El PERSONAJE
Ha sido el médico forense de mayor prestigio de Uruguay y ha contribuido, con sus expertas pericias, a esclarecer algunos de los casos criminales más sonados del país.
Su profesión fue la de “hacer hablar a los muertos”. No es un médium ni nada que se le parezca. Es un hombre de ciencia. Y aunque hoy esté retirado, se lo sigue considerando una autoridad en la materia. De sonrisa afable, hablar pausado, piel tostada por el sol y una melena blanca que le otorga cierto aire bohemio, Guido Berro (66) ya no ejerce como médico forense (o “médico legista” como prefiere ser llamado), pero sigue siendo un apasionado de la disciplina.
Berro fue por años el director del Departamento de Medicina Legal del Instituto Técnico Forense, y jefe de la Morgue Judicial. A lo largo de su carrera, sus dictámenes fueron decisivos en sonados casos criminales. Recuerda cada detalle o indicio que, en su momento, lo condujeron a una conclusión. Puede olvidar un apellido, pero difícilmente la prueba que encontró durante un examen forense. “A mí me encantaba reflexionar a través de las lesiones, conjeturar qué había pasado”, asegura.
La búsqueda de la verdad lo desveló desde los tiempos de estudiante. En la escena del crimen, Berro era un observador meticuloso: la comprensión de las causas de una muerte violenta requieren de bastante más que el mero examen de un cadáver. A menudo, los indicios hallados en el lugar pueden ser tanto o más importantes para un esclarecimiento.
“Había un viejo profesor de Lyon, Francia, (Alexandre) Lacassagne, que decía que las dos terceras partes de la investigación de un crimen se esclarecía en el lugar del hecho, y reservaba sólo un tercio para la autopsia”, cita Berro.
¿Pero de dónde viene su pasión por la medicina legal y la criminología? Él está convencido de que hay algo de predestinación familiar en ello.
Antepasados
La raíz vasca de su apellido se origina, nada menos, que en Pedro Francisco Berro, el ilustre constituyente de 1830. Su hijo Bernardo Prudencio Berro, un hombre de letras tempranamente vinculado al Partido Nacional, fue presidente entre 1860 y 1864.
“Yo soy la quinta o sexta generación de los Berro en Uruguay”, dice el médico.
“Me gustaba mucho la medicina, pero mi familia estaba muy marcada por la abogacía. Papá fue abogado, fiscal de Corte; mi hermana mayor, Graciela, es abogada; mi hermano Aureliano es abogado y mi otro hermano, ya fallecido, fue abogado del Banco Central”, enumera.
Él quiso romper los esquemas familiares y se dedicó a la Medicina. Sin embargo, cuando comenzaba los estudios en facultad consiguió un puesto en el Poder Judicial. Ingresó en 1973, el año del golpe de Estado, aunque debido a un accidente de moto no pudo tomar funciones de inmediato. Cuando finalmente pudo hacerlo lo asignaron a un Juzgado de Menores (hoy Juzgado de Adolescentes) como oficial de quinto grado. “El oficial hacía de todo un poco, sobre todo en la baranda atendiendo al público, en particular en la parte civil de Menores”, recuerda.
Una jueza descubrió que el joven funcionario era rápido escribiendo a máquina “con dos dedos” y que tenía muy pocas faltas de ortografía. Así que pronto le encargó la transcripción de sentencias. En poco tiempo, Berro había conseguido familiarizarse con los laberintos de la Justicia, mientras estudiaba para médico.
Un par de años después, gracias a un compañero de facultad, logró una vacante en el Instituto Técnico Forense como administrativo. Aquello fue definitivo y definitorio para su futuro. “Ahí me empecé a apasionar por la Medicina Legal en general. Quizás un poco más por la psiquiatría forense”, cuenta Berro. De hecho, estudió psiquiatría durante poco más de un año antes de optar definitivamente por la especialidad de médico legal.
Se recibió de doctor en medicina en 1979 y en 1982 obtuvo el título de médico legal. Había una vacante para médico autopsista en el instituto y tres postulantes entre los profesionales que estudiaban el posgrado. Berro fue el primero en obtener el título, por lo que en poco tiempo fue designado como médico del ITF y así comenzó formalmente su carrera. También la de docente, su otra vocación y que mantiene viva hasta ahora.
Además de autopsias, Berro siguió su trabajo como ayudante en la clínica forense. Allí, el trabajo gira en torno a las víctimas para constatar lesiones, la mayoría de los casos por agresiones sexuales.
Una de las mayores preocupaciones de Berro siempre fue el trabajo en la escena del crimen. Está convencido de que es clave para el exitoso esclarecimiento de un caso y es donde, cree, todavía existen problemas.
—¿Cuánto le ha costado hacer comprender la necesidad de preservar la escena del crimen?
—Muchísimo. No sé si hoy todavía no sigue costando. Pienso que sí. Hay cosas que si no fueran lamentables serían jocosas. Atrás de la franja amarilla que dice ‘No pasar’ había más gente adentro que afuera (ríe). Tengo casos donde estaban Bomberos, Prefectura, Policía Ejecutiva, Policía Caminera, Policía Científica, Poder Judicial, alguaciles, actuarios, secretarios, jueces, fiscales y todos caminando, opinando. A pesar de todo eso, es apasionante armar buenos planes de trabajo, guías de investigación, trabajar bien en criminalística y en combinación con el Poder Judicial, que ahora sería con la Fiscalía. Hay un gran campo para seguir trabajando que tiene que ver con los peritos oficiales, porque en realidad con el nuevo Código los forenses convocados por el fiscal son peritos de la Fiscalía, y el abogado defensor podría llevar sus propios peritos. En mi época, cuando estaba en ejercicio, éramos peritos del juez.
La importancia de lo señalado por Berro ha quedado de manifiesto en algunos sonados casos que aún permanecen sin aclarar. Tal vez uno de los más emblemáticos es el de la adolescente argentina Lola Chomnalez, que permanece irresuelto. Para ese caso, Berro fue convocado, precisamente, como perito de parte a instancias del abogado representante de la familia de la jovencita, Jorge Barrera.
“Yo hice un informe bastante 'perfilador', porque viendo las lesiones me parecía que podía haber sido la víctima atacada por una persona de no demasiada fuerza, tal vez de sexo femenino”, recuerda Berro. De todos modos no quiere abundar en el tema dado que, precisamente, el caso aún está abierto.
Debido a las dificultades que hubo para preservar debidamente la escena del hecho está convencido de que han incidido en la falta de esclarecimiento.
Berro también observa con cierta preocupación el trabajo de sus colegas con el pronunciado aumento de los homicidios registrado el último año.
“Si ya estábamos casi desbordados antes, ¡cómo estarán ahora! Todo tipo de problemas, primero el de recursos, que ha sido bastante puesto de manifiesto por la Asociación de Médicos Forenses, morgues que no están en condiciones, falta de personal, falta de instrumental, falta de tecnología, falta de tiempo, problemas de dedicación porque casi todos los médicos tienen otro trabajo por el problema de remuneración. Lo veo muy complicado. Eso puede llevar -ojalá que no- a pericias hechas muy rápido y con dudosos resultados, lamentablemente”, reflexiona.
Escucha algunas noticias con enorme preocupación, como la del caso en el que el forense no pudo hallar el proyectil en el cuerpo de la víctima, por no contar con un técnico radiólogo que lo asistiera. “La búsqueda de la prueba es fundamental. No se puede entregar un cuerpo si no se halló la prueba”, afirma Berro. Como consecuencia, en ese caso el juez actuante debió liberar al sospechoso por no contar con la prueba clave. “Nadie queda en paz si no se sabe la verdad”, sentencia.
Guido Berro vive su retiro con una mezcla de alivio e insaciable curiosidad. A veces se sueña de vuelta ante la mesa de autopsias, pero no es una pesadilla, es un problema que requiere una solución. “No sé si es nostalgia o solo vejez”, dice con una sonrisa.
Un indicio revelador
Como médico forense Guido Berro tuvo un papel clave en varios sonados casos. El de Pablo Goncálvez fue uno de ellos. El primer asesino serial de la historia criminal uruguaya fue apresado en 1992 luego de cometer los asesinatos de Ana Luisa Miller, Andrea Castro y María Victoria Williams. Luego de ser capturado durante los interrogatorios policiales Goncálvez confesó con lujo de detalles. Pero al comparecer ante el juez William Corujo negó todo. La reconstrucción de los crímenes fue vital para esclarecer el caso ante la negativa cerrada de Goncálvez. Y Berro tuvo un papel crucial en ello. Durante la recreación del homicidio de Andrea Castro, el homicida había relatado a los detectives cómo había ocultado el cuerpo en su casa y luego lo había trasladado hasta las arenas de Punta del Este para dejarlo allí. Berro simuló cargar el cuerpo y cuando tuvo que tratar de introducirlo en la caja del auto se ayudó con la rodilla. El juez estaba atento a los detalles y congeló la acción para ordenar una foto de la misma. “Yo no sabía, pero cuando había declarado en la Policía, el oficial le pregunta: ‘¿Pero cómo hizo para meterla en el baúl?’. ‘Me ayudé con la rodilla’, dijo él”, recuerda Berro. Un indicio revelador.
Sus cosas
Cuando tiene tiempo libre, se dedica a trabajar con sus manos. Le gusta la carpintería, pero también todos los arreglos en su casa de veraneo: albañilería, construcción, jardinería. Una actividad que suele compartir con alguno de sus cuatro hijos, o que hace por su cuenta mientras disfruta el retiro.
“De los siete días de la semana estoy cuatro allá”, confiesa. Durante todo el año vive en Pocitos, pero en verano busca refugio en su casa del balneario cercano a Piriápolis, al que él considera como “su lugar en el mundo”. Ahora está terminando de reconstruir el piso del parrillero.
Es un apasionado lector de historia, sobre todo la nacional. Y ha encontrado la mezcla perfecta como afición: la autopsia histórica. Valiéndose de sus conocimientos Berro ha estudiado las autopsias de varios personajes célebres: Máximo Santos, Juan Idiarte Borda, Eugenio Garzón, Delmira Agustini y su esposo.