Entre tortugas gigantes y vistas sin igual: un recorrido por las islas Galápagos

Su magia no solo cautiva a los viajeros, sino que también inspira un profundo respeto por la naturaleza y la importancia de su conservación.

Las Islas Galápagos no pueden recibir a todos los turistas que desean visitarlas. Foto: AFP
Islas Galápagos
PABLO COZZAGLIO/AFP

Galápagos es el tipo de destino que de alguna manera termina transformando a todo aquel que lo visita. Algo cambia. No hay que ser ni biólogo ni científico (aunque fue aquí donde Charles Darwin ideó la teoría de la evolución de las especies en 1835, tras permanecer cinco semanas en las islas), solo hay que tener el espíritu dispuesto.

La cercanía con la flora y la fauna de este archipiélago crea una experiencia única en el mundo, donde cada día que pasa la aventura se incrementa, acompañada de un profundo agradecimiento hacia la naturaleza. Es, sin duda alguna, un lugar para sentirse vivo.

El archipiélago de Galápagos, en Ecuador, está compuesto por 13 islas y atravesado por la línea ecuatorial. No todas estas islas están habitadas ni tienen el mismo tamaño.

Las Islas Galápagos no pueden recibir a todos los turistas que desean visitarlas. Foto: AFP
Islas Galápagos
PABLO COZZAGLIO/AFP

Por su ubicación, la isla de Santa Cruz es donde se concentra la mayor zona urbana y es donde están los hoteles. Hay que tener en cuenta que esta no es una zona de resorts, pero sí hay alternativas para un turismo de lujo donde la biodiversidad juega un rol fundamental.

Hay un aeropuerto para aviones comerciales (no solo avionetas), se trata del aeropuerto ecológico Seymour, ubicado en la isla Baltra. No se sorprendan si, apenas salen, alguna iguana de tierra pasa por delante para saludar.

Es habitual que compartan el espacio con las personas (al fin y al cabo, es su isla), aunque se pide evitar tocarlas o acercarse. Los vehículos deben parar y esperar si alguna de ellas se encuentra cruzando una carretera, siempre con cuidado y respeto, aunque suelen ser más rápidas de lo que uno cree.

Después del aeropuerto toca subir a un bus que traslada a los viajeros a un pequeño puerto, donde una embarcación los llevará de Baltra a Santa Cruz. Tras menos de 10 minutos navegando se llega nuevamente a tierra firme, y allí todo depende de lo que se busque y del presupuesto que se maneje. Es posible tomar nuevamente un bus, o pagar una camioneta para ir hasta el otro lado, lo cual demora unos 45 minutos más.

Hay que estar atentos en cada rincón de esta travesía. A veces debemos mirar al detalle (las iguanas se camuflan, las aves pasan rápido), pero si en algo tenemos suerte, es en compartir tiempo y espacio con las mascotas de la isla: los lobos marinos.

Es habitual verlos echados o caminando en los puertos, e incluso sentados en bancas, descansando de la jornada. Son una verdadera maravilla. Y aunque parezcan amigables, hay una advertencia que se repite una y otra vez en cada espacio: mantener dos metros de distancia.

El balance aquí no se puede alterar. De ahí que sean tan restrictivos con todo lo que entra y sale de las islas. Por ejemplo, no está permitido por ley el ingreso de animales domésticos a las áreas protegidas, ya que su presencia causa un impacto directo en los ecosistemas.

Las Islas Galápagos no pueden recibir a todos los turistas que desean visitarlas. Foto: AFP
Islas Galápagos
PABLO COZZAGLIO/AFP

Historia viva.

“Galápagos es un modelo de turismo responsable y sostenible. El 97% de su superficie está protegida. Su reserva marina es de las más grandes del mundo y es un santuario para millones de especies marinas, además de ser un lugar importantísimo para la ciencia”, indica Jossimar Luján, director de restaurantes y bebidas del operador Metropolitan Touring.

“Existen desafíos para lograr el equilibrio entre el humano y la naturaleza, entre la industria turística y la sostenibilidad, pero el manejo del archipiélago es y seguirá siendo ejemplar. Un ejemplo de esto es la decisión (en agosto de 2024) de subir la tasa de entrada a las islas. De esta manera se pueden financiar más proyectos de conservación y obras para la comunidad”, añade.

En este paraje la legislación es tal que no cualquiera puede comprar una casa, abrir un restaurante o inaugurar un hotel, pues existe un monitoreo constante para regular dichas actividades. Si bien biólogos marinos y científicos llegan de todos los rincones del mundo, la actividad turística recae en gran parte en la población nativa.

En la zona alta de la isla de Santa Cruz, que posee un microclima particular (territorio húmedo y lleno de vegetación) se esconde uno de los atractivos más impresionantes de todo el recorrido: las tortugas gigantes de Galápagos. Algunas de ellas se ven desde la propia carretera, repartidas entre los campos. Una buena parte están identificadas con números o chips, pero al día de hoy es imposible saber con certeza cuántas hay.

Cría de galápago albina junto a otra cría de galápago y una tortuga adulta en el Tropiquarium de Servion, Suiza. Foto: EFE
Cría de galápago albina junto a otra cría de galápago y una tortuga adulta
JEAN-CHRISTOPHE BOTT/EFE

Para poder verlas, lo ideal es visitar un lugar que cuente con las certificaciones necesarias para su cuidado, como el rancho El Chato, que es administrado por una familia local desde hace más de 20 años. Desde entonces, reciben visitas de grupos para observar las tortugas gigantes en su hábitat natural, sin molestarlas ni alterar su ecosistema.

La mayoría de ejemplares pasa de los cien años; en realidad, se estima que excedan los 150, pero no hay método científico para saberlo con exactitud. Muchos ejemplares pesan más de 200 kilos, y si bien no se mueven frente a los turistas, es común verlos comer o levantar la cabeza. Tenerlas cerca es un fenómeno único en la vida, quizá sea el vistazo más cercano al mundo jurásico.

Un dato que quizá no todos sepan es que las islas Galápagos son una de las zonas volcánicas más activas del mundo. Todas las islas son de origen volcánico. De ahí que los recorridos en bote también incluyan entre sus actividades, además de la observación de fauna o el snorkeling en zonas poco profundas, el paseo por estos territorios que más nos remiten a algún planeta lejano que a la propia Tierra.

La isla bonita.

Si bien este no es un viaje al estilo resort de vacaciones (no hay playas por todos lados; las islas no siempre tienen acceso en sus costas para entrar al mar o tomar el sol), sí existe una zona idónea para bañistas. Se trata de Tortuga Bay, en la isla Santa Cruz, un lugar perfecto para pasar el día, aunque llegar no sea fácil. Se accede mediante una larga caminata -el sendero está rodeado de árboles de palo santo- o en un yate o lancha.

Tortuga Bay se divide en dos playas: una bastante extensa, favorita de varios surfistas, y una segunda, más pequeña, donde los visitantes pueden disfrutar del mar cristalino y la arena blanca.

Dentro de este espacio de inmensa riqueza natural, la oferta culinaria cobra un rol fundamental. Los últimos años han sido claves para el desarrollo de este nicho, con nuevas aperturas en la isla y un trabajo sostenido y responsable dentro de los hoteles, que se convierten en los grandes embajadores de la cocina ecuatoriana. “La gastronomía ha repotenciado la experiencia, siempre mostrando la diversidad de productos que tenemos en el país, y ofreciendo a los visitantes una inmersión profunda en la cultura local”, sostiene la chef Ana Carolina Maldonado.

“En Galápagos la cercanía al mar, su pesca y su café hacen que en este espacio surja una interacción especial entre naturaleza y comida”, concluye.

A Galápagos sabemos cómo llegamos, y después de varios días en estas islas, por fin podemos descubrir cómo volvemos: con el corazón latiendo fuerte, la mente refrescada y maravillada, y el azul profundo del mar guardado para siempre en la bitácora de la memoria.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar