Guillermo del Toro, creador de monstruos y abanderado de migrantes

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Guillermo del Toro

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El cineasta mexicano ha recibido las más altas distinciones de la industria cinematográfica, en plena crisis migratoria en la frontera.

A principios de este mes descubrió su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Arrodillado y aferrado a una bandera mexicana, la imagen  de Guillermo del Toro recorrió el mundo. Junto al reconocimiento llegó también el estreno en salas estadounidenses de su última película, un retorno al género que lo consagró y que es esperada con enormes expectativas. Y todo ello en un contexto complejo. La atmósfera enrarecida por la masacre de El Paso, Texas, (donde un asesino solitario mató a 22 personas) y las acciones vinculadas a la política migratoria de Donald Trump lo han convertido en un símbolo de los perseguidos y de la injusticia contra los migrantes.

Guillermo del Toro
Orgullosamente mexicano. Foto: AFP.

Guillermo del Toro (54) se convirtió por las circunstancias en una suerte de vocero de los inmigrantes que llegan en busca de una nueva vida y chocan contra la intolerancia y la xenofobia más furibunda. Con Del Toro ocurre algo similar a lo que suele decirse del Rey del Terror en la literatura, Stephen King, en cuanto a que interpreta la otra cara o el reverso del famoso “sueño americano”. En común no tienen solamente el género que los ha hecho célebres en el cine y en la literatura, respectivamente. También comparten la representación de las pesadillas que parecen poblar el inconsciente colectivo. Un ejemplo de ello es la escena de la película más reciente "Historias de miedo para contar en la oscuridad", donde uno de los chicos protagonistas es objeto de bullying por sus compañeros de estudio que le dejan un mensaje bien claro: “Espalda mojada” (por wetback, término despectivo y racista para referirse a los migrantes mexicanos).

Es que las grandes ficciones —sean estas narradas en imágenes o en palabras— siempre dicen algo más. Siempre cuentan otra historia por debajo de la piel de la principal. Siempre es algo más que el escalofrío, el disparo, o la persecución a toda velocidad. Algo que Del Toro sabe muy bien y que ha ensayado no sólo con las cámaras, sino también con la literatura.

Por ello no es casual que la historia que narra en su última película transcurra en el convulso año de 1968, plagado de agitación política, revoluciones culturales, destapes y amores libres. Año que, sin embargo, remite a la primera infancia del cineasta.

Un director precoz

Nació en la ciudad de Guadalajara (Jalisco, México) el 9 de octubre de 1964. Su padre, Federico del Toro, era un vendedor de autos usados. El pequeño Guillermo se crió en un hogar profundamente católico, lo cual no le impidió convertirse en un temprano fan de las historietas, las películas de terror y la literatura fantástica.

Por ese camino, entonces, no ha de extrañar que siendo un adolescente y mientras cursaba estudios en el Instituto de Ciencias de Guadalajara comenzara sus primeras andanzas en cine. Además de filmaciones como aficionado, comenzó a acopiar experiencia en el diseño de maquillaje y terminó por formar su propia compañía, Necropia, cargada de resonancias del cine clase B y las películas de terror.

A los 21 años se convirtió en productor ejecutivo de su primera película. Y con ese envión fue luego cofundador del Festival de Cine de Guadalajara. Del Toro entró de lleno en la industria del cine mexicana al formar su compañía Tequila Gang.

La filmografía de Del Toro refleja las afinidades temáticas y estéticas que comenzó a desarrollar desde muy joven. En la cima de su carrera se involucró en grandes superproducciones que adaptaron exitosos cómics que mezclaban el género superhéroes y de terror, como fueron Hellboy, la segunda parte de Blade, un héroe negro que lucha contra los vampiros. Pero también creó algunas historias memorables que mezclaban lo fantástico con lo histórico al ambientar dos de sus más logradas películas en la era franquista, tales los casos de El espinazo del diablo y El laberinto del fauno. La primera tuvo en la producción, nada menos, que a Pedro Almodóvar, director del cual el mexicano se declara en deuda.

Del Toro ha caracterizado su obra por un cuidado especial en los detalles de ambientación y la peculiar estética, sobre todo de sus monstruos. El cineasta se ha definido, precisamente, como un enamorado de los monstruos: “Mi fascinación por ellos es casi antropológica..., los estudio, los disecciono en algunas de mis películas: quiero saber cómo funcionan, qué aspecto tienen por dentro y cómo se comportan”.

Del Toro se ha mostrado convencido de las potencialidades que ofrece el cine como herramienta de mejoramiento humano. “Una historia puede curarte, una historia también puede destruirte. La responsabilidad hoy en día de los narradores, de los contadores de historias es enorme. Y me refiero a cineastas, periodistas, escritores, políticos, en general a todos”, dijo en una reciente entrevista al hablar de su último filme.

Convertido en símbolo de la era Trump, el cineasta mexicano parece encarnar todo el valor que la migración latinoamericana ha aportado a la cultura estadounidense. Lo curioso es que lo hace desde un cine que parece en las antípodas del realismo panfletario, o el cine político.

Todos los monstruos en una muestra

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El director y sus monstruos. 

"En casa con mis monstruos" se llamó la exposición que Guillermo del Toro organizó en su residencia de México. Hasta allí llevó, para el público de su país, todas las criaturas salidas de su mente y que poblaron las películas más taquilleras del género en los últimos años. La muestra incluyó el quiosco donde él adquiría los cómics cuando era niño, que le compró a su dueño.

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