NOMBRES
El artista uruguayo —del cual se puede apreciar actualmente una muestra en Galería del Paseo— se encuentra en España, uno de los tres países en los que desarrolla su trayectoria.
En Madrid, Guillermo García Cruz desliza el dedo por la pantalla de su smartphone para atender la llamada de Revista Domingo. Está en el armado de su stand en la feria de arte Estampa y avisa que puede colarse algún que otro ruido. La situación ilustra el actual momento de García Cruz y que coloquialmente podría describirse como “al palo”.
García Cruz (33) es uno de esos nombres que califican para la categoría “emergente” entre artistas conceptuales contemporáneos. Expone en varios países —en Uruguay se puede ver una muestra suya en Galería del Paseo-, es representado por una galería influyente en el mundo del arte y sus obras son adquiridas por colecciones importantes. Y vive de su arte. Si eso no es “éxito”...
Cuando habla de cómo alterna sus días entre Lima, Nueva York y Madrid, dice que vive “tipo marinero”.
—¿Tenés pareja?
—No.
—¿Y hace mucho que no tenés pareja?
—... ¿Esto sale en la nota? (risas)
—Depende. Si hay una historia interesante, capaz que sí.
—(Más risas). Y... desde que empecé a viajar y vivir en distintas ciudades, es imposible mantener una relación así.
Una vida en pareja no será posible, pero la agenda de García Cruz está repleta. A Estampa llegó gracias a que es representado por la Galería Zielinsky de Barcelona, algo que lo alegra doblemente. Por un lado, porque esa representación no solo le posibilitó estar presente en la feria, sino porque también pudo conocer a su colega Yamandú Canosa, uruguayo como él y representado por la misma galería. Canosa es para García Cruz una inspiración y cuenta que recién ahora pudo conocerlo y hablar con él.
En un ida y vuelta de mensajes por Whatsapp luego de la charla, García Cruz manda esta imagen para expresar su alegría porque su stand y el de Canosa están contiguos, con el mensaje: “Justo te dije que me inspiraba Yamandú Canosa y mira dónde me pusieron la obra en la feria. Al lado de Yamandú Canosa!!!”
Además, agrega, a través de la galería también pudo presentarse en otra feria de arte española, SWAB. “Ahí fue la primera vez que expuse con ellos, y nos fue muy bien porque gané el premio de esa feria, que es de la Colección Bassat”. Esa colección es importante y ahora forma parte de ella. “Entrar en colecciones es algo que me interesa mucho porque empezás a formar parte de la historia del arte”, comenta.
García Cruz nació en el barrio El Prado, y aunque en la adolescencia se mudó a Carrasco, se sigue considerando del barrio en el cual empezó a caminar. De hecho, por más que viviera en Carrasco seguía festejando sus cumpleaños con los amigos de su primer barrio. “Y cuando voy a Uruguay, voy al Prado”.
Desde chico le gustó dibujar y pintar, y no demoró demasiado en empezar a trabajar como dibujante e ilustrador. Aunque no dejó de estudiar (es egresado del Instituto de Profesores Artigas con el título de Profesor de Comunicación Visual), empezó a realizar sus primeros trabajos con 16 años.
Eran ilustraciones y diseños gráficos. Luego, también fue historietista. En algún momento, se vio en el ambiente publicitario. Y no le iba nada mal. “No, me iba bien. Trabajaba para acá y para afuera”, recuerda. Pero un trabajo en particular lo llevó hasta el límite. “No me lo olvido más. Trabajé durante tres días seguidos sin dormir. Me habían empezado a temblar las manos. Me fui a dormir una siesta y luego de un rato, el director del proyecto me llamó. Me dijo que cómo me iba a dormir, que había que entregar el trabajo. Lo típico, todo es para ayer. En ese momento, renuncié. Le dije de todo al director del proyecto”, cuenta.
Se fue a dormir de vuelta y cuando se despertó se dijo a sí mismo: “Uy, acabo de perder toda la plata que iba a recibir por este trabajo. Pero después de eso también me dije ‘Nunca más voy a pasar una noche sin dormir por trabajar para otra persona. Voy a hacer lo que me gusta, y que la gente a la que le interese lo que hago me siga, pero a mi ritmo y a mi manera”. Eso fue hace 10 años y desde entonces empezó a transitar los caminos del arte como pudo. En uno de sus primeros viajes internacionales, llevaba consigo 50 discos compactos en donde había grabado muestras de sus trabajos. A cada galería que llegaba, dejaba uno. Nadie lo llamó. Pero siguió.
Paulatinamente, la indiferencia fue transformándose en una actitud más curiosa y receptiva. Él, en tanto, ya había abandonado el arte figurativo para adentrarse en el abstracto y conceptual. Algunos años antes, cuando había descubierto que El cuadrado negro —una pintura de 1915— de Kazimir Malévich podía significar muchas cosas, fue una revelación. “Antes, veía ese cuadro y pensaba como muchos pensaban: ‘Eso no significa nada, es un cuadrado negro’. Después de estudiarlo mucho, me di cuenta que es al revés: puede significar todo. Puede significar un recuerdo de tu infancia, algo que te esté pasando actualmente, una noche oscura... Lo que me fascinó de eso, cuando lo entendí, es la polisemia del arte abstracto. Cuanto menos datos culturales o situacionales o de época tiene uno en una pintura o figura, más abierto puede ser el significado, y lo que uno puede ver ahí. Entonces, empecé a investigar hasta dónde se podía decir mucho con tan poco”.
Para quienes vemos el mundo del arte desde afuera, todos esos postulados y exploraciones pueden resultarnos algo esotérico, complicado de desentrañar. García Cruz dice que hay muchos snobs en ese mundo, y en la charla se cuela la película Velvet Buzzsaw (2019, disponible en Netflix), ambientada en ferias y galerías de arte. Pero en lo que a él respecta, lo que le gustaría es que aquello que él quiere expresar en sus obras pueda ser comprendido.
Entre otras cosas, uno de sus tópicos predilectos tiene que ver con las instituciones en las que el arte se encuentra, como museos y galerías, y el proceso de validación que se realiza de las obras de arte. Ahí está uno de los mensajes que quiere transmitir, y para ello plasma unas delgadas líneas en un amarillo estridente y fluorescente, que surca espacios de un negro profundo. “En esa serie, quería plantear la dicotomía entre la institución y la expresión. Empecé a investigar entre la pared del museo y la expresividad de lo artístico o la pintura. Lo que aparecía era un fondo relacionado con lo aleatorio, lo expresivo, lo que no se puede repetir y adelante siempre la estructura de la pared, que simbolizaba la validación del arte. Esa estructura la pintaba de un amarillo neón, porque en nuestra cultura ese amarillo marca lo importante: es el resaltador. Como en una fotocopia vos ves una cantidad de elementos en blanco y negro, pero a lo que le tenés que prestar atención es a lo que está subrayado”.
¿Qué pasa cuando no se entiende el mensaje? Nada. Si él puede explicárselo a alguien, mejor. Pero si no, no pasa nada. Lo mismo si a alguien no le gusta. García Cruz afirma que él presenta lo que hace, pero que si no gusta, no hay problema. Siempre hay otras cosas para mirar y apreciar. A él mismo le pasa: si algo no le llama la atención o no le gusta, sigue de largo. “A mi arte no le pongo un cartel al lado que diga que es lo mejor, que es arte con mayúscula”.
De hecho, algo que le parece importante remarcar es que uno tiene todo el derecho del mundo a que algo no le guste. En su taller, le dice por Zoom a sus alumnos que todo se puede discutir, que no hay que recibir todo lo que un museo tiene para ofrecer como palabra santa. Pero que también hay que tener justificativos para rechazar una obra de arte.
—Parece que te está yendo muy bien. ¿Cuáles son las claves de tu éxito?
—Esto es medio cliché, pero todo está basado en no parar de trabajar. Si bien esto tiene sus particularidades porque hay una parte espiritual y estética que pasa por la obra, lo externo a eso se parece mucho a cómo funcionan el resto de las cosas: para ser profesional en algo, hay que trabajar como en cualquier otro lado. Y para llegar, hay que hacer un esfuerzo extra.
—¿Qué es lo mejor que te han dicho sobre tus obras?
—“Aprendé a pintar” (risas).
Sus cosas
Para García Cruz, parte de la obra del premiado escritor portugués -autor de títulos muy celebrados como Ensayo sobre la ceguera y El evangelio según Jesucristo, entre muchos otros- adquirió otra faceta desde que él viajó al país de Saramago. “Desde que visité Portugal pude conectarme mucho más con el espíritu de su obra”.
El artista elige el primer trabajo de la banda neoyorquina The Strokes, titulado Is This It? y publicado en 2001 inicialmente con otra portada (un poco más “picante”, con una mano enguantada sobre una nalga femenina). “Por alguna razón todos los temas los relaciono con buenos momentos y es el único disco que puedo escuchar infinitamente”.
En las tres ciudades en las que vive durante un año, García Cruz encuentra muchos lugares que le gustan, pero elige el barrio neoyorquino de Harlem como su preferido: “Creo que la cultura de Nueva York surge de estos barrios, donde la gente se relaciona más en la calle y tiene un sentido de pertenencia que va más allá de lo económico”.