Durante mucho tiempo se lo conoció como “el guionista de Gasalla”. No era para menos, fueron trece años escribiendo para quien Fernando Schmidt (58 años) considera que fue y sigue siendo “el comediante de habla hispana más importante”.
Recuerda claramente cómo llegó al capocómico. Ya hacía un año que trabajaba para el programa humorístico Plop (Canal 12) cuando fue a ver a La Casa del Teatro Mamita querida, obra de Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. En el público estaba Antonio Gasalla y Fernando se acercó a expresarle su admiración, contarle que escribía para carnaval y TV, y pedirle permiso para mandarle ejemplos de sus trabajos. Gasalla le respondió que se los enviara a ATC, canal en el que trabaja en ese entonces (1993).
“Le mandé el material, lo leyó, conseguí su teléfono y lo acosé”, dice entre risas sobre lo ocurrido en una época en la que había que “hablar por teléfono”. Gasalla le explicó que no era lo que él precisaba, pero como le veía potencial quería tener una reunión con él en su casa. Fernando se fue a Buenos Aires y allí recibió unos VHS con programas del cómico y el encargo de que escribiera para la Maestra y Cacho, un productor de TV chanta.
El siguiente encuentro que tuvieron fue en ATC, en plenas grabaciones de El palacio de la risa en las que, para sorpresa de Fernando, la Maestra apareció actuando sus guiones. “Me sorprendí totalmente porque no habíamos negociado nada. Él descontaba que mi aceptación era tal y lo fue absolutamente”, comenta riendo.
De ahí en más estuvo presente en todos los guiones del argentino, ya fuera en solitario, en dupla con él o formando parte de un pool autoral. “Excepto su gran suceso histórico, Más respeto que soy tu madre de Hernán Casciari, que me hubiera cambiado la vida, estuve en todos los demás espectáculos”, apunta haciendo referencia a que también puso su firma en las obras de teatro.
Fueron años de envíos por correo expres y más tarde por fax, corriendo de su casa a un locutorio de Antel y de ahí a su casa para llamar a Gasalla y confirmar la llegada del material. A veces el papel no se leía y había que repetir la operación. Todo eso hasta que se compró su propio fax y luego llegó la revolución tecnológica del correo electrónico.
Nunca fue necesario que viviera en Argentina, si lo hizo durante unos meses fue por El visitante, una película que escribió junto a Axel Nacher protagonizada por Julio Chávez con Diego Olivera como director. “Me hizo creer que me iba a quedar más tiempo, pero no me adapté”, apunta.
Pero la “fama” de Fernando no nació con Gasalla. Ya era conocido en su tierra, nada más que en un rol que no suele ser muy visible, como el de escritor de guiones.
En realidad quería ser relator de fútbol. Cursó dos años en la Facultad de Psicología, abandonó y fue a probar suerte en las transmisiones deportivas de CX 30, comandadas por Néstor Moreno Mederos.
“Hacía lo que se llamaba ‘canchas chicas’, pero como era muy desastroso como analista deportivo, ponía algún tipo de condimento para tratar de justificar mi presencia. Eso me lo celebraba mucho Moreno, entonces me puso a hacer intervenciones humorísticas en la previa y el cierre”, recuerda.
Allí lo escuchó Horacio Rubino, que había escrito para el primer año de carnaval de humoristas Los Bubby’s y, como no iba a escribir para el segundo, se lo propuso a él. “Les hice una humorada y les fue muy bien”, acota sobre lo que significó su ingreso a la fiesta de Momo.
Fue como volver un poco a su niñez. “El carnaval fue la primera expresión cultural con la que tuve algún acercamiento en mi infancia. En mi casa no veíamos cine ni éramos una familia de ir al teatro, pero sí iba al tablado con mis padres y mis dos hermanos. Era una salida que disfrutaba enormemente”, cuenta. Con esa misma ilusión comenzó a libretar para distintos conjuntos, pero el vínculo se fue erosionando cuando el carnaval cambió su propuesta y se volvió más competitivo y con la mira en lo que el receptor demanda, en ser “el bufón del rey”, define Fernando.
“Cuando dejó de ilusionarme preferí no transitarlo más y encontré otros sitios donde me permito ser más yo”, explica quien volvió a escribir cosas puntuales, pero ya encarándolo como un trabajo que le daba dinero.
Esos otros espacios de libertad a los que hace alusión están liderados por el teatro, el lugar para el que más disfruta escribir. Llegó por la puerta del carnaval, donde conoció a Franklin Rodríguez y juntos se lanzaron a hacer presentaciones en un pub que había en la calle Berro, en Pocitos. Como era una casa adaptada, era muy limitado lo que se podía hacer para no molestar a los vecinos. Además, tenía muy poca convocatoria y el público se repetía, lo que obligaba a los humoristas a cambiar el repertorio sábado a sábado. Generaron tanto material que, cuando el pub cerró, decidieron armar la obra El humor en los tiempos del cólera, que presentaron en el teatro La Gaviota. “Anduvo muy bien. A partir de esa obra me convocaron a escribir para Plop y ahí empezó todo”, apunta.
“Todo” es esa mezcla de guiones para teatro, cine —es autor de los largos El visitante, Terapias alternativas, El Arca, Hermanos y Un viaje soñado— y televisión que pasaron a ser parte de su diario vivir. En la pantalla chica hizo infinidad de cosas, tanto en Argentina como en Uruguay. Además de para Gasalla, escribió para Guillermo Francella y para Susana Giménez, por nombrar algunos. Gracias a Tiempo final incursionó en el suspenso. “Eran unitarios que hacía Sebastián Borensztein, que ahora está viviendo en Uruguay y con el que queremos hacer algo juntos”, anuncia.
Claudio Villarruel lo convocó para que escribiera una sitcom que produjo Marcelo Tinelli. “La protagonizó Víctor Laplace y se hizo con calidad final. Pero la evaluaron, era costosa y no colmaba las expectativas comerciales, así que nunca salió”, cuenta.
En Uruguay escribió para La oveja negra (Ruben Rada), Sonríe, te estamos grabando y La culpa es nuestra, entre muchos otros. Quizás lo que más lo marcó fue su labor en Consentidas. “Fueron muchos años, una experiencia muy linda en un programa diferente. Tenía un proceso singular porque si bien yo escribía, había un equipo muy activo con las conductoras integradas a la producción donde se discutía todo lo que pasaba por el programa y eso lo enriquecía. Tenía una excelente productora como María Estela Moreno”, destaca.
Actualmente trabaja en La culpa es de Colón, guionando a Maxi De la Cruz y lo que le pida el resto de los comediantes, y en Algo que decir, siendo responsable del guion artístico. También escribe las intervenciones de Álvaro Navia en Polémica en el bar y de Luis Orpi en La peluquería.
Lo que más sorprende de los últimos años fue lo que consiguió con Radojka, que escribió junto a su actual socio autoral Christian Ibarzabal. La obra se estrenó como una más en Uruguay con Victoria Rodríguez y Adriana Da Silva en 2016, pero fue a partir de la iniciativa de Diego Rinaldi de hacerla en Argentina en pandemia (ya va por el tercer elenco), que saltó a una cantidad impresionante de países: Chile, Colombia, España, Perú, Costa Rica, República Dominicana, México, Estados Unidos (en el Teatro Repertorio Español de Nueva York) y Panamá. Este año se estrena en Miami y Puerto Rico, y en 2024 en Paraguay, Brasil e Italia. Además ha ganado premios como el Estrella de Mar y el Carlos.
También admite haber aprendido de los fracasos, tan inexplicables como los éxitos. “Con la misma fórmula que hacés algo que funciona, hacés algo que la gente no elige”, afirma.
Fernando es padre de mellizas de 20 años y de un varón de 14: Julieta hace stand up, Eugenia toca el piano, y Santiago toca la trompeta y quiere ser abogado. Su esposa Eliana, si bien es terapeuta familiar, también escribe y a veces comparten trabajos. Un año fue la autora del musical presentación de Susana Giménez.
“A mí me gusta la escritura efímera”, alega Fernando al confesar que cuando relee sus obras no le gustan, entonces no lo tienta escribir un libro porque es algo que va a perdurar. Prefiere el teatro, porque escribe lo que quiere, que la TV, donde manda el gusto del receptor. Consultado si estos tiempos de corrección política hacen más difícil la escritura del humor, responde que no. “Es justamente al revés porque el humor supone transgresión y liberación. Cuanto más limitaciones existan, más sencillo será transgredir. El humor es un punto de vista que tiene la particularidad de ser definido por el receptor. No es el humorista quien decide su efectividad”, sentencia.