"En la época de Italia Fausta, ganabas plata, hacías lo que te gustaba, eras feliz y encima el público te reconocía"

La actriz Virginia Méndez fue parte de dos grandes éxitos nacionales, uno en teatro y el otro en cine. Logró vivir de lo que ama, pero dice que no es su vida.

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Virginia Méndez.
Foto: Estefanía Leal.

Virginia Méndez (65 años) nunca le había gustado su cumpleaños. La anotaron el 19 de julio, aunque había nacido un mes antes. “Siempre tuve ese trauma de que no tenía cumpleaños porque mi abuelo también cumplía el 19 de junio y le encantaba, entonces lo compartía conmigo, pero era su cumpleaños. Niños solo estaban mis primos”, recuerda. “Un día me hicieron una fiesta y me gustó”, agrega sobre lo ocurrido ya pasado los 40 años y que cambió su perspectiva.

Su familia está muy presente en sus charlas porque siempre la apoyó, tanto a ella como a sus seis hermanos. Nació en las afueras de Mercedes, Soriano, y vivió allí hasta los 19 años, en que se mudó a Montevideo para estudiar.

“Me anoté en la Facultad de Humanidades, pero siempre con el sueño de poder hacer teatro. El tema es que no había nada abierto para estudiar todavía”, cuenta a Domingo sobre su llegada a la capital, donde la esperaban sus hermanos mayores, además de tíos y primos. Se instaló con su hermana y empezó a picotear por varias carreras: Letras, Letras Hispánicas, Ciencias de la Educación.

“No encontraba ganas, aunque sí me gustó estudiar latín, griego, gramática, lingüística un poco… pero no para tomármelo como una carrera”, apunta quien también probó un año de Bellas Artes.

Su norte eran las tablas y cuando se lo dijo a su padre, este le respondió: “Uyyyyy, teatro. Bueno, está la escuela de la gallega”, como él le decía a Margarita Xirgú, actriz que Virginia ni conocía. Entonces se abrieron las inscripciones en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) y allá fue a anotarse. Perdió el examen de ingreso dos veces —“bien perdido”, admite—; la tercera fue la vencida.

“Mi familia siempre me apoyó emocionalmente, económicamente y artísticamente. Venían a ver mis exámenes de teatro o iban a ver las obras; he sido una afortunada”, destaca.

También fue muy afortunada con la camada de actores que compartió formación y con los que egresó en 1983. Hay nombres tales como Bettina Mondino, Andrea Davidovich, Ariel Caldarelli, Federico Scasso, Franklin Rodríguez, Daniel Espino Lara, Tabaré Rivero, Ismael Da Fonseca, Elsa Mastrángelo, Aline Garber… todo un seleccionado del teatro nacional. “En tercer año nuestros exámenes eran maravillosos”, apunta.

Los primeros tiempos tuvo la ayuda económica de la familia, pero luego tuvo la suerte de poder trabajar siempre en el teatro —comenzó con un taller de realización de escenografías— y vivir de eso. “No soy una persona de grandes pretensiones, con hacer teatro y trabajar en algo ya estaba”, comenta.

Algo que no escapa al relato de Virginia es la difícil época en que le tocó estudiar, en plena dictadura militar. “Un período triste de nuestro país que yo vivía con mucho cuidado. Miedo no tanto porque siempre estuve muy tranquila y fui de hacer cosas: ir al teatro, al cine, a Cinemateca, estudiar, tener amigos”, dice.

La primera obra en la que trabajó fue para niños, dirigida por Sonia Repetto. Luego siguió Vida de locos, en el Centro Ecuménico, dando inicio a un extenso currículum en el que se mezclan obras para niños, obras para adultos, musicales y hasta incursiones en el rol de directora. Tiene dos premios Florencio en su haber, uno como actriz de teatro para niños y el otro como actriz de comedia. Además, ha sido docente en la Escuela Cubana de Ballet de Montevideo.

Menciona especialmente las pequeñas participaciones que tuvo en obras de la Comedia Nacional como Amadeus, La vida es sueño, Electra y Las damas del buen humor. “Esas producciones grandes de la Comedia Nacional que te dan experiencia y que te hacen tomar contacto con los grandes actores, porque estaban todos”, remarca.

No olvida sus épocas de teatro a la calle, en la Feria Tristán Narvaja, breves pero que le dejaron muy lindos recuerdos. Además, hay actuaciones en televisión, como las series uruguayas Adicciones y Rotos y descosidos, o la de HBO, El Hipnotizador, con Leonardo Sbaraglia —“un papel chico que por mí lo hubieran sacado”, acota, aunque le encantó hacerlo.

Su presente son las obras Hay un león afuera, de Andrés Papaleo, donde encarna a una madre que se está desdibujando por una enfermedad, y Jirafas y gorriones, donde es otro tipo de madre, más border. Además ensaya para estrenar a fines de setiembre La vis cómica, de Mauricio Kartun.

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En "El baño del papa" con César Troncoso.

Dos hitos

Sin duda que la obra que la marcó a fuego por lo que representó para la escena nacional fue Quién le teme a Italia Fausta, que estuvo 17 años en cartel y le dio nombre a la compañía teatral de la que Virginia fue una de las fundadoras en 1988.

Ella no formaba parte del elenco original, pero un día sonó el teléfono de su casa. Era el director Omar Varela, quien la había visto en algunos exámenes de la EMAD y le proponía sumarse a “La Fausta” porque Estela Mieres había ganado una beca para estudiar en Europa. “Me preguntó: ‘¿Querés trabajar?’ Le respondí que sí. Era martes y me dijo: ‘Empezás el viernes’. Ensayamos esos tres días y después era arreglármelas. Lo mío era muy sencillo, tenía que estar al servicio de Luis Charamello y Petru Valensky. Debía estar atenta a lo que necesitaban y hacer ese personaje que soñaba ser como ellos y que después fue tomando forma”, evoca.

La escena que más la marcó fue aquella en la que esa especie de empleada doméstica que interpretaba recreaba todos los personajes que había realizado Petru. “Siempre me emocionaba hacerlo, me encantaba y me divertía mucho”, señala.

Fueron años de trabajar a sala llena, con hasta tres funciones los sábados y dos los domingos. “Éramos jóvenes, felices, inconscientes… no nos importaba nada, nos reíamos de todo. Ganabas plata, hacías lo que te gustaba, eras feliz y encima el público te reconocía”, comenta y confiesa que fue la primera obra por la que la reconocieron en la feria. “A mí no me gustaba”, se sincera.

Cuenta que un día, conversando con una amiga, le dijo que tenía algo en común con China Zorrilla: “Dos veces no me cobraron. Una vez fue un taxi y la otra la peluquería”. Todo por ser “la actriz de Italia Fausta”, la obra icónica que hoy está en conversaciones para retornar el año próximo.

Los tres actores que animaron la obra "¿Quién le teme a Italia Fausta?". Foto: A. Colmegna.
15 AÑOS DE LA OBRA QUIEN LE TEME A ITALIA FAUSTA EN EL TEATRO DEL ANGLO, 20030208, HOJA 93567 - ARIEL COLMEGNA
ARIEL COLMEGNA

También la han reconocido por ser la actriz de El baño del Papa, su primer trabajo profesional en el cine y el primero y único que hizo junto a César Troncoso. Por eso le dice que es la presidenta de su club de fans y va a serlo siempre. Reconoce que fue una experiencia maravillosa. “Se debería trabajar siempre en el clima que nosotros lo hicimos, de seriedad, profesionalismo, bondad, buen trato. Teníamos todo, todo. Todo el mundo puso su corazón en esta película, desde el máximo productor hasta el más sencillo mandadero”, remarca sobre el film dirigido por Enrique Fernández y César Charlone.

Por su papel Virginia ganó el Premio a Mejor Actriz de Película Extranjera del Festival de Gramado (2007). “Yo la vuelvo a ver cada tanto y recién hace poco que estoy aceptando mi trabajo en esa película. El otro día la vi y me encantó, me descubrí en cosas que no había notado”, revela a Domingo.

Apunta que en cine lo que más ha hecho son pequeños papeles y destaca el de El empleado y el patrón, de Manuel Nieto, o el de Virus 32, de Gustavo Hernández. Piensa que no la convocan mucho porque pasa varios meses del año en Florida, Estados Unidos, donde tiene familiares.

Virginia no tuvo hijos, pero sí muchos sobrinos y sobrinos nietos para los que les gusta ser una tía presente. Vive en el Barrio Sur, del que disfruta los fines de semana de tambores. Ama leer, sacar fotos, pintar, hacer pilates, nadar y jugar a las cartas aunque sea sola o construyendo castillitos de naipes. Ahora está tomando clases de dibujo con Inés Olmedo. También le fascina andar en bicicleta, durante 23 años fue su medio de transporte. “La bicicleta es libertad”, acota con una gran sonrisa.

Su pendiente en el teatro es un personaje de mala. A propósito de las tablas, confiesa algo que cree que muchos comparten con ella: “El teatro no es mi vida. Me ha dado grandes satisfacciones y me ha hecho perder otras cosas. Si mañana me dicen ‘vos no trabajás más’, lloraré un rato, pero creo que podría vivir sin él, quizás transformándome en una espectadora”, admite convencida.

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Virginia Méndez.
Foto: Estefanía Leal.

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