Fabián Severo tras lanzar "Costuras": "El tiempo me mostró la riqueza de ser de la frontera"

El escritor artiguense, Premio Nacional de Literatura en 2017 por la novela "Viralata", charló con Domingo sobre su camino con la literatura y la música, y la reivindicación del portuñol y de la frontera en su obra.

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Fabian Severo
El escritor artiguense Fabián Severo.
Foto: gentileza

La vereda donde los niños juegan y las abuelas, tíos y vecinas se sientan a chusmear. Tardes de calor insoportable. Siestas obligatorias. Un tiempo que se detiene. El vaivén de un puente. La crudeza del hambre y la pobreza, pero también la belleza de un pedazo de tierra donde los límites geográficos, lingüísticos y culturales se desdibujan. Todo eso y más son retratos de una frontera que habita la literatura de Fabián Severo. El escritor que vive de la palabra porque “no tiene más remedio” y porque al dejar su Artigas natal, hace más de 20 años, se dio cuenta de que el portuñol, su lengua madre, era todo lo que tenía, todo lo que había traído.

Docente de Literatura y también coordinador de talleres de escritura, Severo escribió Noite nu Norte. Poemas en Portuñol (2010), por el cual recibió un Premio Morosoli en la categoría de Poesía; ganó el Premio Nacional de Literatura en 2017 por la novela Viralata y, en narrativa también publicó Sepultura (2020). Ahora su más reciente libro, Costuras, que trae 14 relatos, escritos entre 2017 y 2024 —algunos publicados en la prensa local y otros inéditos—, acaba de ganar una tercera edición. El escritor también está grabando la versión en audiolibro, que será lanzada este año. En él, vuelve a los paisajes de la frontera entre Brasil y Uruguay y hace un homenaje a las personas que le regalaron retazos de historias. Allí está, por ejemplo, “Vai Caí”, el cuento sobre la caída de un avión en 1978 en Artigas y el que considera su mejor escrito hasta hoy.

De su obra y de su camino con la literatura y la música, Severo charló con Domingo.

Costuras está dedicado a tu padre que, contás en la dedicatoria, te enseñó a leer y a escribir. No lo habías mencionado en tus libros anteriores. ¿Qué memorias tenés de ese vínculo y de las primeras cosas que te enseñó?

—En mi casa no había libros. Mi padre no había terminado la Primaria y mi madre cursó la Secundaria, pero dejó el primer año. No podían estudiar porque tenían que trabajar, entonces no había cultura de leer o de regalar libros. Pero mi padre, que era soldado en el cuartel militar, tenía una esperanza ciega de que la educación me iba a salvar. Entonces, cuando yo llegaba de la escuela, como buen militar, él me pedía que abriera la mochila, revisaba los cuadernos, se sentaba en una silla a tomar mate y me pedía que le leyera lo que había hecho. Todo lo que venía en mi cuaderno yo lo leía en voz alta. Si venía un cuento, leía el cuento, si venía un poema, leía el poema, y si leía mal, me lo corregía. Y me controlaba la escritura, que tuviera la letra derechita. Eso pasó año tras año. Entonces en mi casa no había libros, pero en mi escuela había una maestra que pegaba un poema en el cuaderno y ese poema viajaba a una casa donde un padre y una madre me mandaban a leer, y aunque no entendieran ese poema, la poesía entraba allí. Por eso siempre hablo de la importancia de los centros educativos. En mi casa la palabra de la maestra era sagrada.

Entrar a la literatura como un juego

A los 18 le dijeron que tenía que estudiar algo, se ganó una beca y se fue a Rivera para cursar profesorado. Se anotó en matemáticas porque, según le habían dicho, eran los profesores con más horas y mejores sueldos. Sin embargo, no demoró en entender que aquellos símbolos infinitos en un pizarrón no eran lo suyo.

“Hice dos semanas y para mí aquello era japonés. No entendía nada de nada. Me dijeron ‘vas a perder la beca’. Entonces pedí para cambiarme y cuando me preguntaron a qué me quería cambiar dije literatura como podría haber dicho sociología o filosofía o química. No lo tenía claro. La mayoría de mis compañeros de clase querían ser escritores, poetas, por eso se habían anotado en literatura. Y todos andaban con unas libretitas y escribían versos y se juntaban a leer poemas. Yo, para no quedar afuera del grupo, digo ‘bueno, a ver cómo es esto’. Y empecé, como jugando, a escribir poemas, sin ninguna pretensión de nada. Así fue mi entrada a la literatura, no es triunfal ni es como entraron otros grandes escritores (se ríe)”.

El camino empezó como un juego, pero luego llegaron dos puntos de inflexión que le acercaron a la certeza de la literatura como alimento y destino. El primero fue escuchar al músico artiguense Ernesto Díaz cantar en portuñol en una velada, allá por el 2005. “Cuando lo escuché cantar ‘son los oreia, viven de bolo, nunca fueron a la escuela, aprenden solo’, me dije ‘ah, entonces se puede hacer arte con las palabras de nuestras abuelas y madres, con las palabras de la calle’”.

Lo otro, rememora, fue leer Gran Sertón: Veredas (1956), de João Guimarães Rosa, un regalo que una amiga le trajo de San Pablo. “No lo leí, lo devoré, y lo fui marcando entero. Cuando terminé me pregunté ‘¿esto se puede hacer?’ O sea, ¿se puede escribir así libremente jugando con las palabras, creando imágenes poéticas, rompiendo cualquier forma, inventando expresiones? Ah, bueno. Si esto se puede hacer, a mí me gustaría hacer eso”.

Desde entonces, y aunque no hubiera leído a otros autores en portuñol, Severo fue cultivando una certeza: si quisiera escribir “mãe” o “main”, para referirse a madre, estaba bien, lo podía y lo iba a hacer.

Fue así que en 2010 sacó su primer libro, Noite Nu Norte, en el cual está el “Poema 34”, que años después sería publicado en la prestigiosa revista estadounidense The New Yorker. La primera edición fue de autor, y logró sacarla con el préstamo de una amiga.

“Yo no era consciente de lo que iba a pasar, solo recordé una anécdota familiar, esa anécdota se transformó en un texto, en otro texto, y en otro texto. Era medio inconsciente. No sé si lo haría de nuevo”.

—¿Por qué no?

—No lo sé, no sabía en lo que me estaba metiendo (se ríe). Hoy me va bárbaro, no me puedo quejar, a mí la literatura me divierte. Me gusta conversar con la gente sobre los libros, me encanta leer y que sea totalmente descontracturado, de la misma forma que nos sentábamos allá en Artigas a conversar. A mí me gusta la idea de una literatura en la vereda. Conversar lejos de toda la pompa, el lobby y esa cosa que marea un poco. Tengo la suerte de que como vivo en Atlántida y estoy medio encerrado acá, estoy un poco lejos de determinado mareo literario.

—Has contado en algunas oportunidades que el prejuicio lingüístico no lo viviste en Montevideo, sino en la frontera mismo. ¿Cómo trabajaste tu subjetividad para no estar a la defensiva con el señalamiento del otro sobre tu forma de hablar y escribir?

—La discriminación lingüística la sentí de los propios fronterizos que niegan la frontera. “¿Por qué hablas así? ¿Por qué tienes ese cantito? ¿Por qué te comes las S? Y bueno, hablo así porque soy de un lugar y en ese lugar hablan así. Cuando me vengo a Montevideo ya estaba en la defensiva, no había estudiado todo lo que habían estudiado los de acá, no sabía todo lo que saben los de acá, entonces medio que no quería hablar mucho. Pero de a poco me di cuenta que Montevideo no era mi lugar, que yo no era de Montevideo. Que lo único que me había traído eran las palabras. Lo único que tenía que me conectaba con la frontera eran las palabras. Entendí que no sabía muchas cosas que sabía la gente de Montevideo, pero yo sabía un montón de cosas que los montevideanos no sabían. De Artigas, de la frontera, de Brasil, de la música de Brasil, del cine de Brasil, de la historia de Brasil. Entonces fue como un descubrimiento, el tiempo me mostró la riqueza que yo tenía por haber nacido en esa región, en ese lugar. Ahora lo defiendo pero hay mucha gente que tiene esa cuestión todavía de "no te des cuenta que no soy de acá”.

La música, otro juego

Hace unos años, junto a Ernesto Díaz, comenzó a tejer textos y canciones y a llevar la poética de la frontera a varios departamentos del país. En estas instancias, la oralidad que Severo aprendió de chico, en la vereda, a través de la radiografía que se hacen los vecinos en las charlas cotidianas, la lleva al escenario y, muchas veces, es allí donde el texto gana vida.

De esta sinergia entre música y poesía nació De norte a sur, el disco que lanzará junto al músico montevideano Diego Kuropa, otro de sus amigos, este mes de abril. Ya se pueden escuchar dos adelantos disponibles en Spotify.

Fabian Severo
Este mes de abril se lanza "De Norte a Sur", fruto de su trabajo junto al músico Diego Kuropa.
Foto: gentileza

“Me encanta ir al teatro y poner voz a los textos, me encanta ver la reacción de la gente. Incluso muchos textos de Costura, los medí primero con público, esa cuestión de ir viendo qué rinde, qué no rinde. Me encanta hacer eso y para mí es una alegría y una suerte que músicos amigos me acerquen a su mundo”, comparte.

Este año se cumplen 10 años de que se publicó Viralata que, además del Premio Nacional de Literatura, ha sido llevada al teatro. Vos siempre decís en tus entrevistas que no analizás ni tu obra, ni la repercusión que logra tener. Pero, ¿percibís que ella impactó en el reconocimiento y la valoración del portuñol en Uruguay?

—Es muy aburrido analizar lo que uno hace. Pero el otro día me encontré con un escritor que quiero mucho y admiro, y me dijo “es como si vos hicieras visible para el resto de Uruguay una cultura o una forma de hablar que existía pero que muchos no la veíamos. Me parece que esa es tu función, Fabián”. Y también me dijo que “Vai caí”, para él, es el cuento que define mi escritura, y me quedé contento. No es que uno escriba para que le digan estas cosas, pero de vez en cuando está lindo que alguien nos dé un mimo, ¿no? (se ríe). Trato de ser lo más libre posible a la hora de escribir, sin cuestiones morales, ni lingüísticas. Soy de la frontera, de allá y de acá, de Brasil y de Uruguay y a mí no me digas que elija una cosa o la otra. A mí dame todo. Laura (esposa) me dice, ‘tu función, Fabián, es que se conozca la frontera’. Y yo de vez en cuando recibo unos mensajes de estudiosos en Canadá, Bélgica, o Suiza que leyeron Viralata o Sepultura y vinieron a estudiar el portuñol y me pasan fotos estando en Artigas. Entonces me gusta pensar que capaz lo que yo escribo puede aportar para hacer visible una región que no sale en los libros ni en las películas. Si lo que yo escribí pudiera aportar en ese sentido, ya me siento contento.

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