “utópicos” (o peor, “bienpensantes”). La filosofía de la serie encaja con el espíritu de unos tiempos que prefieren el cinismo a la imaginación y la burla, a la solidaridad.
En un análisis de la serie disponible en YouTube (ver video abajo), la locutora —cuando habla del protagonista— se refiere a cómo él está constantemente huyendo hacia adelante, para no tener que lidiar con lo que le pa rece el sinsentido de existir. “Este mensaje bebe directamente del nihilismo, una filosofía que sostiene que la vida carece de significado objetivo (...) Pero a la vez, es existencialista, porque no deja de reflexionar sobre la condición humana, la libertad, la responsabilidad individual. Y, por ende, el sentido de la vida”
¿No es eso lo que muchos a veces hacemos —huir hacia adelante— para no enfrentarnos a lo que nos parece abrumador e inabarcable? En esa corrida hacia ninguna parte, huyendo de no se sabe bien qué, Bojack es uno de los símbolos de estos tiempos de atomización, donde la soledad es a veces la única compañía.
Una soledad que brilla desde las pantallas LED que irradian comedias de situación en modalidad streaming.
Los compañeros de ruta del caballo
Descrita a veces como “el alma” de la serie, es una feminista y escritora que entra a la vida de Bojack cuando va a escribir su biografía. Interpretada por Alison Brie.
Bojack lo odia porque es un copión: protagonizó una serie que imitaba la premisa de la comedia que el propio Bojack hizo. Pero también lo odia porque es un optimista.
La representante y, a veces, amante de Bojack. Siempre ocupada y estresada es uno de los personajes más complejos de la serie, interpretada por Amy Sedaris.
Con la voz del actor Aaron Paul (Breaking Bad), Todd es un entusiasta Ni-Ni, que siempre anda metiéndose en nuevas y estrafalarias aventuras.