TENDENCIAS
Unas ilustraciones están sustituyendo a la palabra gracias a la expansión de la tecnología. Pero el avance de los emojis también genera discusiones, tanto culturales como jurídicas y políticas.
Cada vez más nos comunicamos con emojis, esa fusión contemporánea entre jeroglífico y pictograma que puede expresar más de una idea o emoción, y que en muchas oportunidades resulta un útil sustituto para una oración entera. En vez de escribir “Anoche estuvo muy divertido y medio que me emborraché”, en una conversación en WhatsApp, se envía el emoji “woozy face” y listo.
Esta tendencia expresiva, que tiene una relación muy estrecha con el desarrollo tecnológico, viene adquiriendo cada vez más relevancia. En Inglaterra, por ejemplo, el lingüista Vyvyan Evans estudió el tema y afirma en una de sus investigaciones que a 7 de cada diez “jóvenes adultos” (12 a 18 años) le resulta más fácil expresar emociones con emojis que solo con palabras. “Lo que queremos decir a menudo no es lo que decimos, no en el sentido literal que tienen las palabras”, dijo Evans, citado por la revista estadounidense The New Republic.
Evans se refería al arsenal “paralingüístico” de guiñadas, entonaciones de voz, miradas o comentarios polisémicos que van más allá de lo formal y literal. Para buena parte de ese dominio paralingüístico, los emojis son potentes vehículos de comunicación, capaces de expresar nociones más complejas que un mero “Está bien” o “Coincido”.
Pero la importancia de los emojis va más allá. Además de ser vehículos comunicativos y —también— un logro del diseño gráfico que consiguió instalarse definitivamente en el terreno lingüístico, estos dispositivos generan debates y polémicas que van más allá de lo estrictamente idiomático o académico.
Como se supo el mes pasado, la red social Facebook, la más numerosa del mundo, prohibió el uso de dos emojis: el de la berenjena y el del durazno. Por alguna razón, muchos usuarios de la plataforma en Estados Unidos habían tomado un dispositivo comunicacional cuyo uso ayudaba a ir más allá de la literalidad e hicieron eso: empezaron a usar el emoji de berenjena como sustituto del órgano genital masculino, a la vez que recurrían al del durazno para transmitir la idea de glúteos. Eso, a Mark no le gustó.
Emblema de lo absurdo
“Es un caso emblemático por lo absurdo”, dice el experto en comunicación y director del Observatorio Latinoamericano de Regulación, Medios y Convergencia Gustavo Gómez. Para él, una berenjena o un durazno —y el uso “picante” que se le pueda dar en ciertos contextos— no son tan relevantes. “No es que estemos hablando de algo que vaya a impactar en el resultado de un proceso electoral”, dice y agrega que aún así no deja de tratarse de una empresa privada decidiendo sobre el discurso público. “Es otro ejemplo de una empresa, que ni siquiera tiene presencia en el país, decidiendo sobre lo que podemos ver y lo que no en su plataforma”, afirma y añade que también recorta la posibilidad de expresarse. “Si a juicio de ellos incumplo una de sus normas, pueden sancionarme de diferentes maneras: me pueden borrar una publicación o hasta suspender la cuenta. En los hechos, están limitando mi libertad de expresión y, en cierta manera, ‘cerrando’ mi medio de comunicación”.
—¿Tan así?
—¿Cuál es la diferencia entre la página de El País, la tuya o la mía? En sí, todas esas páginas son medios de comunicación. Y acá estamos hablando de una empresa que está regulando a medios de comunicación, sin transparencia y sin supervisión democrática. Y como se trata de una empresa global, pueden hacer prevalecer sus criterios en muchos países, no solo en su país de origen.
Para Gómez, esto se agrava por el hecho de que la connotación sexual que se le dio a dichos emojis fue producto de un contexto cultural específico: el estadounidense. Se da la situación, entonces, que una empresa estadounidense toma una decisión que afecta a todos sus usuarios porque en uno de sus mercados hay gente que se ofende. Y todo esto por dos emojis del reino vegetal.
Sin embargo, esa no es la única polémica en torno a los emojis y su uso. En el mismo artículo que cita al lingüista británico Evans, también se habla de la entidad que regula a los mismísimos emojis, la Unicode Consortium. Integrada por empresas como Adobe, Apple, Microsoft, Huawei y hasta el estado de Oman —que como se señala en el artículo ha procesado con prisión a periodistas críticos con el gobierno—, la entidad reguladora tiene la potestad exclusiva de admitir nuevos emojis, como pasó con el mate para el sistema operativo Android. Esa admisión fue interpretada como un logro por muchos uruguayos y argentinos, que sintieron que una característica cultural idiosincrática de esta parte del mundo ingresaba al nuevo alfabeto universal.
Pero los emojis, además de poder representar a una cultura como la rioplatense a través de la ilustración de un mate, también son lo suficientemente relevantes como para ameritar intervenciones de poderes estatales. En 2015, un joven estadounidense fue arrestado por publicar, en su perfil de Facebook, el emoji de un policía junto a varios emojis de un revólver. La combinación de esas representaciones gráficas, justo en un momento en el cual dos agentes habían muerto en enfrentamientos, habían provocado la intervención policial. Tres años después de ese incidente, el emoji del revólver fue modificado: dejó de tener una representación más o menos realista para convertirse en algo semejante a una pistola de juguete y con una connotación medio “espacial”. Como algo que Flash Gordon podría usar en una de sus aventuras.
En Israel, la comunicación con emojis entre dos partes que negociaban el alquiler de una propiedad llegó hasta un juzgado civil. Una de las partes había enviado unos emojis que fueron interpretados por la otra parte como un obstáculo en las negociaciones. Es más: en Estados Unidos ya hay una nueva especialización jurídica: "emoji law".
Un experto en leyes de la Universidad de Santa Clara ya compiló 150 casos de litigios en los cuales aparecen emojis. Se ha llegado hasta extremos como dilucidar si el emoji aparecía de la misma manera en un sistema operativo (por ejemplo iOS) que otro (Android).
Así de largo y complejo ha sido el camino que han recorrido estas ilustraciones que, dicen, aparecieron por primera vez en los teléfonos celulares en Japón, a mediados de la década de 1990. En el libro The story of emoji, el autor Gavin Lucas, señala que el nacimiento de esta manera de comunicación se dio en Japón porque confluyeron varios factores: por un lado, la comunicación a través de dispositivos portátiles como los “pagers”. Por el otro, la existencia del correo electrónico. Todo eso se daba de bruces con ciertos aspectos de la cultura nipona. “En la cultura japonesa, las cartas personales son tradicionalmente largas, repletas de saludos y expresiones honoríficas que transmiten la buena voluntad del remitente al destinatario. El carácter más breve y ejecutivo del correo electrónico no era compatible con esta tradición”, según Lucas. ¿Solución? El emoji, que expresa mediante diferentes recursos lo que a las palabras les lleva más tiempo y espacio.
Actualmente, hay más de 3.000 emojis admitidos por la Unicode Consortium. Y tal como ocurre con cualquier lengua, este idioma pictórico seguirá creciendo y haciéndose más complejo para adaptarse a las necesidades coyunturales de quienes recurren a él para expresar todo el rango de emociones y razones humanas.
Picture Character
“No había ningún emoji que me representara”, dice una de las protagonistas del documental Picture Character, dirigido por los estadounidenses Martha Shane e Ian Cheney, que fue estrenado en el festival de cine de Tribeca, en Nueva York. La que habla es una joven musulmana que usa el tradicional hijabi, la tela que cubre el pelo de muchas mujeres musulmanas. “Cuando creamos el grupo de WhatsApp, puse un emoji de un hombre con un turbante, más el de cuatro flechas en distintas direcciones —como indicando ‘transformación’— y finalmente el de una mujer de pelo marrón. Pero hice todo eso y luego pensé: ‘¿Por qué no hay un emoji de una mujer usando hijabi?’, dice la muchacha a cámara.
En el texto de presentación del documental en su sitio oficial, los productores afirman: “El surgimiento del emoji (que en japonés significa ‘personaje gráfico’) ha sido un fenómeno sin precedentes a nivel global. Su uso, muy extendido, y su capacidad de transmitir mensajes complejos no solo lo han consolidado como un nuevo lenguaje digital. También han impulsado debates complicados acerca de representación, identidad e inclusión”. En el documental también se narra cómo y en qué contexto nacieron las ahora imprescindibles ilustraciones comunicativas.