EL PERSONAJE
El creador de Villazul —un proyecto musical para la comunicación con niños con TEA— recorrió un sinuoso camino para llegar hasta ahí. Acá, parte de ese trayecto.
Fabián Marquisio responde a las preguntas de Revista Domingo en su casa en Maldonado, donde reside desde hace más o menos tres lustros. Anduvo dando vueltas por muchas partes, pero una vez que estuvo ahí “haciendo temporada”, le gustó tanto que se fue quedando. Ahora, dice, es difícil que vaya a algún lugar más o menos urbanizado por placer. Está cada vez menos citadino y si va a Montevideo es por compromiso.
Marquisio está actualmente muy identificado como el creador de Villazul, un proyecto musical que nació de una necesidad de comunicación con uno de sus tres hijos, Antonio. Como ya ha contado muchas veces, empezó a cantarle algo a su hijo, diagnosticado con un trastorno del espectro autista, como una manera de estimularlo y comunicarle lo que había que hacer, ya sea bañarse, vestirse o ordenar los juguetes. Al darse cuenta que su hijo respondía positivamente a esos estímulos musicales, transformó eso en un disco que salió en 2014.
“Es un antes y un después ese disco, porque va unido a otro ‘antes y después’ que fue el nacimiento de Antonio. Tuvo que ver con tratar de lograr un mejor nivel de vida para él, comunicarme con él. Y, también, en cierta manera fue para tratar de lidiar con el dolor tremendo dolor que te provoca un diagnóstico de ese tipo que al principio te provoca un dolor tremendo”.
Al principio se trataba de canciones más o menos improvisadas, en donde la rima era importante. Pero a medida que tanto él como la madre se dieron cuenta que algunas melodías, y algunas formas de intepretarlas, “funcionaban” mejor en la comunicación con Antonio, empezó a avizorarse algo con una forma más abarcadora, y con mayor estructura. Todo eso fue llevado a un disco y la respuesta a ese fue fenomenal. Tanto así que en un momento Marquisio empezó a sentir cierta resistencia ante la repercusión, cada vez mayor, que tenía Villazul. Música para crecer. En un momento, cuenta, se sintió en la necesidad de aclarar que no solo era un compositor e intéprete de música para niños o un portavoz de las reivindicaciones de personas con TEA.
Es que, como dice, Villazul fue un gran sacudón en su vida. No solo lo ayudó a comunicarse con su hijo y facilitarle a este el aprendizaje de muchas cosas, sino también que lo puso al propio Marquisio en un lugar que antes no conocía. “Cambió la percepción que la gente tenía de lo que yo hacía. Me puso en un lugar de portavoz de gente que no tenía un micrófono para poder contar sobre las experiencias de vivir con TEA, fue un disco que se editó en Argentina y en Chile, me llevó hasta Australia donde se lanzó una versión en inglés...”
En un momento, empezó a preguntarse a dónde iba su música, pero no pasó mucho tiempo antes de asumir todo ese proceso como una de las mejores cosas que le pasaron en la vida. “Si algún día alguien pregunta que ‘qué hace ese Marquisio’ y le responden ‘es el que hace música para niños con autismo’, a mí me encanta”.
—Te reconciliaste con esa idea.
—Claro. Luego del primer disco de Villazul saqué uno mío, digamos, El cuarto. E iba a hablar en una entrevista y eran tres oraciones de ese disco y luego era todo Villazul. Pero lo que pasó realmente sumó. Creo que ahí encontré el sentido de la música y el por qué de todo este peregrinaje.
Lo del peregrinaje puede interpretarse tanto metafórica como literalmente. Porque Marquisio sentó cabeza relativamente tarde en la vida. Incluso antes de ser mayor de edad, ya se había ido a vivir a Buenos Aires, donde se fue tras un amor adolescente. Se había enamorado de una argentina y habían logrado mantener el vínculo durante un tiempo mediante cartas. Pero cuando cumplió 17 no aguantó más la distancia y se mudó a Buenos Aires. El amor se fue disipando y la relación se terminó, pero él seguía viviendo en la gran ciudad, tocando en bares y boliches, siendo parte de un ambiente que él describe como muy efervescente. “Era en los 90, en la época de la convertibilidad. Iban muchos artistas a Argentina y todo era muy intenso”.
Tan intensa era Buenos Aires que en un momento empezó a resultarle un poco mucho a Marquisio. Además, se sumaba el dolor por la ruptura. “Caí en la profunidad de la noche tratando de olvidar”. Poco tiempo después, recuerda, lo llamó su madre. “Esa llamada la tengo muy presente en mi memoria. Era un domingo de mañana y me llamó al monoambiente donde yo vivía, que tenía teléfono de línea. Cuando empezamos a hablar, me empieza a contar de un asado, donde estaba toda mi familia, que me extrañaban y no sé qué. Ahí miro mi apartamento y era un espectáculo dantesco. En ese momento le dije: ‘Mamá, quiero volver’. A la semana, ya estaba de nuevo en Montevideo. Extrañaba la calidez, la lentitud de Uruguay”.
Pero tampoco es que se iba a quedar quieto mucho más. Luego de la experiencia en Buenos Aires, un día agarró una mochila y se fue a recorrer América Latina. Seis años estuvo dando vueltas por el continente, recogiendo experiencias y conociendo otros mundos, tanto urbanos como agrestes, que luego fueron a parar a un disco (“medio caótico”, lo define él), América feliz, publicado en 2007. “A medida que he ido creciendo, me doy cuenta que me voy alejando de a poco de la civilización”, dice entre risas.
Ahora que vive cerca de la naturaleza y tiene su propio estudio para tocar y grabar, la felicidad es casi palpable en sus palabras. No es que antes no lo fuera, aclara, pero la sensación es distinta. Tuvo que recorrer un largo camino para llegar hasta ahí y hacerlo como músico asumido, algo que no hizo hasta ser adulto. “Tenía la idea de que en algún momento iba a ‘ponerme a estudiar’ en la universidad, porque en algún momento sentí el deseo de estudiar para biólogo o veterinario, porque me encantan los animales. Un día, conversando entre copas con un amigo, le comenté eso, que en algún momento iba a entrar a facultad. Me miró y me dijo: ‘Nunca vas a entrar a facultad. Vos sos músico, todos te conocemos como músico’”.
Marquisio lo cuenta como un momento de claridad entre las brumas del alcohol, como un rayo de lucidez entre la ebriedad. “Ahí me di cuenta y empecé a verme a mí mismo como músico. Porque me costaba salir del placard (risas)”.
Curiosa reticencia cuando creció en un ambiente en el cual parecía estaba destinado a serlo. Es bisnieto de Juan Pedro López, un payador y poeta con obras que grabaron, por ejemplo, Carlos Gardel, Edmundo Rivero y Amalia de la Vega. Varios de los familiares de Marquisio son músicos también. Como dice él: “La música siempre estuvo en mi casa”.
Y en ese ambiente tenía algunos encontronazos con su padre, al que no le gustaba el rock. “A mi viejo le encantaba el folclore y el tango, pero era cerrado a otras músicas. Hacía el esfuerzo de escuchar rock, pero no le gustaba. Y discutíamos por eso. Yo le decía que lo que no le gustaba era el marco (la batería, la guitarra distorsionada) y que por eso se perdía de muy buenas canciones. Un día le hice escuchar Nothing Else Matters, de Metallica. No le gustó nada, obviamente. Entonces agarré e hice una versión de esa canción pero en versión zamba y la canté en español impostando la voz como un tanguero. ¡Le encantó! ‘¿Viste? ¿Te das cuenta que en realidad es el marco el que no te gusta?’”
De esas discusiones que tenía con su padre salió la idea del próximo disco de Marquisio, Décimas del interior, que saldrá en la primera mitad del año y que consta de versiones de temas como Sultans Of Swing (Dire Straits), pero versionados al mundo folclórico y tanguero. Y así como Villazul le permitió comunicarse con su hijo, el próximo álbum le permitirá un diálogo más conciliador y afectuoso que aquellas discusiones que tenía con su padre.
“Venezuela”, dice sobre el lugar que más lo impactó durante sus años de mochilero. “Ahí viví momentos alucinantes, sobre todo en el Amazonas venezolano y escalando la montaña Roraima con mi compañera, madre de mis hijos”, dice. Y agrega: “Uno de los esfuerzos más duros de nuestras vidas”.
El Seddon, en su antigua ubicación de 25 de mayo y Córdoba. Ahí solíamos tocar con muchos músicos del under porteño, mucho blues, mucho tango, mucha noche. Aprendí mucho y disfrute más”, cuenta a Revista Domingo sobre uno de sus lugares favoritos durante los años que vivió en Buenos Aires.
Una Gibson modelo Lucille. “Esa Lucille me la regalo Pappo en el 96, porque era mi guitarra favorita de toda la vida. En el 98 abrí el recital de BBKing en el Plaza y se la llevé para que me la firmara. Aún tiene estampada su firma. Con ella grabé todos mis discos y toqué en todos los conciertos. Es la única posesión material que adoro”.