En oración por los futuros sacerdotes

| Autoridades religiosas hablan de "crisis de opciones fundamentales de vida", pero matizan que Uruguay jamás se caracterizó por un buen número de sacerdotes.

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El País

LEONEL GARCÍA

Hay 473 sacerdotes en Uruguay. Hace 20 años rondaban los 600. El principal seminario del país tiene 32 internos y podría albergar a 80. La Iglesia no esconde su preocupación por ello.

El Seminario Mayor Interdiocesano Cristo Rey ocupa gran parte de una manzana del Prado, con entrada por la calle Juan Rodríguez Correa. Es una construcción grande, linda, limpia, cómoda y con un frío en los pasillos que cala los huesos. No hay otro edificio en Uruguay donde vivan más futuros sacerdotes. Inaugurado en 1983, tiene capacidad para albergar a 80 estudiantes, en tres plantas divididas en dos alas. Pero hoy viven ahí 32 seminaristas, un número considerado "estable" desde hace 10 o 15 años, dice el rector Gonzalo Estévez.

Según los últimos datos de la Conferencia Episcopal Uruguaya (CEU), en el país hoy hay 473 sacerdotes, nacionales o extranjeros; 223 son del clero, o diocesanos, y el resto pertenecen a las congregaciones religiosas. Las autoridades eclesiásticas sostienen que no son suficientes aún para el Estado menos católico de América Latina, la región más católica del mundo. Muchas de las 235 parroquias y 806 capillas no tienen un cura. Pese a la preocupación de las fuentes consultadas, hay quienes prefieren ver el vaso medio lleno, señalando que Uruguay nunca tuvo un gran número de vocaciones sacerdotales. Eso ya desvelaba a Jacinto Vera, el primer obispo que tuvo estas tierras, fallecido en 1881.

El "llamado" es algo personal, tomado con naturalidad y alegría por los seminaristas, pero difícil de describir. Daniel Araújo tiene 26 años, el termo y el mate parecen extensiones de su brazo, y le gusta La Vela Puerca. Hace cuatro años que está en Cristo Rey y cursa el primer año de teología en la facultad. Educado en el Santa María de los Maristas, fue su experiencia como catequista de niños y adolescentes en la Parroquia de Tierra Santa la que le marcó el camino a seguir. Como suele ocurrir, el proceso personal corrió de la mano del familiar. No son muchos los padres, por muy cristianos que sean, que reciban alegremente la idea de un hijo cura; mucho menos una novia.

"A partir de mi experiencia en Tierra Santa sentía que Dios me llamaba a seguirlo de otra forma. Hablé con el cura y comenzamos a tratar de discernir que era lo que Él me pedía. Y yo sentí la libertad de decirle que sí. Hoy mi familia lo comprende, ellos son creyentes. Me sentí muy acompañado por mi padre, quien me cuestionó para saber si había reflexionado bien, si estaba seguro de lo que había decidido. Y con mi (entonces) novia, como estaba muy vinculada a mi familia, mis hermanas la querían mucho, hubo una especie... de conmoción. A ella le dolió y a mí también, ¡vos no dejás de sentir de un día para otro!", dice.

"Es difícil de explicar", concluye Fernando Perera, un maragato de 25 años, criado en un hogar de religiosidad "común" y "muy pachanguero" de adolescente. "De mi barra de amigos, era el último que podía pensarse que iba a terminar de cura", ríe con su inconfundible tonada del Interior.

El camino de Fernando comenzó al unirse a la parroquia de su barrio en San José de Mayo, Colón. "Como mis amigos iban ahí fui a ver qué tal era, y me gustó. Comencé a participar de los grupos juveniles, el voluntariado, el ayudar a otros, el compartir un mate, el hecho que no tenías que trabajarte un `personaje`... cuando le dije al cura lo que me pasaba, me hicieron un acompañamiento... fue un proceso pedagógico interesante". Dejó sus estudios en el IPA y -único hijo varón-, dejó para el final a su madre a la hora de contar su decisión. "Me acuerdo lo que me dijo: `No puede ser, estás loco, te lavaron el cerebro`. Y no era así. Hoy en día está contenta. Ocurre que todos los padres quieren lo mejor para sus hijos, y ellos me ven muy feliz". Está en tercero de teología, eventualmente a un año de ordenarse.

La cuestión familiar es todo un tema. Tanto, que no son pocos los religiosos que creen que es uno de los frenos a las vocaciones. Entre el 75% y el 80% de los uruguayos son bautizados, pero solo el 47% se declara católico y la asistencia a la misa es de apenas entre un 3% y un 5%. El economista Valentín Goldie (32) entregó su tesis de graduación un mayo, cuando ya había entrado a Cristo Rey en febrero; tenía 26 años. Hoy vive en la parroquia de Casabó mientras cursa el último año en la Facultad de Teología. "El llamado se experimenta con un gran deseo, que tal vez uno reniegue al principio. Hay una contradicción interior; es complejo". Más complejo fue comunicárselo a su familia; tanto, que es reacio a contar cómo fue.

El rector Estévez dice que el deseo de hacerse cura obedece a motivaciones religiosas o de servicio. A ese seminario llegan los aspirantes, desde una parroquia o un movimiento juvenil, provenientes de cualquiera de las diez diócesis de Uruguay. Este año llegaron cuatro nuevos seminaristas; en 2008, nueve. Es difícil hacer un promedio de ingresos aunque estaría entre cinco y seis. Lo mismo pasa con las ordenaciones, otras cinco anuales para el clero secular; a Estévez le gustaría que fueran el triple. El hecho que algunas congregaciones tengan sus propias casas de formación hacen difícil tener datos nacionales. "Es algo muy variable. De cualquier manera, deberíamos tener más sacerdotes ordenados".

Ausencias. La CEU dedicó el mes de junio a rezar por las vocaciones. Hace falta. Monseñor Arturo Fajardo lleva casi dos años al frente de la Diócesis de San José de Mayo, que incluye a los departamentos de San José y Flores; en ese período, ordenó sólo a dos sacerdotes. Su colega de Melo, Heriberto Bodeant, dice que en Cerro Largo y Treinta y Tres hay tres parroquias sin un cura a cargo, y en la de Salto, Diócesis de donde proviene y que abarca todo el litoral de Río Negro a Artigas, hay otras dos en igual situación. José Bonifacino, secretario de la Comisión para el Clero, agrega que en la Diócesis de Florida, que abarca ese departamento y Durazno, un solo religioso en breve deberá hacerse cargo de tres parroquias y 28 capillas, cubriendo una distancia total de 200 kilómetros.

Y no todos los 473 sacerdotes -los únicos religiosos católicos que pueden celebrar la eucaristía, confesar y brindar la extremaunción- actuales están "disponibles". Muchos de los que pertenecen a las congregaciones viven en comunidad, o en centros educativos, y no en parroquias, destino habitual de los integrantes del Clero. En el Hogar Sacerdotal viven permanentemente unos 20 curas que, por vejez o enfermedad, ya no pueden estar al frente de un templo. El promedio de edad, calcula Estévez, no baja de 55 años. Hace falta gente joven, y la Iglesia Católica no aparece como una opción atractiva.

Al padre Daniel Sturla, salesiano y presidente de la Conferencia de Religiosos del Uruguay (Confru) no le tiembla la voz al reconocer que la vocación sacerdotal está en crisis. Al respecto, ensaya una explicación multifactorial que no escapa a la autocrítica: "Las familias tienen menos hijos, hay baja natalidad, lo que directamente redunda en menos futuros curas. También hay un enfriamiento de la fe de las familias tradicionalmente cristianas en el país; eso se da por un tema cultural, de la posmodernidad, digamos. Además, sucede que a los jóvenes les cuesta encontrar en la vocación religiosa algo que les entusiasme. Ahí puede ser que haya habido fallas en la catequesis y en las liturgias".

Estévez dice que son "las opciones fundamentales de vida, los proyectos que te llevan toda la vida", como los matrimonios o el sacerdocio, los que están en crisis. Antonio Bonzani, rector de la Facultad de Teología, pone el énfasis en una crisis "de fe". Bonifacino prefiere hablar de un problema "crónico" más que "crítico", y apela a las preocupaciones de los tiempos de Jacinto Vera.

Sin embargo, hubo tiempos mejores. Antonio Bonzani, un italiano que llegó a Uruguay ya ordenado en 1972 y hace 25 años trabaja como docente en el país, recuerda que durante los `80 hubo 600 sacerdotes, y unos 70 u 80 seminaristas. Distintas fuentes atribuyen ese "boom" a la época final de la dictadura, donde el ámbito parroquial era uno de los pocos lugares de crecimiento para los jóvenes, y a la llegada del papa Juan Pablo II, en 1987 y 1988. Según un estudio del quinquenio 2000-2005, publicado el año pasado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), en el que Uruguay tiene varios números "rojos" (ver Las Cifras), ya eran 498 los sacerdotes en 2000.

Hay templos y diócesis -Florida, Maldonado y Melo fueron las más señaladas- que funcionan gracias a la llegada de religiosos extranjeros. Pero esto tampoco es una solución absoluta: desde el Vaticano se ha alertado que la crisis vocacional es mundial.

Facultad. Galileo, Copérnico y Newton; Descartes y Kant; ciencia y cuerpos celestes; "del mundo cerrado al universo abierto". El primer año de filosofía de la Facultad de Teología está repartido en dos clases. Una a cargo de un jesuita y la otra de un salesiano. Con abundancia de termos y mates, 26 alumnos prestan atención.

Esta facultad depende de la Santa Sede y tiene 77 estudiantes, aunque cuenta con espacio para que cien cursen con comodidad. Si bien no está cerrada a ningún interesado, todo aquel que quiera ser sacerdote en Uruguay deberá, obligatoriamente, pasar seis años -dos de filosofía y cuatro de teología- en este moderno edificio que funciona como ahora desde 2000. Hay diez que están a punto de recibir su licenciatura; o sea, eventualmente ordenarse como diácono, paso previo a ser cura. Del total, 35 provienen del Clero, aspirantes de nueve de las diez diócesis (desde hace tres años, Melo no tiene ningún seminarista) y 36 de las congregaciones religiosas. Hay 29 alumnos extranjeros, de Colombia, Paraguay, Bolivia, Brasil, Argentina, Honduras, Italia, Polonia y Angola.

Para el rector Bonzani, Uruguay es un buen campo de estudios para los extranjeros "porque los prepara a convivir en un ambiente donde la Iglesia está separada del Estado". Sin llegar a ser un "territorio hostil", el estado laico puede resultar chocante para los foráneos.

Al principio, al boliviano René Nuni (21) lo impactó esa realidad. "Es un poco difícil acá la vida religiosa, aunque ya me lo habían avisado. En mi país hay más fervor, la Iglesia tiene mucha influencia. Pero me he encontrado con gente muy bien, bastante abierta, dispuesta a compartir". Este seminarista palotino llegó en febrero y cursa primer año de filosofía. Al ordenarse irá allá donde la congregación lo mande, pero no duda en escoger a su tierra natal si tuviera que elegir.

Pese a la preocupación, nadie cree en un escenario apocalíptico: una desaparición de la vocación sacerdotal en Uruguay. "Habrá menos vocaciones, pero siempre existirá. Es una realidad de la vida eclesiástica. Además, siempre podrán venir curas de otros países", señala Sturla, presidente de la Confru.

"No se puede medir sociológicamente las cuestiones de la Iglesia; ¡si así fuera, ya nos tendríamos que haber ido al bombo hace siglos! No van a desaparecer las vocaciones porque sin sacerdotes no hay Iglesia, y Jesús nos prometió que la Iglesia iba a permanecer. Entonces, Él se va a preocupar por sus vocaciones y sus comunidades", enfatiza Estévez, el rector del seminario Cristo Rey. ¿Es una cuestión de fe, entonces? "Claro, sin dudas".

El fin del celibato sacerdotal, ¿una solución?

Cuando a los seminaristas Daniel Araújo y a Fernando Perera, con un noviazgo de cinco años en su biografía el primero y una confesada adolescencia de "mucha pachanga" el segundo, se les pregunta sobre cómo manejan el tema del celibato, sus rostros adquieren involuntariamente una expresión que puede traducirse así: "otra vez esta maldita pregunta..."

"Uno no deja de ser hombre. Pero el celibato no lo tomamos como una renuncia sino como un don, parte de la opción de vida que hacemos. Está en la capacidad de dominio de uno mismo. Cuesta como todo, pero es posible", dice Fernando. "Yo me hago ese cuestionamiento todos los días y está bien que lo haga. Dios te da fuerzas para seguir adelante. Además, está tu conducta. Vos podrás estudiar y rezar mucho, pero también está tu disciplina. Si el fin de semana salís a bailar, es como meterte en la boca del lobo. Este tiempo, el del seminario, es muy rico para conocerte", agrega Daniel. En cualquier caso, la respuesta a esa pregunta la están respondiendo a través del tiempo.

Cada vez son más las voces, y no sólo las más críticas a la Iglesia, que opinan que eliminar el celibato no solo permitiría poner freno a los escándalos de índole sexual, como el del ex obispo de Minas, generando descrédito en la institución, sino que permitiría atraer a más seminaristas.

Sin embargo, los consultados señalan que permitir a los curas casarse está lejos de ser una solución. Por separado, monseñor Heriberto Bodeant y Antonio Bonzani afirmaron que otras confesiones donde se permite a sus ministros tener familia, como los luteranos, los anglicanos y los ortodoxos, también están teniendo problemas para atraer jóvenes al sacerdocio.

De acuerdo con Gonzalo Estévez, rector del seminario Cristo Rey, quien abandona el seminario -entre el 20% y 30% de quienes entran, según "estimación a ojo" del propio sacerdote- "en general tiene como gran argumento el deseo de formar una familia, más allá de su fe y su devoción". Pero al igual que Bodeant y Bonzani, no cree que eliminar el celibato sea la solución. "El matrimonio no evita la infidelidad ni tampoco los abusos sexuales", concluye.

Del "llamado" a la ordenación

El aspirante suele ingresar luego de manifestar su interés de ser sacerdote a su parroquia o movimiento pastoral. Estas le hacen la propuesta al obispo de su Diócesis para que lo evalúe. Un equipo de formadores y psicólogos se entrevista con el interesado.

Una vez en el seminario, el primer año es introductorio o "propedéutico". Luego siguen dos años de filosofía y cuatro de teología que se cursan en la facultad. Algunos obispos exigen un año de experiencia en una parroquia.

En Cristo Rey hay seminaristas de entre 19 y 38 años. La edad de ordenación está entre los 30 y 35 años.

Puntualidad, orden, hábitos higiénicos, cordialidad, honestidad y disposición son atributos tan importantes como el respeto al celibato, el desprendimiento, la oración, la obediencia o el cumplir con las materias de la currícula, señalan Estévez y Bonzani. "Ese filtro lo hago desde la perspectiva de hombre imperfecto", enfatiza el primero. "Y como tal me puedo equivocar", admite.

La primera actividad de la jornada es la oración de las 7.00. Luego del desayuno, el horario de facultad es de 9.30 a 12.00 (los que tienen el curso introductorio quedan en el seminario). Se almuerza a las 13.00; descanso hasta las 15.00; estudio entre 15.00 y 19.30 con pausa de media hora para merendar; misa a las 19.30; cena a las 20.30; tiempo libre en comunidades internas a partir de las 21.00. Los fines de semana se trabaja en el seminario hasta el mediodía del sábados cuando van a sus respectivas parroquias para cumplir sus actividades personales hasta el mediodía siguiente. La tarde del domingo es libre.

Ese año en la Facultad de Teología hay 13 seminaristas del Clero de Montevideo, 4 de Canelones y Salto, 3 de Florida y Minas, 2 de Maldonado, Mercedes, San José y Tacuarembó. De la Diócesis restante, Melo, no hay ninguno.

Las cifras de Celam

-0,45% Disminución del número de sacerdotes diocesanos en Uruguay en el período 2000-2005. En América Latina crecieron 11,93%.

1,83 Promedio anual de sacerdotes que abandonan los hábitos en Uruguay cada año, también según el Consejo Episcopal regional.

-11,9% Disminución de sacerdotes religiosos en ese mismo período en Uruguay. En toda América Latina bajaron, pero solo 0,99%.

-28,9% Disminución de seminaristas religiosos en Uruguay entre 2000 y 2005. En América Latina, según la Celam, bajaron 1,82%.

0% Variación de seminaristas diocesanos o del Clero en Uruguay en ese tiempo. En toda la región habían aumentado 6,15%.

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