Empezó vendiendo camperas de plumas, creó Freaks y causó revuelo, hizo megadesfiles y hoy su agenda sigue llena

Creador de la tienda más rupturista del Uruguay, Pablo Suárez hizo su último gran desfile en 2016 y desde entonces cultiva un perfil bajo. Sigue trabajando como nunca, aunque ahora elige lo que hace.

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Pablo Suárez.
Foto: Leo Mainé.

Unos 3.500 espectadores, 45 modelos, más de 200 personas trabajando, seis cámaras de televisión con grúa, autos en la puerta… “Parecía Dior de París o un recital de Madonna”, dice Pablo Suárez (59 años) al recordar su último gran desfile en la casa central del Banco República en 2016. “Salió una fortuna”, confiesa al tiempo que admite que lo podía pagar porque los sponsors lo costeaban todo. Nunca más se hizo algo así… entre otras cosas porque él decidió ponerle punto final a una etapa que creyó superada.

“Cuando terminé ese día, dije: ‘Pero si esto no es para Uruguay. Yo estoy loco, ¿qué estoy haciendo?’”, recuerda. Y entonces se propuso ser más él, ese cultor del perfil bajo, amante de lo simple, amigo de los amigos que le regalan una sonrisa de entrada y no porque se trate de Pablo Suárez, uno de los mejores diseñadores de moda del Uruguay.

Entonces comenzó a elegir más los trabajos que quería hacer. Se dedicó mucho más a las novias, las madrinas, las bodas, los cumpleaños de 15… aunque aclara: “Si no me gusta el traje, seguro que no lo voy a hacer, porque prefiero disfrutarlo”. Y entonces explica su método: “La clienta se puede equivocar; yo no. Tengo que decirle que se va a equivocar con lo que me pide y si veo que se quiere equivocar, prefiero no hacerlo”.

Sostiene que no es una postura desde la soberbia porque no cree que sea un excelente diseñador, pero sí está seguro de que es “un muy buen artesano”. Y, como tal, le gusta estar en cada detalle, hacer absolutamente todo, no depender de nadie. “Me cuesta delegar”, lanza.

Quizás si la pandemia fue buena para algo, fue para que lograra achicarse sin pensarlo mucho. Pasó de tener 14 empleados en su atelier de Punta Carretas, a los seis actuales. Pudo sostener la empresa, pero la pasó mal. “Estuve un año y medio trabajando en una funeraria. No sonaba el teléfono, era terrible. Fue lo peor que me pasó en la vida”, define de esos días en los que siguió yendo al taller para no perder el hábito. Pero en lugar de cortar telas y diseñar vestidos se puso a redecorar, algo que también hizo en su penthouse de Pocitos.

“Como me encanta todo lo que es arte, hago esculturas, pinturas. Hoy soy totalmente autodidacta, pero cuando era chico tuve maestros fabulosos, gente que hoy son súperestrellas”, dice quien probó estudiar arquitectura, “pero nunca hice ni una estufa a leña porque odié la carrera”, apunta.

Como su madre trabajaba en una casa de alta moda, Pablo se crió entre tules y encajes, y llegó a conocer y a aprender de artesanos de esos que ya no hay. Su vida cambió por una campera de plumas. “Yo me moría por una y en Uruguay no había. Entonces las empecé a hacer y le vendí la primera a uno de mis mejores amigos, Daniel Espasandín, y luego a todos mis compañeros de clase”, comenta sobre los que fueron sus comienzos en el mundo de la moda.

Siguió por el camino de la ropa masculina hasta que descubrió que había un hueco en el mercado uruguayo: nadie hacía ropa para discoteca. Fue el nacimiento de la tienda Freaks, donde no le quedó nada por hacer ni inventar.

Una locura

“En Freaks desnudé y vestí a todas las mujeres del Uruguay”, asegura. Tenía apenas 18 años y un local en la Galería Uruguay que destacaba del resto. “Hacía trajes de chapa tipo Paco Rabanne o pantalones cuero de vaca tipo Jean Paul Gaultier”, menciona como ejemplos. Sus prendas estaban en toda la noche montevideana, como una falda que marcó tendencia y se la compraban más de una vez, de todos los colores posibles.

Llegó a tener seis puntos de venta. “Era reloco. Me acuerdo que en el local de Benito Blanco la gente hacía cola para llevarse ropa, no parábamos de vender”, señala. La locura se trasladaba también a los desfiles, de los que recuerda la vez que hubo que rescatar a Victoria Zangaro porque quedó media hora trancada en el ascensor que era parte de la escenografía. Entonces acota que traía a las mejores modelos de la región, entre ellas la top mundial Inés Rivero. “El primer desfile que hizo fuera de Argentina, lo hizo conmigo”, destaca.

Si bien se divertía como nunca, un día se cansó. Se aburrió de hacer 500 pantalones iguales, 500 camisas iguales… “La boutique te saca esa cosa de la originalidad, de la pieza única, la carga artesanal”, explica. Además muchas veces pasaba noches sin dormir para terminar una colección, con su entonces novia Perla y su amiga, la modelo Luján Magariños, dándole charla para mantenerlo despierto.

Decidió liquidar toda la ropa de Freaks y se dedicó a ser Pablo Suárez, pero al principio no fue sencillo.

“Mi primera colección fue una cosa de locos, ni si quiera era lo que quería hacer. Fue muy teatral y transgresora, inspirada en un diseñador que admiré toda mi vida, que es John Galliano, para mí un genio de la alta moda. El desfile fue en el Hotel Carrasco y no fue absolutamente nadie, solo mi familia y una periodista a la que le agradezco hasta hoy, Rosana Zinola. Ella creyó en mí y me hizo una nota divina”, rememora.

Para el segundo desfile ya la cosa cambió y recuperó el megashow con las mejores modelos. De ahí en más se hizo costumbre que Victoria Zangaro abriera sus desfiles y Andrea Sheppard los cerrara, y que ocurrieran cosas únicas como tener entre el público al mismo tiempo a cuatro esposas de ex presidentes: Graciela Rompani (viuda de Jorge Pacheco Areco), Marta Canessa (esposa de Julio María Sanguinetti), María Auxiliadora Delgado (casada con Tabaré Vázquez) y Mercedes Menafra (esposa de Jorge Batlle). “Los desfiles eran un caos, todas las mujeres querían estar en la primera fila. Y ni te digo las fiestas que se hacían después”, acota quien con tan solo 14 años salía de jueves a domingo con amigos más grandes que, cuando aparecía el entonces Consejo del Niño, lo escondían en la ropería de boliches como Zum Zum, Lancelot o Ton Ton.

También hubo épocas de muchos viajes, que los mantiene hasta el día de hoy pero de manera más relajada y sabiendo que tiene la puerta abierta de los ateliers de los mejores diseñadores del mundo para entrar, meterse debajo de un vestido y ver cómo está hecha una costura. Dice, en tanto, que las Fashion Week lo cansaron; le llegó a suceder de irse de viaje sin descanso con Eunice Castro por toda América y en un momento preguntarle: “¿Dónde estamos, flaca? ¿En Colombia, en Perú? ¿Dónde?”

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Pablo Suárez.
Foto: Leonardo Mainé.

Estilo

Pablo es un diseñador al que le cuestan los colores, prefiere los diseños en neutro aunque trabaja con todos los tonos y le atrae especialmente el rojo. “En costura perdí la capacidad de asombro”, afirma quien llegó a hacer una novia en rojo y otra en negro. “Me pasa que los trajes más complicados siempre vienen a Pablo Suárez”, agrega con orgullo y defiende a la mujer uruguaya como clienta. “Es segura, no es grosera, es educada, te respeta y te deja ser, deja que te expreses”, describe.

Reconoce que trabajar en moda en este país es muy complicado por los costos, la disponibilidad de materiales y los pocos que somos como mercado. Por eso sostiene que en Uruguay, hoy en día, “la moda no está de moda” y es “el primo pobre de lo que hay afuera”. De todas formas aclara que le está muy agradecido a su país por todo lo que le dio: respeto, trabajo, logros… cosas que también recibe del exterior pues tiene como clientes a familias muy poderosas de la región.

Para su vida personal reserva la pasión por el deporte —trata de ir todos los días al gimnasio y camina mucho por la rambla—, una afición por los aviones —tiene un dron—, y sus ratos dedicados a la pintura y la escultura. También ama a los caballos y a los perros; estos últimos, cuanto más grandes, mejor, ya que tuvo un galgo ruso y un Irish Wolfhound, esos perros enormes de la guardia irlandesa. “Los llevaba a la rambla y la gente cruzaba la calle”, apunta entre risas.

Además le dedica mucho tiempo a sus amigos, a los que le gusta agasajar preparando cenas de dos o tres platos y la parrilla entra dentro de las opciones. Pero también la pasa muy bien solo y en materia de amores no está de acuerdo con la idea de que después de los 50 hay que estar en pareja para sentirse acompañado. “A mí me tienen que pasar cosas”, remarca y añade: “En este momento estoy en el eje, estoy feliz y me doy tiempito para todo”.

Confiesa que el vestido de novia que más disfrutó confeccionar en el último tiempo fue el primero que hizo cuando empezaron las aperturas post pandemia. ¿Por qué? Porque representaba volver a lo que ama hacer, sigue defendiendo a capa y espada, y anuncia que solo dejará cuando ya no le suene el teléfono. “Voy a trabajar hasta que la gente me elija”, subraya y asegura que “en moda, costura y eventos no me queda nada por hacer”.

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Pablo Suárez.
Foto: Leonardo Mainé.

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