ANIVERSARIO
La Muñeca es para la familia Mega una herencia especial. Abuelo, hijo y nieto han mantenido esta tradición desde los años 70. Este Carnaval celebran el centenario atrasado por la pandemia.
Retrocedamos hasta febrero de 1981 para ubicarnos en las primeras filas del Jardín de las Comparsas. El tablado de José Mega, en el Buceo, estaba repleto de bote a bote. No cabía un alfiler. Hugo Sacco sabía que aunque tuviera colgado el cartel de localidades agotadas, había una silla especial reservada para Susana, que llegaba cada noche con su cuarto hijo recién nacido, José Eduardo Mega, en brazos a disfrutar del espectáculo y compartir con su suegro, su esposo Eduardo y toda su familia.
El hoy apodado “Pistola” lleva a Momo en su ADN. Nació rodeado de serpentinas y brillantina y creció a ritmo de marcha camión. Ese adolescente que en 1996 se sentaba al lado de Álvaro Navia en el ómnibus de La Gran Muñeca y ayudaba a Marcel Keoroglian en los cambios de vestuario de la murga que se consagró campeona ese año, hoy es “un señor joven pero con barba que saca la murga”, dice Navia a Revista Domingo, como antaño lo hicieron su abuelo y su padre.
Era obsesivo y meticuloso como utilero y ahora lo es como director responsable. No es amigo de los flashes, ni de sacarse cartel pero está en todos y cada mínimo detalle: el logo, los trajes, el maquillaje, la escenografía, arma los cuadros, consigue sponsors e incluso escribe, aunque no le guste que se diga.
“Es muy parecido al abuelo. José era de estar muy encima de las cosas: esto se hace así y asá. El Pistola como utilero era igual. Yo decía: ‘Este va a ser el futuro dueño de la murga, del tablado y de lo que quiera porque es igual al abuelo’”, confiesa Marcelo Pallarés, que integró La Gran Muñeca en los años 1995, 1996 y 1997, y luego en 2018, 2019 y 2020.
El Pistola es el motor que hace funcionar esta murga que se quedó sin festejar su centenario por la pandemia y que este febrero hará su celebración postergada. Repasamos historia y mojones de La Gran Muñeca con figuras de antaño, referentes actuales y amigos de la murga.
Sabremos cumplir
Hablar de La Gran Muñeca es trascender la murga y el Carnaval. Es hablar de la familia Mega y su magnetismo con el género y la fiesta de Momo. Es el Jardín de las Comparsas, es el barrio Buceo y tres generaciones que vibran con bombo, platillo y redoblante en las noches de febrero.
“La familia Mega sentía el Carnaval como pocas. Estaban todos involucrados y vibraban con el Carnaval desde que se levantaban hasta que se acostaban. José era como una especie de Dios Momo para el barrio regalando alegría cada febrero”, recuerda con nostalgia Carlos Iafigliola. El ex edil y diputado del Partido Nacional pasó su niñez en el Jardín de las Comparsas. El fondo de su casa daba a la parte de atrás del escenario, que en los años 60 se ubicaba en Propios y Avenida Italia, así que las pocas noches que no entraba como utilero de alguna murga, escuchaba y veía de refilón los conjuntos desde la ventana de su cuarto.
El Jardín de las Comparsas funcionaba gracias a un engranaje familiar bien aceitado. Todos tenían una función: José se encargaba de la programación, su esposa Magdalena de la boletería, su hijo Eduardo era el jefe de la platea y Carlitos, su otro hijo, era el responsable de la parte sonora. Así lo recuerda Hugo Sacco.
Daniel Mega (34), hijo menor de Eduardo Mega, era chiquito y prefería treparse al ómnibus de La Muñeca para hacer tablados con su traje diminuto hecho a medida. Pero alguna noche de febrero la pasaba acomodando sillas o armando la planilla para el bingo con su abuelo José.
La Gran Muñeca es para los Mega símbolo de unidad. Es el sitio donde confluyen abuelos, padres, hijos y nietos. “En verano no nos íbamos de vacaciones y pasábamos todas las noches en los ensayos de la murga. Yo no me perdía uno. Iba y venía con mi padre, era algo que me unía a él”, recuerda Daniel.
José Mega adquirió el título de La Gran Muñeca en la década de 1970 e intercaló la dirección responsable con su hijo Eduardo, hasta 1998. La murga estuvo una década sin salir y volvió a escena de la mano del Pistola, en 2008. “Mi hermano la quería sacar desde antes, quería ayudar a mi viejo y después de que él falleció, quiso seguir el legado. Tenía 27 años y era un desafío difícil agarrar un título así y hacerse cargo, pero alguien tenía que agarrar la posta y seguir”, cuenta Daniel a Revista Domingo.
Cada generación de Mega tuvo su sello. A La Muñeca de José la integraban veteranos consagrados: “Muy murga murga, con chistes de relajo en los cuplés”, según Keoroglian. Eduardo le cambió el rumbo, convocó a Pitufo Lombardo y le dio una lavada de cara con muy buenos resultados. “Invertía la cuarta parte que su padre pero tenía una cabeza más moderna”, agrega Keoroglian. El Pistola llegó con otra impronta y también logró triunfos. “Arrancó de abajo, con un estilo de murga joven. Hizo un caminito nuevo, fue súper original y rindió. Es un título de muchos años pero nadie la identifica como tradicional y eso es mérito del Pistola”, según Pallarés.
La gloria
La Gran Muñeca levantó cuatro copas (1931, 1992, 1996 y 2016) en sus 100 años de vida y las tres últimas fueron de la mano de la familia Mega.
El año 1992 quedó grabado en la retina de los carnavaleros por el cuplé del Alérgico. Álvaro Navia no recuerda la letra pero sí que iba vestido de blanco y que “los textos decían mucha cosa pero con una sonrisa”. Ese febrero hizo dupla con José Dorta y agradece su generosidad: “Él tenía mucha más experiencia que yo y me dijo: ‘Ese sketch es para vos’”.
Ese famosos cuplé protagonizado por Navia fue obra de Fernando Schmidt. Lo había escrito el año anterior para Diablos Verdes y no había prosperado “porque no les parecía ajustado al discurso de la murga de La Teja”, revela el letrista y autor de El Alérgico a Revista Domingo.
Y revela que el espectáculo de 1992 avivó una puja interna entre los Mega: “Eduardo estaba enamorado del espectáculo, mientras que su padre, don José, temía que hiciéramos descender a la murga, ya que por esos años había dos categorías. Uno decía ‘¡vamos a ganar!’ y el otro ‘¡vamos a bajar!’”. Finalmente, La Muñeca venció a Falta y Resto en un duro mano a mano y Eduardo ganó la pulseada.
Cuatro febreros después, Navia volvió a alzar un trofeo junto a los Mega. Esa vez, le tocó ser dirigido por Pitufo Lombardo y hacer dupla con Marcel Keoroglian. Se pusieron al jurado en el bolsillo con arreglos magistrales, un coro que despeinaba y unas puntas que quedaron en el repertorio murguero para siempre.
El medio tenía “algunas carencias”, reconoce Keoroglian, pero esa presentación a cargo de Pitufo con Bien de al lado, y la antológica retirada de Álvaro García titulada La gira mágica y misteriosa enamoraron al jurado y al público en cada tablado.
Los Mega apostaron todo en ese espectáculo y prepararon un despliegue digno de un primer premio: llevaron al Teatro de Verano ese camión mágico que nombraba la retirada y el cierre fue glorioso. La murga bajaba del escenario y en vez de ir rumbo al pedregullo, trepaba las canteras, se sentían bocinazos, se prendían las luces y los murguistas terminaban cantando bajito, casi susurrando, ese hermoso final arriba del camión.
“Ay pero si llegando a la esquina
de pronto el camión se hamaca
en esta ultima estrofa
la murga les promete
volvemos por ustedes
nos vamos a gozar…”
Y desaparecían entre globos coloridos que volaban al cielo dejando a todos perplejos. “La gente se miraba y no entendía nada. Alucinaban. ‘¿Qué hacen estos tipos?’, se preguntaban. Fue mágico, como todas las retiradas de Álvaro García”, rememora Diego Berardi, que integraba la cuerda de cantores ese 1996 y hoy es el director de La Muñeca.
La gira mágica y misteriosa ganó Mejor Retirada ese Carnaval, pero el premio mayor para Álvaro García fue la cantidad de gente que se acercó ese febrero para agradecerle la canción y su pluma magistral. “Nunca me había pasado algo así con una retirada. Movió alguna cuestión más profunda en la gente. Fue inolvidable”, comenta el letrista y ex director de la OPP.
Esa retirada era poesía y fantasía pura. El camión flotaba y sobrevolaba la ciudad. No se sabía quién lo conducía. El letrista recuerda que Magdalena, esposa de José Mega, le dijo una noche: “El conductor de ese camión es Dios”.
La competencia ese 1996 también fue súper reñida. Era un cabeza a cabeza con Arlequines, que ese año homenajeaba los 100 años del cine con un vestuario descomunal, un plantel lleno de figuras y una producción imponente. La Gran Muñeca tenía la magia y sello de Pitufo, dos cupleteros de elite, un saludo y una retirada que hicieron historia, un planteo moderno y un acertado cuplé sobre la TV cable.
Tenían mucho para ganar, pero el Carnaval, como la vida, está lleno de sorpresas, y más con un rival de esa talla.
La noche de fallos en el club Miramar se vivió con mucha expectativa y enorme incertidumbre. “Fue una locura, nadie pensaba que podíamos ganar”, confiesa Pallarés.
Keoroglian iba de un lado al otro sin poder disimular su estado de nervios. Ya no le quedaban uñas para saciar su ansiedad. Marcelo Semiglia, periodista de Carnaval, tenía buena data y se acercó para calmarlo: “Quedate tranquilo que ya ganaste”, le dijo. Pero el cupletero no descansó: le preguntó millones de veces a lo largo de la madrugada si era una certeza.
Navia era otro que estaba desesperado. Estuvo poco rato en el Miramar. Se la pasó dando vueltas por la manzana para aflojar. No probó un bocado del exquisito asado. Cuando el triunfo se confirmó, estaba a una cuadra del club. “Escuché de lejos que todos empezaron a gritar, vi que saltaban y dije ‘listo, ganamos’ y me abracé con Fernando Tetes, que estaba al lado mío”, recuerda emocionado.
La alegría va por barrios también en la fiesta de Momo y dos décadas después, les tocó volver a celebrar otro primer premio. La murga esperó los fallos ese 29 de febrero de 2016 en el club La Isla, a pasitos de la playa, y la fiesta en Malvín se extendió hasta la tarde de ese lunes bisiesto.
“Se sentía en el ambiente que la murga iba a matar. Hicimos más de 100 tablados y se reían con todo, aplaudían todo. Nunca había pasado tanta ebullición”, relata Pablo Riet, componente de La Muñeca desde 2008 a la actualidad.
La primera imagen que viene a su cabeza de ese imborrable 2016 es la cara de felicidad de esos más de 200 hinchas y amigos de la murga cantando la retirada a los gritos en La Isla con el sol asomándose en el horizonte y haciendo eco de lo que se entonaba en esa canción: “Porque hoy solo quiero hacer lo que se me cante hacer, cantarle al amanecer”.
Fiesta en el hogar
Este 2022 es distinto a todos y está cargado de emoción. La Gran Muñeca armó un plantel para celebrar su centenario y preparó un espectáculo redondo. “La murga está muy crítica, satírica, irónica, tiene risa y pasajes que te hacen pensar”, enumera Diego Berardi. El director retornó de España para sumarse a estos festejos. Igual que en 1996, fue Pitufo Lombardo quien lo convocó: “Lo habían llamado a él, pero no tenía tiempo. Él sabía que yo me quería volver, le dije que me interesaba, me contactó con el Pistola y se dio todo”.
Berardi está feliz de retornar al barrio que le dio tantas alegría y reencontrarse 26 años después con el Pistola, Daniel, sus hermanas y su mamá, que aunque no canten en la murga están siempre dando una mano, apoyando, acompañando, alentando. Bien de al lado. Siempre.
Dentro de la murga se sabe que la obsesión del Pistola trasciende el cuidado minucioso de los detalles artísticos y estéticos. A esta murga le importa tanto o más que un primer premio preservar el lindo ambiente, que todos se sientan parte de esta gran familia, que integren la suya, y que haya disfrute. Y seguir siendo fiel a su esencia.
Es que La Gran Muñeca es familia. Es tradición. Es legado. Es unión. Son amores y desamores, encuentros y desencuentros , peleas y reconciliaciones, como en toda familia numerosa que se quiere mucho y bien. Pero es, por encima de todo, el lugar al que deseas volver siempre para sentirte como en casa, ser vos y celebrar que la vida es un Carnaval.
"El jardín de las comparsas funcionaba como un relojito"
El Jardín de las Comparsas inundaba de alegría al barrio Buceo cada febrero. En una primera etapa, el tablado de José Mega se instaló en Propios y Avenida Italia, y tras el ensanche de ambos bulevares se mudó a Hugo Antuña y Anzani. Más tarde se trasladó a Propios y Presidente Oribe y en la última fase funcionó en la Costa de Oro. Era el lugar de reunión para los vecinos y venía gente incluso de los balnearios: cada noche se vendían más de 1.200 localidades. Y si había festivales se llenaba. La noche de mayor convocatoria era cuando iban Los Gaby’s y Los Bubys, y en el medio actuaba Roberto Barry, cuenta Hugo Sacco, encargado de la boletería del tablado de 1975 a 1985. Y agrega: “Fue el escenario de Carnaval más grande del Uruguay por el trato que se le daba a la gente. Los problemas se solucionaban sí o sí: nadie se quedaba sin silla ni veía a los conjuntos parado; había bingo, parrilla, caramelos. Funcionaba como un relojito”. Hugo recuerda que había unas entradas para “invitados especiales” que solo las repartía José. “Por lo general eran para futbolistas, boxeadores, gente de la radio y algún político”. Era habitual ver al relator y periodista Carlitos Muñoz darse una vuelta por el tablado en las noches de febrero.
Carlos Iafigliola pasó momentos entrañables en el Jardín de las Comparsas: “Para mí el Carnaval era ese tablado. El día que se dejó de hacer, se sintió mucho. Era la vida del barrio”. El ex edil y diputado nacionalista atesora en su memoria el parlamento de un cuplé que protagonizó sobre Petete: “El libro gordo te enseña/ el libro gordo te entretiene/ Y el libro gordo te dice hasta el Carnaval que viene”. Lo evoca emocionado mientras relata cómo fue aquel debut en un escenario junto a sus amigos del Buceo con la murga “Los Nuevos Patos”. Era impensado cantar en un tablado para esos niños de 9 y 10 años pero José les dio una chance. “Fue inolvidable para nosotros. Al terminar la actuación, Mega nos sorprendió dándonos un dinero de regalo que no esperábamos y con eso compramos las camisetas de fútbol para el cuadro de fútbol del barrio”.
Homenajes en un centenario atípico
Cien años no se cumplen todos los días y menos para una murga. En 2012 le pasó a Curtidores de Hongos, en 2021 a La Gran Muñeca y en 2024 será el turno de Saltimbanquis. Pero a la murga de los Mega le tocó transitar el centenario en pandemia y sin Carnaval. Al enterarse de que no habría concurso y para no quedarse con tanto gusto amargo, se propusieron hacer un espectáculo tributo que mostrara la evolución de la murga en sus 100 años. Consta de 20 canciones con cuplés, retiradas y presentaciones que abarcan todas las décadas. Cada cuplé tiene una introducción para dar contexto histórico. Para hacerlo hubo que investigar y buscar guiones viejos de la murga. “Teníamos todo ensayado y cuando estábamos por estrenar se complicó más todo y hubo que suspender. La idea es hacerlo después de Carnaval”, cuenta Daniel Mega. La investigación incluyó, además, recolectar fotos desde 1921 con el fin tomar la evolución en materia de vestuario desde la fundación hasta 2020, y plasmar las bases en los trajes que luce la murga este 2022.