Gabriel Rolón y el arte de prestar el oído

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Lleva vendidos más de un millón y medio de libros.
Nota a Gabriel Rolon, escritor, psicologo, musico y actor argentino, en el Hotel Dazzler Montevideo, ND 20191209, foto Fernando Ponzetto - Archivo El Pais
Fernando Ponzetto/Archivo El Pais

NOMBRES

El multifacético Gabriel Rolón ganó fama mundial por sus libros sobre psicoanálisis. Da conferencias, estuvo en radio, televisión, y hace teatro.

La primera y única vez queGabriel Rolón lloró arriba de un escenario fue cuando lo nombraron visitante ilustre de la ciudad de Mar del Plata. Las lágrimas tenían un por qué y no eran solo suyas. Ese llanto escondía agradecimiento y nostalgia a ese lugar donde él, y sobre todo sus padres, amaron la vida.

Un aluvión de recuerdos vinculados a su familia le inundaron la mente en pocos segundos y viajó en el tiempo hacia la ilusión en los ojos de sus padres la vez que lo llevaron a conocer el mar cuando tenía 5 años, las sucesivas y disfrutables vacaciones en Mar del Plata, y el semestre que se instaló allá luego de que su padre sufriera un infarto en esas playas.

En ese instante fugaz volvió a conectar con esa decisión “drástica y molesta” que tomaron sus padres y el psicoanalista y escritor respetó: las cenizas de su padre, fallecido en 1998, esperan para ser mezcladas con las de su esposa y fiel compañera, que también quiere ser cremada, y juntas serán esparcidas en Punta Iglesias, el lugar donde los padres de Rolón fueron más felices. Así que para él, visitar Mar del Plata es reencontrarse con su viejo y volver a tenerlo por un ratito.

El hombre cuyos libros se convierten enbestsellers apenas se publican y que se dio el lujo de conducir junto a Alejandro Dolina el clásico del dial La venganza será terrible durante 14 años es amo y señor del escenario. Su vocación no era ser psicólogo sino artista. A los 3 años le pidió a sus padres que lo mandaran a aprender música y le hicieron caso: estudió guitarra, piano, teatro y composición. “El lugar exacto donde se combinan todas mis pasiones es el teatro: actuó, compongo, hablo de psicoanálisis y a veces expongo casos clínicos”, dijo en entrevista con Infobae.

Desde el inconsciente

El romance de Rolón con la psicología se parece mucho a esas masas que uno deja leudar para lograr una consistencia perfecta y un sabor exquisito. Al igual que en la cocina, descubrir esos talentos y dones ocultos, a veces, exige respetar los tiempos, dejar reposar y tener mucha paciencia.

La ficha le cayó con 27 años, mientras daba clases de música en un liceo. Era el profesor piola al que todos acudían para contarle sus problemas. Estaba más preocupado por solucionar la vida de sus alumnos que por su rendimiento académico. Si los veía tristes se acercaba para intentar ayudarlos. Así se fue dando cuenta de que le gustaba más escucharlos que enseñarles. Abandonó la docencia, dejó de estudiar profesorado de matemática y se inscribió en la Universidad de Buenos Aires para hacer psicología.

Él dice que no hubiera sido psicólogo si no existiera el psicoanálisis. La fascinación de Rolón con la disciplina creada por Sigmund Freud se remonta a la adolescencia. Tenía 14 años, se había mudado a un barrio donde no conocía a nadie, no tenía amigos y dedicaba fines de semanas enteros a la lectura mientras paseaba en tren y subte. En esos viajes sin rumbo descubrió al médico creador del psicoanálisis, aunque el ‘bichito’ de la escucha y la contención está latente en él desde que tiene uso de razón. Aunque no lo supiera.

El padre de Rolón llevaba la amargura impregnada en los ojos y en el alma. Ese albañil que leía a Tolstói había tenido una infancia muy dura. Era el mayor de sus hermanos y su madre optó por internarlo en un orfanato porque no tenía cómo mantenerlo. Se refugió en la lectura para transitar esa década eterna en el sombrío lugar. Años después, le inculcó a su hijo el amor por los libros, le transmitió la empatía por el otro, saber considerar la soledad y el dolor ajeno.

Él aprendió la lección al pie de la letra, aunque lo haya materializado con casi 30 años, y le haya llevado otro tiempito percatarse del significado que traía escondida la elección de su profesión.

“Las tristezas de la infancia dejan marcas que no se borran nunca de tu rostro. Entonces yo estaba acostumbrado a estar cerca de la tristeza y querer hacer algo por las personas que están tristes”, dijo quien apenas le dieron el título de psicólogo se fue hasta la obra donde su padre era capataz a dedicárselo. “Esto es para vos, papá”, le gritó desde el taxi. Y con el pecho inflado, el hombre se lo presentó a los obreros que lo rodeaban: “Este es mi hijo el doctor”.

El mediático

Era tal el sentido de pertenencia de Rolón con su facultad que después de recibido mantuvo la rutina de ir al centro de estudiantes una vez por semana a comer esa pastaflora que tanto le gustaba. Hasta que un día empezó a identificar miradas que lo perturbaban y lo hacían sentir a disgusto: ¿qué hace este tipo que sale en televisión?, se preguntaban estudiantes y profesores.

Lo shockeó tanto que abordó el tema con su analista: “Mis colegas piensan que soy un chanta”, le confesó. Dar los primeros pasos en la clínica no fueron fáciles para él: sus pacientes estaban más interesados por saber qué tal era Dolina que en sus habilidades profesionales.

“Me lo cuestioné mucho, sabía que por entrar a la televisión me podía pasar eso pero me gustaba. Si hubiera imitado a Sandro en Showmatch no me lo hubieran perdonado pero Dolina tiene un halo cultural que te protege”, reconoció en una entrevista que le hizo Roberto Moldavsky.

Le costó sacarse de encima ese mote de superficialidad e incredulidad que trae implícito ser mediático, pero su éxito editorial le allanó el camino y demostró que no era solo un bufón. Un día recibió una llamada de un ex profesor que había sido muy crítico con él: “De 10 pacientes que me llegan, siete me dicen que se acercaron al psicoanálisis por Historias de Diván: vos le hacés bien al psicoanálisis, me dijo. Me pidió disculpas y me ofreció su cátedra para dar una masterclass”.

Analista y persona

Hizo terapia por 30 años y aunque está de alta tiene un lugar de referencia donde pasar a hacer “chapa y pintura”. A veces siente culpa por su analista por ser un paciente muy aburrido. Se lo atribuye a su esencia demasiado “pensante”. Y se explaya: “Como no soy ingenuo porque hace años que estoy en esto, mi pensamiento se adelanta, me va frenando los lapsus antes de que ocurran y los corrijo”.

Cuando empezó en el psicoanálisis anotaba todo lo que le decían los pacientes. Un día abandonó la libretita porque se dio cuenta de que por tanto sacar apuntes dejaba de prestar atención a su interlocutor y así se perdía la esencia de la terapia: escuchar al otro.

Según Rolón, la relación psicólogo-paciente se basa en la verdad. Y es un fundamentalista de la sinceridad. Tanto que le ha dicho a sus pacientes: “Me cuesta escuchar las boludeces que decís”, “me aburro escuchándote” o “sos un pelotudo”.

Hoy, con 60 años y más de un millón y medio de libros vendidos, cumplió varios de los sueños que alguna vez tuvo.

Le va bien en el amor. Es muy compañero con su esposa Cynthia Wila, también escritora y psicoanalista: “Es la primera en leer mis libros y yo el primero en leer los suyos”. Tiene dos hijos que adora (Lucas y Malena) y una nieta para consentir en todo (Zoe). Es feliz.

“Amo mucho a la mujer con la que comparto mi vida. Amo mucho a mis hijos, tengo una nieta increíblemente bella, mi madre está viva y bien, mi hermana está bien. Tengo trabajo de lo que amo y vivo de él, recibo reconocimientos. Así que si yo no pudiera ser feliz con todo lo que me está pasando sería una prueba de que el psicoanálisis no sirve para nada”.

LECTURA

"La única muerte no es la física"

El último libro de Gabriel Rolón se titula El duelo (cuando el dolor se hace carne) y aborda un tema tabú: la muerte. Hablar de ella es sinónimo de transitar carriles oscuros, inhóspitos, inaccesibles y pesimistas. Pero a juzgar por el escritor y psicoanalista, “pensar en la muerte es un signo vital”. Está convencido de que si fuéramos inmortales accionaríamos mucho menos: “Todo lo que hacemos lo hacemos porque somos conscientes de nuestra finitud”, asevera. Y así como nadie puede eludir a la parca, tampoco podrá pasar por la vida sin hacer un duelo. Está presente desde el día uno: “Nacer implica un duelo porque significa dejar un estado para ir a buscar otro. Se ha hablado del trauma del nacimiento. Sabemos de la angustia de los chicos cuando dejan la teta. Son los primeros duelos, las primeras muertes. La única muerte no es la física”. En su ensayo, Rolón explica que enfrentamos un duelo cada vez que perdemos algo que amamos y tenemos la sensación de que es irremplazable: “Esa persona, esa patria, esa libertad, ese amor, ese deseo”, enumera. Esas pérdidas siempre nos agarran desprevenidos. Nunca estamos preparados para enfrentar un duelo: “Cuando ocurre todo se desmorona y por un tiempo nada tiene sentido. Algo se quiebra en nosotros, el mundo se derrumba y nos muestra su aspecto más cruel”.

Entre los bestsellers del autor figuran, Historias de diván, Los padecientes y Encuentros (el lado B del amor).

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