Everli Rodríguez: "El mito de 'las monjitas' me persiguió durante toda la vida"

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Everli Rodríguez 01
@maineleo

EL PERSONAJE

El empresario ha estado vinculado en el último medio siglo a una lista interminable de emprendimientos gastronómicos, salones de fiestas, salas de juego y espectáculos artísticos.

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Joan Manuel Serrat, Alfredo Zitarrosa, Los Panchos y la porno diputada italiana La Cicciolina... Todos tienen algo en común: actuaron en el Parador del Cerro, un lugar emblemático que funcionó en la cúspide de Montevideo desde 1965 hasta 1990, gestionado por un trabajador de Ancap que se transformó en eminente empresario: Everli Rodríguez. Su nombre se vinculará luego a una lista interminable de emprendimientos gastronómicos, locales de fiestas, casinos y espectáculos (muchos de los que ya ni siquiera él recuerda), con una cartelera que incluye a grupos y figuras como Vinícius de Moraes, Los Chalchaleros, Isabel Pantoja, María Creuza, Aníbal Troilo (“Pichuco”), Astor Piazzolla, Manzanero, María Martha Serra Lima, Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Aníbal Pachano, Moria Casán y un larguísimo etcétera.

Con casi 82 años (los cumple el próximo mes), Everli Rodríguez nunca dio una entrevista personal. Y mucho menos habló públicamente de un mito urbano que lo involucra desde hace décadas: el asalto que un banda de delincuentes disfrazados de monjas perpetró contra una sucursal del Banco La Caja Obrera, ubicada en Rondeau y Agraciada, ocurrido en 1963. Desde entonces, como una forma de justificar —o castigar— el éxito económico que tuvo, se lo involucró con este famoso capítulo de la crónica policial uruguaya, conocido popularmente como “el robo de las monjitas”. Por primera vez, el empresario se abrió para hablar de muchos temas íntimos con Revista Domingo.

—¿Su familia es de origen humilde?

—Mi casa en Brasil tenía piso de tierra. Nací en Santana do Livramento, pero mis padres me anotaron en Rivera para eludir el servicio militar, que entonces era obligatorio en Brasil. Mi padre trabajaba en el frigorífico Armour del lado brasileño. En 1950 nos vinimos para acá, pero hice la escuela en Rivera hasta quinto año.

Cuando se le pide a Rodríguez que recuerde a sus padres, Luis y Bernardina, se emociona: “Los dos eran grandes trabajadores. Después de Brasil, mi padre se vino a trabajar a un frigorífico acá. Pero además hacia changas, trabajos de albañilería. Y mi madre cosía ropa”. La familia se mudó primero a La Teja y luego construyó una humilde vivienda en el Cerro, un barrio que lo marcará para siempre al permitirle desarrollarse como concesionario del parador que se encontraba a los pies de la fortaleza, hoy completamente destruido.

Expulsado por "comunista"

Everli Rodríguez está casado desde hace 38 años con Silvana, tiene una hija y dos nietos. Cuando era muy joven, consiguió su primer trabajo formal en una metalúrgica gracias a su profesor de historia del Liceo Bauzá, Ruano Fournier. Después dejó de estudiar y se enroló en la Fuerza Aérea, donde fue expulsado por “comunista”.

Siendo cadete de segundo año, hacia 1961, apareció un libro entre su grupo de amigos llamado El U2 no llegará a su base. Se trataba de una publicación que relataba cómo los rusos habían derribado un avión norteamericano. “Me encontraron leyendo el libro y me echaron por comunista (se ríe). Fue un acto muy desagradable: reunieron a todo el cuerpo de alumnos en un anfiteatro que había en la Escuela Militar de Aeronáutica y me degradaron. Me pusieron en un camión y me sacaron por la puerta de atrás, como si fuera un paria”.

Después ingresó a trabajar como obrero en la entonces flamante planta de Ancap de La Teja, donde tuvo su primer crecimiento económico. “Me compré una motoneta y después un cachilito. Pero siempre buscaba cosas para hacer en los tiempos libres. Vendíamos con un amigo chocolatines, fuegos artificiales, huevos... También hicimos una fábrica de muñecos de paño lency (una especie de fieltro sintético) en la que reproducíamos a personajes como Bambi o el Pato Donald. Comprábamos uno original, lo desarmábamos para ver cómo estaba hecho y después lo copiábamos (se ríe otra vez). Y después hicimos una especie de espiral de plástico para revestir los cables de teléfono y evitar que se enredaran, algo que pasaba siempre en aquellos tiempos”.

En la cúspide de Montevideo

Es difícil de creer para quien visita hoy el lugar, pero en el pasado el Parador del Cerro estuvo al tope de la agenda cultural y gastronómica, incluso cuando se encontraba por fuera del circuito de boliches de Montevideo y no existían los accesos. Rodríguez lo levantó “desde la nada” (era prácticamente una tapera atendida por un empleado municipal). Y lo tuvo que reconstruir cuando los tupamaros lo dejaron hecho añicos, allá por 1970.

Cuando licitaron el local, en 1965, fue el único que se presentó. Era obrero en Ancap y no sabía nada del negocio de la gastronomía. Su madre empezó a trabajar en la cocina y su padre (que murió en 1970) daba una mano en lo que fuera necesario. “Primero me dieron seis meses de licencia sin goce de sueldo en Ancap, y cuando pedí licencia por segunda vez, una persona me recomendó que me fuera y me dedicara al parador”, recuerda. Su visión empresarial ya enfocaba con agudeza: “Le hice caso, pese a que mi padre no quería que dejara un empleo público”.

Con el tiempo, compró un jeep sin asiento (lo manejaba sentado en un cajón de cerveza) y una chata. Y comenzó a hacer publicidad rodante. Remolcaba el acople con un gran cartel por 18 de Julio. Después lo desenganchaba, lo dejaba en la Plaza de Cagancha y se iba al Cerro a cambiarse de ropa y esperar a los clientes.

El primer show en vivo fue del trío Los Panchos, que en su momento “eran lo que es Luis Miguel ahora”. Fue un caos, porque nunca había tenido tanto público en el local. “La gente se iba sin pagar, se escapaba por las ventanas. Pero el espectáculo fue un éxito y ahí me di cuenta que la cosa funcionaba”, sostiene. Por intermedio de un promotor de artistas que tenía su oficina en el hotel Victoria Plaza, comenzó a contratar distintos espectáculos, que después se los vendía a Canal 12. Y el negocio comenzó a rodar. Ya como empresario consolidado, puso una oficina en la Plaza Independencia y comenzó a presentar shows en el Teatro Solís, que difundía a través de un espacio de radio contratado que llegaba a todo el país por la cadena Andebu.

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Everli Rodríguez cumple el mes próximo 82 años y se mantiene activo. Foto: Leonardo Mainé.

Destrozado por los tupamaros

Para mantener un buen vínculo con el barrio, Rodríguez contrató a jóvenes del Cerro que se ocuparon de diferentes tareas. Además, vivía en el parador junto a su madre. Nunca tuvo un problema con la seguridad, hasta que en diciembre de 1970 recibió la visita de unos “inspectores turísticos” que querían ver el estado de las instalaciones. Su error fue abrirles una ventana, a través de la cual lo encañonaron con un arma de fuego.

Los tupamaros le destrozaron completamente el local, con la excusa de que allí se divertía “la oligarquía” (así lo hicieron saber en pintadas que dejaron en las paredes). Estuvo a punto de irse del país, a poner una estación de servicio en Porto Alegre, pero algunos amigos lo convencieron —y le dieron una mano— para que siguiera adelante con el parador. Muchos años después, teniendo la concesión del Hotel Oceanía primero y del Hotel Riviera después (donde se hacían los almuerzos de ADM), le tocó atender a algunos de aquellos tupamaros que se habían transformado en miembros del gobierno. Nunca les pidió explicaciones. Y tampoco recibió una disculpa.

Casinos, hoteles y monjitas

Everli Rodríguez fue el creador de las noches de “solos y solas” en Uruguay, una idea que trajo desde Argentina y que funcionó muy bien en Punta Gorda, en el salón Makao del Hotel Oceanía y en el boliche New York - New York. En este hotel, que compró para utilizarlo como salón de eventos, tuvo también un casino, subsidiario del que se encontraba en el Hotel Carrasco y que explotaba la empresa Carmitel. “Los casinos municipales no funcionan. Me echaron cuando vieron que mi cheque llegó a US$ 50.000, hubo gente que consideraban que era mucho, pese a que la sala explotaba de público”, comenta. También tuvo la concesión del teatro Nogaró de Punta del Este y —reciclándolos previamente— los teatros Radio City y Metro, durante muchos años. Y actualmente mantiene una participación en la gestión del Hotel del Prado.

Respecto al episodio de las “monjitas”, no tiene problemas en decir que ese mito lo afectó durante toda su vida adulta.

—¿Usted fue una de las monjitas?

—¡No! ¡Claro que no! (se ríe). Pero ese rumor me ha perseguido siempre. Nunca estuve en un juzgado. Hace unos años estaba almorzando en La Pasiva de Carrasco y un señor de bastón hablaba de mí como una de las monjitas. Me levanté de la mesa y le dije: ¿Usted sabe quién soy? No, me respondió. Cuando le expliqué que yo no había robado ese banco, su mujer me dijo: “Bueno, pero es lo que se comenta”.

Memorias del Parador de Cerro

EN RUINAS
Tras años de buscar inversores para recuperar el Parador del Cerro, la Intendencia tiró la toalla en 2014. La administración municipal anunció que haría un espacio público en ese privilegiado balcón de la ciudad, pero nada ha cambiado. Everli Rodríguez lo explotó desde mediados de la década de 1960 hasta 1990.

VINICIUS DE MORAES
?“Antes traer a un artista no era tan caro. A Vinícius de Moraes le pagaba US$ 10.000 por diez shows”, recuerda el empresario. También tuvo muchas veces en el parador a Alfredo Zitarrosa. “Cuando lo conocí pensé que era más corpulento, por la voz que tenía. Arreglábamos una plata por show, pero después él me pedía algo más para ayudar a ollas populares”, agrega.

LA CICCIOLINA
?La llegada a Uruguay de la actriz de cine para adultos “Cicciolina”, luego transformada en diputada del Parlamento italiano, se dio por casualidad. Estaba previsto que ella actuara en Buenos Aires, pero en la vecina orilla tuvo problemas con la Iglesia, por lo que pudo ser contratada “a un buen precio” para que hiciera su show en el Parador del Cerro.

Parador del Cerro
El Parador del Cerro terminó destruido. Nunca más la Intendencia pudo volver a licitarlo.

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