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Desde su creación en 1954 ha sido una institución fundamental para el desarrollo del teatro nacional. Con sus salas cerradas hace cuatro meses atraviesa la peor crisis de su vida.
Ahora se trata de sobrevivir. De resistir. De imponerse a todo lo que se presente en el camino y salir adelante una vez más. De buscar las formas, de manifestarse, de expresarse. También de aprovechar la situación para adaptarse, para transformarse, para encontrar nuevos lenguajes.
Saben de crisis y de resistencia. Han pasado por otras situaciones en las que se han visto obligados a reinventarse, a repensarse, a tomar un camino distinto, a trabajar de manera voluntaria para que nada se rompa, se quiebre, desaparezca. Pero como esta vez, nunca.
El Teatro Circular de Montevideo, una de las instituciones fundacionales del teatro independiente en Uruguay junto a El Galpón, El Tinglado y otras, cumplió 65 años en 2019. Esta es la primera vez en su historia que tiene las puertas cerradas durante cuatro meses. Aunque el gobierno anunció que el lunes queda habilitada la reapertura de teatros y museos, saben que lo que venga será difícil.
Cuando el viernes 13 de marzo se confirmó el primer caso de coronavirus en Uruguay en la sala 2 del Circular, Denise Daragnès, Martín Castro y Robert Moré estaban haciendo una función de El rufián en la escalera, con dirección de Alberto Zimberg. Esa fue la última vez, hasta fines de mayo, que alguien entró al teatro. Todo había quedado intacto, como si el tiempo fuese solo un paréntesis, como si el teatro mismo se resistiera a apagarse: la escenografía, el vestuario en los camarines, el maquillaje, los programas.
No imaginaban que la pandemia los haría perder la primera mitad del año completa. “Lo más doloroso es pensar en todos los proyectos que teníamos”, dice Juan Graña, actor e integrante de la mesa directiva del Circular. Estaban preparando Ricardo III, de Shakespeare, y Cock, de Mike Barlett; además tenían espectáculos programados para días entre semana y la programación completa de las dos salas con obras para vacaciones de julio. “Se avizoraba una buena temporada”, cuenta Gustavo Bianchi, actor y directivo de la institución.
A partir de ese momento todo fue incertidumbre. “Quedamos todos medio desnorteados y empezamos a reunirnos, cada uno desde su casa, para ver cómo hacíamos para sostener esto”, dice Bianchi. Después, a través de FUTI (Federación Uruguaya de Teatros Independientes) y de SUA (Sindicato Uruguayo de Actores), cuenta Graña, se sintieron un poco más acompañados y conectados y, aunque nunca vieron una salida clara, empezaron a barajar diferentes soluciones.
Una de ellas fue la de la reapertura de las salas grandes que nuclearan la actividad de las más chicas. El 11 de mayo El Galpón presentó un protocolo para abrir la sala César Campodónico, con capacidad para 800 personas, que fue aprobado por el Ministerio de Salud Pública el 29 de mayo pero que, hasta el momento en que esta nota fue escrita, aún esperaba la aprobación del gobierno central.
Cuatro meses después de la última función que dio el Circular, un lunes a la tarde, Graña, Bianchi y Paola Venditto, los tres integrantes de la comisión, llegan al teatro para esta entrevista. Después, advierte Graña, hay clases en la sala 1. Los cursos se retomaron el 8 de julio. Esta sala es la que le da nombre al teatro. Tiene un escenario a nivel del suelo y la platea se eleva en cuatro partes alrededor de todo el espacio. En el Circular pasa algo que no pasa en otros lugares: cuando uno está mirando una obra se siente parte de algo mayor, de algo que tiene que ver con poder compartir la sonrisa o la emoción con los espectadores que están en frente y a los costados.
Hoy la situación de Circular es incierta. Los fondos que tenían guardados del cobro del programa de Fortalecimiento de las Artes y dinero recaudado fue utilizado para pagar los gastos fijos y el alquiler de la sala al Ateneo de Montevideo, muchos de sus funcionarios están en seguro de paro y, aunque no se rinden, aunque piensan maneras, aunque hacen intervenciones en la calle para protestar y pedir la reapertura, aunque van a lanzar, como el Teatro El Galpón, una campaña de socios (ver recuadro), necesitan volver a la actividad. No solo por lo económico. También por una necesidad que está en la esencia misma del teatro que tiene que ver con encontrarse -protocolo mediante- con hacer, con crear, con sentir con el otro.
“Todo esto nos generó una incertidumbre en la que se nos puso en el umbral la posibilidad de cierre”, dice Bianchi. “Yo hace 25 años que estoy acá y nunca había pasado por esto. Hemos pasado por crisis económicas, artísticas, militantes, pero nunca tuvimos en la cabeza, como ahora, la posibilidad del cierre”. Aunque, dice Graña, hay tanto coraje y tanta necesidad de sacar la institución adelante por parte de los más jóvenes y los que han estado siempre que esa sería una opción que suena casi absurda.
Generador de cultura
En la década de 1940 el movimiento de teatros independientes en Uruguay empezaba a tener una actividad relevante. En ese contexto. Hugo Mazza y Eduardo Malet, directores de teatro, se encontraron con un espacio en el que podrían concebir una idea que Malet había traído de un viaje a Estados Unidos: un teatro que tuviese forma circular. El 16 de diciembre de 1954 se inauguró el Teatro Circular de Montevideo, el primero en América Latina en tener esa forma.
Desde siempre, dice Paola Venditto, integrante del teatro, la institución ha ido acompañando a la sociedad. “Son 65 años de referencia en lo cultural”, sostiene Bianchi. “En diferentes etapas en las que ha estado el país el Circular siempre estuvo presente, incluso cuando El Galpón, nuestros socios culturales, estuvieron proscritos y tuvieron que emigrar, este teatro seguía abierto y recibiendo a gente que quedaba por ahí del movimiento independiente”.
El Circular sabe de resistencias. En la dictadura, cuando El Galpón fue cerrado y muchas expresiones artísticas censuradas, ellos siguieron haciendo. El teatro quedó en manos de los más jóvenes -entre los que estaban Juan Graña, Jorge Bolani, Walter y Eduardo Reyno, Isabel Legarra, entre otros- que decidieron que no iban a cerrar las puertas por no poder decir lo que querían: hacían obras que decían sin explicitar, sin denunciar de forma directa. Eso, recuerda Graña, generó una “estética de la resistencia” que después de la reapertura democrática tuvo que replantearse y repensarse.
En la década de 1990, un momento en el que el teatro competía contra la televisión, crearon, junto a El Galpón, la tarjeta Socio Espectacular que por una cuota mensual ofrece la posibilidad de ver espectáculos de varias salas.
Después, recuerda Venditto, vino una etapa de espectáculos como Love, love, love, La fiesta de Abigail o En la Laguna Dorada, que generaban mucha cercanía y empatía con el público.
Ahora, dice Bianchi, “nos estamos enfrentando a un mundo que es súper dinámico y tenemos que competir con la tecnología, con una cultura de la inmediatez que también que nos obliga a modificarnos en cuanto al lenguaje, a repensar cosas. Le erramos, por supuesto, nos equivocamos muchísimo, pero creo que en ese proceso es en el que estamos, de encontrar entre nosotros y con la gente joven cuáles son los nuevos lenguajes”.
Ahora, como siempre, el Circular sigue resistiendo, buscándose y buscando la forma. Afuera de la sala 1 todavía hay un cartel que dice “silencio, hay función”.
Voluntad y solidaridad
Durante los primeros meses de la pandemia, los integrantes del Teatro Circular, con Juan Graña, Gustavo Bianchi y Paola Venditto en la comisión directiva, se las arreglaron para cubrir los gastos fijos y el alquiler del lugar, que pertenece al Ateneo de Montevideo. Ahora, en la incertidumbre de cuándo podrán volver a abrir las puertas, dicen, están buscando la manera de salir adelante de otra manera. En este sentido, el Socio Espectacular, que las personas siguieron pagando a pesar de no tener espectáculos para ver, ha sido un gran apoyo. Ahora, como hizo El Galpón, van a lanzar una campaña de socios del Circular para acercar más a la gente, de abrir las puertas de lo que ellos consideran su casa para el público que los ha seguido durante tanto tiempo.
“Ahora todos los esfuerzos se van a volcar a sostener la institución. Por suerte tenemos trayectoria en eso, porque el teatro independiente se ha apoyado en el trabajo voluntario o semi voluntario, entonces, en las épocas que se puede, hay un viático que permite que los actores cobren algo para no pagar para hacer teatro. Pero en las condiciones actuales tendremos que volver a los viejos tiempos de sacar adelante esto sin cobrar”, dice Graña. “Esto no es algo para festejar o de lo que nos jactemos porque reivindicamos que el actor tiene derecho a cobrar por lo que hace”, agrega Venditto.